Hacia el conocimiento

de la Biblia.

Libros del Nuevo Testamento

Obispo Alejandro (Mileant).

ADAPTACIÓN PEDAGÓGICA: Dr. CARLOS ETCHEVARNE, BACH. TEOL.

 

Contenido:

Revelación e Interpretación, Protopresbitero Jorge Florovsky (1893-1979).

La Nueva y el Testimonio. La historia y el dogma. Adeuda. La herencia teológica del padre Jorge Florovski.

Los Evangelios.

Historia del texto Evangélico. Tiempo cuando fueron escritos los Evangelios. El Significado de los Cuatro Evangelios. Interrelación entre los Evangelios. Carácter de cada Evangelio. Evangelio según San Mateo. Evangelio según San Marcos. Evangelio según San Lucas. Evangelio de San Juan. Selección de las Enseñanzas del Redentor. Conclusión.

Las Epístolas Católicas.

Introducción. El Libro de los Hechos. Epístolas Católicas. Epístola del Apóstol Santiago. La Epístola de San Pedro. Las Epístolas de San Juan Evangelista. Epístola de San Judas Apóstol. Preceptos Escogidos. Conclusión.

Las Epístolas de Apóstol Pablo.

Introducción. El vínculo entre las enseñanzas del Apóstol Pablo con su vida. La vida y las obras del Apóstol Pablo. Lista de las Epístolas del Apóstol Pablo. Preceptos escogidos del Apóstol Pablo. La Importancia de las Epístolas del Apóstol Pablo.

El Libro de Revelación.

La Importancia del Apocalipsis y el interés en él. El autor del libro. Período, lugar y propósito por el cual se escribió el Apocalipsis. El contenido, plan y el simbolismo del Apocalipsis. Las cartas a las Siete Iglesias (capit 2-3). La visión del servicio celestial (cap. 4-5). Los siete sellos y los cuatro jinetes (cap. 6). Las siete trompetas. La impresión de los escogidos. El comienzo de las desgracias (cap. 7-11). Las siete señales. La Iglesia y el reino de la bestia (cap. 12-14). Los siete cáliz. El acrecentamiento de las fuerzas ateas. El juicio de los pecadores (cap. 15-17). El juicio sobre Babilonia, el anticristo y el profeta falso (cap. 18-19). Los 1000 años. El juicio sobre el diablo. La resurrección y el Juicio Final (cap. 20). El nuevo cielo y la nueva tierra. La eterna bienaventuranza (cap. 21-22). Conclusión.

El Sermón de la Montaña.

El significado del Sermón de la Montaña. Las Bienaventuranzas y el Camino Hacia el Cielo. Los Cristianos son la luz del mundo. Dos medidas de la virtud — antigua y nueva. La armonía entre lo exterior y lo interior. La Oración de Nuestro Señor. Cómo se obtiene el Tesoro Eterno. No debemos condenar a nuestro prójimo. Sobre la constancia y esperanza en Dios. Sobre los profetas falsos. Cómo ser firme durante la prueba.

La Epístola a los Romanos.

Nociones preliminares. Explicación de la Epístola. Introducción (Rom 1:1-17). Exposición de la fe cristiana (1:18-11-36). Todos los hombres son pecadores y son pasibles del juicio Divino (1:8-3:20). La salvación sólo en Cristo (3:21-5:21). La fuerza de la Gracia de Cristo (6:1- 8:39). El llamado a Israel (9:1-11:36). La esencia de la vida cristiana (12:1-15:13). El amor es lo más importante (13:8-14). Deseos y saludos (15:14-16:24). Conclusión.

Cómo Leer la Biblia (Obispo Kallistos Ware).

Leyendo la Biblia con Obediencia. Comprendiendo la Biblia a través de la Iglesia. Cristo, el corazón de la Biblia. La Biblia como guía Personal.

 

 

 

Revelación e Interpretación,

Protopresbitero Jorge Florovsky (1893-1979).

Si algunos de ellos han sido incrédulos, Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? (Rom. 3:3).

La Nueva y el Testimonio.

Qué es la Biblia? Un libro igual a otros libros, accesible a cualquier lector fortuito? No, es, ante todo, un libro sagrado, dirigido a los creyentes. Es cierto, que hasta un libro sagrado, como una "obra literaria," puede leer cualquiera. Ahora no se trata de eso. Nos referimos no al texto, sino a la Nueva, incluida en él. En la obra de san Hilario hay palabras de importante significado: "Scriptura es non in legendo, sed in intelligendo" (La Escritura no esta en la lectura, sino en la comprensión). En la Biblia, tomada en su totalidad, será incluida una Nueva? Y a quien esta dirigida, si realmente esta dirigida a alguien? Estará llamado cada ser humano, por si solo, a entender e interpretar el sentido del Libro? O es la tarea de una comunidad, y también de miembros particulares, pertenecientes a esta comunidad?

Cualquiera que sea el origen de los distintos documentos, incluidos en la Biblia, esta claro, que el Libro en su totalidad es creado por la comunidad — primero del antiguo Israel, luego por la Iglesia Cristiana. La Biblia no es un conjunto de diferentes composiciones históricas, legislativas y religiosas; es la selección sancionada y atestiguada por el uso (primordialmente litúrgico) en la comunidad y luego ya formalmente por la autoridad de la Iglesia. Los libros de la Biblia se seleccionaban y se unificaban en un conjunto con un fin determinado. "Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre" (Jn. 20:30-31). Estas palabras, en cierta medida, se refieren a toda la Biblia. Ciertos documentos fueron seleccionados, redactados, reunidos en un libro y entregados al pueblo fiel, como la transcripción verídica de la Nueva Divina. La Nueva Divina proviene de Dios, es la Palabra de Dios. Pero recibe esta Palabra y atestigua sobre su veracidad la comunidad de los creyentes. La fe certifica que la Biblia es sagrada. La Biblia, como libro, esta formada en la comunidad y esta destinada, en primer termino, para la enseñanza de la comunidad. El Libro y la Iglesia son inseparables.

La Biblia es lo mismo que el Pacto, Alianza, y la Alianza ("contracto," "acuerdo") se establece con los hombres. Antes del Nacimiento de Cristo, la Palabra Divina fue confiada al Pueblo de la Alianza (ver Rom. 3:2), ahora la Nueva sobre el Reino la guarda la Iglesia del Verbo Personificado. La Biblia es la verdadera Palabra Divina, pero se apoya sobre el testimonio de la Iglesia. Ya que es indudable, que el Canon Bíblico esta constituido y confirmado por la Iglesia.

Sin embargo, no hay que olvidar la finalidad misionera del Nuevo Testamento. "La Predica Apostólica" encarnada y eternizada en él, tenia dos metas: enseñar a los fieles y convertir al mundo entero. Por eso el Nuevo Testamento no es solo el libro de la comunidad, como las Escrituras del Antiguo Testamento, ya que no esta ocultada a los exteriores. Pero no es menos la "propiedad" de la Iglesia. Es típica la posición de Tertuliano referente a las Escrituras. El se niega de discutir con los herejes las partes difíciles de la Biblia. La Escritura pertenece a la Iglesia, y por eso, son ilegítimas las citas de Escritura por los herejes. Ellos no tienen derecho sobre la propiedad ajena. Este es el principal argumento en el famoso tratado de Tertuliano "De praescriptione haereticorum" (contra los herejes). Para el no creyente (sin fe) no hay acceso a la Escritura — ya que no la acepta. Para él en la Biblia no hay Mensaje de la Nueva.

No es casual, que el conjunto de obras escritas por diferentes personas y en distinto tiempo paulatinamente se comenzó a considerar como un solo libro. Ta biblia — es plural, pero "Biblia" — es sin duda, singular. Numerosos escritos constituyen una Escritura Sagrada. Y en toda la historia bíblica se puede trazar un tema principal, una Nueva. Porque en la Biblia hay historia. Mas aun, la misma Biblia es la Historia, es la crónica de las acciones de Dios sobre Su pueblo elegido. La Biblia guarda, ante todo, Magnalia Dei — grandes obras de Dios. Dios da comienzo a este libro. En él hay principio, hay fin, que es también la meta. He aquí el punto inicial: la creatividad Divina "en el principio... sea..." He aquí el final: "Ven, Señor Jesús!" (Rev. 22:20). Desde la Génesis hasta la Revelación — único libro constituido por muchos capítulos. Y es el libro de historia. Entre el principio y el final está el camino. El tiene la dirección y el meta final. Cada instante se dispone entre el principio y el fin y posee su lugar, sin repetición en la historia. Ningún acontecimiento fragmentado puede ser comprendido separadamente, sin contacto con el todo. Hay un enfoque y una visión interdependiente donde todo se realimenta y aun más se enriquece en el mensaje Revelado, que se transmite en su sencillez, profundidad y realismo a la humanidad.

Dios habló "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras" (Heb. 1:1). El se revelaba a los hombres a través de los siglos, no una vez, sino otra y otra. El conducía a Su pueblo de una Verdad a otra Verdad. La Revelación, como subiendo por los peldaños, iba en aumento. Esto está llamando la atención. Pero Dios es Uno y el Mismo, y Su Nueva, en la ultima instancia, es una misma. Justamente, la Nueva otorga a distintos escritos, a pesar de su diversidad, una verdadera unidad. Distintas versiones de los mismos acontecimientos entraron en el Libro intactos. A pesar del problema de "contradicciones evangélicas" (que trataba de resolver el Beato Agustín), la Iglesia se negaba a todos los intentos de trasformar a los 4 Evangelistas en un solo sintético Cuatroevangelio ó Diatessaron. Todos los 4 Evangelios con suficiente plenitud y acaso, en forma mas visible, que cualquier compilación, trasmiten una única Nueva.

La Biblia es el libro sobre Dios. Pero Dios de la Biblia no es Deus Absconditus (Dios Escondido), sino Deus Revelatus (Dios Revelado). Dios aparece y Se revela. Dios entra en la vida humana. Y Biblia no es simplemente una crónica de apariciones y acciones Divinas. Ella misma es la Aparición de Dios. Ella es la Nueva de Dios. Las mismas acciones de Él son la Nueva. Por eso, buscando a Dios no hay que alejarse del tiempo y de la historia. Dios se encuentra con el hombre en la historia, entre la gente, en lo cotidiano. Dios crea a la historia y sin obstáculo entra en ella. La Biblia es profundamente histórica: es el relato, no tanto sobre las pre eternos misterios, cuanto sobre las acciones Divinas; y los misterios se revelan solo a través de la historia. "A Dios nadie lo vio jamas; el unigénito Hijo, que esta en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Jn. 1:18). Él reveló a Dios, entrando en la historia con Su Santa Encarnación. De manera, que no se debe olvidar al marco histórico de la Revelación. No hay que separar a la Verdad del contexto sociocultural y político en el cual históricamente Ella apareció — esto irreparablemente alteraría Su imagen. Ya que la Verdad — no es una idea, sino es una Personalidad, el Mismo Señor Encarnado.

En la Biblia se admira la cercanía de relaciones de Dios con el ser humano y éste con Dios. Estas son relaciones de la Alianza, elección y filiación. La cercanía entre el Dios y la Humanidad llega a su cúspide en la Encarnación: "Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley" (Gal. 4:4). En la Biblia vemos no solo a Dios, sino también a lo humano. Esta es la Revelación Divina, pero Dios nos hace ver también Su postura hacia el ser humano Dios se revela a la Humanidad, le aparece, habla y se relaciona con él, y con esto muestra a la gente el sentido secreto de su existencia y la meta final de la vida. Vemos como Dios condesciende hacia el ser humano y Se le revela, y vemos como el mismo ser humano encuentra a Dios — no solo escucha Su voz, sino también contesta. Escuchamos en la Biblia no solo la voz del Señor, sino también la voz humana, que Le contesta — con las palabras de la oración, agradecimiento, glorificación, trepidación y amor, tristeza y contrición, éxtasis, esperanza y desesperación. La Alianza concluyen los dos — Dios y el ser humano, y ambos participan en el misterio del encuentro real de Dios-ser humano, de la cual narra la historia de la Alianza. En el misterio de la Palabra Divina entra la respuesta humana. Este no es un monologo de Dios, mas bien, es un dialogo, donde hablan tanto Dios como el ser humano. Las oraciones y clamores del devoto salmista representan también la "Palabra Divina. Dios quiere, espera, exige del ser humano la contestación y respuesta. Para esto Él se revela al hombre y le habla. El espera, que el hombre se dirija a Él. Él concluye la Alianza con los hijos del ser humano, pero esta condescendencia hacia la Humanidad no disminuye la Omnipotencia, ni la Transcendentalidad Divina. Dios "habita en luz inaccesible" (1 Tim. 6:16). Pero esta luz "alumbra a todo hombre, venia a este mundo" (Jn. 1:9). En esto está el misterio y la "paradoja" de la Revelación.

La Revelación es la historia de la Alianza. La Revelación anotada, es decir, las Sagradas Escrituras, es, ante todo, la historia. La ley y los profetas, salmos y profecías — todo esta incluido, entrelazado en el viviente tejido histórico. La Revelación incluye no solo las palabras del Señor, sino, ante todo, las obras Divinas. Se puede decir, que la Revelación es el camino de Dios en la historia. La Revelación llegó a su cima, cuando el Mismo Dios, para siempre, estro en la historia, cuando el Verbo Divino se encarno y se hizo hombre. Por otro lado, el libro de la Revelación es también el libro de los destinos de la humanidad. Relata la creación, la caída y la salvación de la humanidad. Es la historia de la salvación: es comprensible que en ella no se puede prescindir del hombre. Ella muestra al ser humano o en la obediencia, o en obstinada rebeldía; en la caída o en la penitencia. Todos los destinos de la humanidad, como en un foco, están reunidos en el destino del Antiguo y Nuevo Israel, un pueblo elegido de Dios, pueblo perteneciente solo Dios. La elección es inmensamente importante. Un pueblo es elegido, separado de todos los restantes y hecho como un oasis sagrado entre la iniquidad general. Solo con un pueblo en la tierra Dios hizo la Alianza, solo a un pueblo Dios dono Su ley sagrada. Solo aquí fue creado un verdadero sacerdocio (aunque sea como un prototipo). Solo aquí aparecieron los verdaderos profetas que hablaban por el Espíritu Santo. Aquí fue guardado el sagrado centro del mundo, un oasis cultivado por la misericordia Divina, en medio de la tierra pecadora, perdida y no redimida. Todo esto — no son solo palabras, es la verdadera medula de la Nueva bíblica. Y todo esto proviene de Dios, aquí no tienen méritos ni logros humanos. Y todo esto — para el ser humano "por nosotros los hombres y por nuestra salvación." Todas las mercedes, dadas al antiguo Israel, están dirigidas a la meta final de salvación universal: "porque la salvación viene de los judíos" (Jn. 4:22). La Redención abarca a todos, pero se logra solo por la selección, separación y individualización. En medio de la caída y la perdida de la humanidad Dios erigió un oasis sagrado. La Iglesia es un oasis semejante, particularizado, pero no separado del mundo. Porque la Iglesia no es solo el refugio y protección, sino también la fuerza y el baluarte del Señor.

La Biblia tiene un punto culminante de giro, de la "cruz," sobre la escala temporal. Esto es el comienzo de la historia nueva; pero esto no fragmenta la historia en partes — todo lo contrario, le da la terminación y la unidad. El limite entre los Testamentos confirma la uniformidad de la Revelación Bíblica. Los dos Testamentos no se debe mezclar, es necesario distinguirlos estrictamente. Pero ellos están vinculados sin rotura, ante todo, con la persona de Jesucristo. Jesucristo pertenece a ambos Testamentos. Él cumple las promisiones antiguas, pero con este mismo cumplimiento de la "ley y los profetas" comienza una nueva era y se torna el Cumplidor de ambos Testamentos, o sea del entero. El es — el corazón de la Biblia, porque Él es archi — comienzo y telos — final. Pero la misteriosa unidad del comienzo, del medio y el final no destruye a realidad del tiempo. Todo lo contrario, confiere al proceso histórico una verdadera realidad y un profundo sentido. No hay mas serie de "casualidades," — a la historia la llenan los hechos y logros; lo nuevo, lo que nunca existió, llega al mundo. "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" (Rev. 21:5).

En ultima cuenta, todo el Antiguo Testamento no es otra cosa que "La genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraam" (Mat. 1:1). Es la época de promesas y esperas, tiempo de alianzas y profecías. No solo los profetas predecían al futuro. Los eventos son también profecías. Todo ese Libro — es profético, reformador, todo habla con los símbolos del cumplimiento futuro. Pero el tiempo de espera pasó. La promesa se cumplió. El Señor descendió s la tierra. Bajo para estar siempre entre Su pueblo. Esta terminada la historia del cuerpo y sangre, Comienza la historia del Espíritu: "La Gracia y la Verdad vinieron por medio de Jesucristo" (Jn. 1:17). Pero lo nuevo no borra a lo antiguo. Vetus Testamentum in Novo patet (El A.T. se abre en el Nuevo). "Patet" significa "se abre, comienza, se cumple." Por eso los libros sagrados hebreos son también sagrados para el nuevo Israel de Cristo — no se los puede rechazar ó destruir. Ellos también hablan de la salvación Magnalia Dei (las obras Divinas). Ellos también atestiguan sobre Cristo. No se debe trasformarlos en compendios de citaciones (loci theologici) ó de parábolas edificantes. Ellos deben leerse en la Iglesia como libros de la historia sagrada. Las profecías se han cumplido y la ley es sobrepasada por la Gracia. Pero nada pasó. En la historia sagrada "el pasado" no es simplemente "lo que paso" ó "lo que era," sino, ante todo, "lo que ocurrió y se cumplió." El cumplimiento es el concepto básico de la Revelación. Lo que en su tiempo era sagrado, queda sagrado y santo para siempre. Es marcado por el Espíritu. Y el Espíritu sigue respirando en las palabras en algún momento inspirados por Él. Es posible, puede ser verdad, que en la Iglesia y para nosotros el Antiguo Testamento — no es mas que un libro; y a que la Ley y los Profetas están sobrepasados por el Evangelio. El Nuevo Testamento, sin duda, — es mas que un libro. Nosotros le pertenecemos. Somos — el pueblo del N.T. Por eso en el A.T. recibimos la Revelación, ante todo, como Palabra; atestiguamos sobre el Espíritu "que hablo a través de los profetas." En cambio, en el N.T., Dios habla con nosotros a través de Su Hijo y estamos llamados no a escuchar solamente, sino también a mirar y ver. "Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos" (1 Jn 1:3). Mas que esto, estamos llamados a estar en Cristo.

La plenitud de la revelación — en Cristo Jesús. Y el Nuevo Testamento es histórico no menos que el Antiguo Testamento. : la historia Evangélica del Verbo Encarnado, el comienzo de la historia de la Iglesia, y al final las profecías del Apocalipsis. El Evangelio es la historia. En la base de toda fe y esperanza cristiana se encuentran los hechos históricos. La base del N.T. — no son solo discursos, enseñanzas y mandamientos, sino también, acontecimientos, hechos, obras. La predica Apostólica desde su comienzo, desde el día de Pentecostés, cuando el ap. Pedro testimonió lo que vio con sus propios ojos ("de lo cual todos nosotros somos testigos," Hech. 2:32) el cumplimiento de la salvación en el Señor Resucitado, tenia un carácter histórico claramente expresado. La Iglesia esta apoyada sobre este testimonio histórico. Todo en que creemos tiene una estructura histórica y es expresado en hechos. Esto también es la historia sagrada. El misterio de Cristo es que en Él "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Col. 2:9). Este misterio no se puede entender solo en el plano terrenal — Aquí toma parte también la otra dimensión. Pero las fronteras históricas no se borraron ni se amortiguaron; en la Imagen Sagrada se ven claramente los rasgos históricos. La predica Apostólica era, ante todo, un relato de lo que paso en realidad, hic et nunc — "aquí y ahora." Pero paso algo nuevo y extraordinario: "Aquel Verbo fue hecho carne" (Jn. 1; 14). Sin duda, la Encarnación, la Resurrección y la Ascensión — son hechos histéricos, pero no están al mismo nivel, ni tienen el mismo sentido, que los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Pero, por eso, no son menos históricos ni menos reales. Todo lo contrario, son más históricos, son verdaderamente acontecidos. Es claro, que sobre ellos se puede atestar solo con la fe. Pero esto no les expulsa de la historia. La fe solo abre una nueva dimensión, acepta el hecho histórico (datum) en su total profundidad, plena e irrefutable realidad.

Los Evangelistas y los Apóstoles no eran cronistas. En su trabajo no entraba la descripción de la vida de Jesús, día por día, y año por año. Ellos hablaban de Su vida y actos solo para conservar para nosotros Su imagen histórica y al mismo tiempo Divina. Esto no es un retrato, mas bien un icono; pero icono "histórico," la imagen del Señor Encarnado. La fe no crea nuevos valores; ella abre uno — eterno. La fe misma es una especie de visión — "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11:1). San Juan el Crisóstomo explica elenchos (demostración), como opsis (la vista). Lo invisible no es menos, sino hasta mas real, que lo visible. "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12:3).

Esto significa, que solo a través de la experiencia espiritual se puede comprender al Evangelio en toda su plenitud. Pero lo que esta abierto por la fe, esta dado en la verdad. Los Evangelios están escritos en la Iglesia. Ellos atestiguan sobre la Iglesia, siendo testigos de su fe y experiencia. Pero, por eso, ellos no dejan de ser relatos históricos y testimonios de lo que en realidad pasó en el espacio de un tiempo. Si por la "fe" descubrimos mucho mas de lo que podemos captar con los "sentidos," esto demuestra la insuficiencia completa del mundo de los sentidos para el conocimiento del mundo espiritual. La gran obra de Dios redentor, Su decidida intromisión en la marcha de los hechos históricos, aconteció en realidad. No vale de separar el "hecho" de su "significado" — ambos nos fueron dados en la realidad.

La Iglesia es la guardiana de la Revelación. Por consiguiente, ella es la primera y principal interprete. Biblia guarda y protege la Revelación, proteja, pero no explica. Las palabras humanas son solo signos, — cuales solo el testimonio del Espíritu vivifica. Ahora nos referimos no a los hombres aislados, de repente iluminados por el Espíritu Santo, sino a la ayuda constante del Espíritu, otorgada a la Iglesia, que es "columna y baluarte de la verdad" (1 Tim. 3:15). Las Escrituras tienen la necesidad en la interpretación. El sentido de ella — no esta en las palabras, sino en el testimonio de la Nueva. Y la Iglesia es al testigo, destinado por Dios para certificar la verdad y la importancia de la Nueva, porque la misma Iglesia pertenece a la Revelación, siendo el Cuerpo del Señor Resucitado. La predica del Evangelio, la anunciación de la Palabra Divina es, sin duda, la sustancia misma de la Iglesia. La Iglesia se mantiene por el testimonio. Pero ese testimonio no es solo un recuerdo y la indicación del pasado, pero es el descubrimiento — una y otra vez — de la Nueva, en el tiempo anterior donada a los santos y desde entonces guardada por la fe. Mas todavía, en la vida de la Iglesia, la Nueva siempre se resume. El mismo Cristo, como Redentor y Cabeza de Su Cuerpo, vive en la Iglesia eternamente y continua la obra de redención. La salvación en la Iglesia no solo se anuncia y se proclama, sino se sigue produciendo. La historia sagrada continua. Dios nuevamente hace grandes obras. Magnalia Dei no están limitadas por el pasado; ellos siguen él la Iglesia y a través de la Iglesia — en todo el mundo. La misma Iglesia es una parte inseparable de la Nueva Divina del Nuevo Testamento. La Iglesia es parte de la Revelación, la historia de "Todo Cristo" (según la expresión de san Agustín "totus Christus: caput et corpus," todo Cristo — Cabeza y Cuerpo). El final de la Revelación, su telos, todavía no llegó. Y el Nuevo Testamento, en verdad y en plenitud vive solo en la experiencia de la Iglesia. La historia de la Iglesia es la historia de la redención. La Verdad del Libro se revela y fortifica a medida del crecimiento del Cuerpo.

La historia y el dogma.

Ante todo, hay que entender, que Biblia es un libro difícil "libro bajo siete sellos." Con el tiempo él no se pone más fácil a comprender. Pero la causa no es, que Biblia, por ejemplo, esté escrita en un idioma desconocido, o contiene palabras difíciles a descifrar. Todo lo contrario, lo complicado de Biblia — esta en su sorprendente simplicidad: los misterios de Dios se revelan a seres humanos comunes en la vida cotidiana, y todo el libro parece de cierto modo demasiado humano. Hasta el Mismo Dios Encarnado se nos presenta bajo el aspecto de un simple hombre.

Las Escrituras están "inspiradas por Espíritu Divino," ellas son la Palabra Divina. Que es la "inspiración del Espíritu," no podremos nunca definir en forma exacta — es un misterio. Es el misterio del contacto de Dios con el ser humano. No podemos comprender bien en que forma "los hombres santos de Dios" escuchaban la Palabra del Señor, como han podido expresarla con las palabras de su idioma. Pero, hasta en la transmisión humana suena la voz Divina. La Palabra Divina en palabras humanas: Aquí se haya el misterio y el milagro de Biblia. Hasta entendiendo en cierta forma la "inspiración" — hay que tomar en cuenta que: las Escrituras, en realidad, conservan y trasmiten la Palabra de Dios en vocablos humanos. Dios hablaba con el ser humano, quién tenia que escuchar y entender a Él. El "Antropomorfismo" — es una señal inequívoca de la verdadera aparición de Dios. Y esto no es la condescendencia hacia la debilidad humana. Su significado, es mas bien, que el lenguaje humano, transmitiendo la revelación Divina, no pierde sus rasgos naturales. Para transmitir exactamente la Palabra Divina no es necesario renegar de nuestro idioma, como uno "demasiado humano." Lo humano no se elimina, sino se transfigura por la inspiración Divina. Lo sobrenatural no destruye a lo natural; hiper physin (sobrenatural) no significa para physin (antinatural). El lenguaje humano no desfigura, ni destruye a la Gloria de la Revelación, no debilita la potencia de la Palabra Divina.

La Palabra Divina puede ser correctamente y exactamente expresada en las palabras humanas. La Palabra Divina no decae, cuando suena en humano. Ya que el hombre esta creado según la imagen y semejanza Divina y esta conexión "por la semejanza" hace posible la relación. Desde el momento, que Dios hizo al hombre digno de una relación con Él, la misma palabra humana se transfiguró y obtuvo una nueva profundidad y poder. El Espíritu Santo respira en la estructura del lenguaje humano. Así el ser humano pudo nombrar a Dios y hablar con Él. Se hizo posible la Teología, o sea: logos peri Theou (la palabra sobre Dios). Hablando en firma exacta: la teología se hizo posible solo a través de la Revelación. Esta es la respuesta humana a Dios, Quien habló primero. Esta es la contestación del ser humano a Dios, Quien comenzó a hablar con él. Cuyas palabras el hombre escuchó, guardo y ahora las anota y repite. Sin duda esta respuesta no es perfecta. La teología esta siempre en movimiento. Pero la base y el punto de partida siempre es uno: la Palabra Divina, la Revelación. La Teología siempre atestigua sobre la Revelación. Atestigua en forma variada: con la fe, los dogmas, los oficios religiosos, los símbolos. Y en cierto modo, la respuesta principal representa las Escrituras, que son al mismo tiempo — la Palabra Divina y la respuesta humana: la Palabra Divina trasmitida por la contestación humana llena de fe. En toda transmisión de la Palabra Divina en las Escrituras, hay siempre algo de interpretación humana. Esto es inevitable y en cierta medida "condicionado por la situación." Sería posible al ser humano desconocer sus condiciones humanas?

La Iglesia exponía y sistematizaba a la Nueva de las Escrituras por vías y modos diferentes, pero principalmente con los dogmas. La fe cristiana se desarrollo y creció en un sistema de creencias y convicciones.

En todo sistema semejante, la estructura interna de la Nueva Divina tiene prioridad, y todas las situaciones particulares son fuertemente unidas entre sí. Es indudable que necesitamos un sistema; en nuestros viajes necesitamos un mapa. Pero para trazar un mapa se necesita una región. Todo el sistema de los dogmas se construye sobre la Revelación. Es muy importante, que la Iglesia nunca consideró al dogma como sustituto de la Revelación. Ellos iban juntos: las ideas básicas de la Nueva, expresados en forma abstracta en los dogmas y creencias y documentos particulares, específicamente relacionados con tal o cual punto de la Revelación. Se puede decir que tratamos con dos aspectos claves esenciales: Dogma e Historia.

Pero he aquí la pregunta: hasta que medida se puede encerrar a la historia en el dogma? Este es el principal problema de la hermeneutica teológica. Que es la interpretación teológica de la Biblia? Cómo se puede construir un único esquema a partir de los numerosos testimonios surgidos en centenares de años? La Biblia es una, pero en ella están reunidos escritos muy diferentes. No tenemos derecho de cerrar los ojos a esto. La solución, en ultimo termino, depende de nuestro concepto de la historia y de nuestra visión del tiempo. Lo más fácil es — simplemente olvidar la marcha de la historia y las diferencias entre las épocas. Esta tentación perseguía al cristianismo desde tiempos más tempranos. En ella se enraízan todas las interpretaciones alegóricas: desde el Filón de Alejandría y Pseudo-Bernabé hasta el alegorismo renacido de los tiempos de post-reforma. Esta es la tentación eterna de los místicos. La Biblia es considerada como un libro de parábolas sagradas, escrito en un lenguaje simbólico especial, y el problema de la exégesis es — adivinar el sentido oculto, revelar la Palabra Eterna, escondida bajo diferentes disfraces. La Verdad y la perspectiva histórica están fuera de lugar en este concepto. La concretice histórica — no es mas que el marco del cuadro, la imaginería poética. Todo esta dirigido a la búsqueda de los significados eternos. Toda la Biblia se transforma en un compendio de ejemplos instructivos y símbolos misteriosos, que indican una verdad fuera del tiempo. No es la Verdad Divina única y eterna? Ante este enfoque es natural de buscar en el A.T. las demostraciones de todos los dogmas y creencias cristianos más importantes. Los dos Testamentos se funden en uno, fuera del tiempo, se borran sus diferencias particulares. Los peligros y fallas de este enfoque hermenéutico están a la vista y no necesitan explicaciones exhaustivas.

La única salvación real de esta tentación — es la recuperación del sentido histórico. La Biblia — es historia, y no un sistema de creencias, y no se puede hacer de ella la summa theologie (la suma teológica). Pero esta es la historia no de la fe humana, sino de la Revelación Divina. Y queda sin solución la pregunta principal: para que tendríamos juntos el Dogma y la Historia? Para que y porque la Iglesia guarda esto y aquello? La respuesta más fácil y la menos satisfactoria es: Las escrituras son la transcripción exacta de la Revelación y todo lo restante — no es mas que un comentario interlinear. Se entiende, que el comentario no posee la autoridad del texto. En esta opinión hay una porción de verdad, pero se levanta otra dificultad: porque los estudios más tardíos de la Revelación no sobrepasaron a los tempranos? Porque el Nuevo Testamento de Cristo necesitamos a la ley y a los profetas? Y ellos en cierta medida no son menos importantes que el Evangelio y otros libros del N.T.? Ellos representan como diferentes capítulos de un solo Libro. Es indudable, que están incluidos en el canon de las Escrituras, no simplemente como documentos históricos, sino como capítulos dedicados a los peldaños ya pasados de la historia. Especialmente esto se refiere al A.T. "Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan" (Mat. 11:13). Para que entonces guardamos a la ley y a los profetas? Cómo usar el A.T. en la Iglesia de Cristo?

Ante todo — como la historia. Pero esta es la historia sagrada — no de las creencias humanas y de su desarrollo, sino de los grandes actos Divinos. Y estos actos — no son intromisiones casuales de Dios en la vida humana. Es el vinculo misterioso y unión con el hombre. Con Sus actos Dios conducía al pueblo elegido hacia la meta más alta — hacia Cristo. Los primeros peldaños del camino están como reflejados o incluidos en los siguientes. Es un acto prolongado de Dios, sujeto por una meta. Sobre este concepto se construye la "interpretación tipológica." Los padres de la Iglesia sobre esta cuestión tienen dos distintos métodos. Uno es — Alegórico, que trabaja con el texto: "detrás de la letra" de las Escrituras busca el sentido verdadero y escondido de los episodios, frases y palabras. El Tipólogo, en cambio, interpreta no tanto a los textos como a la relación interna de los hechos de ambos testamentos. El no busca paralelismo y semejanzas. No cada episodio en el A.T. tiene correspondencia exacta en el N.T. Pero los hechos básicos del A.T. representan las imágenes de los acontecimientos principales del N.T. Estas correspondencias son de origen Divina: son los peldaños del único proceso de salvación humana, dirigido por la Providencia.

En este sentido usa la tipología el ap. Pablo (llamándola alegoría: "lo cual es una alegoría" (Gal. 4:24). Detrás de todos los actos de Dios se encuentra una meta, que nos fue revelada plenamente en Cristo. San Agustín habla de eso muy exactamente: "Debemos buscar el misterio no solo en la palabra, sino en el hecho mismo" (explic. del salmo 68). El "misterio" del A.T. era Cristo no solo porque Moisés y profetas "hablaban de Él," sino porque todo el curso de la historia sagrada, dirigido por Dios, tendía hacia Él. Y en este sentido, Él era el cumplimiento de todas las profecías. Por eso el A.T. puede ser comprendido y sus misterios revelados solo en la luz de Cristo — ellos se abren con la llegada de Aquel, "Quien debe venir." La verdadera importancia de las profecías se ve claramente. Solo mirando atrás, después de su cumplimiento. La profecía no cumplida siempre es no tan clara y enigmática. (Así son las profecías de Apocalipsis, que todavía deben cumplirse "en el final de los tiempos"). Pero esto no significa que nosotros introducimos arbitrariamente un sentido nuevo en el texto viejo; este sentido ya se encontraba ahí, pero en forma secreta. Cuando p. ej. nosotros, junto con la Iglesia, identificamos al Mancebo Sufriendo (del libro de Isaias) con Cristo Crucificado, no aplicamos simplemente la visión del A.T. a un hecho del N.T., sino revelamos el sentido de la misma visión; a pesar de que en tiempos anteriores a Cristo, esto no podía ser plenamente revelado. Lo que era solo visión ("previsión"), se hizo un hecho histórico.

Hay otra cuestión muy importante. Para el alegórico las "imágenes" que él interpreta son reflejos de un prototipo preeterno ó hasta imágenes de una cierta "verdad" eterna y absoluta. Ellos señalan algo atemporal. La Tipología, en cambio se dirige al futuro. Los "Tipos" — son presentidos, proto-imágenes. Así, la tipología es un método más histórico, que filológico. El presupone e incluye en si la realidad de la historia, llevada y dirigida por Dios. El esta vinculado orgánicamente con la idea de Testamento (alianza). El pasado, el presente y el futuro están ligados por la unidad de la Meta Divina, y esta Meta es Cristo. Por eso la tipología tiene la importancia Cristológica (aquí esta incluida la Iglesia como el Cuerpo y la Desposada de Cristo). Se entiende, que prácticamente, no se puede conservar exactamente el equilibrio. Hasta en los Padres de la Iglesia, la tipología se une, a veces, a las desviaciones alegóricas e interpretaciones ambiguas, sobre todo en las predicas y oraciones. Lo importante es que en la tradición catequista de la Iglesia temprana, centrada en los Sacramentos, el equilibrio siempre se conserva. Esta es la tradición de la Iglesia, y los desvíos hay que considerar como particularidades de pensamiento o de viva imaginación de algunos de sus hijos. La Iglesia en su sobriedad es histórica. Las Sagradas Escrituras se leen en la Iglesia a la par de la confesión de la fe (o sea del sistema de los dogmas), para recordar a los creyentes la base histórica y el fundamento de su fe y esperanza.

San Agustín afirma que los profetas hablaban de la Iglesia hasta mas nítidamente, que del Mismo Mesías, o sea Cristo. En cierto modo esto es natural: ya que la Iglesia ya existía. Israel, el pueblo elegido, el pueblo de la Alianza, era mas Iglesia, que nación, tal como son los demás naciones. Te ethni, nationes, o gentes — estos términos cercanos por su sentido se usan el Biblia (y mas tarde) solo en referencia a los paganos, para distinguir de la única nación o pueblo, que se hizo también (y ante todo) la Iglesia de Dios. La ley fue dada a Israel como a una Iglesia. Ella abarcaba a todo la vida humana — tanto "secular," como "espiritual," ya que toda la existencia humana debe ordenarse por prescripciones Divinas. La separación de la vida en "secular" y "espiritual," seriamente hablando, no tiene base. En todo caso, el Israel era una comunidad constituida por Dios de fieles unificados por la ley Divina, la fe verdadera, las ceremonias sagradas y el sacerdocio — todos estos elementos encontramos en la definición tradicional de la Iglesia. El A.T. fue cumplido en el N.T., el pacto restablecido, y el Antiguo Israel fue rechazado por su extrema falta de fe: el no reconoció el día de su visitación. La continuidad verdadera del A.T. es posible solo en la Iglesia de Cristo. (De paso recordemos como estas palabras suenan en hebreo: la Iglesia — kagal, Cristo — Mesías). Ella es el verdadero Israel, Israel kata pneuma (por el espíritu). Por eso, todavía san Justino rechazaba enérgicamente la opinión, que el A.T. liga a la Iglesia y la sinagoga! Él creía en algo completamente opuesto. Todas las pretensiones judías deben ser rechazadas; ya que los hebreos no creen en Jesucristo, el A.T. no les pertenece mas. Nadie puede presentar derechos sobre Moisés y los profetas, si no esta con Jesucristo. Ya que la Iglesia es el Nuevo Israel y la única heredera de todas las promisiones antiguas. En estas separaciones rigurosas los tempranos apologistas del cristianismo presentan un nuevo e importante principio hermeneutico. El A.T. se debe leer e interpretar como a un libro de la Iglesia. Libro sobre la Iglesia, agregamos nosotros.

La ley fue sobrepasada por la Verdad (en esto consistía su cumplimiento) y suprimida. No hay mas necesidad de imponer cargas pesadas a los nuevos conversos. El Nuevo Israel tiene su constitución. Esta parte del A.T. es obsoleta. Ella era en su base "condicionada por la situación" — no tanto en el sentido históricamente-relativo, como en el providencial. El Señor creo o comenzó un nuevo escalón de redención, una nueva fase en la obra sagrada de la salvación. Todo lo que pertenecía por su escénica al escalón anterior, perdió su importancia — ó, mas exactamente, conserva su importancia solo como una proto-imagen. Hasta los 10 Mandamientos no son una excepción: están sobrepasados por el "nuevo mandamiento." Ahora el A.T. se puede utilizar solo en su relación con la Iglesia. Antes de la Encarnación la Iglesia estaba limitada a un pueblo. Ahora no hay mas diferencias nacionales: no hay ni judío,ni paganos — todos son uno en el Unico Cristo. En otras palabras, no tenemos derecho de extraer ciertos momentos del A.T., del libro de la Iglesia, y proclamarlos como ejemplos dados en las escrituras para nuestra vida contemporánea. El antiguo Israel era la Iglesia en cualidad de imagen, pero de ninguna manera un pueblo ideal. De esto se puede decir lo siguiente: Sin duda, podemos obtener de la Biblia no pocos conocimientos sobre la legislación social — esto entra en la Nueva del Reino Venidero.

Podemos aprender mucho sobre la organización social, económica y política de los hebreos a través de los siglos. Todo esto puede ayudarnos mucho en las discusiones sicologías. Pero difícilmente es aceptable de buscar en la Biblia (A.T). un cierto modelo eterno ideal de la organización política, o económica, aplicable a lo contemporáneo — o para cualquier otro tiempo y lugar. En la Biblia hay muchos datos históricos. Pero son lecciones de historia y no de Teología. El fundamentalismo bíblico en la sociología no es mejor que cualquier otro tema. La Biblia no es autoridad en las ciencias sociales, como asimismo no es autoridad en astronomía. La única lección sociológica, que se puede extraer de Biblia, — es el hecho de la existencia de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Pero ningún relato bíblico sobre lo temporal puede tomarse como "testimonio de la Escritura." Los "Testimonios de la Escritura" existen solo en la Teología. Esto no significa que es imposible de encontrar o que no es necesario de buscar en la Biblia una guía practica de la vida.

Una búsqueda así no será un hablar teológico, y puede ser que las lecciones de la historia del A.T. no difieren en principio de otras lecciones del pasado. En el A.T. hay que distinguir lo eterno de lo temporal (condicionado por la situación). Y ante todo debemos sobrepasar su limitación nacional. De otra manera podemos no diferenciar lo nuevo en el Nuevo Testamento. En el mismo N.T. esta netamente separada la diferencia entre la historia y la profecía. El verdadero tema de la Biblia — no son los pueblos y sociedades, no el cielo y la tierra, sino Cristo y Su Iglesia. El A.T. era la proto-imagen no de algún pueblo casual, sino de N.T. — de la Iglesia Universal. El limite nacional de esta imagen de la Iglesia esta anulado por la "Salvación de todos." Después de Cristo es posible la existencia de un solo pueblo — cristiano, genus Christianumtertium genus (tercer pueblo), según una antigua expresión. Ningún pueblo puede, citando las Escrituras, pretender y exigir privilegios. Las diferencias nacionales pertenecen a la naturaleza y no tienen relación con la Gracia.

La Biblia esta terminada, pero la historia sagrada continua. El canon bíblico incluye el libro profético — la Revelación. Adelante tenemos el Reino Venidero, ultimo cumplimiento de promisiones, por eso, también, en el N.T. hay profecías. Toda la vida de la Iglesia, en cierto sentido, es una profecía. Pero después del Nacimiento de Cristo, el sentido mismo del futuro cambio post Christian natum. En la Iglesia de Cristo el limite entre el presente y el futuro recibió un significado nuevo. Ya que ahora Cristo esta no solo en el futuro, sino en el pasado y en el presente. Esto es muy importante para la comprensión correcta de la Biblia. Hay que revisar todas las reglas y principios hermeneuticos en la luz de la perspectiva escatológica. Pero aquí nos acechan dos peligros.

En primer termino, no hay una apología completa entre A.T. y N.T. en su profundidad ellos son diferentes y se relacionan entre si como "imagen" y "verdad." Lo Padres de la Iglesia enseñaban que la Palabra Divina se revelaba a la gente paulatinamente, durante todo el A.T. Sin embargo, las Apariciones antiguas de Dios no se pueden poner a la par con la Encarnación del Verbo, y darles la misma importancia, sino la redención se trasformaría en una pálida alegoría. La "Proto-imagen" es solo una sombra, una representación. En cambio en el N.T. nos encontramos con el hecho real. El N.T. no es solo la "imagen" del Reino Venidero, él es — el Reino mismo, venido al mundo.

En segundo termino, es temprano hablar de las "profecías cumplidas," ya que "lo ultimo" (últimos tiempos) todavía no llegó y la historia sagrada no está terminada. Es mejor decir, que las profecías comienzan a cumplirse. Así es más bíblico — porque el punto de inflexión de la Revelación esta en el pasado. "Lo ultimo" o "lo nuevo" ya entro en la historia, pero el final todavía no llegó. El Reino comenzó pero no se cumplió. El mismo canon severo de las Escrituras simboliza la plenitud. A la Biblia no se puede agregar nada, ya que el Verbo Divino se hizo carne. Nuestra ultima instancia — no es el Libro, sino el Hombre Vivo. Pero la Biblia conserva su autoridad, no solo como crónica, sino también como libro profético, libro pleno de misterios, que indican el futuro, el final de la historia.

La historia sagrada de la Redención continua. Ahora es la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo Cristo. El Espíritu-Consolador habita en la Iglesia. Un sistema concluido de dogmas no existe, no puede existir en el cristianismo, ya que la Iglesia esta eternamente en el camino. Y la Biblia se guarda en la Iglesia como un libro histórico, llamado a recordar a los fieles la naturaleza dinámica, "múltiple y multiforme" de la Revelación Divina.

 

 

Adeuda.

La herencia teológica del padre Jorge Florovski.

Entre los teólogos dotados, que Rusia regaló con creces a la Iglesia en el siglo 20, uno de los primeros puestos pertenece, sin duda, al presbítero Jorge Florovski (1893-1979). No siendo teólogo por su instrucción, él supo alcanzar en máximo grado una clara y neta comprensión del estilo y espiritu del pensamiento de los santos Padres. Su erudición y autoridad muchas veces eran la roca contra la cual se rompían las olas de tentaciones de la nueva moda y perversiones del pensar teológico. Cuando en las mentes del publico teologizante reinaba la "sofiología" de Bulgakov y Florenski, él fue uno de los primeros que hablo, que hay que volver a la herencia de los santos Padres. Cuando el entusiasmo ecuménico llegó al punto culminante (fomentado por agentes soviéticos), p. Jorge, que era uno de los fundadores del movimiento ecuménico, comenzó a voz alta prevenir de este peligro, de que sus promotores se olvidaron toda noción de la Verdad de Cristo. Perteneciendo, en los últimos años a la Iglesia griega, que tenia contactos con la Patriarquía soviética, Florovski decididamente se negaba de oficiar con los clérigos de la Iglesia esclavizada, como tampoco de visitar la Unión Soviética. No todo en la herencia de p. Jorge es indiscutible, pero la mayoría de sus obras formara el fondo de oro del pensamiento teológico ortodoxo.

Hace poco salió el compendio de trabajos de Florovski bajo el titulo "El dogma y la Historia." Hasta ahora Florovski era conocido por sus trabajos sobre los santos padres y su libro "Los caminos de la teología rusa." El ultimo libro presenta a Florovski como un teólogo-dogmático y un talentoso historiador de la Iglesia. Parte de sus trabajos fueron editados en los años 30 y en ruso. La mayor parte era publicada en ingles en E.U. en los 40-60, y prácticamente son desconocidos en Rusia.

Pensamos en que forma hacer accesible el libro al Internet, y no perder los compradores, la ayuda de cuáles es muy importante para continuar las publicaciones. Al final, tomamos la variante siguiente: poner los trabajos publicados en ruso anteriormente, que en cierta forma están accesibles a lector ruso. En cambio los trabajos desconocidos y nuevos variantes de traducciones viejas van a ser útil para el alma de los lectores en el libro nuevo.

 

 

Los Evangelios.

La palabra "Evangelio" significa "la buena nueva" o "buena y dichosa nueva." Con este nombre se llama a los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento, los que narran la vida y la enseñanza del Encarnado Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. Hablan de todo aquello que Él hizo para la instauración de la vida virtuosa en la tierra y la salvación de nosotros, pecadores.

Hasta la llegada a la tierra del Hijo de Dios, los hombres concebían a Dios como el Creador Omnipotente, Juez temible, que permanecía en Su inalcanzable Gloria. Jesucristo nos dio una nueva comprensión de Dios: como alguien cercano a nosotros, misericordioso, y como Padre que nos ama. "Quien me ha visto a Mí, ha visto a Mi Padre" (Jn. 14:9), decía Jesucristo a sus contemporáneos. Efectivamente, toda la imagen de Cristo, Su palabra y Su gesto estaban compenetrados de infinita compasión hacia el hombre caído. Él era como un Médico entre los enfermos. Los hombres sentían Su amor y miles tendían hacia Él. Nadie era rechazado. Cristo ayudaba a todos: purificaba la conciencia de los pecadores; curaba a los paralíticos y ciegos; consolaba a los desesperados; libraba a los poseídos por el demonio. A Su omnipotente Palabra obedecía la naturaleza y la misma muerte.

A través de este cuadernillo queremos hacer conocer al lector la época y circunstancias en las cuales fueron escritos los Evangelios. Al final, traemos una selección de las enseñanzas del Redentor. Deseamos que todos se introduzcan más profundamente en la vida y en las enseñanzas de nuestro Salvador. Ya que cuando más leemos el Evangelio, más firmemente aprendemos la forma correcta de pensar. Adquiriendo una experiencia personal en lo referente a lo espiritual, comenzamos a convencernos de la real cercanía de nuestro Salvador. Nosotros sentimos que Él es el Buen Pastor, quien cada día dirige nuestras vidas y nos salva de las desgracias.

En el siglo que vivimos, cuando las personas escuchan y leen una cantidad de opiniones contradictorias y sin fundamento, es necesario hacer del Evangelio nuestro libro de cabecera, ya que, mientras todos los demás libros contienen opiniones de hombres comunes (porque sólo poseen sabiduría terrenal), — en el Evangelio escuchamos las palabras inmortales de nuestro Señor.

Historia del texto Evangélico.

Todos los libros sagrados del Nuevo Testamento están escritos en griego; pero no en griego clásico, sino en el idioma popular de Alejandría, que se llama "kini" (koine), y que usaban o por lo menos entendían todos los habitantes cultos del Este y Oeste del Imperio Romano. Ésta era la lengua de los hombres instruidos de aquel tiempo. Los Evangelistas escribieron en este idioma los libros del N.T., haciéndolos legibles y comprensibles para todos los ciudadanos instruidos.

Para escribir se usaban sólo las letras mayúsculas del alfabeto griego, sin signos de puntuación, y hasta no se separaban las palabras. Las letras minúsculas comenzaron a usarse a partir del siglo IX, como así mismo la separación de las palabras. Los signos de puntuación fueron introducidos después de la invención de la imprenta, en el siglo XV. La actual separación en capítulos fue introducida en occidente por el cardenal Hugo en el siglo XIII, y la división en versículos por el tipógrafo francés Roberto Stefano en el siglo XVI.

Por los esfuerzos de sabios obispos y presbíteros, la Iglesia velaba siempre por la pureza de los textos sagrados, y los defendía de toda deformación. Los defectos — muy posibles cuando los libros se copiaban a mano, eran muy frecuentes antes de la invención de la imprenta. Existen datos que muestran que varios hombres sabios del cristianismo antiguo se esforzaron mucho en la corrección de textos, de copias defectuosas, como Orígenes; Isiquio, obispo de Egipto y Luciano, presbítero de Antioquía. (Ellos vivían en el II y III siglo d.C.). Con la invención de la imprenta se vigiló que los libros sagrados del N.T. sólo se impriman a partir de las mejores copias antiguas. Durante el primer cuarto del siglo XVI aparecieron casi simultáneamente dos ediciones impresas del texto griego del N.T.: la Poliglota Complutanse, publicado en España, y la edición del Erasmo de Rotterdam en Basel. Del siglo XIX se debe mencionar, como un caso ejemplar, el trabajo de Tischendorf — cuya edición es el resultado de comparación de más de 900 copias manuales de N.T.

Como todos estos trabajos, críticos y responsables, así también el esfuerzo incansable de la Iglesia, en la cual mora y dirige el Espíritu Santo, nos convencen que actualmente poseemos un texto griego puro y sin daño de los libros sagrados del N.T.

Traducciones Eslavas y Rusas: En la segunda mitad del siglo IX los libros sagrados de N.T. fueron traducidos al idioma eslavo por los santos hermanos, iguales a los Apóstoles, Cirilo y Metodio. Este idioma era general y comprensible para todas las tribus eslavas. Se trataba de un dialecto búlgaro-macedonio, que se usaba en la región de Tesalónica, patria de los Santos Hermanos. La copia más antigua de esta traducción se conservó en Rusia, bajo el nombre de "Evangelio de Ostromirov." Su nombre se debe a que la copia fue hecha para Ostromirov, gobernador de Novgorod, por el diácono Gregorio en el 1056-57.

Con el paso del tiempo, el texto eslavo primario sufrió una leve rusificación. La traducción contemporánea al ruso fue hacha en la primera mitad del siglo XIX.

 

Tiempo cuando fueron escritos los Evangelios.

El tiempo durante el cual fue escrito cada uno de los libros sagrados del N.T. no puede definirse con total exactitud, aunque es indudable que todos ellos fueron escritos en la segunda mitad del primer siglo. Esto es así ya que muchos escritores del siglo II, como San Justino Filósofo Mártir, en su apología escrita cerca del año 150 d.C., el escritor pagano Celso (2da mitad del siglo II), y particularmente el Obispo-mártir Ignacio Teóforo en sus epístolas del año 107 — todos ellos se refieren a los libros sagrados y los citan exactamente.

Como primeros libros del N.T. fueron escritas las Epístolas de los Apóstoles, necesarias éstas para afirmar la fe en las nuevas congregaciones cristianas. Pero pronto se vio la necesidad de relatar sistemáticamente la vida en la tierra y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. La "crítica negativa" trata de socavar la fe en la autenticidad histórica de nuestros Evangelios y otros libros sagrados, diciendo que estos aparecieron mucho más tarde (Bauer y su escuela). Los descubrimientos recientes en la literatura patrística (Santos Padres de la Iglesia) atestiguan con toda seriedad que todos ellos fueron escritos en el primer siglo.

Toda una serie de datos nos permite concluir que el Evangelio de Mateo fue escrito primero, y no más tarde que 50 ó 60 años d.C. Los Evangelios de Marcos y Lucas se escribieron algo más tarde, pero antes de la destrucción de Jerusalén, en el año 70 d.C. En cambio, San Juan Teólogo escribió el suyo mucho más tarde, al final del primer siglo, siendo él ya anciano — tenía unos 90 años. Tiempo antes también escribió el Apocalipsis. El libro de "Hechos de los Apóstoles" fue escrito por San Lucas, después de su Evangelio y como se ve en el prefacio — sirve como su prolongación.

El Significado de los Cuatro Evangelios.

Los cuatro Evangelios, en forma coincidente, narran la vida y las enseñanzas de Cristo Redentor, de Sus milagros, Sus sufrimientos en la Cruz, Su muerte y Sepultura, Su gloriosa Resurrección y Ascensión al Cielo. Recíprocamente, completando y aclarando uno a otro, ellos constituyen un sólo libro completo. Sin contradicciones ni discusiones en lo más importante y básico.

El símbolo habitual que representa a los cuatro evangelios es el misterioso carro que vio el profeta Ezequiel, cerca del río Quebar (Ez. 1:1-28). Este carro contenía a cuatro seres que se semejaban al hombre, león, buey y águila, y eran alados. Estos seres, tomados por separado, se transformaron en emblemas de los Evangelistas. El arte cristiano representa desde el siglo V a Mateo con el hombre o ángel, a Marcos con el león, a Lucas con el buey y a Juan con el águila.

Además de nuestros cuatro Evangelios, en los primeros siglos se conocieron hasta 50 otros escritos, que se denominaban también "Evangelios" y sugerían un origen apostólico. La Iglesia los puso en la lista de "apócrifos," o sea, libros no verificados y rechazados. Estos libros contenían muchas deformaciones de los hechos y relatos dudosos. A ellos pertenecen el "Primer evangelio de Jacobo"; la historia de José, el carpintero; el evangelio de Tomás; el evangelio de Nicodemo y otros. En ellos, entre otras cosas, están relatadas la leyendas relativas a la infancia del Señor Jesucristo.

Interrelación entre los Evangelios.

El contenido de los tres primeros — Mateo, Marcos y Lucas, muchas veces coinciden. Están cerca uno del otro, tanto por el material relatado como por la forma del relato mismo. El cuarto Evangelio — el de Juan, está como aislado. Difiere notablemente de los tres primeros, tanto por el material como por su estilo y la forma de relatar.

En relación a esto, los tres primeros Evangelios son llamados "Sinópticos." De la palabra griega sinopsis, que significa "exposición en una misma forma general." Pero a pesar de estar muy cercanos entre sí, por su plano y contenido, cada uno de los tres presenta características particulares. Los Evangelios sinópticos relatan, casi exclusivamente, las actividades del Señor Jesucristo en Galilea; San Juan, en cambio, habla de Su trabajo en Judea. Los sinópticos cuentan, principalmente, sobre los milagros, parábolas y hechos externos de la vida del Señor. El Apóstol Juan se dedica a discursos sobre el sentido profundo de Su vida, y reproduce las palabras del Señor sobre elevados temas de la fe.

Con todas las diferencias existentes entre los Evangelios, no hay en ellos contradicciones internas. Cuando se los lee con atención, es fácil de apreciar las coincidencias entre los Sinópticos y el de San Juan. Así mismo, él menciona poco sobre la actividad temprana del Señor en Galilea, pero, sin duda conoce Sus largas estadías allí; los Sinópticos no dicen nada sobre la actividad temprana del Señor en Judea y en el mismo Jerusalén, pero los indicios sobre ello se encuentran a menudo en sus textos. Así, según ellos, el Señor tenía amigos, discípulos y seguidores en Jerusalén, como el dueño de la casa, donde se realizó la última cena, y José de Arimatea. Son especialmente importantes las palabras del Señor, citados por los Sinópticos "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos debajo de las alas, y no quisiste!" (Mt. 23:37; Lc. 13:34) Ésta es la expresión que claramente indica la frecuente estadía del Señor en Jerusalén.

La diferencia fundamental entre los Sinópticos y San Juan reside en las anotaciones de las palabras del Señor. En los Sinópticos, los conceptos anotados son muy simples y fácil de entender; San Juan trasmite los conceptos profundos, misteriosos, a menudo difíciles, no a la muchedumbre, sino a un auditorio más restringido. Esto es real. Los Sinópticos mencionan las prédicas, dirigidas a los galileos, hombres simples. San Juan trasmite las palabras dirigidas a judíos, fariseos y letrados, personas profundamente conocedoras de la ley de Moisés, que se ubican alto en los peldaños del conocimiento de la época. Además de esto, San Juan, como veremos más adelante, tiene la meta particular de revelar la enseñanza sobre Jesucristo, como Hijo de Dios, más plena y profundamente. Este tema, indudablemente, es más difícil para el entendimiento que las claras y accesibles palabras de los Sinópticos. Pero, hasta en este terreno no hay gran diferencia entre San Juan y ellos. Si estos muestran la parte más humana de Cristo, y San Juan, por lo general la "Divina," esto no significa que en los primeros esté ausente la parte Divina, o en él, la parte humana. El Hijo del hombre, en los Sinópticos, es también el Hijo de Dios, a quien es dado todo el poder en el cielo y en la tierra. De la misma manera, el Hijo de Dios, según San Juan, es también un verdadero Hombre, que acepta la invitación a un banquete nupcial, conversa como un amigo con Marta y María, y llora ante la tumba de Su amigo Lázaro.

De esta manera, los Sinópticos y San Juan se complementan mutuamente, y sólo en su totalidad dan la entera imagen de Cristo como lo siente y predica la Iglesia.

 

Carácter de cada Evangelio.

La enseñanza ortodoxa sobre la Teoinspiración de los libros de las Sagradas Escrituras siempre mantiene el punto de vista que el Espíritu Santo, al inspirar a los escritores sagrados, les otorgaba el pensamiento y la palabra, pero no inhibía su carácter y su mente. La presencia activa del Espíritu Santo no oprimía al espíritu humano y sí lo purificaba y elevaba sobre sus propios límites. Por eso, constituyendo la unidad, la expresión de la Verdad Divina, los Evangelios difieren entre sí, bajo la influencia de las cualidades personales del carácter de cada Evangelista. Se diferencian por la construcción idiomática, estilo y algunas expresiones particulares. Son diferentes también por las condiciones y situaciones en que se escribían y por la finalidad que se proponía cada uno de los Cuatro Evangelistas.

Por todo eso, para percibir y entender siempre a los Evangelios, nos es menester conocer más de cerca la personalidad, el carácter y la vida de cada Evangelista, junto con las condiciones en que cada uno de los Evangelios fue escrito.

 

Evangelio según San Mateo.

El Evangelista Mateo, que llevaba también el nombre de Leví, era uno de los doce Apóstoles de Cristo. Hasta su llamado al apostolado, él era publicano — o recolector de impuestos, y sus conciudadanos no lo querían. Los hebreos despreciaban y odiaban a los publicanos porque estos servían al invasor, maltrataban a su pueblo con la exigencia de los impuestos y, generalmente, se enriquecían más de lo debido.

Enternecido hasta el fondo del alma por la benevolencia del Señor — quien no lo evitó, a pesar del desprecio que le tenían los hebreos, y principalmente los líderes del pueblo israelí, los letrados y los fariseos, Mateo, con todo su corazón aceptó la enseñanza. Él, con excepcional profundidad, entendió Su superioridad sobre las costumbres y opiniones de los fariseos. Estos llevaban el sello de la virtud exterior, de la autoestima y del desprecio a los pecadores. Ésta es la razón de presentar detalladamente la alocución condenatoria del Señor contra los letrados y los fariseos — hipócritas, que encontramos en el capítulo 23 de su Evangelio. Se puede pensar que por la misma razón San Mateo puso todo su corazón en la obra de salvación de su natural pueblo hebreo, tan embebido hacia aquel tiempo, con nociones falsas y puntos de vista fariseos. Su Evangelio está escrito eminentemente para el pueblo hebreo. Hay bases para suponer que este Evangelio fue inicialmente escrito en hebreo y sólo más adelante, posiblemente, traducido al griego por el mismo autor.

Escribiendo su Evangelio para los hebreos, San Mateo se puso la meta principal de demostrar que Jesucristo era justamente el Mesías del cual hablan los profetas del A.T., que la revelación del mismo era oscurecida por los fariseos y que sólo se aclaraba con el cristianismo, obteniendo su perfecto sentido. Por eso, comienza su Evangelio con la genealogía de Jesucristo, queriendo mostrar a los hebreos su procedencia de David y Abraham. Él también usa una gran cantidad de citas del A.T. para demostrar el cumplimiento de las profecías. El hecho de que el primer Evangelio está escrito para los hebreos se ve en que San Mateo, mencionando algunas costumbres, no considera necesario de explicar su sentido y significado, como lo hacen los otros Evangelistas. Asimismo, él deja sin traducir algunas palabras arameas, usadas en Palestina.

San Mateo predicó largo tiempo en Palestina, luego fue a predicar a otros países, y finalizó su vida como mártir en Etiopía.

 

Evangelio según San Marcos.

El evangelista Marcos llevaba también el nombre de Juan. Su origen era judío, pero no pertenecía a los doce Apóstoles. Por eso, él no pudo ser tan asiduo acompañante y oyente del Señor, como lo fue San Mateo. Él escribió su Evangelio siguiendo los relatos bajo la dirección del Apóstol Pedro. Él mismo fue testigo sólo de los últimos días de la vida terrenal del Señor. Solamente en su Evangelio se cuenta de un adolescente, que cuando Jesucristo fue arrestado en Getsemaní, lo seguía envuelto sólo en un manto. Los soldados lo agarraron, pero él, dejando el manto en sus manos, logró huir desnudo (Mc. 14:51-52). En este adolescente, la antigua tradición ve al autor del segundo Evangelio. Su madre María está mencionada en el libro de los Hechos, como una de las mujeres más fieles a la fe de Cristo; en su casa en Jerusalén, los creyentes se reunían para la oración. San Marcos luego participó en el primer viaje del Apóstol Pablo, junto con otro acompañante — Barnabas, su tío por parte de madre. Él se encontró con el Apóstol Pablo, en Roma, de donde fue escrita la epístola a los Colosenses.

Luego, como se sabe, San Marcos se hizo acompañante y ayudante del Apóstol Pedro, lo que se confirma por las palabras del mismo en su primera epístola conciliar, donde él escribe: "La Iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos, mi hijo, os saludan" (1 Pe. 5:13). En esto, el nombre de Babilonia se refiere a Roma. Antes de su muerte, el Apóstol Pablo llamó a San Marcos de vuelta a su lado, escribiendo a Timoteo: "Toma contigo a Marcos, ya que lo necesito para los servicios" Según la tradición, San Pedro nombró a San Marcos como primer Obispo de la iglesia de Alejandría, y San Marcos terminó su vida como mártir en Alejandría.

Según el testimonio de San Papío, obispo de Serápolis (Hieropolis), también de San Justino Filósofo y San Ireneo de Lyón, San Marcos escribió su Evangelio siguiendo las palabras de San Pedro Apóstol. San Justino la llamó directamente "las anotaciones de memorias de Pedro." Clemente de Alejandría hizo ver que el Evangelio según San Marcos constituye, en realidad, las anotaciones de la prédica oral del Apóstol Pedro, hecha por San Marcos a pedido de los cristianos que vivían en Roma. El contenido de este Evangelio atestigua que es dirigido a los gentiles o paganos que se convirtieron al cristianismo. En él se habla muy poco de la relación de las enseñanzas de Jesucristo en el A.T. y no hay citas de los libros Sagrados del A.T. Al mismo tiempo encontramos en él palabras latinas como "sepultador" y otras. Hasta, está omitido el Sermón del Monte, donde se explica la Superioridad de la ley del N.T. sobre la del A.T.

En cambio, San Marcos dirige su atención al relato de los milagros de Cristo, subrayando con eso la Grandeza Real y la Omnipotencia del Señor. En su Evangelio, Jesús no es "hijo de David," como en de San Mateo, sino Hijo de Dios, Señor, Soberano y Rey del Universo.

 

Evangelio según San Lucas.

El historiador antiguo Eusebio de Caesarea, dijo que San Lucas era originario de Antioquía y por eso se considera que San Lucas era de origen pagano (gentil), o como se decía entonces "Prosélito" — un pagano que pasó al judaísmo. Él era médico, lo que se ve en la epístola de San Pablo a los Colosenses. La tradición de la Iglesia añade que además era pintor . De hecho, en su Evangelio se encuentran anunciadas con todo detalle las indicaciones del Señor a los 70 discípulos, con lo que se puede deducir que él pertenecía a estos. La extraordinaria vivacidad del relato de la aparición del Señor a los dos discípulos camino al Emaús, donde él da el nombre de sólo uno de ellos, Cleofás, atestigua que él mismo era uno de los dos que fueron dignos de la aparición del Señor después de Su Resurrección (Lc. 24:13-33). La antigua tradición así mismo lo corrobora.

Del libro de los "Hechos" se sabe que comenzando con el segundo viaje del Ap. Pablo, Lucas es su acompañante y colaborador inseparable. El estuvo con San Pablo en el tiempo de su primer emprisionamiento, cuando fueron escritas las epístolas a los colosenses y los filipenses. Asimismo Lucas estuvo con él en su segunda prisión, cuando fue escrita la 2da epístola a Timoteo y que terminó con su martirio y muerte. Hay datos que después de la muerte de Ap. Pablo, San Lucas predicaba y murio como mártir en Ajaia (Achaia) — Grecia. Sus santas reliquias junto con las de San Andrés fueron trasladadas a Constantinopla, durante el reinado del emperador Constancio (mitad del siglo IV).

Como se ve en el prefacio del 3er Evangelio, San Lucas lo escribió a pedido de un noble, el "honorable Teófilo" que vivía en Antioquía. Para este mismo, San Lucas escribió luego el libro "Hechos de los Apóstoles" que servía de continuación al relato Evangélico (Lc. 1:3; Hch. 1:1-2). Para su cometido él usó no sólo los datos proporcionados por los testigos oculares del actuar del Señor, sino también, algunas notas escritas ya existentes sobre la vida y las enseñanzas del Señor. Según sus propias palabras, estas notas fueron investigadas cuidadosamente por él. Por eso su Evangelio se distingue por una gran exactitud en las definiciones del tiempo y lugar de los hechos y asimismo presenta una rigurosa sucesión cronológica.

El soberano Teófilo, para el cual fue escrito el 3er Evangelio, no era habitante de Judea y nunca estuvo en Jerusalén; sino San Lucas no necesitaría hacer las aclaraciones geográficas como que el monte de los Olivos se encuentra cerca de Jerusalén, distante de un día de marcha, etc. Por otro lado Teófilo conocía a Siracusa, Phrygia, Puteoli en Italia, la plaza Apia y las tres posadas en Roma, que San Lucas menciona en el libro de "Hechos" sin aclaraciones. Según Clemente de Alejandría (comienzo del siglo III), Teófilo era un noble y rico habitante de Antioquía (Siria), profesaba la religión de Cristo y su casa servía de templo para los cristianos de Antioquía.

Sobre el Evangelio de San Lucas, se nota claramente la influencia del Ap. Pablo, cuyo acompañante y colaborador era San Lucas. Como Apóstol de los paganos, San Pablo se esforzaba sobre todo, de revelar la Gran Verdad, que Jesucristo, el Mesías, vino a la tierra no sólo para los judíos, sino también para los gentiles y que Él es el Salvador de todo el mundo y todos los hombres.

En relación a este pensamiento básico, que claramente se continua a través de todo el 3er Evangelio, la genealogía de Jesucristo es llevada hasta el ancestro de toda la humanidad — Adán, y hasta el Dios mismo — por subrayar aún más Su importancia para todo el género humano (Lc.3:23-38). Aquellos hechos como el envío del profeta Elías a la viuda de Sarepta en Sidón; la curación de la lepra de Naamán el Sirio por el profeta Eliseo (Lc. 4:26-27); la parábola del hijo pródigo y del publicano y fariseo, se encuentran en estrecha relación íntima con el desarrollo de la prédica de San Pablo sobre la salvación no sólo de los hebreos, sino también de los paganos, y de la justificación del hombre delante de Dios no por el cumplimiento de las leyes, sino por la gracia Divina, que es otorgada únicamente por la infinita misericordia de Dios y Su amor a la humanidad. Nadie logró representar tan vivamente el amor Divino a los pecadores arrepentidos como lo hizo San Lucas. Él menciona toda una serie de parábolas y hechos reales sobre ese tema. Es suficiente recordar, además de las ya mencionadas, la parábola sobre la oveja perdida, la moneda perdida, el buen samaritano, el relato sobre el arrepentimiento del jefe de los publicanos, Zaqueo y otros, asimismo las palabras del Señor, "Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento" (Lc. 15:7)

La época y el lugar de la redacción del Evangelio de San Lucas se puede suponer que fue escrito antes de los "Hechos de los Apóstoles" (Hch. 1:1), el cual termina con la descripción de la estadía de dos años del Ap. Pablo en Roma (Hch. 28:30). Esto era cerca del año 63 d. C. Por consiguiente, el Evangelio de San Lucas fue escrito antes y se supone en Roma.

 

Evangelio de San Juan.

El Evangelista San Juan, el Teólogo, era el discípulo predilecto de Cristo. Él era el hijo de un pescador de Galilea, Zebedeo y Solomea. Zebedeo era aparentemente rico, ya que tenía unos ayudantes asalariados. Él era además, un prominente miembro de la sociedad judaica, ya que su hijo Juan conocía al Sumo sacerdote. Su madre, Solomea (Solomé), se la menciona entre las mujeres que servían al Señor en su peculio. Ella acompañó al Señor en Galilea, lo siguió a Jerusalén para la última Pascua y participó en la compra de óleos, junto con otras mujeres miróforas, para untar el cuerpo de Él. La tradición la considera hija de José, el desposado.

San Juan fue el primero discípulo de Juan el Bautista. Cuando escuchó su testimonio acerca de Cristo como "Cordero de Dios, que tomó sobre Sí los pecados del mundo," inmediatamente, junto con Andrés, siguió a Cristo (Jn. 1:37-40). Se convierte en discípulo constante del Señor, algo más tarde, después de la pesca milagrosa en el lago de Genissaret (mar Galileo), cuando el Señor mismo, lo llamó con su hermano Jacobo. Junto con Pedro y Jacobo, él fue honrado por una particular cercanía al Señor. Juan estaba con Él en los momentos más transcendentes de Su vida terrenal. Así, él estaba presente durante la resurrección de la hija de Jairo, vio la Transfiguración del Señor sobre el monte Tabor, escuchó la alocución sobre los signos de Su segunda venida y fue testigo de Su oración en Getsemaní. En la Última Cena, él estuvo tan cerca del Señor que se reclinó sobre el pecho de Jesús (Jn. 13:23-25), de donde tomó su origen el apodo de "predilecto," que luego pasó a ser un sinónimo de alguien muy cercano y amigo. Por su modestia, él no se nombra, pero cuando se refiere a sí mismo, en su Evangelio, usa el término de "discípulo que Jesús amó." Este amor del Señor se mostró plenamente cuando, ya de la cruz, el Señor le encomendó a Su Purísima Madre, diciendo "He aquí tu madre" (Jn. 19:27).

San Juan amaba fervientemente al Señor y estaba lleno de indignación contra Sus enemigos, o los que no Lo aceptaban. Por eso él prohibió a un hombre, que no seguía a Cristo, de echar a los demonios con el nombre de Cristo (Lc. 9:49). Él pidió el permiso al Señor para hacer bajar el fuego sobre una aldea de Samaria, que no aceptó el Señor, cuando iba a Jerusalén a través de Samaria (Lc. 9:54), por lo cual, él y su hermano Jacobo, recibieron del Señor el apodo de "boanerges" o sea "hijos del trueno." Sintiendo el cariño de Cristo, pero todavía no iluminado con la gracia del Espíritu Santo, él se decide a pedir al Señor para sí mismo y su hermano un lugar privilegiado en Su futuro Reino. En respuesta recibe la profecía sobre el cáliz de sufrimiento que les espera (Mt. 20:20).

Después de la Ascensión del Señor, él permaneció en Jerusalén. Se podía ver a menudo a San Juan acompañando al Apóstol Pedro. Él junto con Pedro y Santiago fueron considerados como pilares de la Iglesia (Gal. 2:9). Desde la destrucción de Jerusalén, el lugar de vida y actividad de San Juan fue la ciudad de Efeso en Asia Menor. Durante el reinado del emperador Domiciano, él fue exilado a la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis (Ap. 1:9-19). De vuelta del exilio a Efeso, escribió allí su Evangelio y murió por causa natural — el único de los Apóstoles. Según la tradición, llegó a una misteriosa y profunda ancianidad de 105 años, muriendo durante el reinado del emperador Trajano.

Como dice la tradición, Juan escribió su Evangelio a pedido de los cristianos de Efeso. Ellos le trajeron los tres anteriores y pidieron de completar con lo que escuchó personalmente del Señor. San Juan corroboró la veracidad de lo que estaba escrito en los tres Evangelios, pero encontró que había mucho que podía ser añadido a su relato, en particular la exposición más amplia y clara de la enseñanza sobre la Divinidad del Señor Jesucristo. Esto era necesario para que con el transcurso del tiempo no se pensara en Él sólo como Hijo del hombre. El tema era más imprescindible aún, ya que comenzaron a aparecer las herejías, que negaban la Divinidad de Cristo — evonitas, herejía Corinfo y agnósticos. Sobre estos temas habla San Ireneo de Lyón (mitad del siglo III).

De todo lo auténtico se torna claro que la meta del 4to Evangelio era el deseo de completar los relatos de los tres Evangelistas. El carácter que diferencia al 4to Evangelio de los precedentes tres, es el nombre que se le ha dado: "el Evangelio espiritual."

El Evangelio de San Juan comienza con la exposición de la enseñanza de Su Divinidad y luego contiene una serie de expresiones y palabras del Señor, de alto significado espiritual. En éstas se revela Su dignidad Divina y profundos misterios de la fe. Así, su conversación con Nicodemo sobre el nacimiento superior con agua y espíritu y sobre el sacramento de la salvación; la conversación con la samaritana sobre el agua de la vida y sobre la adoración a Dios con el espíritu; el sermón sobre el pan que bajó del cielo y el sacramento de la comunión, asimismo sobre el buen Pastor y, particularmente, extraordinario por su contenido, el sermón de la Última Cena, como la despedida del Señor de sus discípulos, que concluye con la hermosa "oración del Sumo Sacerdote." Encontramos aquí toda una serie de testimonios personales del Señor sobre Sí mismo, como Hijo de Dios. Por su enseñanza sobre Dios-Logos (Verbo) y la revelación de altas y profundas Verdades y misterios de nuestra fe, San Juan obtuvo la honorable denominación de "Teólogo."

[The primary purpose of John in writing the Gospel is stated in chapter 20:31: "These are written that you may believe that Jesus is the Christ, the Son of God; and that believing, you may have life in His name." This statement is partly in answer to the teachings of the Gnostics, a heretical group of John’s time who posed as Christians, but who included in their teachings some elements of Greek philosophy, some of the teachings of the Jewish philosopher Philo, and elements of those pagan religions known as the mystery cults, as well as some teachings based on the Old Testament. The Gnostics held generally that the God of the universe was so high and holy that it was impossible for Him to create a material world or to have any dealings with persons possessed of material bodies, that there were innumerable intermediary beings or aeons (some superior spiritual beings, similar to angels), one of whom created the world; and another called the Logos or Word of God, was the only channel through whom God could reveal Himself to the world. Some of them said Jesus was the Logos and therefore of an order of life somewhere between God and man. Obviously such teaching would do great harm to true Christianity. John answered these and other wild claims of that sect by affirming: that the Word (Logos) who reveals God is as eternal as God, that He has fellowship with God, that indeed He is of the same essence as God. John affirmed also that He was made flesh (that is took the nature of mankind including a material body) and lived on the earth as Jesus the only begotten Son of God; that life was in Him; and that He was the light which overcame the darkness (just as He overcame death in His resurrection) and that salvation is to be had in consequence of faith in Him rather than by acquiring a system of hidden knowledge. In setting out the purpose of his work, John declared: "These things are written that people might have faith in Him as the anointed Savior and the true Son of God and that in consequence of this faith they might have life through His name."]

Virgen, de corazón puro, con toda su alma entregada al Señor y amado por Él, por eso, de un amor especial, San Juan penetró profundamente en el alto misterio del amor cristiano. Nadie, como él, revelo tan plenamente y con tanta profundidad y convicción en su Evangelio y sus tres epístolas del dogma cristiano sobre los dos principales mandamientos de la ley Divina — del amor a Dios y el amor al prójimo. Por eso lo llaman también el "Apóstol del amor."

Una característica importante de su Evangelio es, que mientras los tres primeros Evangelios relatan principalmente la prédica de Jesucristo en Galilea, San Juan presenta los acontecimientos y sermones, que tuvieron su lugar en Judea. Gracias a esto podemos calcular cuánto duró el servicio social del Señor y al mismo tiempo, la extensión de Su vida terrenal. Predicando en mayor parte en Galilea, el Señor iba a Jerusalén para todas las festividades más importantes. De estos viajes a Jerusalén para la fiesta de Pascua fueron tres, y antes de la cuarta Pascua Él sufrió la muerte en la Cruz. De éste sale que la prédica del Señor duró cerca de 3 años y medio, y que Él vivió sobre la tierra sólo 33 años y medio — ya que salió a predicar a los 30 años de edad como lo atestigua San Lucas (3:23).

 

Selección de las Enseñanzas del Redentor.

El amor a Dios y a los hombres: Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y toda tu mente y con todas tus fuerzas... Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc. 12:28-31); Misericordia quiero, y no sacrificio (Mt. 9:13); Si me amáis, guardad Mis mandamientos...El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que Me ama; y el que Me ama, será amado por Mi Padre... y vendremos a él, y haremos morada con él (Jn. 14:15:23); En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Jn. 13:35); Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos (Jn. 15:13; 13:34-35; Mt. 5:42-48).

La alegría en Dios: Bienaventurados... Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los Cielos... (Mt. 5:12); Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar... porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga (Mt. 11:28-30); y Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano (Jn. 10:28); ... y nadie os quitará vuestro gozo (Jn. 16:22).

El ayuno: Pero este género no sale sino con oración y ayuno (Mt. 17:21, 6:16-18; Mc. 2:19-22, 9:29).

Hacer el bien: Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos,... (Mt. 7:12); Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen al vuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:16); Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuando es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa (Mt. 10:42, 25:31-46; Lc. 19:11-27; parábola sobre el misericordioso samaritano (Lc.10:25-37); parábola sobre la higuera estéril, Lc. 13:6-9).

El desarrollo de buenas cualidades: Nuestro Señor Jesucristo enseñaba constantemente; así vemos por ejemplo: El Sermón del Monte (Mt. caps. 5-7), y las Bienaventuranzas, en las cuales está trazando el camino de perfección (Mt. 5:3-12). En la parábola sobre el sembrador (Mt. 13:3-23) y de los talentos (Mt. 25:14-30), se habla de la necesidad de desarrollar en sí las aptitudes naturales que Dios nos dio. El conjunto de dones buenos y aptitudes (talentos) desarrollados, constituyen la verdadera riqueza del hombre. Por eso fue dicho que "El Reino de Dios está entre vosotros" (Lc. 17:21).

La Comunión, su necesidad: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero (Jn. 6:27-58; Lc. 22:15-20).

La cruz, como se la debe llevar; el camino angosto: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mt. 7:13-14); ...el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan (Mt. 11:12); y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de Mí (Mt. 10:38; Lc. 13:22-30, 14:25-27; Mc. 8:34-38; Jn. 12:25-26).

Esperanza en Dios: ¿No se venden 5 pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aún los cabellos de vuestras cabezas están todos contados. No temáis, pues, más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Lc. 12:6-7); No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí (Jn. 14;1); Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios (Lc. 18:27); Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido (Lc. 19:10).

La Fe: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn. 3:16). Si puedes creer, al que cree todo le es posible (Mc. 9:23). Bienaventurados los que no vieron, y creyeron (Jn. 20:29; Mt. 16:17; Lc. 17:5-10; Mc.16:16).

Generosidad y preocupaciones terrenales: ...Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque los días de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio (Mt. 6: 19-34); Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?... (Mt. 16:26); ¡Cuán difícil les es entrar en el Reino de Dios, a los que confían en las riquezas! (Mc. 10:24, 10:17-27; Lc. 10:41-42, la parábola sobre el rico insensato, Lc. 12:13-21).

Gracia del Espíritu Santo: Nacido del Espíritu, espíritu es (Jn. 3:6); Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna (Jn. 4:13-14); Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará al Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc. 11:13); Consolador, Espíritu de la Verdad... Él os enseñará toda la Verdad (Jn. 16:13; 7:37-39; 14:15-21; 16:13); parábola sobre la semilla que crece en forma invisible (Mc. 4:26-29); parábola sobre la semilla de la mostaza (Mt. 13:31-32); parábola sobre las 10 vírgenes (Mt. 25:1-13).

Gratitud a Dios: "¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?... Levántate, vete; tu fe te ha salvado. (Relato sobre los 10 leprosos, Lc. 17:11-19).

La humildad y modestia: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt. 5:3); Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido (Lc. 14:11); ...aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt. 11:29); ...el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor (Mt. 20:26, 20:1-16; Lc. 10:21, 18:9-14; Mc. 10:42-45; Jn. 13:4-17; la parábola sobre los trabajadores que recibieron un salario igual, Mc. 20:1-16).

La justicia, y la tendencia hacia ella: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mt. 5:6); Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre... (Mt. 13:43); Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt. 5:48).

No juzgar: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados... (Mt. 7:1-2).

La lengua, hay que cuidarla: ...¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serán justificado, y por tus palabras serás condenado (Mt. 12:34-37, 15:19).

Limosna: ...Venid, benditos de Mi Padre, heredad el Reino... porque tuve hambre, y Me disteis de comer; tuve sed, y Me disteis de beber; fui forastero, y Me recogisteis; estuve desnudo, y Me cubristeis; enfermo, y Me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí (Mt. 25:34-36; Lc. 14: 12-15, 21:1-4).

Oración: Pedid, y se os dará, buscad, y hallareis; llamad, y se os abrirá (Mt. 7:7-11); Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis (Mt. 21:22); Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y verdad es necesario que adoren (Jn. 4:24, 16:23-27; Mc. 14:38, 11:23; Mt. 6:5-15, 18:19-20; Lc. 11;9-10; la parábola sobre el juez, injusto 18:1-8).

La paciencia: Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas(Lc. 21:19); ...mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo (Mt. 10:22); ...y dan fruto de perseverancia (Lc. 8:15); ...acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado (Lc. 16:19-31, la parábola del rico y Lázaro).

Paz con los prójimos y perdón de las ofensas: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial (Mt. 6:14); Perdona aún setenta veces siete (Mt. 18:22, 5:23-26; Lc. 23:34; la parábola sobre el malvado deudor (Mt. 18:23-35).

Penitencia: Arrepentíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado (Mt. 3:2); ...porque no he venido a llamar a los justos, sino a pecadores, al arrepentimiento (Mt. 9:13); ...todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado... si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Jn. 8:34-36); No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (como los que quedaron aplastados por la torre en Jerusalén.) (Lc. 13:3, 7:47, 13:1-5; Mt. 4:17, 18:11-14; Jn. 5:14; la parábola de la oveja perdida (Lc. 15:1-7), la parábola del hijo prodigo (Lc. 15:11-32); la parábola del publicano y fariseo, Lc. 18:9-14).

La pureza y la fidelidad matrimonial: (Mt. 5:27-32, 19:3-12).

La pureza del corazón: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mt. 5:8); Porque del corazón salen los malos pensamientos... Estas cosas son las que contaminan al hombre... (Mt. 15:19-20); ...éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la Palabra oída (de Dios), y dan fruto con perseverancia (Lc. 8:15); ...que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él (Mc. 10:15); Ya vosotros estáis limpios por la Palabra que os he hablado (Jn. 15:3); (Mc. 7:15-23).

La racionabilidad: Mirad que nadie os engañe (Mt. 24:4, Lc. 14:28-33; la parábola del administrador infiel, Lc. 16:1-13).

Las seducciones y la lucha contra ellas: Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado (Mc. 9:42-49); Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (Mt. 18:7; Lc. 17:1-2).

La unidad y la tendencia hacia ella: ...Habrá un rebaño y un Pastor (Jn. 10:16); para que todos sean uno, como Tu, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en Nosotros; para que el mundo crea que Tú Me enviaste. (Jn. 17: 21); ...dónde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos. (Mt. 18:20).

Amor a la Verdad: ...Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la Verdad. Todo aquel que es de la Verdad, oye Mi voz (Jn. 18:37; la parábola sobre el tesoro, Mt. 13:44-46).

Estar en vigilia: Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo (Mc. 13:33-37; Lc. 11:24-26; 21:34-36; parábola sobre los demonios expulsados, Mt. 8:28-34).

La voluntad de Dios, cómo seguirla: Venga tu Reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Mt. 6:10); No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos (Mt. 7:21).

 

Conclusión.

El Señor Jesucristo vino a establecer el Reino de Dios entre los hombres — la vida virtuosa. Él nos enseñó continuamente a preocuparse por eso y pedir: "Venga Tu Reino, Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mc. 6:10). Pero Él no quiso plantear este Reino por medios artificiales y coercitivos. Por eso, Él evitaba toda inherencia en la vida política del país y llamaba a los hombres a corregir sus corazones hacia el renacimiento espiritual. Esto, a su vez, debía mejorar todas las facetas de la vida de la sociedad.

Cuando leemos la historia de la difusión del cristianismo, vemos que a medida que asimilaban los hombres la enseñanza del Salvador, en la sociedad humana se producían modificaciones favorables, tanto sociales, como económicas. En realidad el cristianismo colaboró en la abolición de la esclavitud, elevó la posición de la mujer, fortaleció a la familia, creó las organizaciones filantrópicas y dio a la humanidad altos principios morales y humanitarios. Todo lo contrario vemos en los países donde imperan ideas contrarias al cristianismo, como fascismo o "materialismo científico." Allí, en lugar del promedio "paraíso terrenal" aparece algo semejante al infierno, donde en lugar de la adoración a Dios, se practica el culto al "líder."

Sólo Dios conoce todas las fallas y debilidades de la naturaleza humana, dañada por el pecado. Sólo Dios puede ayudar al hombre a vencer sus inclinaciones negativas y resolver los problemas tanto personales, como familiares y sociales. Por eso hay que buscar un guía hacia donde dirigirse y qué hacer, en las enseñanzas de Cristo. El cristianismo pone como base de la vida la fe en Dios y el amor a los hombres. Nos enseña la generosidad, misericordia, modestia y benevolencia. Nos llama a hacer el bien, desarrollar en nosotros todas las aptitudes, que Dios nos otorgó. La enseñanza de Cristo trae paz y alegría a nuestra alma. Nos enseña que el hombre fue creado para la eterna felicidad en el Reino del Cielo, y ayuda a alcanzarlo. Es por eso que al cristiano le es menester leer el Evangelio continuamente, con actitud pensante y oratoria, obteniendo así la Sabiduría Celestial.

 

Las Epístolas Católicas.

 

Introducción.

A medida que se fueron propagando y agrandando las comunidades cristianas en el vasto Imperio Romano, naturalmente surgían inquietudes de carácter religioso/moral y práctico. Los apóstoles, no pudiendo siempre comparecer personalmente en el lugar para resolver dichas inquietudes, enviaban sus epístolas. Es por ello que, así como el Evangelio contiene las bases de la fe cristiana, las epístolas apostólicas abren ciertas fases de la enseñanza de Cristo explicadas más detalladamente y muestran su aplicación en la práctica. Gracias a las epístolas apostólicas tenemos un testimonio vivo de la enseñanza de los apóstoles y de cómo se formaban y vivían las primeras comunidades cristianas. La Iglesia siempre consideró las epístolas como la palabra del Espíritu Santo y el manantial de Verdad (Lc. 12:12; Jn. 16:13, 17:17-19). A pesar de que las condiciones de vida cambian continuamente y con cada año aparecen problemas nuevos, el meollo de esos problemas es el mismo que en los tiempos de los apóstoles y en todos los siglos de la existencia de la humanidad. Por ello, en las epístolas apostólicas el cristiano encontrará una guía para resolver sus propios problemas y un tesoro nunca caduco de la enseñanza cristiana sobre la fe y la vida.

En este folleto presentaremos al lector los autores y las circunstancias en que fueron escritos el libro de los Hechos y las epístolas católicas de los apóstoles. Al final, presentaremos unas indicaciones elegidas de estos Santos Libros.

 

El Libro de los Hechos.

El libro de los Hechos de los santos Apóstoles se considera como una continuación directa del Evangelio. La meta del autor era describir los hechos que ocurrieron enseguida después de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y dar un relato de la primer organización de la Iglesia de Cristo. Sobre todo describe detalladamente la misión evangelizadora de los apóstoles Pedro y Pablo. San Juan Crisóstomo en su conversación sobre el libro de los Hechos explica la gran importancia de este libro para el cristianismo, el que corrobora con hechos de la vida de los apóstoles, la verdadera enseñanza del Evangelio: "El verdadero libro contiene en sí sobre todo los testimonios de la resurrección." Es por ello, que en la iglesia en la noche de Pascua, antes de glorificar la Resurrección de Cristo, se leen varios capítulos del libro de los Hechos. Por esta misma razón todo este libro se lee entero en el período desde Pascua hasta Pentecostés — por secciones en las liturgias diarias.

Por indicación del mismo autor del libro de los Hechos (Hch. 1:1-3) representa su segundo libro escrito para Teófilo, oriundo de Antioquía. De ahí que se deduce que el libro de los Hechos está escrito en calidad de continuación del tercer Evangelio, y el autor es el Apóstol y Evangelista San Lucas, ex-compañero de viaje y colaborador de San Pablo Apóstol. Entre el Evangelio de San Lucas y el libro de los Hechos existe una semejanza de estilo. Las citas al libro de los Hechos las encontramos en escritores antiguos, como por ejemplo, de San Ignacio Teóforo, San Policarpo y San Justino mártir. El hecho de pertenecer el libro de los Hechos a la obra de San Lucas, es encontrado en las informaciones de los escritores del siglo II — San Ireneo de Lyón, Clemente de Alejandría, Tertuliano, Orígenes, así como también en la traducción de la Biblia del antiguo Sirio "Peshito."

El libro de los Hechos narra lo sucedido desde la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo hasta la llegada de San Pablo Apóstol a Roma y abarca un período de 30 años. Los capítulos 1-12 narran sobre la actividad de San Pablo entre los judíos en Palestina; los capítulos 13-28 sobre la misión de San Pablo entre los paganos y la misión evangelizadora fuera de los confines de Palestina. La narración del libro finaliza cuando San Pablo vive dos años en Roma y donde predica la enseñanza de Cristo libremente (Hch. 28:30-31). No se menciona ahí el martirio sufrido por San Pablo durante el reinado de Nerón que sucedió cerca del año 67 d.C. De los relatos de la Iglesia se habla que al apóstol Pablo lo absolvieron en el juicio del César y, nuevamente volvió a Jerusalén; realizando después un cuarto viaje misionero. Se puede concluir que el libro fue acabado alrededor del año 63 ó 64 d.C. en la ciudad de Roma. San Pablo menciona a Lucas, en sus epístolas a los Colosenses y a Filemón, diciendo que se encontraba en Roma con él. De esta manera, el libro de los Hechos nos muestra un panorama del desarrollo de la vida de la Iglesia de Cristo, establecida entre los judíos en Palestina que, según la propia predicción del mismo Señor y a pesar de que existía un gran sector de tenaces judíos no creyentes que la estorbaba; se propagó luego al mundo pagano y paulatinamente a Asia Menor y al sur de Europa.

En el libro de los Hechos vemos que se cumplen las profecías del Salvador con respecto a los milagros que iban a realizar los apóstoles en Su nombre, y con respecto al triunfo de la fe de Cristo en todo el mundo. Vemos que, a pesar de la debilidad humana, los apóstoles, sin poseer recursos materiales ni dones para propagar la enseñanza del Evangelio, lo pudieron efectuar luego del gran cambio producido en ellos con la llegada del Espíritu Santo. Sin miedos, con gran valentía y arrojo, a pesar de todas las persecuciones, enseñaban el Evangelio en todos los puntos del entonces conocido mundo greco-romano. En un corto lapso de tiempo fundaron también muchas comunidades cristianas. El libro de los Hechos atestigua con vehemencia que la palabra de los apóstoles no era una obra humana, sino divina. (Recordemos las sabias palabras de Gamaliel que aconsejaba a los judíos no seguir persiguiendo a los discípulos de Cristo, Hch. 5:38-39). Por sobre todo, describe la vida de los primeros cristianos, que tenían ."..un corazón y un alma." (Hch. 4:32), lo que era totalmente contrario a la vida del resto del mundo en esa época, que se ahogaba en egoísmos, pecados y vicios de toda especie. Para los episcopos de la Iglesia el libro de los Hechos es importante por el ejemplo que ofrece sobre en la Iglesia de Cristo y el gobierno de ella, basándose en el principio de "sobornostj" — catolicidad que consiste en un consentimiento y armonía entre el pueblo, el clero y los obispos (Hch. capítulo 15). Enseña a través de encíclicas y directivas cómo debe actuar un servidor de la Iglesia (Hch. 20:18-35).

Pero lo más importante de este libro es el hecho de ser el único que atestigua el misterio principal del Cristianismo: la Resurrección de Cristo. Justamente, el mejor testimonio de la Resurrección de Cristo son los milagros realizados en nombre de El, y este libro es el que relata sobre los milagros realizados por los Apóstoles.

 

Epístolas Católicas.

Con el nombre de Católicas (universal) se denominan las siete epístolas escritas por los apóstoles: una escrita por Santiago, dos por Pedro, tres por Juan el Evangelista y una por Judas. En el compendio de los libros del Nuevo Testamento ortodoxo se ubican después del libro de los Hechos. Aún en tiempos remotos, las epístolas se denominaban por la Iglesia: Católicas o Ecuménicas. "Católico" en el sentido de "perteneciente al distrito," es decir que está dirigido no a algunas personas en particular sino, a todas las comunidades cristianas en general. Todo el conjunto de epístolas católicas fue denominado por primera vez por el historiador Eusebio (principios del siglo IV d.C.). Las epístolas católicas se distinguen de las epístolas de Pablo por poseer directivas generales de enseñanzas de la fe, siendo las de Pablo más acomodadas a las circunstancias de cada zona de las iglesias a las que son dirigidas, teniendo su carácter específico. En las epístolas de Pablo se destacan: la personalidad del mismo Apóstol y las circunstancias en que se desarrollaba su actividad apostólica; en cambio las católicas contienen las obligaciones generales de todos los cristianos, reglas de fe y las buenas costumbres cristianas, casi sin mencionar información biográfica alguna.

Epístola del Apóstol Santiago.

El autor se denomina a sí mismo como: "Santiago, siervo de Dios, y del Señor Jesucristo," Sant. 1:1. En la historia del Evangelio se conocen tres personas con el nombre de Santiago: 1) Santiago, hijo de Zebedeo, uno de los doce apóstoles y hermano de San Juan el Evangelista; 2) Santiago el de Alfeo, hermano de San Mateo Apóstol y evangelista, también uno de los Doce y 3) Santiago, llamado el "hermano del Señor," uno de los 70 discípulos de Cristo, hermano de José, Judas y Simón (Mt. 13:55), siendo él luego nombrado como primer obispo de Jerusalén y denominado por los judíos como el "Justo.."En distinción de los dos anteriores, pertenecientes a los Doce, se llamaba el "Menor."

San Santiago Zebedeo terminó su vida muriendo como mártir (alrededor del año 44 en la ciudad de Jerusalén, según los Hechos 12:2). San Santiago de Alfeo enseñaba entre los paganos. La epístola católica de Santiago está dirigida a los judíos que se encontraban en la Dispersión, (Sant. 1:1) y la tradición de la Iglesia se lo adjudica al tercer Santiago, hermano de Cristo, primer obispo de Jerusalén. Por su rectitud, gozaba de autoridad entre todos los judíos (hasta entre los no conversos) y era considerado como primado entre los cristianos judíos, dondequiera que estuvieran.

Se conoce que Santiago, "hermano del Señor," llevaba una vida ejemplar de asceta; era casto, no bebía vino ni otras bebidas alcohólicas, no comía carne, usaba sólo ropa simple de lino, observaba fielmente la ley de Moisés y se alejaba a menudo para rezar en el templo de Jerusalén. Era el hijo mayor de José y de la primera esposa (el mismo José que luego sería el desposado de la Santísima Virgen). Según la leyenda, Santiago acompañó a José y María con el Niño Jesús en su huída a Egipto. Al principio, igual que sus hermanos, no creía del todo en Jesucristo como el Mesías. Pero luego creyó en El con todo su corazón y luego de la Resurrección, le fue concedida una aparición especial del Señor (1 Cor. 15:7). Gozando de una gran estima entre los Apóstoles, presidió el Primer Concilio en Jerusalén (Hch. cap. 15). Hay que suponer que toda su actividad residía en la región de Palestina. Su vida la acabó como mártir, fue dado a muerte cerca del año 64, tirado desde el pórtico del templo de Jerusalén por los dirigentes judíos. El historiador judío José Flavio enumera las causas de la aniquilación de Jerusalén, como resultado de las guerras con los romanos; una de ellas, sin embargo, considera Flavio, era el asesinato de Santiago el Justo, por el que fueron castigados por Dios . La tradición de la Iglesia le adjudica a San Santiago la redacción de la antigua Santa Liturgia, la que se oficia hasta hoy en día en la ciudad de Jerusalén y en otros templos, el día de la conmemoración del santo el 23 de octubre.

La epístola del apóstol San Santiago fue destinada a los hebreos: "a las doce tribus que están en la Dispersión" (Sant. 1:1), lo que no excluye a los hebreos que vivían en Palestina. No se determina ni el lugar ni la fecha de la epístola. Aparentemente fue enviada poco antes de su muerte, alrededor de los años 55-60, desde Jerusalén, donde residía constantemente el apóstol.

Fue escrita esta epístola motivada por las penurias que padecían los hebreos cristianos en la dispersión, por las persecuciones de los paganos y sobre todo por los judíos no creyentes. Las pruebas eran tan penosas que muchos de los conversos comenzaron a decaer y titubear en su fe. Muchos murmuraban contra los flagelos y contra Dios, volviendo a considerar su salvación a través del hecho de provenir de Abraham. No consideraban correctamente el sentido de la oración; las obras de bien no las consideraban como tales, y comenzaron a instruir unos a otros. Trataban de ensalzarse los ricos por encima de los pobres y el amor fraterno se iba enfriando. Todo ello condujo a San Santiago a enviar una curación moral en forma epistolar.

En el segundo capítulo de la epístola hay una valiosa enseñanza acerca de la esencia de la fe, la cual no debe consistir en una declaración abstracta de las verdades cristianas, sino en su manifestación viva a través de actos de caridad. En el capítulo quinto (vers. 14-16) habla de la fuerza y finalidad del Sacramento de la Santa Unción.

 

La Epístola de San Pedro.

El apóstol San Pedro, antes con el nombre de Simón, era hijo de un pescador llamado Jonás, de Betsaida, en Galilea (Jn. 1:42-45) y hermano de Andrés, el primer discípulo, el que lo trajo a Cristo Jesús. San Pedro estaba casado y tenía su casa en Capernaum (Cafarnaún, Mc. 1:21, 29). Fue llamado por Cristo mientras pescaba en el lago de Genesaret (Lc. 5:8). Siempre expresó su especial fidelidad y determinación, lo que le valió ser el más allegado a Jesucristo, junto con los hijos de Zebedeo (Lc. 9:28). Tenía un carácter fuerte y fogoso y naturalmente ocupó un lugar influyente en el grupo de los discípulos de Cristo. Fue el primero que declaró al Señor Jesucristo como el Mesías (Mt. 16:16), fue por eso que fue denominado como Piedra (Pedro). Sobre esa piedra de la fe de Pedro, el Señor prometió fundar Su Iglesia y las puertas del infierno no podrán vencerla (Mt. 16:18). Su triple negación a Cristo (el día antes de Su Crucifixión) el apóstol Pedro los lavó con amargas lágrimas de arrepentimiento; en consecuencia, luego de la Resurrección, fue rehabilitado dentro de su dignidad apostólica también tres veces, al mandársele la tarea de apacentar a Sus corderos y ovejas (Jn. 21:15-17).

El Apóstol Pedro fue el primero en coadyuvar a la propagación y establecimiento de la Iglesia de Cristo después de la venida del Espíritu Santo, al pronunciar un ardiente sermón delante del pueblo el día de Pentecostés y convertir 3.000 almas a Cristo. Cierto tiempo después, sanó a un rengo de nacimiento y con un segundo sermón convirtió a 5.000 judíos (Hch. caps. 2-4). El libro de los Hechos del primer capítulo al doce relata acerca de su actividad apostólica. Sin embargo, luego que fue liberado milagrosamente de la prisión por el Ángel, se vio obligado a esconderse de Herodes (Hch. 12:1-17), y es mencionado tan sólo una vez más en el relato del Concilio apostólico (Hch. cap. 15). Otras informaciones se suministran sólo en las narraciones de la iglesia. Es sabido que evangelizó a orillas del mar Mediterráneo, en Antioquia donde consagró al obispo Evodio. También evangelizó en Asia Menor a los judíos y prosélitas (paganos que eran conversos al judaísmo), luego estuvo en Egipto, donde consagró a Marcos (que escribió el Evangelio, según las palabras de Pedro; el llamado evangelio "según San Marcos." San Marcos no figura dentro del grupo de los 12 apóstoles) fue el primer obispo de la iglesia de Alejandría. De ahí pasó a Grecia y predicó en Corinto (1Cor. 1:12), luego en Roma, España, Cartagena y Bretaña. Al final de su vida arribó a Roma, donde aceptó su martirio en el año 67, crucificado cabeza abajo.

La primera epístola de San Pedro está dirigida a los "que viven como extranjeros en la Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia" —provincias todas de Asia Menor. A los "extranjeros" hay que entender como los judíos creyentes y a los paganos que formaban parte de las comunidades cristianas. Estas comunidades fueron fundadas por el apóstol Pablo. La finalidad de la epístola fue el deseo de San Pedro de "confirmar a sus hermanos" (Lc. 22:31-32); al aparecer discordancias entre las comunidades y al surgir persecuciones acaecidas por los enemigos de la Cruz de Cristo. Aparecieron, asimismo, dentro de las agrupaciones, enemigos internos en calidad de falsos maestros. Aprovechando la ausencia de San Pablo, comenzaron a distorsionar su enseñanza acerca de la libertad cristiana y patrocinaban cualquier indisciplina moral (1 Pe. 2:16; 2 Pe. 1:9, 2:1).

La meta de la epístola de San Pedro era dar valor, consuelo y afirmar en la fe a los cristianos de Asia Menor, lo que el propio apóstol Pedro determina: "Por conducto de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios; en la cual estáis" (1 Pe. 5:12).

El lugar de la primer epístola se indica como Babilonia (1 Pedro 5:13). En la historia de la Iglesia cristiana es conocida la iglesia de Babilonia en Egipto, hacia ese lugar, seguramente fue enviada la epístola por San Pedro. Con él se encontraban Silvano y Marcos, los que dejaron a San Pablo al viajar éste a Roma por su juicio. Por eso la fecha se determina entre los años 62 y 64 d. C.

La segunda epístola fue escrita a los mismos cristianos de Asia Menor. En esta epístola el apóstol Pedro previene con vehemencia a los creyentes de los falsos y perversos maestros. Estas falsas enseñanzas se asemejan a aquéllas de las que el apóstol Pablo habla en sus epístolas a Timoteo y Tito, así como también el apóstol Judas en su epístola católica. Las falsas enseñanzas de los herejes amenazaban la fe y la moral de los cristianos. En aquel tiempo se propagaban rápidamente las herejías de los gnósticos, que absorbieron las enseñanzas del judaísmo, cristianismo y las distintas enseñanzas paganas. (En su esencia el gnosticismo es teosofía, que en realidad es una fantasía disfrazada en filosofía). En la práctica, los adeptos de estas herejías se destacaban por su falta de moral y se jactaban por conocer los "misterios."

La segunda epístola fue escrita poco antes de su martirio; San Pedro escribía: "...se que pronto tendré que dejar mi tienda [mi cuerpo], según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo." Se atribuye lo escrito a los años 65-66. Los últimos años del Apóstol Pedro transcurrieron en Roma, se puede concluir que fue escrito en esa ciudad como último testamento antes de su muerte.

 

Las Epístolas de San Juan Evangelista.

El estilo de las epístolas y algunas de las expresiones nos hacen recordar el Evangelio de Juan y ya antiguamente se consideraba que pertenecía a la pluma del discípulo bienamado de Cristo. San Juan Evangelista era hijo de un pescador de Galilea, Zebedeo y de su esposa Salomé, según la tradición de la iglesia, hija de San José el desposado y de su primera esposa. De esta manera, San Juan según estos datos, era sobrino del Señor. El hermano mayor de él, Santiago, formaba parte del grupo de los 12 apóstoles. A ambos hermanos los denominó el Señor: "hijos del trueno," o "Boanerges," por su fortaleza de espíritu (Mc. 3:17). Obedeciendo el llamado del Señor (Mt. 4:21 y Lc. 10), Juan deja la casa de su padre, y es, junto con Pedro y Santiago, el grupo de discípulos más allegados a El. (Mc. 5:37; Mt. 17:1). El Señor demostró a Juan amor especial: Juan se recostó sobre el pecho del Señor en la Ultima Cena, y el Salvador lo afilió a Su Purísima Madre (Jn. 13:23-25; 19:26). De todos los discípulos solo este apóstol no abandonó a su Maestro y quedó al pie del Gólgota junto a la cruz. El mismo apóstol, sin nombrarse, habla de sí mismo como del discípulo "que amaba Cristo" (Jn. 19:26).

Luego de la Ascensión del Señor y la llegada del Espíritu Santo, San Juan en el transcurso de 15 años no abandona Jerusalén hasta la Asunción de la Madre de Dios. Junto con Pedro y Santiago tomaba parte activa en la organización de la Iglesia de Jerusalén y junto con ellos se considera uno de los pilares de esta iglesia (Gal. 1:9). Para que descienda el Espíritu Santo a los samaritanos bautizados, viajó junto a San Pedro (Hch. 8:14). Más tarde se encaminó a las provincias de Asia Menor para predicar y se estableció en Efeso, desde donde dirigía las iglesias de Asia Menor. De Efeso fue deportado a la isla de Patmos, durante el reinado del emperador Domiciano, tras haberse salvado milagrosamente de la muerte cuando fue tirado en una olla grande con aceite hirviendo. En su destierro escribió el Apocalipsis o Revelación. Más tarde volvió a Efeso y en los finales del siglo 1ro escribió su Evangelio y tres epístolas. Se mantuvo en castidad y falleció en circunstancias misteriosas al principio del siglo II en la ciudad de Efeso. No se nombra él mismo en su epístola y habla como un testigo de los acontecimientos de la vida terrenal de Jesucristo (Jn. 1:1-4).

Primer Epístola Católica fue escrita luego del Evangelio de Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn. 1:1-3), y seguramente escrita en Efeso al final del siglo 1ro.

Fue escrito para los cristianos de las iglesias de Asia Menor, fundadas hacía mucho tiempo, y donde formaban parte los cristianos, antiguos paganos. Para ese entonces, se desarrollaron en Asia Menor las enseñanzas gnósticas, las que reemplazaron el judaísmo ritual y el paganismo; contra todas estas enseñanzas lucharon los apóstoles Judas, Pedro y Pablo. Los falsos predicadores gnósticos negaban la naturaleza Divina de Jesucristo y su dignidad como Salvador del mundo, asimismo negaban la realidad de su encarnación; consideraban a los vicios desde un punto de vista liberal, aduciendo que el hombre tenía derecho a una libertad plena y a un desenfreno moral.

La epístola se caracteriza por su tono exhortador, y fustigando las costumbres. La finalidad de ella es la afirmación de la fe en Jesucristo, como Hijo de Dios para que todos reciban a través de El la vida eterna y que se mantengan en la Verdad y el Amor.

Segunda Epístola Católica. No se posee ninguna información determinada acerca de la finalidad de esta epístola, salvo el contenido de la misma. Quién era "la señora elegida y sus hijos" se ignora, sabiendo sólo que eran cristianos. Lo que se refiere al lugar y fecha de su envío, hay que suponer que fue escrita en el mismo tiempo que la primera, en la misma ciudad de Efeso. La segunda epístola de Juan tiene tan sólo un capítulo. En él, el apóstol manifiesta la alegría de los hijos de esa mujer elegida están encaminados en el sendero de la Verdad; le promete visitarla e insiste vehementemente que no se reúna con los falsos predicadores.

Tercera Epístola Católica está dirigida a Gayo, persona que no se ignora quién era. De los escritos apostólicos y de las tradiciones de la iglesia se sabe que varias personas poseían este nombre (ver Hch. 19:29; 20:4; Rom. 16:23; 1 Cor. 1:14 y otros), pero no se sabe exactamente a quién de ellos fue enviada esta epístola y no hay posibilidad de determinarla. Aparentemente Gayo no ocupaba ningún cargo jerárquico, tan sólo era un buen cristiano, que recibía a forasteros.

Del tiempo y lugar del envío de esta encíclica se puede suponer también que fue escrita en la misma ciudad de Efeso, donde transcurrieron los últimos años del apóstol Juan. Contiene sólo un capítulo, en el cual el apóstol alaba a Gayo por su vida virtuosa, su firmeza en la fe y su vida en la Verdad — asimismo por su buena costumbre de recibir a forasteros y el buen acogimiento que ofreció a los colaboradores en la obra de la Verdad. Por otro lado, no aprueba a Diótrefes, el ambicioso por el poder. Comunica también algunas otras noticias y envía saludos.

 

Epístola de San Judas Apóstol.

El autor de esta epístola se llama a sí mismo: "Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Santiago" (Jds. 1:1). Se puede concluir que es Judas de los Doce, la misma persona que se denomina Jacobo, y asimismo Lebeo y Tadeo (Mt. 10:3; Mc. 3:18; Lc. 6:15; Hch. 1:13; Jn. 14:22). Era hijo de José, el Desposado a la Virgen María, y de su primera y verdadera esposa. Era hermano de los hijos de José: José, Simón y Santiago, este último llamado "el Justo" y que fue obispo de Jerusalén. Según la tradición, su primer nombre fue Judas, el nombre de Tadeo lo recibió luego de bautizarse por San Juan Bautista, y el nombre de Lebeo lo obtiene al ingresar al círculo de los 12 apóstoles, quizás para diferenciarse de Judas Iscariote, el que finalmente entregó a Jesucristo.

Acerca de su actividad apostólica San Judas, después de la Ascensión del Señor, habla de la traición de la iglesia que predicó primero en Judea, Galilea, Samaria, Idumea y más tarde en Arabia, Siria y Mesopotámica, en Persia y en Armenia, donde falleció como mártir, crucificado y atravesado con flechas.

Los motivos de la epístola, como se lee en la tercer versículo, es la preocupación de San Judas "acerca de nuestra común salvación" y la amenaza a causa del aumento de las falsas enseñanzas. San Judas dice directamente que en la comunidad de los cristianos se habían introducido solapadamente unos impíos, que transformaban la libertad cristiana en libertinaje. Eran, sin lugar a dudas, los falsos predicadores gnósticos que incentivaban el libertinaje como una "flagelación" de la carne corrupta y los que consideraban que el mundo no era creación Divina, sino una obra de las fuerzas inferiores, enemigas de Dios. Eran los mismos simonitas y nicolaítas a los que fustiga San Juan en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. La finalidad de la epístola es de prevenir a los cristianos de ser seducidos por las falsas enseñanzas que adulaban la sensualidad. La epístola está dirigida a todos los cristianos en general, pero por su contenido, se observa que está dirigido hacia un círculo determinado de personas, en donde se introdujeron los falsos maestros. Se puede confirmar que la epístola era dirigida en un principio a las iglesias de Asia Menor, a las que escribía luego también San Pedro.

No cabe duda que esta epístola fue escrita antes de la destrucción de Jerusalén, que sucedió en el año 70, ya que San Judas, que mencionaba casi todos los eventos extraordinarios del juicio Divino, no hubiera podido obviar de mencionar este hecho. La similitud de esta epístola con la de San Pedro nos hace pensar que fue escrito después de la epístola de éste último. San Judas utilizó los rasgos de los falsos maestros, en forma muy semejante a los que empleó San Pedro, casi con las mismas palabras y expresiones. La epístola católica de San Judas apóstol se compone tan sólo de un capítulo que trata solamente, desde el principio hasta el final, de un sermón contra los impíos predicadores.

 

Preceptos Escogidos.

El Amor: "Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch. 4:32-35).

"Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1 Pe. 4:8). "Pero el que guarda Su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él" (1 Jn. 2:5). "En esto hemos conocido el amor, en el que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Jn. 3:16-18). "Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es Amor" (1 Jn. 4:7-8).

"En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del Juicio; pues como El es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn. 4:17-21). "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos Sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos" (1 Jn. 5:2-3). "Y este es el amor, que andemos según Sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio" (2 Jn. 6).

Arrepentimiento: "Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos, y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligios, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y Él os exaltará" (Sant. 4:8-10).

Conciencia: "Y en esto conoceremos que somos de la verdad, y aseguremos nuestros corazones delante de Él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios" (1 Jn. 3:19-21).

Conocimiento de Dios: "Y en esto sabemos que nosotros Le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo Le conozco, y no guarda Sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él" (1 Jn. 2:3-4). "Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas... Pero la unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en Él" (1 Jn. 2:20 y 27).

Dios, la esperanza en Él y Su amor: "Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros" (1 Pe. 5:6-7). "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pe. 3:9). "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él" (1 Jn. 3:1).

Enfermedades: "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados" (Sant. 5:13-15).

La Familia: "Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la Palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible hogar de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole Señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo" (1 Pe. 3:1-7).

La Fe: "Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado" (1 Jn. 3:23). "El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree, a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo" (1 Jn. 5:10-11). "Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una a otra parte. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor" (Sant. 1:6-7). Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?...Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan ... Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente... Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (Sant. 2:14-26).

El Fin del Mundo, el Juicio: "Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del Juicio" (2 Pe. 2:9). Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 Pe. 3:10). "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en las cuales mora la justicia" (2 Pe. 3:13).

La ira: "Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Sant. 1:20).

La Lengua (El lenguaje): "Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana" (Sant. 1:26). "Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo" (Sant. 3:2). "Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!" (Sant. 3:5) "Porque: El que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaños" (1 Pe. 3:10).

Luz espiritual: "Este es el mensaje que hemos oído de El, y os anunciamos: Dios es Luz, y no hay ningunas tinieblas en El" (1 Jn. 1:5). "Pero si andamos en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Jn. 1:7). "El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos" (1 Jn. 2:9-11).

La Misericordia: "Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio" (Sant. 2:13).

El Mundo que yace en el mal: "¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Sant. 4:4). "No améis al mundo, ni lo que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn. 2:15-17).

"Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" (1 Jn. 4:4). "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn. 5:4-5). "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno" (1 Jn. 5:19).

Nacimiento desde lo alto: "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por El" (1 Jn. 5:1).

Obediencia (servicio): "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén" (1 Pe. 4:10-11).

La Oración: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho" (Sant. 5:16). "Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de El, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de El" (1 Jn. 3:21-22). Y esta es la confianza que tenemos en El, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que El nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho (1 Jn. 5:14-15).

Las Pasiones: "Amados, Yo ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma" (1 Pe. 2:11). "Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: "El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno" (2 Pe. 2:19-22).

El pecado: Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte" (Sant. 1:15). "Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su Palabra no está en nosotros" (1 Juan 1:7-10). "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Y El es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los del mundo" (1 Jn. 2:1-2). "Y Todo aquel que tiene esta esperanza en El, se purifica a sí mismo, así como El es puro. Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que El apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en El. Todo aquel que permanece en El, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido" (1 Jn. 3:3-6). "El que practica el pecado es del Diablo; porque el Diablo peca desde el principio. Para esto apareció El Hijo de Dios, para deshacer las obras del Diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en El; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Jn. 3:8-9). "Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte. Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue Engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca" (1 Jn. 5:16-18). "Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios" (3 Jn. 11).

Permanecer en Dios: "El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo" (1 Jn. 2:6). "Y ahora, hijitos, permaneced en El, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en Su venida no nos alejemos de El avergonzados" (1 Jn. 2:28). "Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en El, y El en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu" (1 Jn. 4:12-13).

La Religión (La devoción): "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Sant. 1:27).

Sabiduría: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dará" (Sant. 1:5). "¿Quién es sabio y entiende entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre" (Sant. 3:13). "Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía" (Sant. 3:17).

La Salvación: "Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:18-19). "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois Pueblo de Dios; que en otro tiempo no habías alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Pe. 2:9-10, Os. 2:23). "Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?" (1 Pe. 4:18).

Tentaciones y penurias: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obras completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna," "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni El tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido" (Sant. 1:2-4, 12-14).

"En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometiera a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallado en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Pe. 1:6-7). "Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Puesto para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas" (1 Pe. 2:20-21). "Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios" (1 Pe. 4:1-2). "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, El es blasfemado, pero por vosotros es glorificado" (1 Pe. 4:12-16).

La Verdad: "Mucho me regocijé porque he hallado a algunos hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre" (2 Jn. 1:4). "Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése si tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienaventurado! Porque el que le dice: ¡Bienaventurado! Participa en sus malas obras" (2 Jn. 1:9-11). "No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad" (3 Jn. 1:4).

La Vida: "Porque la Vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la Vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" (1 Jn. 1:2). "Y esta es la promesa que El nos hizo, la vida eterna" (1 Jn. 2:25). "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte" (1 Jn. 3:14).

Buenas obras y justicia: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Sant. 1:22). "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados" (Sant. 5:19-20). "Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por eso mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados" (2 Pe. 1:2-9). "Si sabéis que El es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de El" (1 Jn. 2:29). "Amados, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace los malo, no ha visto a Dios" (3 Jn. 1:11).

Conclusión.

Resumiendo el contenido de los Hechos y de las epístolas católicas y apostólicas; así como también de las epístolas de San Pablo (que se detallarán en otro cuadernillo); se puede concluir que todas tratan de persuadir a los cristianos de permanecer en una unidad espiritual, en un grupo social de bien, llamado Iglesia, fundada por el Salvador. El camino para la salvación está abierto a todos los creyentes, abierto por el Hijo de Dios engendrado, Nuestro Señor Jesucristo, el que derramó Su purísima sangre para redimir los pecados humanos, y El que envió el Espíritu Consolador. Para poder salvarse, al hombre le es indispensable ir por el camino indicado por Cristo. Tiene que encaminarse no en forma solitaria sino, junto con otros hombres que están en camino a la salvación, aprovechando la ayuda de la comunidad bienhechora, donde los presbíteros los encaminan. La esencia de un grupo de personas que están en vías de la salvación consiste en: a) la obtención de una nueva Vida como producto de la comunión con Dios, a través de Nuestro Señor Jesucristo; y b) la permanencia dentro de la luz espiritual, es decir, en la Verdad Evangélica y en amor mutuo. Fuera de la Iglesia están las tinieblas de los errores, el pecado y los odios. Es la región donde reina el diablo, príncipe de este mundo. Al vivir dentro de la vida bienhechora de la Iglesia, el cristiano crece, se perfecciona y merced a su trabajo constante en las obras de bien, fruto de su fe y paciencia, se hace merecedor, finalmente de la vida eterna.

 

Las Epístolas de Apóstol Pablo.

Introducción.

De todos los escritores del Nuevo Testamento, el que más trabajó en la explicación de las enseñanzas cristianas fue el apóstol Pablo — el cual escribió catorce epístolas. Por la importancia de sus contenidos, estas, con justicia, se llaman "El Segundo Evangelio" y siempre atraían la atención, tanto de los pensadores — filósofos, como de los simples creyentes.

Los mismos apóstoles prestaban atención a estas obras edificantes de su "amado hermano," menor en el tiempo de su conversión a Cristo, pero igual a ellos por el espíritu de su enseñanza y los dones de Gracia (2 Pe. 3:15-16).

Siendo importante e imprescindible el agregado a las enseñanzas evangélicas, las epístolas del apóstol Pablo, deben ser estudiadas diligente y atentamente por toda persona que desea conocer más profundamente la fe cristiana. Estas epístolas se distinguen por una particular altura del pensamiento religioso, que reflejan un amplio conocimiento y preparación científica de las Escrituras del Viejo Testamento por parte del autor y asimismo una profunda comprensión de la enseñanza del Nuevo Testamento de Cristo.

A veces, no encontrando en el idioma griego contemporáneo las palabras adecuadas, el apóstol Pablo se vio obligado a acuñar nuevas formas lingüísticas, para expresar más exactamente sus pensamientos. Estas nuevas palabras y términos, entraron luego ampliamente en el vocabulario de los escritores cristianos. A estas expresiones pertenecen: "co-resurrección;" "co-sepultarse con Cristo;" "revestirse de Cristo;" "despojarse del hombre caduco, o viejo;" "salvarse con el baño de la eternidad;" "la ley del espíritu de la vida;" "la ley de mis miembros, que lucha contra la ley de la mente;" etc.

 

El vínculo entre las enseñanzas del Apóstol Pablo con su vida.

Las epístolas del apóstol Pablo son frutos de su dedicación apostólica en la revelación de la enseñanza de Cristo. Son notables por el hecho que el apóstol muestra en ellas la enseñanza cristiana no en forma abstracta, sino, estrechamente vinculada con el desarrollo de su obra apostólica y sus sentimientos personales en las iglesias por él fundadas.

Como la enseñanza expuesta en sus epístolas se entreteje con su personalidad, el conocimiento de su vida, ayuda a la comprensión de las mismas. Por eso, aquí, le haremos conocer, al lector, los hechos de la vida del apóstol Pablo que sirvieron, según la indicación del mismo, de fuente para resolver los problemas de las enseñanzas cristianas sobre la fe y la moral. "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Cor. 15:9-10). Así, se caracteriza a sí mismo el gran "apóstol de los gentiles," y quien es recordado en los anales de la Iglesia Cristiana como el "apóstol de los paganos."

Siendo, por naturaleza muy inteligente, fue educado y enseñado en las severas leyes fariseas y, según sus propias palabras, aventajaba a muchos de sus compañeros siendo, en su juventud, un seguidor exagerado de las tradiciones paternas (Gal. 1:14). Así, en el momento cuando el Señor, que lo había elegido desde el seno materno, lo llamó al servicio apostólico, él dedicó toda la fuerza y la energía de su gran espíritu a la prédica del nombre de Cristo entre los paganos. Haciendo eso, él sufrió muchos dolores de los enceguecidos por la falta de fe y exacerbados contra el Cristo.

Estudiando la vida y obra de san Pablo, en el libro de los "Hechos de los Apóstoles," en verdad, uno no puede frenar su admiración al observar la inagotable energía de este gran apóstol de los gentiles. Es difícil imaginar como este hombre, que no poseía una gran salud y fuerza, (Gal. 4:13-14), pudo soportar tantas dificultades y peligros, como lo hizo el apóstol Pablo por la gloria del nombre de Cristo. Y lo particularmente extraordinario, es que a medida que estos peligros y dificultades se multiplicaban, el celo encendido y la energía no flaqueaban, sino que ardían más y se fortificaban.

Forzado a acordarse de sus hazañas, para la enseñanza a los Corintios, él hablaba así de ellas: "¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo). Estuve más en trabajos; aún más en azotes sin número; en cárceles; muchas veces en peligro de muerte. De los judíos, cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; muchas veces estuve en los caminos; en peligros en los ríos; peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligro en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez" (2 Cor. 11:23-27).

Comparándose con los otros apóstoles y por su humildad, llamándose a sí mismo "el menor" de ellos, san Pablo con toda justicia declara: "Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Cor. 15:10).

Y realmente, sin la Gracia Divina, un hombre común no podría realizar tanto trabajo y cumplir tantas hazañas. En la misma medida, como estaba lleno de coraje, recto e inamovible en sus convicciones ante reyes y gobernantes, el apóstol Pablo, así de decidido y sincero era en sus relaciones con los hermanos apóstoles. Una vez él no titubeó en acusar al mismo apóstol Pedro cuándo este dio lugar a las quejas de los gentiles en la capital de Asia Menor, Antioquía (Gal. 2:11-14).

Este hecho, es importante entre otros, ya que habla contra la afirmación falsa de los católicos romanos, que el apóstol Pedro fue designado por el Señor "Príncipe sobre los otros apóstoles." O sea, como un reemplazante del mismo Señor (en base a esto, los papas de Roma se apropian del título "representante del hijo de Dios"). ¿Podría san Pablo, perseguidor de la Iglesia de Cristo y luego llamado al servicio apostólico, acusar al "representante del Señor Jesucristo"? Es completamente imposible de imaginarlo. El apóstol Pablo acusó al apóstol Pedro como su igual, como un hermano a otro hermano.

 

La vida y las obras del Apóstol Pablo.

San Pablo, que originalmente llevaba el nombre hebreo de Saulo, pertenecía a la tribu de Benjamín. Él nació en Tarso, capital de Cilicia (Asia Menor), que se destacaba, en aquel tiempo, por su academia griega y la cultura de sus habitantes. Siendo nativo de esta ciudad y descendiente de judíos liberados de la esclavitud romana, Pablo tenía los derechos del ciudadano romano. En Tarso, recibió su primera educación y allí mismo conoció la cultura pagana, ya que en sus prédicas y epístolas se hayan en claro el signo de haber conocido a los escritores paganos (Hch. 17:28; 1 Cor. 15:33; Tit. 1:12).

Su instrucción final la recibió en Jerusalén, en la famosa academia rabínica del renombrado maestro Gamaliel (Hch. 22:3) que era considerado un gran conocedor de la Ley a pesar de pertenecer a la fracción farisea. Era un librepensador (Hch. 5:34) y admirador de la sabiduría griega.

Aquí mismo, según la costumbre hebrea, el joven Saulo aprendió a construir carpas, lo que le ayudó más adelante, a ganarse el sustento con su propio trabajo (Hch. 18:3; 2 Cor. 11:8; 2 Tes. 3:8). Aparentemente, el joven Saulo se preparaba para ser rabino, ya que inmediatamente después de terminar su educación, se mostró celoso de las tradiciones fariseas y perseguidor de la fe cristiana. Posiblemente por la designación del Sanedrín, él fue testigo de la muerte del primer mártir Esteban (Hch. 7:57 -8:1) y luego recibió el poder oficial para perseguir a los cristianos hasta fuera de los límites de la Palestina y Damasco (Hch. 9:1-2).

El Señor, viendo en él al "cáliz para Sí mismo elegido," en el camino a Damasco, y de una manera milagrosa, lo llamó al servicio apostólico. Durante ese viaje una luz intensa iluminó a Saulo y él cayó ciego a la tierra.

De la luz se escuchó una voz: "¿Saulo, Saulo, porque me persigues?" A la cual Saulo pregunta: "¿Quién eres?" El Señor respondió: "Yo soy Jesús, a quién tu persigues."

El Señor le indicó ir a Damasco, dónde se le indicaría que hacer. Los acompañantes de Saulo escucharon la voz de Cristo, pero no vieron la luz. Llevándole de la mano a Damasco, el ciego Saulo fue instruido en la fe y al tercer día bautizado por Ananías. En el momento de sumergirse en el agua, Saulo volvió a ver. Desde ese tiempo él se hizo un esforzado predicador de la enseñanza, que anteriormente perseguía. Durante un tiempo fue a Arabia y luego volvió a Damasco para predicar acerca de Cristo.

El furor de los judíos indignados por su conversión a Cristo lo obligó a huir a Jerusalén (Hch. 9:23) en el año 38 d.C., donde se unió a la sociedad de los creyentes y conoció a los apóstoles. Por el atentado a su vida por los griegos, se fue a su ciudad natal, Tarso. De allí, cerca del año 43 d.C., él fue llamado por Bernabé para la prédica en Antioquía, y luego viajaron juntos a Jerusalén, trayendo ayuda a los indigentes (Hch. 11:30).

Poco después de su vuelta a Jerusalén, por mandato del Espíritu Santo, Saulo junto con Bernabé, comenzó su primer viaje apostólico, que duró desde el año 45 al 51 d.C., atravesando toda la Isla de Chipre. Al mismo tiempo convierte a la fe al procónsul Sergio Pablo y, desde ese tiempo, comienza a llamarse Pablo.

Durante el viaje misionero de Pablo y Bernabé fueron fundadas las comunidades cristianas en las ciudades de Asia menor: Pisidia; Antioquía; Iconio; Listra y Derbe. En el año 51 d.C., san Pablo participó del Concilio Apostólico en Jerusalén, donde se había rebelado fogosamente contra la obligatoriedad de los cristianos convertidos de los paganos de conservar las costumbres mosaicas.

Al volver a Antioquía, san Pablo, junto con Silas, hizo el segundo viaje apostólico. Primero visitó las iglesias de Asia Menor, previamente fundadas por él, luego pasó a Macedonia, donde fundó las comunidades de Filipos, Tesalónica y Berea. En Listra, san Pablo encontró a su discípulo predilecto Timoteo, y desde Troas continuó su viaje junto a él, el apóstol Lucas.

De Macedonia san Pablo pasó a Grecia donde predicó en Atenas y Corinto, permaneciendo en la última, un año y medio. Desde allí envió dos epístolas a los Tesalonicenses. El segundo viaje duró del año 51 al 54 d.C.

En el año 55 d.C., san Pablo fue a Jerusalén, visitando en el camino a Efeso y Cesarea, y desde Jerusalén llegó a Antioquía (Hch. cap. 17 y 18).

Después de una breve estadía en Antioquía san Pablo comenzó su tercer viaje apostólico (56-58 d.C.), visitando primero como era su costumbre, a las iglesias fundadas previamente, luego se quedó en Efeso, donde durante dos años predicó cada día en la escuela de Tyranno.

De allí escribió su epístola a los Gálatas (a causa de la exacerbación de la fracción judaica) y su primera epístola a los Corintios (a causa de los desordenes surgidos allí y en respuesta a la carta de los Corintios a él). Una insurrección popular contra el apóstol Pablo, dirigida por el orfebre Demetrio, obligó al apóstol a dejar Efeso e irse a Macedonia (Hch. 19). En el camino él recibió la carta de Tito sobre el estado de la iglesia de Corinto y la influencia benéfica de su epístola. Por esta razón mandó a los Corintios la segunda epístola desde Macedonia por intermedio de Tito. En poco tiempo, él llegó personalmente a Corinto y escribió desde allí su epístola a los Romanos, haciendo planes de ir a Jerusalén, pasando por Roma.

Después de despedirse en Melita de los presbíteros de Efeso, san Pablo llegó a Jerusalén, donde, a causa de un levantamiento popular contra él, fue arrestado por los romanos y puesto en prisión, primero por el procónsul Félix y luego por su sucesor Festo. Esto aconteció en el año 59 d.C.

En el año 61 d.C., san Pablo, como ciudadano romano y por su pedido, fue enviado a Roma para que lo juzgue el César. Tuvo un naufragio cerca de la Isla de Malta y llegó a Roma recién en el verano del 62 d.C. Los gobernantes romanos le tenían una gran consideración y pudo predicar libremente. Con esto termina el relato de su vida en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch. Cap. 27 y 28). Desde Roma san Pablo escribió sus epístolas a los Filipenses (con el agradecimiento por la ayuda monetaria enviada a él por Epafrodito), a los Colosenses, a los Efesios y a Filemón, habitante de Colosas (a causa de un esclavo fugitivo Onésimo). Estas cuatro epístolas fueron escritas en el año 63 d.C. y enviadas con Tichíco. También desde Roma en el año 64 ha sido escrita la epístola a los hebreos de Palestina.

Los destinos subsiguientes del apóstol Pablo no se conocen con exactitud. Algunos consideran que permaneció en Roma, y que por orden de Nerón, fue muerto como mártir en el año 64 d.C. Pero hay bases para pensar que luego de los dos años en prisión, le fue otorgada la libertad e hizo su cuarto viaje apostólico.

Esto indican las epístolas pastorales a Timoteo y Tito. Después de su defensa ante el Senado y el Emperador, san Pablo fue liberado y viajó al Oriente. Quedando largo tiempo en la isla de Creta, dejó allí a su discípulo Tito, para la consagración de los presbíteros en todas las ciudades (Tit. 1:5), lo que testifica asimismo, que él consagró a Tito como obispo de la iglesia de Creta.

Más tarde, en su epístola a Tito, el apóstol Pablo le instruye cómo cumplir las obligaciones de obispo. De esta epístola, se ve también, que él pensaba pasar el invierno del 64 d.C. en Nicópolis, cerca de Tarso (Tit. 3:12).

Durante la primavera del 65 d.C., visitó a las restantes iglesias de Asia Menor y en Mileto dejó a Trófimo enfermo. A causa de éste, se produjo el levantamiento de Jerusalén contra el apóstol, seguido de su primer arresto (2 Tim. 4:20). No se sabe si pasó por Efeso, ya que dijo que los presbíteros de Efeso no verán más su cara (Hch. 20:25). Pero aparentemente en este tiempo, consagró a Timoteo como obispo para Efeso.

Luego el apóstol pasó por Troas, donde en casa de Carpo, dejó su vestimenta sacerdotal y los libros religiosos (2 Tim. 4:13). Seguidamente, fue a Macedonia, allí se enteró de la intensificación de las herejías en Efeso y escribió su primera epístola a Timoteo. Permaneció algún tiempo en Corinto (2 Tim. 4:20) y encontrando por el camino a Pedro, juntos prosiguieron el camino por Dalmacia (Tim. 4:10) e Italia llegando hasta Roma, donde dejó a Pedro, continuando, ya en el 66 d C., más hacia Occidente y llegando posiblemente a España.

Después de volver a Roma, fue encarcelado por segunda vez y allí quedó hasta su muerte. Hay una leyenda que dice, que en Roma, él predicó hasta en la corte de Nerón y convirtió a la fe de Cristo, a la concubina preferida del Emperador. Por eso fue juzgado. Por la Gracia de Dios, como dice él mismo, se salvó de las mandíbulas de los leones, o sea, de ser devorado por las fieras en el circo, pero fue encarcelado (1 Tim. 4:16-17).

Durante su segundo encarcelamiento él escribió de Efeso la segunda epístola a Timoteo, invitándolo a Roma, para despedirse, ya que presentía su muerte cercana. La leyenda no dice, si tuvo tiempo Timoteo de ver a su maestro con vida, pero relata que el apóstol no esperó mucho tiempo su corona de mártir. Después de nueve meses de encarcelamiento, él fue muerto cerca de Roma por la espada — como ciudadano romano. Esto aconteció en el año 67 d.C. y en el duodécimo año del reinado de Nerón.

Observando la vida del apóstol Pablo en general, se ve que se divide abruptamente en dos partes. Una antes de su conversión a Cristo, siendo san Pablo en ese momento Saulo, un riguroso fariseo, cumplidor de la Ley de Moisés y de las tradiciones paternas. Pensaba justificarse por las obras de la ley y el celo hacia la fe de sus padres, la cual llegaba hasta el fanatismo. Después de su conversión, segundo momento, se hizo apóstol de Cristo, dedicado enteramente a la obra de la prédica evangélica. Feliz de su llamado, pero consiente de su debilidad para el cumplimiento de tan alto servicio y atribuyéndole todas sus obras y méritos a la bendición Divina.

Su vida antes de la conversión, sostenía el apóstol con profunda convicción, era un error y vivía en el pecado, lo cual no lo llevaba a la justificación, sino a la condenación y sólo la Gracia Divina lo sacó de esa profunda perdición.

Desde ese tiempo, el apóstol Pablo trata sólo de ser digno de la Gracia Divina y no faltar a su llamado. Por eso no hay y no puede haber discusión acerca de algunos méritos, todo es obra de Dios.

Siendo un fiel reflejo de su vida, toda la enseñanza de san Pablo, revelada en sus epístolas, sigue una idea básica: el hombre se justifica por la fe, independientemente de las obras de la ley (Rom. 3:28). Pero, no se debe sacar la conclusión como si el apóstol negara la importancia de las obras de bien (ver por ej. Gal. 6:4; Ef. 2:10; 1 Tim. 2:10 y otros).

Por las "obras de la Ley," en sus epístolas, no se entienden las obras de bien en general, sino los actos ceremoniales de la Ley de Moisés. Hay que recordar que el apóstol Pablo tuvo que luchar mucho, durante su prédica, con los judíos y los cristianos judaizantes. Muchos de lo judíos, hasta después de su conversión al cristianismo, mantenían la idea, que para los cristianos es imprescindible un cuidadoso cumplimiento de las prescripciones ceremoniales de la Ley de Moisés. Ellos se seducían a sí mismos con la idea de que Cristo vino a la tierra para salvar sólo a los judíos. Por eso, los paganos que deseaban salvarse, debían aceptar la circuncisión y cumplir con todas las ceremonias judías.

Este error impedía tan fuertemente la difusión del cristianismo entre los paganos (gentiles), que los apóstoles tuvieron que llamar en el año 51 d.C. al Concilio de Jerusalén, que anuló la obligatoriedad ceremonial de los dictados de la Ley de Moisés para los cristianos. Pero hasta después del Concilio, muchos cristianos judaizantes, tercamente mantenían sus puntos de vista y luego, hasta se separaron de la Iglesia, formando una sociedad herética propia. Estos herejes actuaban contra el apóstol Pablo e introducían discordias en la vida de la Iglesia, aprovechando la ausencia del apóstol en tal o cual iglesia. Por eso, san Pablo tenía que subrayar continuamente, que Cristo es el Salvador de toda la humanidad — tanto judíos como gentiles, y que el hombre se salva no por el cumplimiento de las ceremonias de la ley, sino sólo con la fe en Cristo.

Desgraciadamente, esta idea Paulina fue tergiversada por Lutero y sus seguidores, los protestantes. Ellos afirmaban que el apóstol Pablo niega, en general, la importancia de las obras de bien para la salvación. Si esto fuese así, san Pablo no diría en la 1ª epístola a los Corintios que: "Y si tuviese profecías, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy" (1 Cor. 13:2), ya que el amor, se muestra, justamente, en las obras de bien.

 

Lista de las Epístolas del Apóstol Pablo.

La Iglesia considera, basándose en testimonios fidedignos, que el apóstol Pablo es el autor de catorce epístolas, que se disponen en la Biblia en el siguiente orden:

  1. A los Romanos
  2. 1ª a los Corintios
  3. 2ª a los Corintios
  4. A los Gálatas
  5. A los Efesios
  6. A los Filipenses
  7. A los Colosenses
  8. 1ª a los Tesalonicenses
  9. 2ª a los Tesalonicenses
  10. 1ª a Timoteo
  11. 2ª a Timoteo
  12. A Tito
  13. A Filemón
  14. A los Hebreos

Este orden no es cronológico, sino indica la importancia y la amplitud de las epístolas, según el valor de las iglesias o personas a quienes fueron dirigidas. Después de las epístolas a las siete iglesias siguen las dirigidas a tres personas, y la epístola a los Hebreos esta ubicada última, ya que fue reconocida su autenticidad, más tarde que las otras.

Las epístolas, habitualmente se dividen en dos grupos desiguales: epístolas pancristianas y epístolas pastorales. A estas últimas pertenecen las dos epístolas a Timoteo y una a Tito. En ellas están indicadas las reglas a seguir para un buen pastor.

Algunas partes de las epístolas Paulinas, por ej: (1 Cor. 5:9 y Col. 4:16), permitirían pensar que han existido otras epístolas de san Pablo que no llegaron a nosotros. La correspondencia entre el apóstol Pablo y un desconocido filósofo Séneca, hermano del procónsul Galión — mencionado en Hechos 18:12, no fue considerada fidedigna.

Preceptos escogidos del Apóstol Pablo.

Las epístolas de san Pablo apóstol, dentro del Nuevo Testamento, tienen una enorme importancia ya que en ellas encontramos una exposición profunda y multilateral de las verdades y enseñanzas evangélicas, como por ej.: la importancia de la ley del Viejo Testamento en relación con el Nuevo Testamento y lo vulnerable de la naturaleza humana y del único medio de justificación ante Dios a través de la fe en Jesucristo. Prácticamente no existe ningún punto en todo el dogma cristiano que no sea reforzado y argumentado en las epístolas de san Pablo.

La mayoría de las epístolas están construidas sobre un mismo plano. a) Comienzan con los saludos a los destinatarios y agradecimiento a Dios por su Providencia hacia el lugar que es dirigida la epístola. b) Luego, la epístola generalmente se divide en dos partes: dogmática (la enseñanza de la fe) y moral. c) En la conclusión el apóstol habla de los hechos personales, enseña, habla de su situación, expresa buenos deseos y manda saludos de paz y amor.

Su lenguaje es vivo y colorido, recuerda el lenguaje de los profetas del Viejo Testamento y testimonia un profundo conocimiento de las Escrituras del Viejo Testamento.

No disponiendo de la posibilidad de iluminar más detalladamente las distintas facetas de la enseñanza cristiana del apóstol Pablo, nos limitaremos aquí a las citas de sus epístolas de carácter eminentemente moral.

En estas, como veremos, el apóstol aclara en qué consiste una verdadera vida espiritual y hacia donde debe dirigirse el cristiano. Para la comodidad del lector, las agruparemos por temas para que pueda encontrar fácilmente la parte deseada en la enseñanza del apóstol.

La Gracia Divina y dones espirituales: "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Rom. 8:14-16). "Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo... Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como El quiere" (1 Cor. 12:4-11). "Por la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo (Tit. 2:11-13). Ver también: Rom. 5:2; 1 Cor. 12:1-11; 2 Cor. 3:5; 2 Cor. 4:7; 2 Cor. 6:1-2; 2 Cor. 8:9; Gal. 3:5; Ef. 4:7-12; Fil. 2:13; Heb. 4:16; Heb. 12:15.

Sobre la riqueza: "Sean vuestras costumbres sin avaricia: contentos con lo que tenéis ahora; porque, Él (Dios) dijo: No te desampararé, ni te dejaré" (Heb. 13:5). Ver también: 1 Tim. 6:9-11.

La vida – combate espiritual: "Vestios de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo... Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la Verdad, y vestidos con el corazón de Justicia, y calzados los pies con el apresto del Evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la Fe, conque podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la Salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Ef. 6:11-17). Ver también: 1 Tes. 5:4-8; 2 Cor. 10:3-5; Col. 2:14-15.

La Fe y su importancia: "Por quien también tenemos entrada por la fe a esta Gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la Gloria de Dios (Rom. 5:2). "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Rom. 10:10). "Porque por fe andamos, no por vista" (2 Cor. 5:7). "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor" (Gal. 5:6). "Porque por Gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Ef. 2:8). "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:6). Ver también: Rom. 3:28-30; Rom. 14:23; 2 Cor. 13:5; Gal. 2:16; Gal. 3:26; Ef. 6:16; Heb. 11:1.

Sobre la resurrección de los muertos: Ver: 1 Cor. 15:12-57; 2 Cor. 5:1-10; 1 Tes. 4:13-18; Fil. 3:10-11; Fil. 3:20-21; Heb. 2:14-15; Heb. 4:1-11.

Sobre la segunda venida de Cristo: Ver: 1 Tes. 5:1-3; 2 Tes. 1:6-10.

Sobre la virginidad y matrimonio: Ver: 1 Cor. 7:1-17.

Sobre las obras de bien: "No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de familia de la fe:" (Gal. 6:9-10). "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor. 10:31). "Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10). "Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada a Dios" (Heb. 13:16). Ver también: Ef. 6:8; Fil. 2:4; Col. 3:23; Col. 4:17; Tes. 5:15; Tit. 3:14; Heb. 13:1-3.

Sobre el agradecimiento a Dios: "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podemos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con eso. Porque los que quieren enriquecerse caen en la tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores" (1 Tim. 6:6-10). "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna" (1 Tim. 6:17-19).

Renovación espiritual y la vida cristiana: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Cor. 5:17). "Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo, ni libre; ni varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa. … Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne" (Gal. 3:27-29; 5:16). "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mirada en las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. Vestios, como elegidos de Dios, santos y armados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos o otros si alguno tuviera queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestios de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo Cuerpo; y sed agradecidos. La Palabra de Cristo mora en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El" (Col. 3:1-17). "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; el Dios de la paz estará con vosotros" (Fil. 4:4-9). "También os rogamos, hermanos, a que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno uno para con otros, y para con todos. Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis al Espíritu. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal" (1 Tes. 5:14-22).

El Bautismo – muerte para el pecado: "Ahora, pues ninguna condenación hay para los que están en el Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte" (Rom. 8:1-2). "Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de El. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu a causa de la justicia" (Rom. 8:5-10). Ver también: (Rom. 8:1; 1 Cor. 5:7-8; 2 Cor. 5:17; Gal. 3:27-29; Gal. 5:16-26; Gal. 6:8; Gal. 6:15; Ef. 2:1-6; Ef. 2:14-15; Ef. 3:16-17; Ef. 4:22; Ef. 5:11; Ef. 5:14; Col. 3:1-17; Col. 3:23-24; Fil. 2:14-15; Fil. 3:8-15; Fil. 3:17; Fil. 3:20-21; Fil. 4:4-9; Fil. 4:11-13; 1 Tes. 5:14-22). Ver además sobre la muerte para el pecado y el bautismo: Rom. 6:1-7; Rom. 8:1-17 y 8:32-34; Gal. 2:19-20 y Gal. 3:27; Col. 2:11-14; 2 Tim. 2:11-13.

La unidad de los creyentes: "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer" (1 Cor. 1:10). "Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a El mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:1-5). "Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros" (Gal. 5:15). "Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres" (Rom. 12:18). Ver también: Ef. 4:1-5; Ef. 4:13; Fil. 1:27.

Las obras de la ley no redimen al hombre: Rom. 3:19-5:2 y la epístola a los Gálatas.

La vida y la muerte: Fil. 1:21-24.

La Redención a través de Cristo y sobre la Cruz: 1 Cor. 1:18-24; 1 Cor. 2:2; Gal. 6:14; Fil. 3:18-19; Rom. 5:10; Col. 1:20-23; Heb. 5:1-9; 2 Cor. 5:19-21; Gal. 3:13-14; Ef. 1:7; Ef. 2:16; Tit. 2:14; Heb. 9:11-28; Heb. 10:5; Heb. 10:14-22.

Las cualidades y los deberes de los servidores de Dios: Obispo (1 Tim. 3:1-7); Presbítero (Tit. 1:5-9) y Diácono (1 Tim. 3:8-13).

La mansedumbre y el perdón: "No os vengáis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios… si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber… No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Rom. 12:19-21). "Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca" (Fil. 4:5). Ver también: Gal. 6:1; Col. 3:12; 2 Tim. 2:25.

El amor hacia Dios: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de Ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. (Sal. 44:23) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom. 8:35-39).

El amor hacia el prójimo: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviera profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará" (1 Cor. 13:1-8). "Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal. 5:14).

Ver también: 1 Tes. 4:9; 1 Tim. 1:5-6.

La oración: "Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col. 4:2). Ver también: Rom. 8:26-27; Ef. 5:19-20; Ef. 6:18; 1 Tim. 2:1-3; 1 Tim. 2:8; Heb. 13:15.

La Sabiduría de Dios en la salvación del hombre: 1 Cor. 2:4-16; 1 Cor. 3:18-21; Ef. 1:17-19; Ef. 3:18-19; Ef. 5:15-17; Col. 1:9; Col. 2:3; Col 3:16.

Sobre el coraje: "Y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios" (Fil. 1:28). Ver también: 1 Cor. 16:13.

Sobre la inutilidad de los que viven con pereza: Heb. 6:4-8; Heb. 10:16-31.

Premio por la virtud: Rom. 2:6-17.

Justificación por la fe y la gracia: Gal. 2:16-21; Gal. 3:18-26; Tit. 3:4-7.

La responsabilidad: Rom. 2:6-17.

Cristo y Sus dos naturalezas: Col. 1:15-20; Col. 2:9; Fil. 2:5-11; Heb. 1:1-4; Heb. 2:7-11.

Los últimos tiempos y el anticristo: 2 Tes. 2:1-12; 1 Tim. 4:1-2; 2 Tim. 3:1-5.

Pureza espiritual, ayuno y mortificación del cuerpo pecador: "Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, par que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Rom. 12:1-2). "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Cor. 9:24-27). "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Gal. 5:24).

Las Sagradas Escrituras inspiradas por Dios: 2 Tim. 3:15-16; Heb. 4:12).

El conocimiento de Dios: Rom. 1:19-32.

Sobre la ayuda a los necesitados: "Por eso digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, , a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra. Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre (Sal. 112:9). Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda libertad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios" (2 Cor. 9:6-12). Ver También: 1 Cor. 16:1-4; 2 Cor. 8:11-15.

Ejemplos de fe de rectos padres anteriores: Heb. 11:1-12:3.

La comunión del cuerpo y de la sangre de Cristo: 1 Cor. 10:16-17; 1 Cor. 11:23-32.

Sobre la alegría: "Porque el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17)."Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe" (Gal. 5:22). "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" (Fil. 4:4; 3:1; 1 Tes. 5:16).

La libertad cristiana: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud… Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servios por amor los unos a los otros" (Gal. 5:1; Gal. 5:13). "Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles (1 Cor. 8:9). Ver también: Rom. 14:13.

La Santidad: "¿Y qué acuerdo hay ente el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo de Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo (Lv. 26:12). Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré (Is. 52:11). Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso (Jer. 3:19; Os. 1:10). Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2 Cor. 6:16-7:1). "Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor" (1 Tes. 4:3-4). Ver también: 1 Cor. 6:15-20; Ef. 1:4; Col. 1:22-23; Heb. 10:10; Heb. 10:14; Heb. 12:14-15.

La familia y las obligaciones de sus miembros: Ef. 5:22-32; Ef. 6:1-4; Col. 3:18-21; 1 Tim. 2:9-15.

Las tribulaciones y tentaciones: "Por quién también tenemos entrada por fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza" (Rom. 5:2-4). "Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor; ni desmayes cuando eres reprendido por El; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijos (Prov.. 3:11-12). Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedecemos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de Su Santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que el rengo no se salga del camino, sino que sea sanado" (Heb. 12:3-13). Ver también: Rom. 5:2-4; 2 Cor. 4:8-18; 2 Cor. 1:3-6; 2 Cor. 7:10; 2 Cor. 12:10; 1 Tes. 3:3-4; 2 Tes. 1:6-7; 2 Tim. 3:12; Heb. 2:18; Heb. 4:15; Heb. 13:12-14.

La humildad: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores El mismo" (Fil.2:3). Ver también: Rom. 12:16; 1 Cor. 1:26-31; Col. 3:12.

La indulgencia y ayuda mutua: "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gal. 6:1-2).

La conciencia: "Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos" (1 Tim. 1:18-19). Ver también: Heb. 9:14; Heb. 10:22.

No hay que pleitear ni enemistarse: 1 Cor. 6:1-7.

Laboriosidad (del amor al trabajo): "Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos derecho, sino por darnos nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis. Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entreteniéndose en lo ajeno. A los tales mandamientos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan" (2 Tes. 3:8-12). Ver también: 1 Tes. 4:10-12; 1 Tim. 5:8.

Los cristianos – hijos de Dios: Gal. 4:7; Ef. 2:18.

La paciencia: "Y vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien" (2 Tes. 3:13). "Más tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre" (1 Tim. 6:11). "Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa" (Heb. 10:36). Ver también: Heb. 12:1; Rom. 5:3.

 

La Importancia de las Epístolas del Apóstol Pablo.

Las epístolas del apóstol Pablo constituyen una fuente riquísima de sabiduría e inspiración espiritual. Aparentemente no existe ninguna verdad religiosa, que no sea iluminada y explicada en sus obras. Además, estas verdades están expresadas por el apóstol, no como conceptos religiosos abstractos, sino como hechos de la fe, que inspiran al hombre para la vida recta.

Haciéndose eco de los problemas concretos, como los que se topaban los cristianos del primer siglo, las epístolas sirven como un valioso agregado a los Evangelios. Ellas explican, cómo prácticamente, se pueden vencer las inevitables pruebas de la vida; cómo realizar los altos ideales cristianos y en qué consiste la hazaña de ser cristiano. Ellas, con un lenguaje vivo, describen la vida y las proezas de los primeros cristianos, la formación de las comunidades cristianas y dan una imagen completa de la Iglesia de Cristo de los tiempos apostólicos.

No menos valiosas son las epístolas del apóstol Pablo por sus comentarios autobiográficos. De ellas vemos como el apóstol aplicaba a su propia vida los altos principios que predicaba; que fue lo que le ayudaba en su crecimiento espiritual y a su actividad misionera y de donde él sacaba sus fuerzas espirituales. El primer factor de éxito de su actividad misionera, era su poder de concentrar todas las capacidades físicas y espirituales en una sola meta: "servir a Cristo." El segundo factor fue la plena entrega de sí mismo a ser dirigido por la Gracia de Cristo, que le daba fuerzas y lo inspiraba para vencer a las condiciones adversas externas y sus propias dolencias. La Gracia Divina le ayudó a convertir a Cristo a una parte importante del Imperio Romano.

¡Por las oraciones del apóstol Pablo, que el Señor nos ilumine y perdone!

 

El Libro de Revelación.

La Importancia del Apocalipsis y el interés en él.

El Apocalipsis ("Apocalipsis" en griego significa "revelación") de San Juan el Teólogo es el único libro profético en el Nuevo Testamento. Predice el destino inminente de la humanidad, el fin del mundo, y el principio de la vida eterna, y por consiguiente, es el útimo libro de la Santa Escritura.

El Apocalipsis, es un libro misterioso y muy difícil de entender, por esta razón, su carácter misterioso atrae la atención de los fieles, y también de aquella gente que obtiene placer en pensar y adivinar el sentido de las apariciones descritas en él. Sobre el tema del Apocalipsis existen muchos libros, entre los cuales hay una cantidad de ediciones con opiniones absurdas, especialmente en la literatura sectaria contemporánea.

A pesar de que es muy difícil de entender este libro, los padres y maestros de la Iglesia iluminados espiritualmente, trataban este libro con mucha veneración, por ser inspirado por Dios.

Así, San Dionisio de Alejandría escribe: "Por ser un libro misterioso, no deja de sorprenderme y si yo no puedo entenderlo plenamente, es debido a mi incapacidad. Además, no puedo juzgar las verdades contenidas en él, y menos medirlas con mi mente limitada; guiándome más por la fe, que por mi mente, lo considero superior a mi comprensión." Del mismo modo se expresa San Jerónimo Bendito con respecto al Apocalipsis, en la siguiente forma: "Son tantos los misterios en él, como palabras para describirlo. ¿Pero qué es lo que estoy diciendo? Todas las alabanzas dichas con respecto a este libro, serán menores que el verdadero valor en él."

Durante el servicio de la iglesia, el Apocalipsis, no se lee debido a que en la antigüedad, la lectura de la Santa Escritura durante el servicio siempre se acompañaba con la explicación de la misma, y el Apocalipsis era siempre difícil de explicar.

El autor del libro.

El autor del Apocalipsis, se refiere a sí mismo, como Juan (Ap. 1:1-4 y 22:8). Según la opinión general de los santos padres de la Iglesia, el autor era San Juan, el discípulo más querido de Jesucristo, quien recibió el nombre "Teólogo," por la magnitud de su escritura sobre el Verbo Dios. Su paternidad literaria se prueba en el propio Apocalipsis, así como en otras señales interiores y externas. A las escrituras inspiradas por San Juan el Teólogo, pertenecen también un Evangelio y tres Epístolas. El autor del Apocalipsis escribe que se encontraba en la isla Patmos : "Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación y en el reino, y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla que es llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Rev. 1:9). Es conocido por medio de la historia de la Iglesia, que de todos los discípulos, únicamente San Juan se sujetó al encarcelamiento en esta isla.

La prueba de la paternidad literaria del Apocalipsis del apóstol San Juan, es la similitud de este libro con el Evangelio y las Epístolas, no sólo por su espíritu, sino, en el estilo de su escritura, y en especial, por ciertas expresiones características. Así, por ejemplo, el sermón apostólico se denomina aquí como "testimonio" (Rev. 1:2-9; 20:4; ver: Jn 1:7; 21:24; 1 Jn 5:9-11). Nuestro Señor Jesucristo se llama "Verbo" (Rev. 19:13; ver: Jn 1:1-14 y 1 Jn 1:1) y "Cordero" (Rev. 5:6 y 17:14; ver: 1:36). Las palabras proféticas de Zacarías: "Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito" (Zac. 12:10), ambos, en el Evangelio y en el Apocalipsis, se cita la misma traducción del griego de los "Setenta traductores" ("Septuaginta," Rev. 1:7 y Jn 19:37). Algunas diferencias se encuentran entre el idioma del Apocalipsis y otros libros de San Juan. Esto se explica por la diferencia en el contexto, así, como en las circunstancias del origen de las escrituras del apóstol Santo. San Juan era judío por nacimiento, aunque él hablaba el idioma griego, pero estando encarcelado y lejos del idioma griego cotidiano, naturalmente imprimió en el Apocalipsis el sello influido por su lengua nativa. Para un lector imparcial del Apocalipsis, es evidente que en todo su contenido, existe el sello del gran espíritu del Apóstol, que es el amor y la contemplación.

Todos los testimonios antiguos y los escritos de los santos padres que aparecieron más tarde, testifican a la autenticidad literaria del autor del Apocalipsis como a San Juan el Teólogo. Su discípulo, San Papías de Hierápolis, se refiere al escritor del Apocalipsis como al "anciano Juan," así como se llama el mismo apóstol en sus Epístolas (2 Jn 1:1 y 3 Jn 1:1). Es muy importante el testimonio del Mártir San Justin, el cual vivió en Efesus antes de su conversión al cristianismo y en el mismo lugar donde anteriormente vivió el apóstol San Juan. Muchos de los santos padres del segundo y tercer siglo, citan ciertos lugares del Apocalipsis como el libro inspirado por Dios perteneciente a los escritos de San Juan el Teólogo. Unos de ellos fueron San Hipólito, el Papa de Roma, el que escribió la apología sobre el Apocalipsis, estudiante de Irineo de Lyon. Clemente de Alejandría, Tertulian y Orígenes reconocían como autor del Apocalipsis a San Juan el Teólogo. De la misma opinión eran los santos padres que vivieron más tarde: Efrén de Siria, Epifanio, Basilio el Grande, Ilarios, Athanasios el Grande, Gregorio el Teólogo, Dadim, Ambrosio de Mediolan, San Agustín el Bendito y San Ieronim el Bendito. La ley número 33 del Concilio de Cártago, reconoció a San Juan como autor del Apocalipsis y añadió su libro al resto de los libros canónicos de la Santa Escritura. La atestación de San Irineo de Lyon, es de un valor muy grande con respecto a la paternidad literaria del Apocalipsis a San Juan, debido a que, San Irineo, era discípulo de San Policarpo de Esmirna, el último fue discípulo de San Juan, encabezando bajo su guía apostólica, la iglesia de Esmirna.

Período, lugar y propósito por el cual se escribió el Apocalipsis.

La tradición antigua atribuye el final del primer siglo como el tiempo en que se escribió el Apocalipsis. Así, por ejemplo, San Iirineo escribe: "El libro de la Revelacion aparecio un poco antes de la persecucion del emperador Domiciano." El historiador Eusebio (principio del cuarto siglo) nos informa que los escritores paganos contemporáneos, mencionan sobre el destierro de San Juan el Teólogo a la isla Patmos por su testimonio sobre la grandeza del Dios-Verbo, atribuyendo este evento al decimoquinto año del reinado de Domitian (reino en el 81-96 año después de Cristo).

De esta manera, el Apocalipsis fue escrito al final del primer siglo, cuando cada una de las siete iglesias de Asía Menor, a las cuales se refiere San Juan, tenían ya su historia y un camino religioso más o menos establecido. El cristianismo entre los fieles, ya no se encontraba en su forma original de pureza y verdad, el pseudo cristianismo intentaba de competir con el verdadero. Es evidente también, que las actividades de San Pablo, el cual predicó por mucho tiempo en Efeso, fue obra del pasado.

Los escritores de la iglesia de los primeros tres siglos indicaban en una forma unísona la isla Patmos como lugar donde se escribió el Apocalipsis y también el apóstol lo menciona como el lugar donde él obtuvo la visión (Rev. 1:9-11). Patmos, se encuentra en el mar Egeo, al sur de la ciudad de Efesus, en la antigüedad fue un lugar de destierro.

En las primeras líneas del Apocalipsis, San Juan indica la razón por haberlo escrito: predecir los destinos de la Iglesia de Jesucristo y de todo el mundo. La misión de la Iglesia de Cristo, fue renovar el mundo por medio de la palabra cristiana, implantar en las almas de la gente la verdadera fe en Dios, enseñarles a vivir correctamente, indicarles el camino al Reino de los Cielos. Pero no toda la gente se inclinó a recibir la enseñanza cristiana. Ya en los primeros días, después del Pentecostés, la Iglesia tropezó con la hostilidad y una consciente oposición, primero por parte de los sacerdotes judíos y escribas, y luego de los judíos descreídos y los paganos.

Ya en el primer año del cristianismo, comenzó una sangrienta persecución de los predicadores del Evangelio. Progresivamente estas persecuciones tomaban una forma más organizada y sistemática. El primer centro de hostilidad contra el cristianismo fue Jerusalén. Comenzando a mediados del primer siglo, Roma encabezada por Nerón (reinó en 54-68), se unió al campamento de los perseguidores. La persecución comenzó en Roma, donde derramaron sangre muchos cristianos, incluyendo a los principales apóstoles Pedro y Pablo. Al final del primer siglo, la persecución de los cristianos fue más intensa. El emperador Domitian decretó una persecución intensiva contra los cristianos en Asia Menor, y luego, en otras partes del Imperio Romano. El apóstol Juan convocado por Roma y luego, siendo sumergido en una olla de aceite hirviente, permaneció indemne. El emperador Domitian, desterró a San Juan a la isla de Patmos, donde el apóstol recibió la revelación de los destinos de la Iglesia y de todo el mundo. Con breves interrupciones, las sangrientas persecuciones continuaron hasta el año 313, cuando el emperador Constantino proclamó el Edicto de Milán sobre la libre práctica de la fe cristiana.

En vista del comienzo de las persecuciones, el apóstol Juan escribe para los cristianos el Apocalipsis como consuelo, guía y fortalecimiento. Destapa las intensiones confidenciales de los enemigos de la iglesia, personificando en la bestia que surgió del mar (como los representantes del poder secular hostil), y en la bestia que surgió de la tierra al profeta falso como los representantes del poder pseudo religioso y hostil). El descubre al diablo como al principal guiador de la batalla contra la iglesia; el cual se representa como el antiguo dragón, quien agrupa y dirige todas las fuerzas hostiles de la humanidad contra la iglesia. Pero los sufrimientos de los fieles no son en vano: por medio de la fidelidad a Jesucristo y paciencia, ellos reciben en el cielo la gratitud merecida. En un tiempo determinado por Dios, todas las fuerzas hostiles contra la Iglesia serán juzgadas y castigadas. Después del Juicio Final y el castigo de los impíos, comenzará una vida bendita y eterna.

El propósito de escribir el Apocalipsis, era retratar la batalla venidera con las fuerzas del mal; mostrar los métodos del diablo contra el bien y la verdad, asistido por sus servidores; guiar a los creyentes para que ellos aprendan a superar las tentaciones; y mostrar el triunfo final de Cristo sobre el mal.

El contenido, plan y el simbolismo del Apocalipsis.

El Apocalipsis siempre atrajo la atención de los cristianos, en especial en aquel tiempo, cuando diferentes desgracias y tentaciones con gran fuerza comenzaban a perturbar la vida social y de la iglesia. Al mismo tiempo la representación simbólica y misteriosa de este libro, lo hace muy difícil de comprender y por consiguiente, para los intérpretes imprudentes, existe el riesgo de cruzar el parámetro de la verdad hacia las esperanzas y creencias imposibles. Por ejemplo, la comprensión literal de las imágenes en este libro, proporcionó el motivo, antes y ahora, para crear una falsa enseñanza llamada "chiliasm," que significa el reino de Cristo en la tierra de mil años. La terrible persecución experimentada por los cristianos en el primer siglo, interpretada en el sentido apocalíptico, daba la pauta a cierta gente para creer que ésto era el principio del fin y que la venida de Jesucristo estaba muy cerca. Esta opinión nació ya en el primer siglo.

Durante los últimos veinte siglos, aparecieron vastas interpretaciones del Apocalipsis con muchos variantes. Todas estas interpretaciones se dividen en cuatro grupos. Uno de ellos atribuyen las visiones y los simbolismos del Apocalipsis a los "últimos tiempos" el fin del mundo, la aparición del anticristo y la segunda venida de Jesucristo. Los segundos atribuyen al Apocalipsis un significado puramente histórico y limitan su visión con eventos históricos del primer siglo: la persecución de los cristianos de parte de los emperadores paganos. Los terceros tratan de encontrar la realización de las predicciones apocalípticas en los eventos históricos de sus tiempos. Según sus opiniones, el Papa de Roma es el anticristo y todas las desgracias apocalípticas son predichas con respecto a la Iglesia Romana, etc. Y finalmente los cuartos, ven en el Apocalipsis una simple alegoría, sosteniendo que todas las visiones descritas en él, no tienen un sentido tan profético, como un sentido moral. Luego veremos que estos puntos de vista no excluyen, sino complementan el Apocalipsis.

El Apocalipsis se puede entender correctamente únicamente en el pleno contexto de la Santa Escritura. La peculiaridad de muchas visiones proféticas en el Nuevo y Antiguo Testamento es que en ella existe una fusión simultánea de varios eventos históricos en una sola visión. En otras palabras, los eventos espirituales que son relacionados, separados unos de los otros por muchos siglos y milenios, se unen en un solo cuadro profético, que a su vez une todos los diversos eventos históricos de su época.

Por medio de esta síntesis de eventos, como ejemplo, se puede presentar la conversación de Jesucristo sobre el fin del mundo. En ella, el Señor habla simultáneamente sobre la destrucción de Jerusalén que tomó lugar 35 años más tarde de la crucifixión, y sobre el tiempo que precede a Su segunda venida (Mt. 24; Mc. 13; Luc. 21). La razón de esta unificación de eventos se explica en que el primero ilustra y explica el segundo. En muchos casos las profecías del Antiguo Testamento hablan simultáneamente sobre el cambio positivo en la sociedad humana del Nuevo Testamento, y sobre la nueva vida en el Reino de los Cielos. En este caso, el primero sirve como el principio del segundo (Is 4:2-6; 11:1-10; 26, 60 y 65 cap.; Jer. 23:5-6; 33:6-11; Hab. 2:14; Sof. 3:9-20). Las profecías del Antiguo Testamento sobre la destrucción de Babilonia Caldea hablan simultáneamente sobre la aniquilación del reino del anticristo (Is. 13:14; Jer. 50; 51). Hay muchos ejemplos similares de fusión de eventos en una sola profecía. Semejante método de unir los eventos por las señales de su unidad interna se usa para ayudar al creyente a comprender la esencia de los eventos, basándose en lo que la persona ya sabe, dejando de lado los detalles históricos secundarios que no dan ninguna explicación. Como veremos más tarde, el Apocalipsis consiste en una serie de visiones. El clarividente nos presenta el futuro en una perspectiva del pasado y del futuro. Así, por ejemplo, la bestia de muchas cabezas en los capítulos 13-19, es el mismo anticristo y sus predecesores: Antioco IV Epifanes, tan ilustremente descrito por el profeta Daniel, en sus dos primeros libros de los Macabeos, los emperadores Nerón y Domitian, perseguidores de los apóstoles de Cristo, y los enemigos subsecuentes de la Iglesia.

En el capítulo 11, hay dos personajes de Jesucristo que testimonian contra el anticristo: Enoc y Elías, y como prototipos de ellos, son los apóstoles Pedro y Pablo, y también todos los predicadores del Evangelio que cumplen su misión en este mundo hostil a la cristiandad. El profeta falso en el capítulo 13, es la personificación de todos los propagadores de religiones falsas (gnosticismo, herejías, mahometanos, materialismo, hinduismo, etc.), entre los cuales el representante más vívido será el profeta falso en los tiempos del anticristo. Para entender la razón por la cual el apóstol Juan unía diferentes acontecimientos y diferentes personajes en una imagen, hay que tener en cuenta que el apóstol escribía no solo para sus contemporáneos, sino, también para los cristianos de todas las épocas que tendrían que soportar persecuciones y penas similares. El apóstol Juan descubre en general los métodos de seducción, y muestra la verdadera manera de evitarlos para ser leal a Cristo hasta la muerte.

Igualmente a lo antedicho, es el juicio de Dios mencionado repetidamente en el Apocalipsis, el Juicio Final y todos los juicios en forma separada sobre las naciones y los individuos. En este juicio están incluidos: toda la humanidad de los tiempos de Noé, las ciudades históricas Sodoma y Gomorra en los tiempos de Abraham, Egipto en los tiempos de Moisés, los dos juicios de Judea (durante los seis siglos antes del nacimiento de Jesucristo y luego en el año setenta de nuestra nueva era), los juicios de la histórica Nínive, Babilonia, Imperio Romano, Bisantía y, finalmente el juicio que tomó lugar en este siglo, con respecto a Rusia. Las razones que evocaron el castigo virtuoso de Dios, siempre eran las mismas: la infidelidad hacia Dios y la violación de Sus leyes por la gente.

Existe en el Apocalipsis un concepto que se encuentra fuera del tiempo, debido a que el apóstol Juan contempla el futuro de la humanidad fuera del concepto terrenal, en una perspectiva celestial, adonde él fue elevado por el Espíritu de Dios. En el mundo ideal, al pie del trono Omnipotente, el flujo del tiempo frena, y delante de la Mirada Espiritual aparece al mismo tiempo el presente, pasado y futuro. Evidentemente el autor del Apocalipsis describe ciertos eventos del futuro en el pasado, y ciertos eventos del pasado en el presente. Por ejemplo, la guerra de los ángeles en el cielo y el destierro del diablo, son eventos que tomaron lugar antes de la creación del mundo, sin embargo, parecen ser descritos como eventos que tomaron lugar al alba del cristianismo (Rev. cap. 12). La resurrección de los mártires y el reinado de ellos en el Cielo, el cual abarca toda la época del Nuevo Testamento, fueron descriptas por San Juan, después del juicio del anticristo y su falso profeta (Rev. cap. 20). De esta manera, el clarividente no narra la sucesión de eventos cronológicamente, pero descubre la esencia de aquella gran guerra del mal con el bien, la cual toma lugar simultáneamente en diferentes frentes de combate, abarcando nuestro mundo material, así como el mundo de los ángeles.

Indudablemente que algunas predicciones del Apocalipsis ya se cumplieron (por ejemplo, con respecto al destino de las Iglesias de Asia Menor). Las profecías ya cumplidas tienen que ayudarnos a entender las restantes, las cuales todavía deben de ser cumplidas. Sin embargo, aplicando las visiones del Apocalipsis a diferentes eventos concretos, hay que tomar en cuenta que estas visiones contienen en sí elementos de varias épocas. Unicamente, concluyendo los destinos del mundo y el castigo de todos los enemigos de Dios, todos los detalles de las visiones del Apocalipsis se cumplirán.

El Apocalipsis fue escrito por inspiración del Espíritu Santo. El alejamiento de la fe y de la vida cristiana, lleva a la gente a un embotamiento de la mente o a una pérdida total de una perspectiva espiritual, perturbando de esta manera la correcta interpretación de él. La devoción total del ser humano hacia un camino vicioso y lleno de pecados, es la causa por la cual los interpretadores contemporáneos del Apocalipsis, ven únicamente en él una alegoría, y consecuentemente la segunda venida de Jesucristo es interpretada por ellos de la misma forma. Nos convencen los eventos históricos de nuestros tiempos, que son espiritualmente ciegos aquellos, que únicamente ven en el Apocalipsis una simple alegoría. Muchos eventos del presente están indicados en ciertos lugares del Apocalipsis, donde se describen visiones e imágenes espantosas.

El método de interpretación del Apocalipsis se muestra en el diagrama acompañado. Como se puede ver en él, el apóstol simultáneamente descubre para el lector las esferas de la vida. A la esfera más alta pertenece el mundo de los ángeles, Iglesia celestial y triunfante, y la perseguida Iglesia terrenal. En la cumbre de esta esfera, se encuentra nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador de la gente. Debajo se encuentra la esfera de la maldad: el mundo descreído, los pecadores, los profetas falsos, aquellos que conscientemente luchan contra Dios. El que los dirige, es el dragón, el ángel caído. A lo largo de toda la existencia de la humanidad, estas diferentes esferas batallan entre sí. El apóstol Juan, a través de sus visiones, gradualmente descubre al lector varias facetas de la batalla entre el bien y el mal, abriendo el proceso de la realización espiritual de la humanidad, y en resultado, unos se establecen del lado de la bondad y otros de la maldad. A lo largo del desarrollo del conflicto mundial, el Juicio de Dios se realiza sobre la gente en una forma individual y general. Antes del fin del mundo, el mal aumentará de una forma totalmente descontrolada, y la Iglesia en la tierra se debilitara. Entonces el Señor Jesucristo descenderá a la tierra, toda la gente resucitará, y todo el mundo experimentará el Juicio Final de Dios. Satanás y sus servidores serán condenados a los sufrimientos eternos, y para los justos comenzara la eterna y bienaventurada vida en el Paraíso.

La lectura del Apocalipsis si se lee en una forma sucesiva, se puede dividir en las siguientes partes:

  1. El cuadro introductorio de la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, ordenándole a San Juan el Teólogo, escribir la Revelación para las siete iglesias de Asia Menor (cap. 1).
  2. Las cartas a las siete Iglesias de Asia Menor (cap. 2 y 3), en los cuales simultáneamente con las instrucciones a estas Iglesias, están indicados los destinos de la Iglesia de Cristo de los tiempos apostólicos, hasta el fin del mundo.
  3. La visión del Dios entronizado, el Cordero y el servicio de la Liturgia divina (cap. 4-5). Este Servicio Celestial se complementa por las visiones, en los siguientes capítulos.
  4. Desde el capítulo 6, comienza la revelación de los destinos de la humanidad. La ruptura de las siete focas de pergamino del misterioso libro por Cristo, el Cordero, sirve de principio de la descripción de diferentes faces de la guerra entre el bien y el mal, entre la Iglesia y el Diablo. Esta guerra que se inicia en el alma del hombre, se dispersa sobre todos los aspectos de la vida, eventualmente aumenta y se convierte en una terrible batalla (hasta el cap. 20).
  5. Las voces de las siete trompetas de los ángeles (cap. 7-10) que anuncian el principio de las calamidades que deberán ocurrir a la humanidad por su incredulidad y pecados. Se describe el daño a la naturaleza y la aparición en el mundo de las fuerzas malignas. Antes del comienzo de las desgracias, los fieles recibirán sobre su frente un sello bendito, el cual los protegerá del mal moral y del destino impío.
  6. La visión de las siete señales (cap. 11-14), pinta la humanidad dividida en dos campamentos opuestos del mal y del bien, irreconciliables uno con el otro. Las fuerzas del bien se concentran en la Iglesia de Jesucristo, representadas aquí en forma de una Mujer vestida con el sol (cap. 12), y las fuerzas del mal, en el reino de la bestia, el anticristo. La bestia que sale del mar es un símbolo del poder civil, y la bestia que sale de la tierra, el símbolo del poder religioso deteriorado. En esta parte del Apocalipsis, por primera vez se muestra claramente un ser consciente y malvado que se encuentra fuera de las esferas de este mundo, el dragón diablo, el cual organiza y dirige la guerra contra la Iglesia. Dos testigos de Jesucristo simbolizan aquí a los predicadores del Evangelio, los cuales batallan con la bestia.
  7. La visión de los siete cálices (cap. 15-17) pinta un cuadro obscuro del decaimiento moral de todo el mundo. La guerra en contra de la Iglesia, se hace muy intensiva (Armagedón) (Rev. 16:16), con intolerables pruebas de sufrimientos. La imagen de la fornicadora Babilonia, representa la humanidad que se apartó de Dios, concentrada en la capital del reino de la bestia anticristo. La fuerza mala distribuye su influencia sobre todas las faces de la vida de los pecadores, después de que comienza el juicio de Dios sobre todas las fuerzas del mal (aquí el juicio de Dios sobre Babilonia se describe en una forma general, en sentido de una visión).
  8. En los siguientes capítulos (18 - 19), el juicio sobre Babilonia se describe detalladamente. Aquí se demuestra la perdición de los culpables del mal entre la gente del anticristo y del profeta falso, los representantes del poder civil, así como el poder herético del anticristo.
  9. El capítulo 20 es un resumen de la guerra espiritual y la historia mundial. En él se habla sobre las dos derrotas del diablo y del reino de los mártires. Habiendo sufrido físicamente, ellos vencieron espiritualmente y ahora disfrutan de la dicha celestial. En este capítulo se abarca todo el periodo de la existencia de la Iglesia, comenzando de desde los tiempos de los apóstoles. Gog y Magog son la personificación de la unión de todas las fuerzas que batallan contra Dios, ambos, terrenales y del averno, las cuales a lo largo de la historia cristiana batallaban contra la Iglesia (de Jerusalén). Ellos se exterminan mediante la segunda venida a la tierra de Jesucristo. Al final de todo, el diablo será castigado eternamente, esta antigua serpiente la cual inició todas las maldades, mentiras y sufrimientos en todo el universo. Al final del capítulo 20, se habla sobre la resurrección general de todos los muertos, sobre el Juicio final y el castigo de los pecadores. Esta breve descripción resume el Juicio final sobre la gente y los ángeles caídos, sumando el drama entero de la guerra universal entre el bien y el mal.
  10. Los dos capítulos finales (21-22) describen el nuevo Cielo, la nueva Tierra y la vida bienaventurada de los salvados. Estos son los capítulos más alegres y briosos de la Biblia.

Cada sección nueva del Apocalipsis generalmente comienza con las palabras: "Y yo vi …", y concluyen con la descripción del juicio de Dios. Esta descripción indica el final del tema anterior y el comienzo del nuevo. Dentro de las partes más importantes del Apocalipsis el clarividente pinta cuadros que a veces interpone en forma de intervalos, los cuales actúan como eslabón entre ellos. El diagrama aquí presentado vivamente muestra el plan y divisiones del Apocalipsis. Para una compactación, juntamos los cuadros pintados en forma de intervalos con los principales. Moviéndonos horizontalmente por el diagrama, podemos ver cómo gradualmente se manifiestan con más profundidad los siguientes segmentos: el mundo Celestial; la Iglesia perseguida aquí en la tierra; el mundo pecador con sus fuerzas que batallan contra Dios; el mundo del infierno; la guerra entre ellos y el juicio de Dios.

El significado de los símbolos y de los números. Los símbolos y las alegorías permiten al clarividente hablar sobre la esencia de los acontecimientos mundiales en un nivel muy alto de generalización, por consiguiente, ellos se usan extensivamente. Así, por ejemplo, los ojos simbolizan el conocimiento, muchos ojos simbolizan un conocimiento perfecto. Un cuerno es el símbolo de poder, o poderío. El atavío largo denota el clero; la corona el mérito imperial; la blancura, la pureza; la ciudad de Jerusalén, el templo e Israel simbolizan la Iglesia. Los números también tienen un sentido simbólico: tres simboliza la Santísima Trinidad, cuatro el símbolo del mundo y el orden mundial; el siete realización y perfección; doce la gente de Dios, y la plenitud de la Iglesia (el mismo significado tienen los números derivados del 12, 24 y 144000). Un tercio significa en comparación una pequeña parte. Tres años y medio un periodo de persecución. Sobre el numero 666, hablaremos más tarde.

Los acontecimientos del Nuevo Testamento, frecuentemente se ilustran sobre un fondo homogéneo a los acontecimientos del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, las persecuciones de la Iglesia se describen sobre un fondo de sufrimientos de los Israelitas en Egipto, las tentaciones durante el tiempo del profeta Balaam, las persecuciones de parte de las reina Iesabel y la destrucción de Jerusalén por los Caldeos; la salvación de los fieles de las garras del diablo se describe en el fondo cuando los Israelitas se salvaban del faraón durante el profeta Moisés; Las fuerzas que luchan contra Dios se presenta en una imagen de Babilonia y Egipto; el castigo de las fuerzas que luchan contra Dios, se representa en el idioma de los diez castigos egipcios; el diablo es comparado con la víbora, que tentó a Adán y Eva; la futura vida de los bienaventurados en el Paraíso, se representa en una imagen de un jardín paradisíaco y el árbol de la vida.

La tarea principal del autor del Apocalipsis es demostrar como actúan las fuerzas negativas, quien las organiza y las dirige en la batalla contra la Iglesia; fortalecer y alentar a los fieles en la lealtad a Cristo; retratar la total derrota del diablo y sus servidores y el comienzo de la bienaventurada vida en el Paraíso.

A pesar de todo el simbolismo y misterio del Apocalipsis, las verdades religiosas se manifiestan en él muy claramente. Así, por ejemplo, el Apocalipsis indica al diablo como el culpable de todas las tentaciones y desgracias de la humanidad. Las herramientas que él usa para derrotar a la gente, siempre son las mismas: la incredulidad, la desobediencia a Dios, orgullo, deseos de pecar, mentira, miedo, dudas etc. A pesar de toda su astucia y experiencia, el diablo no es capaz de derrotar aquella gente que con todo su corazón están entregados a Dios, porque Dios los protege con Su gracia. A los apóstatas y pecadores, el diablo esclaviza cada vez más y los empuja a cometer actos abominables y criminales. Él los conduce en contra de la Iglesia y a través de ellos, él realiza sus metas diabólicas como la violencia y guerras por todo el mundo. El Apocalipsis claramente indica que al fin y al cabo, el diablo y sus servidores serán vencidos y castigados, y la verdad de Cristo triunfará, y en el mundo renovado comenzará una vida bendita la cual jamas cesará.

Habiendo hecho una revisión superficial de los volúmenes y simbolismos del Apocalipsis, nos concentraremos ahora en algunas partes muy importantes.

Las cartas a las Siete Iglesias (capit 2-3).

Siete Iglesias: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea se encuentran en la parte sudoeste de Asia Menor (en el presente, Turquía). Fueron establecidas por el apóstol Pablo en la cuarta década del primer siglo. Después de su muerte cómo mártir en Roma, cerca del año 67 D.C., San Juan el Teólogo tomó el cuidado de estas iglesias y las atendió por un período aproximadamente de cuarenta años. Estando encarcelado en la isla Patmos, el apóstol Juan de allí escribió sus cartas a estas Iglesias para preparar a los cristianos para las persecuciones que se acercaban. Estas cartas están dirigidas a los "ángeles" de estas Iglesias, o sea a los obispos.

Un cuidadoso estudio de las epístolas a las siete Iglesias de Asia Menor, nos lleva a la deducción que en ellas se traza el destino de la Iglesia de Cristo, comenzando desde el siglo de los apóstoles, hasta el tiempo del fin del mundo. Además, el camino inminente de la Iglesia del Nuevo Testamento, de este "Nuevo Israel," se pinta sobre un fondo de eventos muy importantes en la vida de los Israelitas en el Antiguo Testamento, comenzando con la caída en el pecado en el paraíso y finalizando con el periodo de los fariseo y saduceos durante el tiempo de nuestro Señor Jesucristo. El apóstol Juan, usa los eventos del Antiguo Testamento en calidad de destinos alegóricos de la Iglesia del Nuevo Testamento. De esta forma, en las cartas a las siete Iglesias se entrelazan en ellas tres elementos: a) las condiciones actuales prevalecientes y el futuro de cada una de las Iglesias de Asia Menor, b) una nueva y más profunda interpretación de la historia del Antiguo Testamento, c) los inminentes destinos de la Iglesia. La combinación de estos tres elementos en las cartas a las siete iglesias, está resumida en el diagrama aquí presentado.

Notas: La Iglesia de Efeso por ser muy habitada, ocupaba un estatus metropolitano dentro de las Iglesias vecinas de Asia Menor. En el año 431 D.C., tuvo lugar en Efeso el tercer Concilio Ecuménico. Así como predijo San Juan el Teólogo, en Efeso la luz cristiana comenzó gradualmente a minorar. Pérgamo era el centro político en la parte oeste de Asia Menor. En él dominaba el paganismo con un esplendoroso culto que adoraba a los emperadores paganos. Sobre la cumbre de una montaña, cerca de Pérgamo, se elevaba un magnifico monumento para los sacrificios, nombrado en el Apocalipsis como "el trono de Satanás" (Rev. 2:13).

Nicolaitas, herejes antiguos gnósticos.

El gnosticismo era una filosofía muy peligrosa para la Iglesia cristiana de los primeros siglos. La cultura sincrética que evolucionó dentro del imperio de Alejandro de Macedonia, la cual amalgamó el Este y Oeste, fue una condición muy favorable para las ideas gnósticas. En el Este, las percepciones religiosas en la fe de la eterna batalla entre los principios del bien y el mal, el espíritu y la materia, el cuerpo y el alma, la luz y la obscuridad juntamente con el método especulativo de la filosofía griega, fermentó diversos sistemas gnósticos, para los cuales era muy típica la noción de una procedencia que emanó del mundo del Absoluto y de muchos niveles intermediarios de la creación, que unen el mundo con el Absoluto.

Unos de los primeros propagadores del gnosticismo era un tal Nicolai de aquí viene el nombre "Nicolaitas" en el Apocalipsis. (Se asume que este Nicolai, fue unos de los siete candidatos escogidos por los apóstoles, para ser ordenados diáconos, Hch. 6:5). Torciendo la fe cristiana, los gnósticos estimulaban la decadencia moral. Empezando de la mitad del primer siglo, en Asia Menor florecían varias sectas gnósticas. Los apóstoles Pedro, Pablo y Judas, prevenían a los cristianos para que ellos no caigan en la red de estos herejes pervertidos. Unos de los destacados representantes del gnosticismo eran los herejes Valentín, Marceon y Basilid, contra los cuales hablaban los sabios apostólicos y los más tempranos padres de la Iglesia cristiana.

Las antiguas sectas gnósticas desaparecieron hace mucho tiempo, pero el gnosticismo como una fusión de escuelas heterogéneas filosóficas existen en nuestros días en la teosofía, cábala, masones, hinduismo, yoga y otros cultos.

La visión del servicio celestial (cap. 4-5).

El apóstol San Juan recibió su visión en "el Día de Dios," o sea, el Domingo. De acuerdo a la costumbre apostólica, en este día él partió el pan, o sea, celebró la Liturgia y por consiguiente, habiendo recibido los Santos Sacramentos "estaba en la Gracia," lo que significa que experimentaba una espiritualidad muy elevada (Rev. 1:10); y consiguientemente es digno de ver la continuación de la Liturgia que él realizó en la tierra; en el cielo la Liturgia Celestial. Esta Liturgia, el apóstol Juan la describe en los capítulos 4 y 5. La persona de fe Ortodoxa reconoce en esta descripción ciertos aspectos de la Liturgia que se celebra por lo general los Domingos, y también los objetos más importantes en el altar: mesa del altar, los siete candelabros, el censor con el incienso que fuma, el cáliz dorado, etc. (Estos objetos mostrados a Moisés sobre la montaña de Sinaí se usaban también en el templo del Antiguo Testamento). El Cordero de Dios sacrificado en el centro del altar, según lo visto por San Juan, es representado por la Comunión que en forma de pan y vino se encuentra en medio de la mesa del altar; las almas de los santos mártires debajo del altar celestial — en el antimins, en el cual, cosido por dentro se encuentran partículas de los restos de los santos mártires; los ancianos en vestidos blancos y con coronas de oro sobre sus cabezas estan representados por el clero que celebra la Santa Liturgia. Debemos notar que las exclamaciones y oraciones que escuchó el apóstol en el cielo expresan la esencia de las oraciones que el clero y el coro pronuncia en el momento más importante de la Liturgia que es el canon Eucarístico. El blanqueo de sus vestimentas por los bienaventurados con "la Sangre del Cordero," nos recuerda el sacramento de la Santa Comunión, por medio de la cual los fieles consagran sus almas.

De esta forma, el apóstol comienza a predestinar el futuro de la humanidad con la descripción de la Liturgia Celestial, por medio de la cual él enfatiza el sentido espiritual de esta Liturgia y la importancia de las oraciones de los santos por nosotros.

Notas: Las palabras "El león de la generación de Judas" se refiere a nuestro Señor Jesucristo y nos recuerda la predicción del patriarca Jacobo sobre el Mesías (Gn. 49:9-10), "Los siete Espíritus de Dios" se refiere a la plenitud de los dones benditos del Espíritu Santo (ver: Is 11:2 y Zac cap. 4). Una multitud de ojos simboliza omnisciencia. Los veinticuatro ancianos corresponden a las veinticuatro sucesiones sacerdotales establecidas por el rey David para el servicio en los templos, teniendo dos intercesores para cada generación del Nuevo Israel (1 Cr. 24:1-18). Las cuatro criaturas misteriosas que rodean el trono, son similares a las criaturas vistas en una visión por el profeta Ezequiel (Ez. 1:5-19). Evidentemente ellos son las criaturas más cercanas a Dios. Estas imágenes se refieren al hombre, león, cordero y águila, y son tomados por la Iglesia como emblema de los cuatro Evangelistas.

En la descripción relatada más tarde sobre el mundo celestial, nosotros encontramos muchas cosas que son incomprensibles para nosotros. De acuerdo al Apocalipsis, el mundo de los ángeles es sumamente inmenso. Los espíritus incorpóreos, ángeles, igual que la gente, tienen el don de sabiduría y libre voluntad otorgadas a ellos por el Creador, pero sus capacidades espirituales exceden las nuestras muchas veces. Los ángeles se consagran completamente a Dios y lo sirven por medio de la oración y cumplimiento de Su voluntad. Por ejemplo, ellos llevan al altar de Dios las oraciones de los santos (Rev. 8:3-4), ayudando a los virtuosos a lograr la salvación (Rev. 7:2-3, 14:6-10, 19:9), ellos simpatizan con aquellos que están sufriendo y con los perseguidos (Rev. 8:13, 12:12), por la orden de Dios, castigan a los pecadores (Rev. 8:7, 9:15, 15:1, 16:1). Ellos tienen el don de la soberanía y el poder sobre la naturaleza y sus catástrofes (Rev. 10:1, 18:1). Ellos batallan contra Satanás y sus diablos (Rev. 12:7-10, 19:17-21, 20:1-3), y participan en el juicio de los enemigos de Dios (Rev. 19:4).

La enseñanza del Apocalipsis sobre el mundo angelical, fundamentalmente deshace la enseñanza de los antiguos gnósticos, los cuales aceptaron la presencia de seres intermedios (eón) entre el Absoluto y el mundo material, y por consiguiente, independientemente de Él, dirigen el mundo.

Entre los santos que el apóstol San Juan vio en el cielo, se destacan dos grupos, o dos "imágenes": los mártires y vírgenes. Históricamente, el martirio es el primer orden de santidad, y por consiguiente, el apóstol comienza hablar de los mártires (6:9-11). Él contempla sus almas debajo del altar celestial, que simboliza el significado redentor de sus sufrimientos y muerte, haciéndolos de esta forma partícipes de los sufrimientos de Jesucristo y de cierto modo los complementan. La sangre de los mártires puede compararse con la sangre de las víctimas en el Antiguo Testamento, la cual fluyó debajo del altar del templo de Jerusalén. La historia cristiana testifica que los sufrimientos de los antiguos mártires, sirvieron para una renovación moral del mundo pagano decrépito. El antiguo escritor Tertulian escribió que la sangre de los mártires engendra un semen para los nuevos cristianos. Las persecuciones de los fieles a veces menguará, o acrecentará a lo largo de la futura existencia de la Iglesia, y por esta razón, al clarividente se le reveló que los nuevos mártires deberán completar el número de los primeros.

Más tarde, el apóstol Juan ve en el cielo una enorme cantidad de gente que nadie puede contar de tribus, generaciones, naciones y lenguas; ellos estaban de pie vestidos de blanco con ramas de palma en la mano (Rev. 7:9-17). Lo que tenía en común esta innumerable asamblea de virtuosos, era "que ellos todos vinieron de las grandes aflicciones." Para toda la gente el camino al Paraíso es uno solo por medio de las penas. Jesucristo, el primer Mártir, que tomó los pecados del mundo como el Cordero de Dios. Las ramas de las palmas, son símbolos de victoria sobre el diablo. En una visión especial, el clarividente describe la gente virgen, o sea aquellos que se negaron a los placeres de la vida matrimonial para dedicarse enteramente en servir a Jesucristo ("eunucos" por causa del Reino de los Cielos, ver Mt. 19:12 y Rev. 14:1-5). En la Iglesia frecuentemente esto se realiza por medio de una vida monástica). El clarividente ve escrito sobre las frentes de los vírgenes el "nombre del Padre," lo que indica la belleza moral, que refleja la perfección del Creador. "La nueva canción" que ellos cantan y nadie puede repetir, es la expresión de elevación espiritual que ellos lograron a través de los hechos de ayunos, oración y castidad. Esta pureza es inalcanzable para la gente de un modo de vida mundano.

La canción de Moisés, cantada por los virtuosos en la siguiente visión (Rev. 15:2-8), nos recuerda el himno de gratitud cantado por los Israelitas una vez que cruzaron el mar Rojo, salvándose de la esclavitud egipcia (Ex. cap. 15). Igualmente, el Israel del Nuevo Testamento, se salvará del poder e influencia del diablo, cruzando a una vida de gracia por medio del sacramento de bautismo. En las siguientes visiones, el clarividente describe unas cuantas veces más a los santos. Los santos vestidos en una ropa de material fino y precioso, es el símbolo de su rectitud. La canción de la boda de los salvados, en el capítulo 19 del Apocalipsis, habla del acercamiento del "matrimonio" entre el Cordero y los santos, o sea, que comenzará una unión espiritual muy cercana entre Dios y los virtuosos (Rev. 19:1-9, 21:3-4). Concluye el libro de Revelación con la descripción de la vida bienaventurada de la gente salvada (Rev. 21:24-27, 22:12-14, y 17). Estas son las páginas más gloriosas y jubilosas de la Biblia, que presentan la Iglesia triunfante en el Reino de los Cielos.

Y es así, que a medida que se manifiestan los destinos del mundo en el Apocalipsis, San Juan gradualmente dirige la atención espiritual de los fieles hacia el Reino de los Cielos, hacia la meta final del peregrinaje terrenal. Como si lo obligaran y con desgana, él habla de los eventos oscuros de este mundo lleno de pecados.

Los siete sellos y los cuatro jinetes (cap. 6).

La visión de los siete sellos, es una introducción de las revelaciones subsecuentes del Apocalipsis. El levantamiento de los primeros cuatro sellos nos indica a los cuatro jinetes, los cuales simbolizan cuatro factores que caracterizan toda la historia de la humanidad. Los primeros dos factores son la causa, los segundos dos la consecuencia. El jinete coronado sobre el caballo blanco "surgió para vencer." Él, personifica aquellos principios buenos, naturales y benditos, los cuales el Creador dio al hombre: la imagen de Dios, la pureza moral e inocencia, la aspiración hacia la bondad y perfección, la habilidad de creer y amar, los talentos individuales con los cuales nace el ser humano, y así como los dones benditos del Espíritu Santo que el hombre recibe en la Iglesia. En el plan del Creador, estos principios buenos deben de haber sido victoriosos; ellos debían definir un futuro feliz para la humanidad. Sin embargo, ya en el Edén, el hombre cayó presa del tentador. Su naturaleza dañada por el pecado, contagió a sus futuros descendientes; por esta razón la gente ya de una edad temprana, comienza a pecar. A través de la repetición de los mismos pecados, las tendencias malas aumentan y por consiguiente, en lugar de crecer espiritualmente y perfeccionarse, el individuo sucumbe bajo la influencia destructiva de sus propios vicios, entregándose a diferentes deseos pecaminosos, desarrollando en sí, sentimientos de enemistad y envidia. Debido a un descarrilamiento interior en la persona, comienzan todos los crímenes en el mundo (persecuciones, guerras y todo tipo de desgracias).

La acción destructiva de las pasiones es simbolizada por un caballo bermejo y su jinete, los cuales desposeyeron la humanidad del mundo. Sucumbiendo a los desordenados deseos viciosos, la persona desgasta los talentos dados a ella por Dios, empobreciéndose espiritualmente y físicamente. En la vida social, la enemistad y las guerras debilitan y degradan la sociedad, perdiendo los recursos espirituales y materiales. Esta pobreza exterior e interior es simbolizada por el caballo negro y su jinete, el cual sostiene en su mano una balanza. Finalmente, el desgaste total de los talentos otorgados a nosotros por Dios que conduce a la muerte espiritual, y a las consecuencias finales de la enemistad y las guerras, es la muerte de la gente y la descomposición de la sociedad. Este penoso destino de la gente se simboliza por medio del caballo pálido.

Por medio de los cuatro jinetes, en el Apocalipsis se representa en una forma general toda la historia de la humanidad. Primero, la vida bienaventurada en el jardín del Edén de nuestros antepasados llamados a "reinar" sobre la naturaleza (el caballo bermejo), después, la vida de sus descendientes que se llenó de diferentes desgracias y aniquilación mutua (los caballos negro y pálido). Los caballos apocalípticos también representan la vida de varios reinos individuales con sus períodos de prosperidad y declive. También se representa la vida de cada hombre por separado la inocencia y pureza de la niñez y las posibilidades potenciales que con el tiempo se disipan por la juventud tempestuosa, malgastando sus fuerzas, salud y muriendo al final. Luego, la historia de la Iglesia: la ardiente espiritualidad de los cristianos en los tiempos de los apóstoles y el esfuerzo de la Iglesia para renovar la sociedad; el comienzo de las herejías en la misma Iglesia y cismas, la persecución de la Iglesia por la sociedad pagana. La Iglesia se debilita, huye a las catacumbas, algunas Iglesias locales desaparecen totalmente.

De esta forma, la visión de los cuatro jinetes resume los factores que caracterizan la vida pecadora de la humanidad. Los siguientes capítulos del Apocalipsis desarrollaran este tema con más profundidad. Pero con el levantamiento del quinto sello, el clarividente, muestra el lado luminoso que contienen las desgracias del hombre. Los cristianos, habiendo sufrido físicamente, vencieron espiritualmente; ¡ahora están en el Paraíso! (Rev. 6:9-11). Sus proezas les trajo un eterno premio, y ellos reinan con Jesucristo, así como está escrito en el capítulo 20. La transición a una descripción más detallada sobre las penas de la Iglesia y la fortificación de las fuerzas que luchan contra Dios, se representa en el levantamiento del séptimo sello.

Las siete trompetas. La impresión de los escogidos. El comienzo de las desgracias (cap. 7-11).

Las trompetas de los ángeles predicen a la humanidad las desgracias físicas y espirituales. Pero antes del comienzo de las desgracias, el apóstol Juan ve a un ángel que pone un sello sobre la frente de los hijos del Nuevo Israel (Rev. 7:1-8). "Israel" es la Iglesia del Nuevo Testamento. La impresión simboliza la selección y la protección bendita. Esta visión nos hace acordar el sacramento de la unción, durante el cual, sobre la frente de la persona recientemente bautizada, se confiere el "sello de la Gracia del Espíritu Santo." También nos recuerda la señal de la cruz, que con su protección nos defiende del enemigo. La gente que no está protegida por el sello de la Gracia, sufre del daño de la "langosta" que salió del precipicio, o sea, de la fuerza satánica (Rev. 9:4). El profeta Ezequiel describe sobre una impresión semejante de los ciudadanos virtuosos del antiguo Jerusalén antes de la invasión de las tropas caldeas. En aquel tiempo, como ahora, el misterioso sello se confería con la idea de preservar a los justos del mismo destino que los impuros (Ez 9:4). Entre las doce tribus nombradas, la tribu de Dan fue omitida intencionalmente. Algunos ven en esto, la indicación de que la procedencia del anticristo será justamente de la tribu de Dan. Esta opinión existe en base de que el profeta Jacobo pronunció sus palabras enigmáticas con respecto a los descendientes futuros de Dan: "Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo" (Gn. 49:17).

De esta manera, esta visión sirve como una introducción a la subsiguiente descripción de las persecuciones de la Iglesia. La medición del templo de Dios en el capítulo 11, tiene el mismo significado que la impresión de los hijos de Israel: la preservación de los hijos de la Iglesia del mal. El templo de Dios, así como la Mujer, vestida en la solana, y la ciudad de Jerusalén , son diferentes símbolos de la Iglesia de Jesucristo. La idea básica de estas visiones es, que la Iglesia es santa y querida por Dios. Dios permite las persecuciones para la perfección moral de los fieles, pero los protege de la subyugación del mal y del mismo destino de aquellos que batallan en contra de Él.

Antes de levantar el séptimo sello, comienza un periodo de tiempo de silencio total que dura una "media hora" (Rev. 8:1). Este periodo calmo antes de la tormenta que mecerá al mundo durante el tiempo del anticristo. (El proceso actual de desarme después de la caída del comunismo, ¿no será este lapso temporal — periodo otorgado por Dios a la gente, para que se arrepienta y recapacite?). Antes del comienzo de las calamidades, el apóstol Juan ve a los santos rezando a Dios con mucho fervor para que El se apiade de la gente (Rev. 8:3-5).

Las calamidades en la naturaleza. A continuación de esto, suenan las trompetas de cada uno de los siete ángeles, después de que comienzan diferentes desgracias. Al principio muere la tercer parte de la vegetación, luego la tercer parte de los peces y otros seres marinos luego sigue la contaminación de los ríos y todas las fuentes de agua. La caída sobre la tierra del granizo y del fuego, la montaña ardiente y la estrella resplandeciente, por lo visto esta alegoría indica las enormes dimensiones de estas desgracias. ¿No será esto una predicción de una contaminación global y la destrucción de la naturaleza, la cual se observa en nuestros días? Si es así, entonces esta catástrofe ecológica predice la venida del anticristo. Cuanto más mancha la persona dentro de sí la imagen de Dios, cada vez menos aprecia y quiere Su hermoso mundo. Con sus residuos contaminan los lagos, ríos y mares; con derramamientos de petróleo, se arruinan las inmensas extensiones a lo largo de las costas; destruyen los bosques y las junglas, aniquilan muchas especies de animales, peces y pájaros. Envenenando la naturaleza, se enferman y padecen no sólo los culpables de esta catástrofe por su codicia cruel, sino, también, la gente inocente. Las palabras: "Y el nombre de la estrella es ajenjo...y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas" nos hacen acordar la catástrofe de Chernobil, la palabra chernobil significa ajenjo. Pero, ¿qué significa el aniquilamiento de un tercero del sol y las estrellas y su eclipse? (Rev. 8: 11-12). Evidentemente aquí se habla sobre la polución del aire que llega hasta una magnitud, cuando la luz de los astros celestiales que llega a la tierra parece menos luminosa. (Así, por ejemplo, por la polución del aire, el cielo en la ciudad de Los Angeles generalmente luce de color marrón sucio, en la noche, las estrellas sobre la ciudad apenas se pueden ver, en excepción de las más luminosas).

La narración de la langosta (la quinta trompeta (Rev. 9:1-11)), la cual salió del precipicio, habla de la intensificación de la fuerza diabólica entre la gente. El representante de ella es "Apolion," que significa "destructor" diablo. A medida de que la gente pierde la gracia de Dios por sus pecados e infidelidad, formando en ella un vacío espiritual, la fuerza satánica entra en la gente, la atormenta con dudas y diferentes pasiones.

Las guerras apocalípticas. La trompeta del sexto ángel trae en movimiento un gran ejercito más allá del río Eufrates, debido a que padece una tercera parte de la humanidad (Rev. 9:13-21). En la representación bíblica, el río Eufrates significa un limite, después del cual se concentra toda la gente hostil a Dios que amenaza con guerras a Jerusalén y destrucción. Para el imperio Romano, el río Eufrates servía de defensa contra los ataques de la gente oriental. El capítulo noveno del Apocalipsis describe una guerra cruel y sangrienta entre los Judíos y Romanos en los años 66-70 de nuestra era, todavía fresca en la memoria del apóstol San Juan. Esta guerra tenía tres fases (Rev. 8:13). La primer fase de la guerra, en la cual Gasius Flor encabezaba los ejércitos romanos, duró cinco meses, del mes de mayo hasta el mes de septiembre del año 66 (cinco meses de langosta, Rev. 9:5 y 10). Muy pronto comenzó la segunda fase de la guerra, desde octubre hasta noviembre del año 66, en la cual el gobernador sirio Cestius encabezó cuatro legiones romanas (cuatro ángeles en el río Eufrates, Rev. 9:14). Esta fase fue muy destructiva para los hebreos. La tercer fase de la guerra, bajo el comando de Flavius, duró tres años y medio desde abril del año 67, hasta septiembre del año 70, terminando con la destrucción de Jerusalén, el incendio del templo y el esparcimiento de los judíos cautivos a lo largo del Imperio Romano. Esta guerra sangrienta entre los judíos y los romanos se convirtió en el prototipo de las terribles guerras de los últimos tiempos, sobre las cuales habló el Salvador en su conversación en el monte de Los Olivos (Mt. 24:7).

En los atributos de la langosta infernal y el ejercito de Eufrates se puede reconocer las armas contemporáneas de destrucción masiva, los tanques, cañones, los bombarderos y cohetes nucleares. Los siguientes capítulos del Apocalipsis describen las guerras de los últimos tiempos, que aumentan en su intensidad (Rev. 11:7; 16:12-16; 17:14; 19:11-19 y 20:7-8). Las palabras "Y el sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Eufrates; y el agua de él se secó, para que fuese preparado el camino de los reyes del Oriente" (Rev. 16:12), pueden indicar "el peligro amarillo." Debemos considerar que las guerras descritas en el Apocalipsis, tienen los rasgos de guerras verdaderas, pero en resumidas cuentas habla de la guerra espiritual, y los nombres apropiados y fechas tienen un sentido alegórico. El apóstol Pablo explica: "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ef. 6:12). El nombre Armagedón está compuesto de dos palabras: "Ar" (en el hebreo llanura) y "Megiddo" (zona en el norte de la Tierra Santa, cerca de la montaña de Carmel, donde en la antigüedad Varac destruyó el ejercito de Sesera, y el profeta Elías derribó más de quinientos brujos sacerdotes de Baal. Rev. 16:16 y 17:14; Jue. 4:2-16; 1 Rey. 18:40). En la luz de estos eventos bíblicos, Armagedón simboliza la derrota de Cristo de las fuerzas que batallan en contra de Él. Los nombres Gog y Magog en el capítulo 20, nos recuerdan la profecía de Ezequiel con respecto a la invasión de Jerusalén por un número indeterminado de regimientos bajo el comando de Gog de la tierra Magog (al sur del mar Caspio, Ez cap. 38-39; Rev. 20:7-8). El profeta Ezequiel atribuye esta profecía a los tiempos mesiánicos. El sitio del "campamentos de los santos y la ciudad del querido" (la Iglesia) por los regimientos de Gog y Magog en el Apocalipsis, y la destrucción de estos regimientos por el fuego celestial, se debe entender como una total destrucción de todas las fuerzas que batallan en contra de Dios, humanas y demoníacas, con la segunda venida de Jesucristo.

Acerca de las calamidades físicas y el castigo de los pecadores que se menciona a menudo en el Apocalipsis, el clarividente explica que Dios las permite con el propósito de persuadir al pecador hacia el arrepentimiento (Rev. 9:21). Pero con mucha pena, el apóstol dice que la gente no quiere escuchar el llamado de Dios, continúa pecando y sirviendo al diablo. Como si habiendo "mordido el anzuelo" se apresuran a su propia perdición.

La visión de los dos testigos (Rev. 11:2-12). Los capítulos 10 y 11 ocupan un lugar intermediario entre las visiones de las siete trompetas y las siete señales. En los dos testigos de Dios, algunos santos padres ven a los virtuosos del Antiguo Testamento, Enoc y Elías (o Moisés y Elías). Se sabe que Enoc y Elías fueron llevados al cielo con sus cuerpos (Gn. 5:24; 2 Rey. 2:11), los cuales volverán a la tierra antes del fin del mundo para desenmascarar la mentira del anticristo y llamar a la gente hacia la fidelidad a Dios. Las plagas que estos dos testigos de Dios traerán a la gente, son similares a los milagros hechos por Moisés y Elías (Ex. 7:12; 1 Rey. 17:1; 2 Rey. 1:10). Para el apóstol San Juan, como prototipo de los dos testigos en el Apocalipsis, podrían ser los apóstoles San Pedro y San Pablo, los cuales no hace mucho tiempo, murieron como mártires en Roma por orden de Nerón. Evidentemente, los dos testigos del Apocalipsis, simbolizan también otros testigos de Cristo, los que predicaron el Evangelio en el mundo pagano y muchas veces imprimieron sus sermones con su sangre de mártires. Las palabras "Sodoma y Egipto, donde nuestro Señor está crucificado," indica la ciudad de Jerusalén, donde sufrió nuestro Señor Jesucristo, muchos profetas y los primeros cristianos. (Algunos suponen, que durante el reinado del anticristo, Jerusalén será la ciudad del gobierno mundial. Además, presentan pruebas basadas en una opinión económica).

Las siete señales. La Iglesia y el reino de la bestia (cap. 12-14).

Cuanto más extensa es la lectura, más claramente el clarividente revela al lector la división de la humanidad en dos campamentos contrarios, la Iglesia y el reino de la bestia. En los capítulos precedentes, el apóstol Juan introdujo a los lectores con la Iglesia, hablando sobre las impresiones, el templo de Jerusalén y sobre los dos testigos, y en el capítulo 12 muestra la Iglesia en todo su esplendor celestial. Al mismo tiempo con esto, él revela a su más grande enemigo: al dragón diablo. La visión de la Mujer, vestida en el sol y el dragón, nos hace evidente que la guerra entre el bien y el mal sale del margen del mundo material y se extiende hacia el mundo de los ángeles. El apóstol muestra que en el mundo de los seres incorpóreos, existe un consciente ser malvado, el cual desesperadamente y con insistencia lleva la guerra en contra de los fieles a Dios, los ángeles y la gente. Esta guerra del mal contra el bien, que penetra toda la existencia de la humanidad, comenzó en el mundo de los ángeles, antes de la creación del mundo material. Así como nosotros ya hablamos, el clarividente describe esta guerra en diferentes partes del Apocalipsis, no en una forma cronológica, sino en diferentes fragmentos, o faces.

La visión de la Mujer recuerda al lector la promesa de Dios a Adán y Eva sobre el Mesías (el semen), el Cual herirá la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). Se podría asumir que en el capítulo 12, en la palabra Mujer, se trataría de la Virgen María. No obstante, en la siguiente narración, donde se habla de los descendientes distantes a la Mujer (los cristianos), bajo el nombre Mujer, debemos entender la santa Iglesia. El fulgor del sol que rodea la Mujer simboliza la perfección moral de los santos y la gracia que ilumina la Iglesia a través de los obsequios del Espíritu Santo. Las doce estrellas simbolizan las doce tribus del Nuevo Israel o sea, el conjunto de la gente cristiana. Los sufrimientos de la Mujer durante el parto, significan las hazañas, privaciones y sufrimientos de los servidores de la Iglesia (los profetas, los apóstoles y sus sucesores), llevados por ellos en la misión de propagar el Evangelio en todo el mundo y en establecer las virtudes cristianas entre sus hijos espirituales. "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros," decía el apóstol Pablo a los cristianos de Galicia (Gá. 4:19).

El primogénito de la Mujer, "para el Cual fue designado gobernar todas las naciones con una vara de hierro," es nuestro Señor Jesucristo (Sal. 2:9; Rev. 12:5 y 19:15). Él es el Nuevo Adán, siendo la cabeza de la Iglesia. El "rapto" del niño por lo visto indica la ascensión de Cristo al Cielo, donde Él se sentó a la "derecha del Dios Padre," y desde entonces gobierna los destinos del mundo.

"Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra" (Rev. 12:4). Por medio de estas estrellas, los intérpretes concluyen que se trata de los ángeles que fueron amotinados contra Dios por incitación de Satanás, y por esta causa, sucedió una guerra en el cielo.(Esta fue la primer guerra en el universo). Encabezando los ángeles buenos salió adelante el Arcángel Miguel. Los ángeles que se revelaron contra Dios, sufrieron una derrota y no pudieron permanecer en el Cielo. Apartándose de Dios, ellos se convirtieron en diablos (demonios). Su reino del averno o infierno, se convirtió en un lugar oscuro y de sufrimientos. De acuerdo a la opinión de los santos padres, la guerra descrita por San Juan, sucedió en el mundo de los ángeles antes de la creación del mundo material. Se presenta aquí con la idea de explicar al lector, que el dragón que perseguirá la Iglesia en las siguientes visiones del Apocalipsis, es Lucifer, el ángel caído, el enemigo de Dios del tiempo inmemorial.

Así, habiendo sufrido la derrota en el Cielo, el dragón con todo su odio se lanza en contra de la Mujer Iglesia. Sus armas son muchas variaciones de tentación que él dirige a la Mujer, parecida a un río tempestuoso. Pero ella se salva de las tentaciones huyendo al desierto, o sea voluntariamente rechaza las riquezas de la vida y el conforte, con las cuales el tentador trata de persuadirla. Las dos alas de la Mujer son la oración y el ayuno, con los cuales los cristianos se espiritualizan y se hacen inaccesibles para el dragón que se arrastra sobre la tierra como una víbora (Gn. 3:14; Mc. 9:29). Se debe tomar en cuanta, que muchos cristianos devotos desde los primeros siglos emigraban al desierto, abandonando las ciudades ruidosas, llenas de tentaciones. En diferentes cuevas, ermitas y monasterios, ellos dedicaban todo su tiempo a rezar y pensar en Dios, llegando a un nivel espiritual tan alto, que los cristianos contemporáneos ni se imaginan. El monasticismo floreció en el Este en los siglos 4-7, cuando en los lugares desiertos de Egipto, Palestina, Siria y Asia menor se formaron muchos monasterios, donde vivían cientos y miles de monjes y monjas. Del Este Cercano el monastísimo paso al Atos (Norte de Grecia), y de allí, a Rusia, donde en los tiempos antes de la revolución, había como diez mil monasterios y ermitañas.

Nota. La expresión "un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo" 1260 días o 42 meses (Rev. 12:6-15) concuerda con tres años y medio y simbólicamente indica el periodo de la persecución. Tres años y medio duró el servicio social del Salvador. Aproximadamente la misma cantidad de tiempo duró la persecución contra los fieles durante el reinado del rey Antioco Epifanes, los emperadores Nerón y Dominicano. Pero a pesar de esto, las fechas en el Apocalipsis se deben entender como una alegoría.

La bestia que salió del mar y la bestia que salió de la tierra (Rev. cap. 13-14). Según la interpretación de la mayoría de los santos padres, la frase: "bestia del mar," se trata del anticristo, y por la frase "bestia de la tierra" al falso profeta. El mar simboliza la masa de la humanidad descreída, siempre inquieta y dominada por las pasiones. En la próxima narración sobre la bestia, y de la narración paralela del profeta Daniel (Dn. cap. 7-8), debemos concluir que la "bestia", representa toda la fuerza del imperio del anticristo que batalla contra Dios. En la apariencia superficial el dragón diablo y la bestia salida del mar, a la cual el dragón le entregó todo el poder, es parecida una a la otra. Sus atributos exteriores hablan de sus astucias, crueldades y deformidades morales. Las cabezas y los cuernos de la bestia simbolizan al gobierno que batalla contra Dios, que componen el imperio anticristiano del anticristo, y también a sus gobernantes ("reyes"). El anuncio sobre la herida mortal de una de las cabezas de la bestia y de su curación, es enigmático. A su debido tiempo, los mismos acontecimientos verterán la luz del significado de estas palabras. La base histórica para esta alegoría pudo servir la convicción de muchos contemporáneos del apóstol Juan, que el Nerón asesinado resucitó y que muy pronto volverá con el ejército de los parfianos (los cuales se encontraban detrás del río Eufrates (Rev. 9:14 y 16:12), para vengarse de sus enemigos. Quizás en esta frase se habla de una derrota parcial del los paganos por los cristianos y sobre el subsecuente renacimiento del paganismo en el período de una apostasía general. (Algunos ven en esto una indicación de una derrota del judaísmo en los años 70 de nuestra era que batallaba contra Dios. "Y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás," dijo el Señor al apóstol San Juan (Rev. 2:9; 3:9. Refiérase a los detalles sobre este tema, en el folleto "La enseñanza cristiana sobre el fin del mundo").

Nota. Existe algo en común entre los rasgos de la bestia del Apocalipsis y las cuatro bestias del profeta Daniel, que personificaron los cuatro antiguos imperios paganos (Dn. Cap. 7). La cuarta bestia se refiere al imperio Romano, y el décimo cuerno de la última bestia, al rey Sirio Antioco Epifanes, prototipo del anticristo venidero, al cual el arcángel Gabriel llamó el "desdeñable" (Dn. 11:21). La característica y los hechos de la bestia apocalíptica, tienen mucho en común con el décimo cuerno que describe el profeta Daniel (Dan. 7:8-12; 8:10-26; 11:21-45). Los primeros dos libros de los Macabeos sirven como una vívida ilustración de los tiempos antes del fin del mundo.

Luego, el clarividente describe la bestia que salió de la tierra, más tarde llamándola "falso profeta." La tierra en este caso simboliza una ausencia total de espiritualidad en la enseñanza del falso profeta: está impregnada de materialismo y satisfacción del cuerpo que ama el pecado. El profeta falso seduce a la gente con milagros falsos y la obliga a que se incline delante de la primera bestia. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón" (Rev. 13:11), o sea, él parecía ser manso y pacífico, peros sus palabras estaban llenas de lisonja y mentira.

Así como en el capítulo 11 los dos testigos simbolizan a todos los servidores de Jesucristo, evidentemente, las dos bestia en el capítulo 13, simbolizan la unión de todos aquellos que odian el cristianismo. La bestia del mar, simboliza la fuerza atea civil, y la bestia de la tierra, simboliza la unión de los profetas falsos y todas las autoridades tergiversadas de la Iglesia.

Así como durante la vida terrenal del Salvador los dos poderes, civil y religiosos, personificada en Pilato y los sumos sacerdotes altos de Judea, se unieron para condenar a Cristo y crucificarlo, así, en toda la historia de la humanidad, estos dos poderes muchas veces se unen en la batalla en contra de la fe y la persecución de los fieles. Ejemplos: el profeta Balaam y el rey Moabita; la reina Jezabel y sus sacerdotes; los profetas falsos y los príncipes antes de la destrucción de Israel y más tarde Judea, "los apóstatas del santo testamento" y el rey Antioco Epifano (Dn. 8:23; 1 Macc y 2 Macc, capítulo 9), y finalmente los seguidores de la ley de Moisés y los gobernantes romanos durante los tiempos cristianos. Durante los tiempos del Nuevo Testamento, los herejes y los maestros falsos debilitaban la Iglesia con sus cismas y con esto contribuían a las exitosas conquistas de los Arabes y los turcos, que inundaron y destruyeron el Este Ortodoxo; los librepensadores rusos y populistas prepararon el terreno para la revolución; los falsos maestros contemporáneos desvían a los cristianos inestables a diferentes sectas y cultos. Todos ellos son profetas falsos, que favorecen el éxito de las fuerzas ateas. El Apocalipsis claramente muestra el apoyo mutuo entre el dragón diablo y las dos bestias. En cada uno de ellos existe su propio plan conveniente y egoísta: el diablo ansía que todos le presten homenaje, el anticristo anhela el poder, y el profeta falso busca su conveniencia material. La misión de la Iglesia es persuadir a la gente para que ella crea en Dios y fortifique sus virtudes, siendo esto un obstáculo para los enemigos, los últimos unen sus fuerzas para batallar en contra de ella.

La marca de la bestia (Rev. 13:16-17; 14:9-11; 15:2; 19:20; 20:4). En la lengua de la Santa Escritura, llevar el sello (o la marca) significa pertenecer o ser sumiso a alguien. Nosotros ya hablamos que el sello (o el nombre de Dios) sobre las frentes de los fieles significa que Dios los eligió y consecuentemente Él los protege (Rev. 3:12; 7:2-3; 9:4; 14:1; 22:4). Las actividades del falso profeta que están descritas en el capítulo 13 del Apocalipsis, nos convencen que el reino de la bestia tendrá un carácter religioso y político. Estableciendo las alianzas entre los gobiernos, se engendrará de esta forma una nueva religión en el mundo en lugar de la cristiana. Esta sumisión al anticristo (alegóricamente tomar sobre su frente o sobre su mano derecha el sello de la bestia) será equivalente a abjurar a Cristo, privando a la persona del Reino de los Cielos. (El simbolismo del sello fue tomado de una costumbre antigua, cuando los soldados gravaban con fuego sobre sus manos o frentes los nombres de sus comandantes y los esclavos voluntariamente u obligatoriamente tomaban el sello con el nombre de sus amos. Los paganos que prestaban devoción a cierto ídolo, muchas veces llevaban el tatuaje de este ídolo).

Sin descartar la posibilidad que durante el tiempo del anticristo entrara en acción un sistema de registración computarizada obligatoria, parecida a las tarjetas de bancos usadas en el presente. La perfección va a consistir en que un ojo invisible, un código de computadora, no se imprimirá sobre una tarjeta de plástico como se practica ahora, sino, sobre la piel de la persona. Este código, que se lee por medio de un ojo electrónico o magnético, se transmitirá directamente a la computadora central, en la cual se guardará toda la información personal y financiera sobre esta persona. De esta forma, al imprimir directamente el código sobre los individuos, este nuevo sistema remplazará la necesidad del dinero, pasaportes, visas, boletos, cheques, tarjetas de crédito y otros documentos personales. Gracias a la codificación individual, todas las operaciones monetarias, el salario y las cuentas de pago pueden ser procesados directamente por computadora. En la ausencia del dinero, los ladrones no tendrán nada par robar. Los gobiernos podrán controlar el crimen con más facilidad, debido a que los movimientos de la persona se conocerán por medio de la computadora central. Se cree que este sistema de códigos personales será ofrecido en una forma muy positiva para la sociedad. Pero en realidad, este sistema será usado también para un control religioso político sobre la gente, cuando "nadie podrá comprar o vender, exceptuando los que tienen la impresión" (Rev. 13:17).

Lógico, que la opinión expresada aquí sobre los sellos de los códigos sobre la gente, es únicamente una suposición. La cuestión no consiste en los símbolos electro magnéticos, sino, en la fidelidad o traición con respecto a Jesucristo. A lo largo de la historia cristiana, la persecución de los fieles de parte de los poderes anticristianos, tenía diferentes métodos: trayendo un sacrificio a los ídolos, la aceptación del Islam, pertenecer a una organización anticristiana o atea. En el idioma apocalíptico, es la aceptación de "la marca de la bestia": es la adquisición de las ventajas temporales por la renuncia a Jesucristo.

El número de la bestia, 666 (Rev. 13:18). El significado de esta cifra todavía sigue siendo un misterio. Evidentemente se descifrará cuando las circunstancias sean favorables para eso. Algunos intérpretes ven en el número 666 una disminución del numero 777, el cual a su vez significa una triple perfección, o integridad. Si este es el simbolismo de este numero, significa que el anticristo se precipitará a demostrar toda su superioridad sobre Jesucristo, pero en realidad todas sus acciones serán imperfectas. En la antigüedad los cálculos de los nombres se basaban en que las letras de los abecedarios tenían el significado de un numero. Por ejemplo en el idioma griego (y en el idioma eslavo de la iglesia) la letra "A" equivalía al numero "1," B = 2, etc.; Cálculos similares existen en el idioma hebreo y latín. Cada nombre se podía calcular matemáticamente por medio de la suma de los valores numéricos de las letras. Por ejemplo el nombre Jesús, escrito en el idioma griego, se iguala al 888 (quizás indica la perfección más alta). Existe una vasta cantidad de nombres propios, los cuales de acuerdo a la suma de sus letras traducidas a los números, igualan al numero 666. Por ejemplo, el nombre Nerón Cesar, escrito con letras hebreas. En este caso, si el nombre propio del anticristo hubiese sido conocido, no sería problemático contar su significado numérico. Quizás se debería encontrar el significado de la adivinanza en un plano general, pero no es claro, en qué dirección. La bestia del Apocalipsis, es el anticristo y su gobierno. ¿Puede ser que durante los tiempos del anticristo, se introducirán iniciales que significarán un nuevo orden mundial? Por voluntad de Dios, el nombre propio del anticristo no se revelará hasta el momento apropiado eliminando de esta manera la innecesaria curiosidad. Cuando llegue el momento, aquellos a los cuales les corresponde hacerlo, descifrarán este enigma.

La imagen de la bestia que habla. Es muy difícil de entender el significado de estas palabras sobre el profeta falso. "Y le fue dado que diese espíritu a la imagen de la bestia, para que la imagen de la bestia hable; y hará que cualquiera que no adorare la imagen de la bestia sea muerto" (Rev. 13:15). El motivo de esta alegoría puede ser que Antioco Epifanes exigía que los judíos veneren la estatua de Júpiter, construida por él, en el templo de Jerusalén. Más tarde el emperador Domitian exigía que todos los habitantes del Imperio Romano veneren su imagen. Domitian era el primer emperador que exigía que lo veneren como un dios todavía durante su vida, y que la gente le denomine "nuestro señor y dios." A veces para más efecto, detrás de las estatuas se escondían los sacerdotes, los cuales de allí profetizaban en su nombre. A los cristianos que se oponían a venerar la imagen de Domitian, se ordenaba ejecutarlos, y aquellos que veneraban la estatua, eran premiados. Quizás en la profecía del Apocalipsis se habla de un aparato como el televisor, el cual va a transmitir la imagen del anticristo y al mismo tiempo observar, cómo la gente reacciona ante él. De cualquier manera, en nuestros tiempos las películas de cine y la televisión, se usan de una forma muy amplia para injertar las ideas del anticristo, acostumbrando a la gente a la crueldad y trivialidad. Mirar la televisión diariamente sin distinguir lo que uno mira, elimina en la persona todo lo bueno y santo. ¿No será el televisor el precursor de la imagen de la bestia que habla?

Los siete cáliz. El acrecentamiento de las fuerzas ateas. El juicio de los pecadores (cap. 15-17).

En esta parte del Apocalipsis el clarividente describe el reino de la bestia, la cual llegó al apogeo de sus fuerzas y control sobre la vida de la gente. El abandono de la verdadera fe abarca casi toda la humanidad, y la Iglesia llega casi al desvanecimiento total (Rev. 13:7). "Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación" (Rev. 13:7). Para dar coraje a los fieles, los que eligieron a Cristo, el apóstol Juan dirige sus miradas hacia el mundo celestial y les muestra la multitud de los virtuosos, los cuales como los israelitas que se salvaron del faraón en los tiempos de Moisés, cantan la canción victoriosa (Ex. cap. 14-15).

Pero así como llegó el fin de la gobernación del faraón, así están contados los días de la gobernación del anticristo. Los siguientes capítulos (16-20) muy claramente dibujan el juicio de Dios a los ateos. La destrucción de la naturaleza en el capítulo 16, semejante a la descripción en el capítulo 8, pero en este caso alcanza proporciones globales y deja una impresión horrible. (Evidentemente, así como antes, la destrucción de la naturaleza se lleva a cabo por la misma gente, las guerras y los residuos industriales). El aumento del calor solar, del cual sufre la gente, puede ser unido con la destrucción de la capa del ozono en la estratósfera y el aumento del dióxido de carbono en la atmósfera. Según la predicción de Jesucristo, en el último año antes del fin del mundo, las condiciones de vida serán tan insoportables, que, "si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; más por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados" (Mt. 24:22).

La descripción del juicio y el castigo en los capítulos 16-20 del Apocalipsis, sigue el orden del crecimiento de culpa de los enemigos de Dios: primero son sometidos al castigo aquella gente que tomó la marca de la bestia, y la ciudad del anticristo "Babilonia," luego el anticristo y el profeta falso, y por último el diablo.

El recuento sobre la destrucción de Babilonia se presenta dos veces: primero en general al fin del capítulo 16, y más detalladamente en los capítulos 18-19. Babilonia se ilustra como una ramera, sentada sobre la bestia. El nombramiento Babilonia, nos hace acordar Babilonia Caldea, en la cual durante el Antiguo Testamento se concentraba toda la fuerza atea. (Las tropas Caldeas destruyeron el antiguo Jerusalén en los años 586 antes de Cristo. Describiendo el lujo de la "ramera," el apóstol tenía en cuenta Roma próspera y rica con su ciudad de puerto. Pero muchos aspectos en la descripción de Babilonia apocalíptica no coinciden con la antigua Roma, por lo visto se refiere a la ciudad del anticristo.

De la misma forma es enigmática la explicación del ángel al final del capítulo 17 sobre "el misterio de Babilonia" en los detalles que se refieren al anticristo y su reino. Por lo visto, estos detalles serán comprendidos en el futuro, cuando llegue el momento. Algunas alegorías son tomadas de la descripción de Roma, que está parada sobre las siete colinas, y sus emperadores ateos. "Los cinco reyes (cabezas de la bestia) cayeron" estos son los primeros cinco emperadores de Julio Cesar hasta Claudio. La sexta cabeza es Nerón, y la séptima Vespasiano. "La bestia que fue y ahora no está, es el octavo, y (él mismo) es de la cuenta de los siete" son Domitian, y el resucitado Nerón en la imaginación de la gente. El es el anticristo del primer siglo. Pero evidentemente, el simbolismo del capítulo 17, recibe una nueva explicación durante el tiempo del último anticristo.

El juicio sobre Babilonia, el anticristo y el profeta falso (cap. 18-19).

El clarividente en una forma muy vívida y brillante dibuja el cuadro de la caída de la ciudad del gobierno ateo, el cual él llama Babilonia. Esta descripción tiene una semejanza con la predicción del profeta Isaías y Jeremías sobre la caída de Babilonia Caldea en el año 539 antes de Cristo (Is. Cap. 13-14; Is. 21:9; Jer Cap. 50-51). Existe una similitud entres los centros mundiales del mal del pasado y del futuro. De una manera especial se describe el castigo del anticristo (la bestia) y del falso profeta. Como ya mencionamos, la "bestia" es específicamente la última persona que batalla en contra de Dios y al mismo tiempo, personifica cualquier poder en la tierra que batalla en contra de Dios. El falso profeta es el último falso profeta (asistente del anticristo), y así mismo es la personificación de todas las pseudo religiones y todos los poderes corruptos de la Iglesia.

Es muy importante entender que el recuento del castigo de Babilonia, del anticristo, falso profeta (cap. 17-19) y del diablo (cap. 20), no está descrita por el apóstol Juan en una forma cronología, sino, a un principio de método de descripción que ahora explicaremos.

La Santa Escritura en todo su conjunto enseña que los poderes ateos terminarán de existir durante la Segunda venida de Jesucristo, y ese será el momento cuando perecerá el anticristo y el profeta falso. El Juicio Final de Dios sobre el mundo se llevará a cabo en un orden de acrecentamiento de culpabilidad de los procesados. "Porque es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, ¿qué será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?" (1 Pedro 4:17; Mt. 25:31-46). Primero serán juzgados lo creyentes, luego los que no tenían fe y pecadores, luego los enemigos conscientes de Dios y finalmente los culpables más grandes de todas las iniquidades los diablos y Satanás. En este orden describe el apóstol Juan sobre el juicio de los enemigos de Dios en los capítulos 17-20. Además el juicio sobre cada una de estas categorías de los culpables (los que se apartaron de Dios, el anticristo, el profeta falso y finalmente el diablo) se precede por la descripción de su culpa. Por esta razón la impresión es que primero será destruida Babilonia, un poco más tarde serán castigados el anticristo y su profeta, después en la tierra comenzará el reino de los santos, y luego, después de un largo tiempo el diablo saldrá para tentar a la gente y entonces será castigado por Dios. En realidad, en el Apocalipsis se habla de eventos paralelos. Este método de descripción por el apóstol Juan, se debe tomar en cuenta para interpretar correctamente el capítulo 20 del Apocalipsis (leer el folleto sobre el fin del mundo sobre la "Insolvencia del Quiliasmo").

Los 1000 años. El juicio sobre el diablo. La resurrección y el Juicio Final (cap. 20).

El capítulo veinte, habla del reino de los santos y la doble derrota del diablo, abarca todo el periodo de la existencia del cristianismo. Resume el drama en el capítulo 12 sobre la persecución de la mujer Iglesia por el dragón. La primera vez el diablo fue derrotado por medio de la muerte de Jesucristo sobre la cruz. En aquel entonces se le quitó el poder sobre el mundo, "encadenado" y "preso en el abismo" por 1000 años (o sea por un tiempo largo, indeterminado, Rev. 20:3). "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera" (Jn 12:31) decía el Señor antes de sus sufrimientos en la cruz. Así como sabemos del capítulo 12 del Apocalipsis y de otros lugares de la Santa Escritura, el diablo después de la muerte en la cruz del Salvador seguía teniendo la posibilidad de tentar a los fieles y causarles problemas, sin embargo ya no tenía poder sobre ellos. Nuestro Señor les dijo a sus discípulos: "He aquí os doy potestad de hollar sobre serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará" (Lc. 10:19).

Unicamente antes del fin del mundo, cuando por causa de una masiva apostasía de la gente de la fe: "Porque ya está en acción el misterio de iniquidad: sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio" (2 Ts.2:7), otra vez el asumirá el poder sobre la humanidad pecadora, pero por un tiempo muy corto. Entonces él encabezará su última batalla contra la Iglesia (Jerusalén), dirigiendo contra de ella sus tropas de "Gog y Magog," pero será derrotado por segunda vez por Cristo y definitivamente. "Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt. 16:18). Las tropas de Gog y Magog simbolizan el conjunto de todas las fuerzas que batallan contra Dios, humanas y del averno, las cuales el diablo une en su demente guerra contra Cristo. De esta manera, la batalla contra la Iglesia que se acrecentaba por medio de todo el periodo del cristianismo, eventualmente terminará en la derrota total del diablo en el capítulo 20 del Apocalipsis. Este capítulo resume el aspecto espiritual de esta batalla y muestra su fin.

El lado luminoso de esta persecución contra los fieles consiste en que ellos habiendo sufrido físicamente, vencieron espiritualmente al diablo, debido a que ellos quedaron fieles a Cristo. Desde el momento de su muerte de mártires, ellos reinan con Jesucristo y juzgan el mundo, participando en los destinos de la Iglesia y de toda la humanidad. (Por esta razón, nosotros nos dirigimos a los santos para que ellos nos ayuden, siendo ésta la base para la veneración de la Iglesia Ortodoxa de los santos (Rev 20:4). Sobre el victorioso destino de los mártires por la fe, el Señor dijo: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (Jn 11:25). La "primera resurrección" en el Apocalipsis es el renacimiento espiritual, el cual comienza desde el momento del bautismo del fiel, se fortalece por medio de los hechos o sacrificios cristianos y alcanza su estado más alto en el momento del sufrimiento y de la muerte por Jesucristo. Al renacimiento cristiano pertenece la promesa: "llegará el momento y ya llego, cuando los muertos escucharan la voz del Hijo de Dios y habiendo escuchado Su voz revivirán." Las palabras en el Apocalipsis 20:10, son la Conclusión: el diablo que engañaba a la gente, "es lanzado al lago de fuego." De esta manera concluye la narración sobre la condena de los apóstatas, el falso profeta, el anticristo y el diablo.

Termina el capítulo 20 con la descripción del Juicio Final. Antes del Juicio tiene que suceder la resurrección física de los muertos en general, el cual el apóstol llama "segunda" resurrección. Toda la gente resucitará físicamente — los virtuosos y los pecadores. Después de la resurrección general "fueron abiertos los libros… y juzgados eran los muertos de acuerdo a lo que estaba escrito en los libros." Por lo visto delante del trono del Juez será evidente el estado espiritual de cada persona. Todos los actos oscuros, palabras de odio, pensamientos secretos y deseos, todo se abrirá de una forma muy clara, hasta los pecados que hemos olvidado de repente todo aparecerá en la superficie y será evidente para todos. Eso será una horrible experiencia.

Así como hay dos tipos de resurrección, de la misma forma hay dos muertes. "La primer muerte" es el estado pecaminoso y de infidelidad, en los cuales se encontraba la gente que no aceptaron el Evangelio. "La segunda muerte" es la eterna condena que consiste en el alejamiento de Dios. Esta descripción es muy breve, por la razón que el apóstol ya habló sobre este tema en los capítulos (Rev. 6:12-17; 10:7; 11:15; 14:14-20; 16:17-21; 19:19-21; y 20:11-15). Aquí el apóstol resume el Ultimo Juicio (en una forma breve sobre éste habla el profeta Daniel al principio del capítulo 12). Con esta breve descripción, el apóstol Juan concluye la descripción de la historia humana y pasa a la descripción de la vida eterna de los virtuosos.

El nuevo cielo y la nueva tierra. La eterna bienaventuranza (cap. 21-22).

Los últimos dos capítulos del Apocalipsis son las más luminosas y alegres páginas de la Biblia. Ellas describen la bienaventuranza de los virtuosos sobre la tierra renovada, donde Dios secará toda lagrima de los ojos de los que sufrieron, donde no existirá más la muerte, ni el llanto, ni las enfermedades. Comenzará una nueva vida, la cual no tendrá fin

Conclusión.

Así es que el libro del Apocalipsis fue escrito durante el crecimiento de la persecución de la Iglesia. Su meta es fortalecer y consolar a los fieles en vista de las persecuciones venideras. Descubre los métodos y audacias con la cual el diablo y sus servidores tratan de destruir a los creyentes; enseña cómo sobrepasar las tentaciones. El libro del Apocalipsis llama a los creyentes a ser cautelosos con respecto a su estado espiritual, no temer a los sufrimientos y a la muerte por Jesucristo. Muestra la vida feliz de los santos en el cielo y llama a todos a unirse con ellos. Los fieles, aunque a veces tienen muchos enemigos, tienen más defensores en los ángeles, santos y especialmente en Jesucristo el Victorioso.

El libro Apocalipsis es más vivo y descriptivo que los demás libros de la Santa Escritura, manifiesta el drama de la batalla del mal con el bien en la historia de la humanidad y manifiesta la victoria total del Bien y la Vida.

Cartas a las siete Iglesia.

La Iglesia

Efeso

Apoc. 2:1-7

Esmirna

Apoc. 2: 8-11

Pérgamo

Apoc. 2:12-17

Tiatira

Apoc. 2:18-29

Sardis

Apoc. 3:1-6

Filadelfia.

Apoc.3:7-13

Laodicea

Apoc. 3:14-22

Alabanza

Se sacrificó con devoción, tuvo tolerancia a los virtuosos.

Toleró las penas y pobrezas.

No abjuró a su fe.

Acciones buenas, amor, fe, las últimas acciones son más importantes que las primeras.

No profanó los vestiduras.

Aunque eres débil, eres fiel a Cristo.

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Reprensión

Enfrío en el amor.

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Admitió a los heréticos en su ambiente.

Dejas a los Heréticos

Sembrar

las tentaciones.

Pareces estar vivió, pero en realidad estas muerto.

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Indiferente y

presuntuosos.

La llamada

Recuerda de donde haz caído y arrepiéntete.

Sé fiel hasta la muerte.

Arrepiéntete.

Cuida lo que posees.

Estés en vela, porque tú estas cerca de la muerte. Arrepiéntete.

Guarda tu riqueza espiritual.

Ama el amor, se sensible y diligente.

Que esperas?

"Moveré la antorcha" y la tuya rechazaré.

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— — —

— — —

Vendré inesperadamente.

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El premio.

Probarás del árbol de la vida.

Eludirás

la muerte eterna.

Si Pruebas la maná, recibirás un nombre nuevo.

Dominarás a los paganos.

Recibirás vestiduras blancas.

Si eres firme, llevarás el nombre de Dios.

Reinarás con Jesucristo.

El período del Antiguo Testamento.

La vida en el jardín de Edén (Gn. 2:9).

La esclavitud en Egipto (los diez castigos, Ex. 7-12 cap.).

Vagabundear en el desierto de Sinaí. Balaam tienta a los Israelitas (Nm. 25:1, 31:16)

La tentación pagana durante Jezabel (1 Rey. 16:31 и 21 :21-26).

El juicio de Dios sobre Israel y Judea (Ex. 1:9, 6:13, 8-6 siglos antes del nac. de Cristo).

El cautiverio de Babilonia, es la máxima debilidad. El retorno del cautiverio, restablecimiento de Jerusalén y el templo (la llave de David).

El período antes del nacimiento de Cristo. Los fariseos. Un acercamiento utilitario con respecto a la religión.

El período del Nuevo Testamento.

El tiempo de los Apóstoles (Siglo I)

La persecución de la Iglesia durante el Emperador Romano (Siglos II - IV).

La lucha con las herejías (Concilios Ecuménicos). El monasticismo (Siglos IV – VII).

Iconoclasia. Cristianización de gente nueva (los eslavos) "poder sobre los paganos" (Siglos VII - XII).

El alba del arte de la Iglesia. El formalismo en la religión. La caída de Bizantino. La revolución en Rusia (Siglos XIII - XX).

El yugo del ateísmo. La debilidad de la Iglesia. La cristianización de los hebreos (20)

El cristianismo como método para la felicidad. La presuntuosidad de las sectas.

Carácter de un período específico.

Al principio el ardor espiritual y la inocencia; luego, la frialdad.

La purificación por medio de la persecución y las penas.

La lucha con las herejías. Tentaciones mentales.

La madurez espiritual alcanzada.

La virtud en los ritos superficiales. El castigo.

La fidelidad a Dios en los momentos difíciles de la vida.

El engreimiento es una ceguera y orgullo.

El plan del Apocalipsis.

La visión

Los siete sellos El servicio Celestial.

4 Los jinetes (4-6).

Las siete trompetas. Las desgracias incipientes y la protección de los fieles (7-10)

Los siete símbolos

La Iglesia y el reinado de la bestia (11-14)

Los siete cálices. El juicio sobre los pecadores (15-17)

El juicio sobre Babilonia, el anticristo y el profeta falso (18-19)

Los 1000 años del reinado de los santos. El juicio sobre el diablo y el juicio general (20).

La Iglesia Victoriosa en el Cielo

El servicio Celestial (4-5). Los primeros mártires (6:9-11).

Los virtuosos de todas las nacionalidades (7:9-17). La fuerza de la oración de los santos (8:3-6). La gloria a Dios (11:16-19).

El sabor anticipado de la victoria de los santos (12:10-12). Los vírgenes y las vírgenes (14:1-5).

El Himno de los salvados de la bestia (15:1-4).

La preparación de la boda del Cordero y la Iglesia. El Himno de los salvados (19:1-10).

Los mártires no perecieron. Ellos reinan con Jesucristo (20:4-6).

La Iglesia perseguida en la tierra

Los fieles deberán sufrir (6:11).

Sellar a los elegidos antes del comienzo de las desgracias (7:1-8).

La medición del templo (11:1-2). El sacrificio de los dos testigos (11:3-14). La mujer vestida del sol (12:1-6 y 13-18). La paciencia de los santos (13:10, 14:12-13).

Bienaventurado el que esta en vela (16:15).

 

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El mundo de los pecadores y el castigo de ellos.

4 jinetes: Las pasiones batallan dentro del hombre. De aquí la enemistad, pobreza y la destrucción mutua (6:1-8).

Las desgracias incipientes. La mutilación parcial de la naturaleza (8:7-13).

Los pecadores son tentados por la bestia y se someten a él. El sello de la bestia (13:8 и 16-17).

Más grandes castigos de los pecadores. La destrucción total de la naturaleza (16:1-12).

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El mundo ateo, el anticristo y el profeta falso.

 

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El mal aumenta. La bestia del mar, el anticristo (13:1-10). La bestia de la tierra, el profeta falso (13:11-18).

El reino de la bestia (16:10-12). Babilonia fornicadora, el centro del mal mundial (17:1-18).

La destrucción total de Babilonia y la felicidad en el cielo (18:1-24).

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El mundo del averno. Satanás y sus diablos.

 

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La aparición en el mundo de la fuerza infernal. Satanás, el destructor del alma (9:1-12).

El dragón persigue la mujer, iglesia (12:3-4) y siembra las tentaciones (12:10-13 и 12:15-17).

Los espíritus impuros tientan a la gente para que ella sirva a la bestia (16:13-14).

La fuerza impura aumenta en el reino de la bestia (18:2).

La fuente del toda la maldad es el diablo. Él es sometido dos veces a la destrucción y es condenado para la eternidad (20:1-10).

La guerra física y espiritual. Las tropas del mal.

Las desgracias en el mundo comienzan por el desconcierto en la misma persona (6:1-8).

Los ángeles a orillas de Eufrates. La primer fase de la guerra (9:13-21).

La guerra en el cielo (12:7-10). La lucha del diablo con los dos testigos de Cristo (11:7).

Antes de la última batalla del Armagedón (16:12). Armagedón (16:16) y el triunfo de Cristo (17:14).

Cristo destruye al anticristo y su ejército (19:11-21).

La Conclusión de la guerra mundial en contra de la Iglesia. La destrucción de Gog y Magog (20:7-9).

La descripción del fin del mundo y el juicio.

El miedo de los pecadores delante del Juez (6:12-17).

La realización del misterio de Dios (10 :7).

El Reino del mundo se convierte en el Reino de Dios (11:15). La cosecha (14:14-20).

El juicio sobre los paganos (16 :17-21).

La destrucción total de Babilonia. El castigo de la bestia y del profeta falso (19 :19-21).

El juicio sobre Satanás (20 :10). La resurrección general y el Juicio final (20:11-15).

El tema más importante.

Introducción. El servicio Celestial. Las causas abiertas del conflicto en el mundo. La razón de los sufrimientos de los mártires.

La Iglesia Celestial aumenta, en la tierra aumentan las desgracias. Dios protege a los fieles.

El sacrificio de los testigos de Cristo. El diablo dirige sus fuerzas en contra de la Iglesia.

El reino del mal aumenta, pero Dios lo destruye. El juicio comienza del mundo pecador. La salvación festeja la victoria.

El juicio sobre los ateos: el anticristo y le profeta falso. El centro del mal mundial se destruye.

La Conclusión de la guerra con el bien. El diablo es derrotado dos veces. Los que murieron por Cristo reinan en el Paraíso. La resurrección general y el Juicio Final.

 

El Sermón de la Montaña.

El significado del Sermón de la Montaña.

El Sermón de la Montaña de nuestro Salvador es maravilloso porque en él se concentra todo el sentido del Evangelio, y lo que el cristiano debe saber y cumplir. El sermón de Jesucristo fue escrito íntegramente por el evangelista Mateo, desde el capítulo 6 hasta el 7, y el evangelista Lucas describe el sermón parcialmente en el capítulo 6. Nuestro Señor pronunció el Sermón de la Montaña sobre una colina, que está situada sobre la orilla norte del lago Galileo cerca de la ciudad de Capernaum, en el primer año de Su predicación.

Con respecto a la sociedad circundante, los cristianos testifican que la enseñanza de Cristo no anula los mandamientos del Antiguo Testamento, sino los complementa. Nuestro Señor nos aconseja a controlar nuestros sentimientos de hostilidad, ser castos, fieles a nuestra palabra, querer a los enemigos y seguir el camino hacia la perfección.

En la siguiente parte de Su sermón, Jesucristo nos enseña sobre la importancia de la dedicación hacia la verdadera virtud que se encuentra en el corazón del hombre. El concepto de esta virtud es totalmente opuesto con la religión judía donde existe únicamente una apariencia de ella. Por ejemplo, nuestro Señor nos explica cómo debemos ayudar, rezar y ayunar para complacer a Dios. Luego nos aconseja que eludamos todo tipo de ataduras con respecto a las cosas materiales y aprendamos a apoyarnos en la esperanza a Dios.

En la última parte del Sermón de la Montaña, nuestro Señor nos enseña a no acusar al prójimo, cuidar de la profanación lo que es sagrado y desarrollar una constancia para las acciones buenas. En conclusión, nuestro Señor nos muestra la diferencia entre el camino ancho y angosto, nos advierte sobre los profetas falsos y nos aconseja a ser fuertes para superar las pruebas inevitables.

Nuestro Señor Jesucristo caracteriza la enseñanza que Él recibió de Su Padre Celestial en la siguiente forma: "El cielo y la tierra pasarán pero, mis palabras no pasarán" (Mat. 24:35). Efectivamente, en el Sermón de la Montaña se encuentra la eterna verdad celestial, una verdad que no envejece con el tiempo y en igual forma es aplicable para toda la humanidad de diferente cultura y raza. Cambian las condiciones de la vida y el concepto de la moralidad, pero las Leyes de Dios son irrevocables. Por esta razón, a nosotros, los cristianos, que deseamos ir hacia la inmortalidad, en primer lugar debemos adquirir las eternas leyes del bien, formuladas en el Sermón de la Montaña, y sobre ellas construir nuestra vida. Sobre estas eternas leyes hablaremos ahora.

Las Bienaventuranzas y el Camino Hacia el Cielo.

Comienza el Sermón de la Montaña con los nueve Mandamientos de los Bienaventurados. Estos mandamientos complementan los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento dados por Moisés en la montaña de Sinaí. Los mandamientos del Antiguo Testamento hablan de lo que no se debe hacer y son muy estrictos. Pero las leyes del Nuevo Testamento hablan de lo que se debe hacer y son motivadas por el amor. Los Diez Mandamientos fueron grabados sobre una tabla de piedra (Tablas de la Ley) y se cumplían en una forma superficial. Pero las leyes del Nuevo Testamento se escriben por medio del Espíritu Santo sobre la tabla del corazón del creyente. Aquí está el texto inmortal de estos Mandamientos:

"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos" (Mat. 5:1-12).

La peculiaridad de los mandamientos nuevos está en que todos comienzan con la palabra "bienaventurados." Mientras que los mandamientos viejos actúan por medio de prohibición y amenazan con un castigo, los nuevos mandamientos dan un incentivo hacia el bien, y atraen hacia lo alto, a la interminable felicidad con Dios.

Del momento que nuestros antecesores cometieron el pecado original, la gente perdió el concepto de la verdadera felicidad. La palabra "felicidad" comenzó a sonar como una ilusión de un ideal irrealizable. Pero nuestro Señor Jesucristo ofrece a la gente una concreta y alcanzable realidad. La promesa no se refiere únicamente a la vida eterna en el Paraíso, pero es posible experimentarla aquí en la tierra, dependiendo de la ruptura con el yugo del pecado. En el último caso, la conciencia recibirá paz y será digna de la gracia del Espíritu Santo. Justamente el Espíritu Santo es el que dona a la persona esta inexplicable felicidad que no se puede comparar con ningún placer mundano. En los relatos de la vida de los santos, podemos ver que los verdaderos cristianos, para conservar y desarrollar en sí la gracia de Dios, estaban listos para resistir cualquier sacrificio.

Profundizando el sentido de los Mandamientos de los Bienaventurados, es evidente que están formulados en un determinado orden. Ellos muestran al hombre el camino hacia la verdadera felicidad y explican cómo seguirlo. Se pueden asemejar a una escalera celestial o a un plano de construcción de una vivienda de virtudes.

El punto sobre el cual se basan los Mandamientos de los Bienaventurados, es la realidad de que cada persona, sin excepción, está dañada por el pecado y por esta razón su situación es lamentable. La tragedia de la caída en el pecado original de Adán y Eva, es la tragedia de toda la humanidad. El pecado obscurece la mente, debilita y seduce la voluntad, ahoga el corazón del hombre en penas y desalientos. Por esta razón, los que pecan se sienten miserables, y al mismo tiempo no entienden cuál es la razón de sus penas. En sus sufrimientos culpan a los demás y las circunstancias de la vida. El primer mandamiento de los bienaventurados confirma el perfecto diagnóstico: la razón del sentimiento de insatisfacción consiste en la propia enfermedad espiritual.

El Señor Jesucristo vino al mundo para sanar al hombre de esta enfermedad espiritual. El llama a todos hacia Dios y aquellos que desean, pueden entrar en Su Reino, el lugar donde existe la eterna felicidad. Para la gente el llamado de Jesucristo es como la voz de un Padre que ama a sus hijos, la voz que llama a su hijo vagabundo para que él vuelva a su casa. Cuando la persona vuelve a Dios, no regresa con un equipaje lleno de virtudes y riquezas recibidas por medio de sus talentos, sino regresa con nada, como el hijo pródigo que gastó toda la herencia que el padre le dejo.

El primer mandamiento de los bienaventurados es el primer llamado al hombre para que él entienda su enfermedad espiritual y pida a Dios ayuda. No es fácil para el "hijo pródigo" volver en sí, reconocer su culpa e insolvencia, y regresar al punto de partida. Por esta razón, por el esfuerzo de la voluntad para comenzar el camino correcto, se le promete una gran recompensa: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos." Interesante que la caída del hombre comenzó con el deseo orgulloso de igualarse a Dios ("Serán como dioses" — les prometió el tentador a nuestros antepasados, Gen. 3:5), de la misma manera, la rehabilitación comienza por medio de la humildad en el reconocimiento de su incapacidad.

La pobreza espiritual — no es una pobreza material o ineptitud espiritual. Al revés, "pobre en espíritu" puede ser una persona muy rica o con mucho talento. Pobre en espíritu — es una humilde forma de pensar, obtenida únicamente por medio del reconocimiento de la imperfección. A su vez, la humildad cristiana no es un sentimiento de desesperación o pesimismo, todo lo contrario, es una esperanza grande en la misericordia de Dios y una real posibilidad de remediar la vida. Esta esperanza está llena de felicidad y con Su ayuda, nosotros seremos hijos de gran virtud y útiles para Él.

Para la persona creyente, el reconocimiento de su pobreza espiritual y de sus pecados, se manifestará en el arrepentimiento de ellos: en la crítica de su pasado y en la decisión de corregirse. El arrepentimiento sincero y con lágrimas, contiene en sí, la fuerza de la Gracia, después de que, se siente un gran alivio, como si algo muy pesado se hubiese caido del corazón. A este arrepentimiento de todo corazón, nos llama el segundo mandamiento: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."

Una vez que la conciencia está limpia de los pecados, dentro del hombre nace una armonía, un orden total de los pensamientos, sentimientos y deseos. El sentimiento de irritación y rabia se reemplaza por una dulce felicidad y paz. La persona que conserva un sentimiento así, no tendrá más discordia con los demás, preferirá perder algo en la vida, que la paz espiritual. De esta manera, el arrepentimiento conduce al cristiano al tercer nivel de la virtud — los mansos: "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad."

Se sabe que la gente con malas intenciones, abusa de la humildad de los cristianos. Ellos usan la oportunidad para mentirles, sacarles algo o humillarlos. Dios consuela a los cristianos con la esperanza que en la vida eterna recibirán mucho más de lo que puedan perder en ésta. Si en esta vida no siempre la justicia vence, en la vida eterna ella triunfará, y los mansos, como se les prometió, heredarán la "tierra"o sea recibirán todos los bienes del mundo nuevo, donde eternamente reinará la verdad.

De esta manera, los tres mandamientos de los bienaventurados que llaman a la persona a rezar a Dios con humildad y arrepentimiento, establecen el cimiento sobre el cual se construirá la vivienda de la virtud cristiana.

Cuando una persona enferma comienza a sentir hambre, es señal que el enfermo está en camino de recuperación, lo mismo es el deseo de obtener la virtud, es una señal de que el pecador está en camino de la renovación espiritual. Cuando el hombre peca, desea obtener las riquezas del mundo como la plata, honor, placeres físicos. Sobre las riquezas espirituales no quiere pensar y hasta las detesta. Pero cuando su alma se libera de la enfermedad, entonces la persona deseará la perfección espiritual. Sobre el deseo de ir hacia la virtuosidad, habla el cuarto mandamiento: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados."

La aspiración hacia la virtud se asemeja a la construcción de las paredes de un hogar donde habitan las virtudes. Usando las palabras "hambre y sed de justicia," el Señor nos enseña que nuestro deseo hacia la virtud no tiene que ser tibio o pasivo, pero al revés, tiene que ser enérgico y lleno de actividades. La persona hambrienta no sólo piensa en el hambre, sino dedica todas sus fuerzas en satisfacer su hambre. Unicamente en una activa dedicación hacia la virtud, es alcanzable, o como dice el mandamiento, "saciarse."

Introduciéndose al cuarto nivel de la virtud, la persona ya posee cierta experiencia espiritual. Habiendo recibido de Dios el perdón de los pecados, el mundo de la conciencia y la felicidad de ser adoptado por Él, el cristiano ahora personalmente experimentá Su gran amor. Este amor le da un cálido sentimiento en su corazón el cual a su vez responde amando a Dios y sintiendo piedad por la gente. En otras palabras, la persona se hace misericordiosa y buena, y de esta forma asciende al quinto nivel de la virtud — misericordia: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."

El mandamiento sobre la misericordia es muy vasto! La misericordia no sólo se puede expresar en las cosas materiales, pero también perdonando las ofensas, visitando a los enfermos, consolando a los que están apenados, en un buen consejo, en una palabra cariñosa, en el rezar por los prójimos y muchas cosas más. Realmente todos los días hay muchas oportunidades de ayudar al prójimo. En gran parte son una serie de acciones pequeñas e imperceptibles. Pero la sabiduría del cristiano consiste en no despreciar las acciones pequeñas pensando, según él, que en el futuro podrá realizar acciones grandes. Los planes grandes por lo general quedan sin ser realizados, pero las acciones pequeñas con su cantidad para el final de la vida se acumulan en un vasto capital espiritual.

El amor que produce acciones buenas, purifica profundamente el corazón, elimina la vanidad y lo acerca a Dios de tal forma, que todo su corazón se transfigura por una luz espiritual sintiendo el hálito de la gracia, y aun en esta vida percibe a Dios con sus ojos espirituales. Aquí el alma del cristiano se asemeja a un pequeño lago turbio, que por muchos años estaba abandonado cubierto de vegetación y limo, y luego, una vez limpio y renovado, los rayos solares comenzaron a reflejarse profundamente en sus aguas cristalinas. Sobre aquella gente que llega a este estado de pureza espiritual, habla el sexto mandamiento de los bienaventurados: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Como ejemplo de una pureza espiritual así grande, la cual se transformaba en clarividencia, fue San Serafín, el padre San Juan de Kronstad, los ancianos de Optina y muchos otros santos de la Iglesia Ortodoxa.

A estos santos Dios los usa como una herramienta de Su providencia para la salvación de otra gente y para esta meta los premia con el don de la sabiduría y una sensibilidad espiritual muy peculiar. En la misión de conversión de la gente hacia el camino correcto, los santos se asemejan en ella al Hijo de Dios, el cual vino a este mundo para amigar a los pecadores con Dios. Sobre esta pacificación espiritual habla el séptimo mandamiento: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios." Lógico que toda la gente tiene que tratar de pacificar a los miembros de sus familiares y amigos, pero la forma más elevada de esta virtud tiene que descender del cielo como un don para aquellos que tienen un corazón puro.

Asemejándose a Jesucristo en las acciones buenas, el cristiano debe estar siempre listo para imitarlo en Su paciencia. Los dos últimos mandamiento hablan sobre el penoso hecho que el mundo "envuelto en el mal" no puede soportar la verdadera virtud y se revela contra aquellos que la manifiestan: "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia; porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo."

Como la luz que disipa la oscuridad exponiendo todas las cosas en su estado real, de la misma forma la virtuosidad de los cristianos desenmascara la deformidad moral de los injustos. Por esta causa en los pecadores nace una enemistad contra los virtuosos y el deseo de vengarse contra ellos debido a que la conciencia los acusa. Este odio persiguió a los virtuosos durante toda la historia del mundo, comenzando por el relato de Caín y Abel, y concluyendo con las persecuciones contemporáneas de las naciones ateas contra los fieles.

La gente espiritualmente débil se avergüenza de su fe, teme ser perseguida por su convicción religiosa. Pero los verdaderos fieles y mártires con alegría recibían los sufrimientos por Jesucristo porque sus corazones ardían de amor por Dios. Ellos se consideraban dichosos de sufrir por su fe. Cuando los cristianos pasan por pruebas de sufrimiento, deben tomar el ejemplo de aquellos cristianos que en su tiempo triunfaron, y deben consolarse con las palabras de Jesucristo que prometió: "Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos." Cuanto más grande es el amor, más grande será la recompensa.

Resumiendo los cinco últimos mandamientos de los bienaventurados, podemos entender que ellos nos llaman hacia el amor. La misericordia por la gente, es la forma de su principio. El amor espiritual y conciliador, es una de las formas más elevadas del amor, para su éxito es indispensable un corazón puro iluminado por Dios. Para el cristiano la sublime manifestación del amor hacia Dios es entregar su vida por el nombre de Cristo, es guardar la fidelidad a Él, mientras que los infieles se burlan de ellos y los persiguen. De esta manera, los últimos cinco mandamientos de los bienaventurados, muestran al cristiano las diferentes formas de un amor perfecto y dibujan enfrente de él un plano de bóvedas más altas, un templo de virtudes.

En conclusión, es importante prevenir a la persona que desea perfeccionar el amor cristiano, de no olvidar el cimiento sobre el cual está construido su edificio de virtudes: "el cimiento de humildad por medio del cual se purifica la conciencia." Porque si el cimiento espiritual comienza a dar rajaduras y debilitarse, entonces todo el edificio puede derrumbarse. Sobre este peligro nos advierte nuestro Señor en la última parte de Su sermón. La siguiente parte del Sermón de la Montaña sobre las cuales hablaremos, se puede entender como un desarrollo de los principios espirituales, presentados en los Mandamientos de los Bienaventurados.

Los Cristianos son la luz del mundo.

"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra todos los que están en casa. Así alumbra vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 5:13-16).

Concluyendo los mandamientos de los Bienaventurados con la advertencia de las posibles persecuciones por la fe, Jesucristo dice: "Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo" y nos muestra cómo quiere y aprecia a los verdaderos cristianos que Él utiliza en este mundo. En la antigüedad la sal costaba muy caro, a veces la usaban en cambio del dinero. Por no tener heladeras, la gente usaba la sal para proteger la comida. Los cristianos, igual que la sal, protegen la sociedad de la corrupción moral y son el principio del saneamiento espiritual de la gente.

El sentido de la palabra "luz" se refiere a Jesucristo, el cual alumbra a todas las personas que vienen al mundo. Pero los fieles, debido a que reflejan Su perfección, hasta cierto punto pueden ser llamados luz o rayos solares. Esto no significa que ellos deben exhibir todas sus obras buenas. Sobre las obras buenas que debemos hacer "en secreto," se hablará en la siguiente parte del Sermón de la Montaña. En este caso se habla de que la vida de los virtuosos como una vela que arde sobre el candelabro, o como una ciudad que se encuentra sobre la cima de una montaña no se puede esconder, pero tiene una influencia buena sobre la sociedad que la rodea. En realidad, el buen ejemplo de los cristianos contribuía en la propagación del cristianismo, eliminando las costumbres grotescas de los paganos.

La gente siempre aprecia aquella persona que conoce y quiere su oficio. No importa cuál sea su profesión, si él trabaja honestamente y es competente en ella, él será necesitado y apreciado por la sociedad. De la misma forma, todos esperan del cristiano una vida cristiana, quieren ver en él, el ejemplo de una fe sincera, honestidad, espiritualidad y amor. Por otro lado no hay nada más penoso que ver a un cristiano que vive únicamente para las cosas terrenales e instintos animales. A esta persona, Dios la comparó con la sal que predió su fuerza. Esta sal ya no sirve para nada, únicamente para tirarla debajo de los pies de la gente para que ellos la pisoteen.

Dos medidas de la virtud — antigua y nueva.

"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido! De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos" (Mat. 5:17-20).

La siguiente parte del Sermón de la Montaña, sigue hasta el capítulo 5 del Evangelio de Mateo y aclara lo que es el verdadero amor. Para más claridad, nuestro Señor compara Su enseñanza con los existentes puntos de vista religiosos de los hebreos. Los hebreos que estaban acostumbrados a escuchar de la boca de los maestros de religión razonamientos muy detallados sobre los ritos y costumbres, podían pensar que Jesucristo les predicaba una enseñanza totalmente nueva, todo opuesto a la enseñanza de Moisés. Jesucristo explica en la siguiente parte del Sermón de la Montaña que El no predicaba una enseñanza nueva, pero extiende un sentido más profundo en los mandamientos que ellos ya conocían.

La ley del Antiguo Testamento carecía de la gracia restableciente de las fuerzas, no podía llevar al hombre hacia la perfección y no podía ayudar al humano a superar el mal dentro de sí mismo, ya que más que nada prestaba atención a las propias acciones. Aparte de esto, las leyes del Antiguo Testamento llevaban un carácter negativo: "No mates…no cometas adulterio… no robes… no hagas acusaciones falsas." Las leyes del Antiguo Testamento carecían de la posibilidad de renovar la esencia espiritual del hombre. El concepto de la virtud era muy abreviado. La persona que no cometía los actos criminales más obvios y cumplía las leyes rituales prescritas se consideraba virtuosa. Los fariseos y escribas se enorgullecían con sus profundos conocimientos de todos los ritos de la ley.

Se sabe, que mientras las raíces de una planta mala y salvaje no están dañadas, podando las ramas, se retiene temporalmente el crecimiento y dispersión de ellas. De la misma forma, mientras que la pasión firmemente está asentada en el hombre, los pecados son inevitables. Por esta razón Dios vino al mundo para eliminar las raíces del pecado en la persona, y para renovar la imagen de Él en la gente que fue dañada. El cumplimiento superficial o aparente de la ley en el Nuevo Testamento, no es suficiente. Dios quiere que el amor se manifieste por medio de un corazón puro.

Justamente sobre esto dice nuestro Señor Jesucristo: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mat. 5:17). Luego Jesucristo muestra en las siguientes y muy vividas comparaciones, en que consiste el "cumplimiento" o la verdadera realización de la ley. El Señor habla de los mandamientos que prohiben asesinar, infidelidad matrimonial, la permisión del juramento para los hebreos, venganza y odio con respecto a los enemigos y les demuestra la supremacía del perfecto amor cristiano.

"Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio: y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego" (Mat. 5: 21-22). El sexto mandamiento de Moisés prohibía quitarle la vida al hombre. El Señor profundiza el sentido del sexto mandamiento y presta atención a aquellos malos sentimientos que empujan a la persona al asesinato, como: la ira, odio y maldad. Esencialmente estos mismos sentimientos impulsan al hombre a ofender y humillar al prójimo. El cristiano debe controlar la revelación de la maldad hacia su prójimo, y también las palabras ofensivas y humillantes.

Para no mantener la maldad dentro de sí, el Señor nos llama para que perdonemos y que nos apuremos hacer las paces con los ofensores: "Por lo tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra tí, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante" (Mat. 5:23-26).

Luego el Señor habla del séptimo mandamiento del Antiguo Testamento, que dice lo siguiente: "No cometerás adulterio," y presta atención a aquellos sentimientos impuros, que engendran la infidelidad matrimonial y otros pecados corporales: "Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mat. 5:28). En otras palabras, los pecados de adulterio y fornicación se engendran en el corazón de la persona. "Por lo tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno" (Mat. 5:29). Lógico que estas palabras son figurativas y la paráfrasis sería la siguiente: si valoras algo o a alguien como tu ojo o brazo y por su causa te sientes tentado, es mejor que te liberes de esta cosa y que interrumpas cualquier tipo de contacto con el que te tienta. Mejor que pierdas su amistad, que ser privado de la vida eterna.

Habiendo explicado cómo combatir los deseos del pecado, el Señor comienza a hablar sobre la indisolubilidad del matrimonio. El Señor vuelve a este tema en la conversación con los saduceos y les explica que en el matrimonio se realiza el misterio de Dios, en el cual los dos, esposo y esposa, se unen en un cuerpo. Por esta razón, "Lo que Dios juntó, no lo separa el hombre" (Mat. 19:6). En otras palabras, ninguna persona tiene el derecho de separarse. Dada la promesa y concluyendo el pacto matrimonial, los esposos tienen que encontrar un idioma mutuo y suavizar los desacuerdos.

Después de esto, el Señor vuelve al tema de la cólera y explica sobre una de las diversas formas de este vicio con las siguientes palabras:

"Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehuses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, qué recompensa tendréis? No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, que hacéis de más? No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat 5:38-48).

A pesar de que la ley Del antiguo Testamento permitía la venganza, los hebreos trataban de limitar la agresión. Si una persona premeditadamente o sin querer ocasionaba algún daño físico a otra persona, en ese caso la ley no permitía al que sufrió vengarse del ofensor. La ley trataba de limitar la venganza, o sea "pagarle a alguien con la misma moneda": ojo por ojo, diente por diente, etc. Durante Moisés, la ley que limitaba la venganza era muy útil para aquel tiempo, porque sin esa ley, la venganza hubiese tomado un aspecto totalmente descontrolado. Si una persona sin intención ocasiona a alguien una pérdida o un daño físico, esa persona estaba fuera de peligro de ser perseguida de parte del vengador. Sin embargo, limitando la venganza, no se resolvía el problema más grande: como eliminar totalmente la hostilidad entre la gente.

Nuestro Señor nos dio la posibilidad de eliminar totalmente la venganza aun cuando está en su germen. Para este propósito, Él nos ordena perdonar a los ofensores y eludir entre la gente disputas: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra" (Mat.5:39). Así como el fuego no se puede apagar con fuego, de la misma forma el odio no se apaga con la venganza. La única arma contra el odio, es el amor. Quizás nuestro prójimo no se dará cuenta inmediatamente de nuestra benevolencia. Sin embargo, la meta más importante está conseguida: el mal no se derramó contra nosotros. Nosotros concedimos físicamente, pero vencimos espiritualmente. Por esta victoria debemos agradecer a Dios, como la victoria eterna.

Lógico, que las palabras "no resistáis al que es malo," no significan que tenemos que capitular delante el mal y reconocer su derecho, así como tergiversaba L. Tolstoy. En este caso, el Señor prohibe entrar en disputas con alguien por razones personales. En los casos donde se comete una directa violación de los mandamientos de Dios y por esta causa los creyentes pueden ser tentados, el Señor nos ordena batallar contra el mal con las siguientes palabras: "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aun contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano" (Mat. 18:15-17). En otras palabras, tenemos que tratar de persuadir al que peca. Pero si la persona está empedernida en el pecado hasta un punto donde no quiere escuchar ninguna razón, hay que interrumpir con ella cualquier tipo de relación. La única arma que Dios dio a la iglesia para los indóciles, fue la exclusión y prohibición.

En conclusión de la enseñanza sobre la superación de la hostilidad y venganza, nuestro Señor demuestra en qué consiste la manifestación más grande del amor. La ley del Antiguo Testamento no ignoraba totalmente el sentimiento del amor, pero lo limitaba con respecto al prójimo (Lev. 19:17-18). Los escribas con malicia agregaron en la orden de querer al prójimo el permiso de odiar a aquel, que no se consideraba un prójimo, especialmente a los enemigos. El Señor explica que el amor hacia el prójimo es algo muy simple, que hasta los pecadores son capaces de amar. Del cristiano se requiere un amor más perfecto, y el Señor dice: "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos" (Mat. 5:43-45).

De esta manera, nosotros podemos ver cómo el Señor nos enseña a superar las diversas formas de hostilidad, elevando paulatinamente nuestra mente hacia lo más alto y acercándonos hacia el ilimitable amor del Padre Celestial. El amor se revela en muchas formas y matices. La revelación más elemental del amor es: no permitir la maldad contra la gente, superar en sí los deseos de venganza y esforzarse a perdonar a los ofensores. Las formas más elevadas del amor es tener una humilde paciencia con respecto a los disgustos que nos puede causar la gente y ayudar a aquellas personas que no nos gustan, más el sentimiento de misericordia y amor con respecto a los enemigos, junto con la oración por ellos, deseándoles el bien. El ejemplo de un amor tan perfecto nos demostró nuestro Señor Jesucristo, cuando rezaba en la cruz por aquellos que lo crucificaban.

De esta manera en el Sermón de la Montaña el Señor eleva el cristianismo a la cumbre de la virtud: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5:48). Asemejarse al Padre Celestial es la meta y el ideal más importante de un verdadero cristiano! Además, el cristiano no debe olvidar que él se eleva hacia la perfección no por sus esfuerzos, sino, por la asistencia de la Gracia del Espíritu Santo.

La armonía entre lo exterior y lo interior.

"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos, de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de tí, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, par ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Más tu, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en el secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis" (Mat. 6:1-8).

El Señor quiere que el hombre haga el bien desinteresadamente, el bien se debe hacer para complacer a Dios y para ayudar al prójimo, pero no por conveniencia propia o para recibir alabanzas. Dios quiere que la intención del hombre sea irreprochable así como sus palabras y acciones. Durante la vida del Salvador aquí en la tierra, la virtud se trataba con distinción, y los hebreos muchas veces competían entre ellos, quién puede rezar más tiempo, ayunar más estrictamente, y quien puede repartir las limosnas con más frecuencia y abundancia. Compitiendo de esta manera, los hebreos escribas y fariseos, invertían las acciones buenas en un método para conseguir las alabanzas de parte de la gente. Esta concepción utilitaria en la religión, llevaba a la hipocresía y mojigatería. De la acción buena quedaba únicamente la apariencia, — una cáscara sin el contenido. El Señor advierte a Sus seguidores contra la virtud aparente, calculada para la conveniencia propia, y nos llama a complacer a Dios con un corazón puro.

Mostrando los ejemplos de las buenas acciones, el Señor nos instruye cómo debemos rezar y hacer las obras buenas, para que estas obras buenas sean recibidas por Dios. "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 6:1). En esta y otras frases semejantes, el Señor presta atención a la intención que nosotros tenemos cuando queremos realizar un acto bueno. La buena acción que se realiza en secreto, o sea no se hace con la intención de obtener fama, sino en nombre de Dios, se merece de El una recompensa. En este caso se debe mencionar que el mandamiento donde se habla que se debe rezar en secreto, no anula la oración pública, porque Dios también llama a la oración en conjunto: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mat. 18:20).

La orden de eludir el palabrerío en la oración, nos enseña a no mirar la oración como un encantamiento, donde el éxito depende de la cantidad de palabras. La fuerza de la oración depende de la sinceridad en la fe cuando uno se dirige a Dios. Sin embargo, la oración prolongada no está prohibida, sino al revés, es recomendada, porque cuanto más la persona reza, más cerca estará de Dios. Nuestro Señor Jesucristo rezaba a veces toda la noche.

Es importante señalar que en la siguiente parte del Sermón de la Montaña, el Señor habla del ayuno, de la misma forma circunstanciada que cuando hablaba de la oración y la misericordia. Por consiguiente, el ayuno es muy necesario. Desgraciadamente el cristiano que vive en el presente, en favor de su cuerpo dominado por el pecado, desprecia totalmente la proeza de ostentación. Le gustar citar las palabras: "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre" (Mat. 15:11). Mientras que sin refrenar nuestro estómago y los vicios del cuerpo, no es posible corregir nuestro corazón. Por esta razón, otras virtudes como la oración y misericordia, sin la proeza de obtención, no pueden manifestarse en su plenitud.

Lógico, nosotros vivimos ahora en diferentes circunstancias y estandartes morales. Es dudoso que en nuestros tiempos alguien pueda ser elogiado por rezar mucho, o ayunar — lo más seguro que la gente se reirá como si se tratase de una persona retrasada. Por esta razón muchas veces el cristiano debe esconder sus virtudes. Pero esto no significa que la falsedad deja de existir en nuestros días, ella tomó simplemente otras formas. Ahora la falsedad se viste de una aparente cortesía, y de complementos que no son sinceros. Muchas veces detrás de los complementos y sonrisas se esconde el odio y la inmensidad; enfrente de ti te alaban, pero detrás de tu espalda, te critican. De esta forma, de la virtud cristiana no queda más que una penosa apariencia que también se llama falsedad. De esta manera, la conversación con Jesucristo sobre la insinceridad está dirigida contra las diferentes formas de falsedad, como en la antigüedad, así en el presente.

La Oración de Nuestro Señor.

"Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea Tu nombre, vénganos en Tu reino. Hágase Tu voluntad así en la tierra, como en el cielo. El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén" (Mat. 6:9-13).

Aconsejándonos a no hablar lo que es demás, el Señor como ejemplo nos da la oración "Padre nuestro," o como a veces se dice, "La oración del Señor." Esta oración es maravillosa debido a que en pocas palabras abarca todo lo que es necesario para nosotros en el sentido espiritual y material. Además, la oración "Padre nuestro," nos enseña cómo distribuir correctamente nuestras obligaciones, mostrando, lo que es primario, y lo que es secundario.

"Padre nuestro que estás en los cielos." Dirigiéndonos a Dios con las palabras "Padre nuestro," nosotros nos recordamos que Él, el Padre que nos quiere, frecuentemente se preocupa de nuestro bienestar. Mencionamos el cielo para apartar nuestros pensamientos del tumulto cotidiano y dirigir nuestras mentes a aquel lugar, al cual debemos dirigir toda nuestra vida, donde se encuentra nuestra patria eterna. Notemos que, toda la oración está pronunciada por el Señor en plural. O sea, que nosotros no rezamos únicamente por nuestra propia persona, sino rezamos por nuestros cercanos de sangre y fe, y hasta cierto punto, por toda la humanidad. Con esto, nos acordamos que somos todos hermanos e hijos de un Dios Padre Celestial.

"Santificado sea Tu nombre." En este primer pedido nosotros expresamos el deseo de que el nombre de Dios sea venerado y glorificado por nosotros y por toda la gente, para que la fe verdadera y la virtuosidad se expanda por todo el mundo. El segundo pedido completa el primero: "Vénganos en Tu reino." Aquí nosotros pedimos a Dios, que Él reine en nuestros corazones, para que Su ley dirija nuestros pensamientos y acciones, y que Su Gracia alumbre nuestras almas. En esta vida temporal, nuestros ojos físicos no ven el Reino de Dios: él se injerta en las almas de los cristianos. Pero llegará el tiempo, cuando todos aquellos que tuvieron adentro de su corazón Su Reino, serán dignos de entrar con sus almas y sus cuerpos renovados al Reino de Su eterna gloria. Ninguna riqueza de la tierra y placeres se pueden comparar con la bienaventuranza del Reino Celestial, donde existen los ángeles y los santos. Esta es la razón por la cual el alma del creyente sufre en este mundo y ansía conseguir el Reino de los Cielos.

Las relaciones entre la gente son muy diversas en cuanto a los deseos e intereses. Los intereses pueden basarse en el orgullo y en otros pecados. Por esta razón entre la gente aparecen diferentes fricciones, disgustos y mutuas ofensas. Entre tanta discordancia de los deseos y gustos de la gente, no podemos exigir que todo en nuestra vida marche bien como nos gusta, especialmente que nosotros también muchas veces nos equivocamos en nuestras metas y deseos. La oración del Señor nos hace acordar que únicamente Dios conoce todo en perfección y sobre las necesidades humanas, enseñándonos a pedirle ayuda: "Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo."

En los tres primeros pedidos de la oración del Señor, nosotros pedimos a Dios lo más importante: la instauración en nuestras almas del bien y en las condiciones de la vida. Los siguientes pedidos pasan a ser más privados y secundarios. A esta categoría pertenece todo aquello que es necesario para nuestra existencia física: "El pan nuestro de cada día, dánosle hoy." El idioma eslavo de la iglesia, las palabras "de cada día" traduce correctamente del griego "epiusion," lo que significa "indispensable." En el pedido del "pan" se incluye: comida, hogar, ropa y todo aquello que es necesario para nuestra existencia. Nosotros no nombramos estas cosas en forma separada, porque el Padre Celestial sabe todo lo que nos debe dar. Por el día de mañana nosotros no pedimos, porque no sabemos si vamos a estar vivos.

El siguiente pedido sobre el perdón de las deudas es el único que está limitado por una condición: "Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores."

El concepto "deudas" tiene un sentido más ancho como "pecados." Nosotros tenemos muchos pecados, pero más tenemos deudas. Dios nos dio la vida, para que nosotros hagamos el bien al prójimo, desarrollemos nuestras habilidades — "talentos." Cuando nosotros no cumplimos nuestras asignaciones aquí en la tierra, nos convertimos en aquel esclavo perezoso del Evangelio, enterrando nuestro talento y convirtiéndonos en deudores enfrente de Dios. Estando conscientes de esto, nosotros pedimos a Dios que nos perdone. El Señor conoce nuestras debilidades, inexperiencia y nos tiene misericordia. Él está listo a perdonarnos, pero con la condición de que nosotros perdonemos a todo aquel, que nos ofendió. La parábola de los dos deudores, sobre el siervo malvado (Mat. 18:24-35), muy vívidamente ilustra la relación entre el perdón de las ofensas y el recibimiento del perdón de Dios.

Al final de la Oración del Señor nosotros decimos: "Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal." "Mal" significa "malignidad," y esta palabra se refiere al diablo — la fuente más importante de todo el mal en el mundo. Pero las tentaciones pueden surgir por muchos motivos: de la gente, condiciones de vida desfavorable, y más que nada de nuestros propios vicios. Por esta razón, al final de la oración nosotros confesamos a Dios nuestras debilidades espirituales, le pedimos que no permita que el pecado nos afecte y que nos defienda de las maquinaciones del príncipe de la oscuridad, el diablo.

Concluimos la oración con las palabras que expresan nuestra plena fe, que Dios cumplirá lo que le pedimos, porque Él nos quiere, y todo es sometido a Su voluntad omnisciente: "Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén." La palabra "Amén" en el idioma hebreo significa: "verdaderamente que así sea"!

Cómo se obtiene el Tesoro Eterno.

"La propensión a las riquezas terrenales es un gran obstáculo para el hombre para obtener la virtud. En los sermones y parábolas de Jesucristo, Él, constantemente nos previene sobre la excesiva atadura a las cosas materiales. En el Sermón de la Montaña, Él, directamente prohibe a los cristianos enriquecerse con las siguientes palabras: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mat. 6:19-24).

Lógico, que estas instrucciones no se refieren al sacrificio común, como las cosas indispensables para el alimento de la familia y de sí mismo. En este caso se prohibe que el hombre se entregue al excesivo tormento de las preocupaciones atadas con el enriquecimiento. Sobre la importancia del sacrificio las Santas Escrituras dicen lo siguiente: "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma" (2 Tesal. 3:10).

Para la prevención del hombre de la excesiva atadura hacia los bienes materiales, nuestro Señor nos advierte de que son inestables y perecederos: donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan. De cualquier forma, el ser humano tendrá que dejar las riquezas aquí en la tierra cuando se muera. Por esta razón, en lugar de entregar todas nuestras fuerzas en acumular los bienes pasajeros, mejor que el hombre se preocupe de obtener las riquezas internas, las cuales son verdaderamente valiosas y serán una eterna herencia.

Las riquezas interiores se refieren a los "talentos" del hombre — sus habilidades mentales y espirituales dadas por el Creador para el desarrollo y la perfección. Las riquezas espirituales, se refieren a las virtudes del hombre, como ejemplo: la fe, coraje, paciencia, constancia, abstinencia, compasión, magnanimidad, amor y otros. Estas riquezas espirituales se deben obtener por medio de una vida virtuosa y acciones buenas. Las riquezas espirituales más valiosas son la pureza moral y santidad, las cuales son dadas al hombre por medio del Espíritu Santo. Para obtener estas riquezas espirituales, el hombre debe rogar a Dios. Una vez recibidas, tiene que cuidarlas en su corazón. En el Sermón de la Montaña, el Señor justamente llama a la gente para que ella obtenga esta vasta riqueza interior.

Así como la riqueza espiritual alumbra el alma de la persona, así las preocupaciones de los bienes materiales atormentan y obscurecen la mente, debilitan la fe, perturban y torturan el alma. Hablando sobre esto metafóricamente, el Señor compara la mente humana con el ojo, el cual sirve de conductor de la luz espiritual: "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas" (Mat. 6:22-23). En otras palabras, así como el ojo que está herido, priva al hombre de ver la luz, así las excesivas preocupaciones de la vida, obscurecen el alma la cual no está en condiciones de recibir la luz espiritual y no puede entender la esencia espiritual de los acontecimientos, y de la asignación de la vida. Por esta razón, el amor al dinero se asemeja a una persona ciega. En las parábolas sobre "El rico insensato" (Luc. 12:13-21), y "El rico y Lázaro" (Luc. 16:19-31), nuestro Señor muy claramente ilustra la oscuridad espiritual que llevó a la condena a los dos ricos, los cuales, quizás en las demás cosas no eran personas malas.

Es posible combinar la riqueza espiritual con la material? Nuestro Señor nos explica que es totalmente imposible, así, como simultáneamente servir a dos patrones exigentes: "Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mat. 6:24). En lugar de la palabra "riqueza," en el Evangelio original, se usó la palabra "mamona," el nombre de un ídolo pagano, que significaba el dios de las riquezas. Mencionando el nombre de este ídolo, el Señor asemeja al codicioso con un idólatra, y con esto demuestra el bajo nivel de este vicio. El relato evangélico sobre el joven rico, muestra cómo el hombre atado a las riquezas, no es capaz de separarse de ellas, hasta cuando tiene un sincero deseo de servir a Dios. El aferramiento a las riquezas, reprime en la persona la aspiración hacia el bien, y lo empuja a tener esperanza únicamente en su dinero, en cambio de obtener la ayuda de Dios. Por esta razón está dicho: "Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas" (Marcos 10:23). En este lugar hay que aclarar, que no siempre la gente rica peca por la codicia, sino también los que frecuentemente sueñan de ser algún día ricos y en eso ven su felicidad. En conclusión de esta parte del Sermón de la Montaña el Señor explica, que todos los bienes materiales indispensables para la vida, vienen para nosotros, no tanto por nuestro sacrificio, sino, por la misericordia de Dios, el cual, como un Padre bueno, constantemente se preocupa por nosotros.

"Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, que habéis de vestir. No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. No valéis vosotros mucho más que ellas? Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, porqué os afanáis? Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mat. 6:25-33).

Realmente, el don de la vida es una maravillosa estructura de nuestro organismo, la tierra con sus riquezas naturales, flores, frutas y diferentes gramíneas, la luz y el calor del sol, el aire y el agua, los tiempos del año, y todas las condiciones externas indispensables para nuestra existencia — todo esto es obsequiado para nosotros, gracias a la misericordia del Creador. Por esta razón, la mayoría de los animales, pájaros, peces y otros seres no se tienen que sacrificar como la gente, pero todo lo que hacen es juntar la comida ya preparada para ellos para todo el año. La naturaleza también les da un hogar dónde vivir.

La persona con poca fe, debe aprender a tener más esperanza en Dios, que en sí mismo. Dios no nos llama a la inactividad, sino, nos quiere liberar del exceso de preocupación por las cosas que son únicamente temporales, para que de esta manera, tengamos más tiempo para preocuparnos por la eternidad. Nuestro Señor nos prometió, que si nosotros vamos en primer lugar a preocuparnos por la salvación de nuestras almas, Él nos mandará todo lo que es indispensable para nosotros: "Mas buscad primeramente el reino de los cielos y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mat. 6:33).

De esta manera, esta parte del Sermón de la Montaña, llama al hombre a no ser avaro, estar conforme con lo necesario y más que nada, preocuparse de la riqueza espiritual y de la vida eterna.

No debemos condenar a nuestro prójimo.

Es una costumbre muy mala y una gran tentación y maldad, cuando se habla mal de los demás. Nuestro Señor severamente prohibe condenar: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido" (Mat. 7:1-5).

Nosotros sabemos que la renovación espiritual no viene por sí sola. Nosotros debemos analizar todas nuestras acciones, pensamientos y sentimientos. La renovación se construye cuando nosotros activamente tratamos de mejorarnos. La persona que con toda sinceridad quiere vivir como un verdadero cristiano, no puede no ver cuándo se engendra en él un pensamiento malo y las tendencias hacia el pecado, las cuales se engendran en la persona como si fuera, por sí solas. Superando estas tentaciones interiores, la persona por experiencia propia sabe qué difícil e intensiva es la batalla con sus defectos, cuánto esfuerzo se debe emplear para ser virtuosos. Por esta razón, el verdadero cristiano siempre piensa con humildad de sí mismo, y se considera pecador, pena por sus imperfecciones y pide a Dios perdón por sus pecados y ayuda para ser mejor. Este sincero reconocimiento de imperfección nosotros podemos ver en la vida de los santos. Por ejemplo, el apóstol San Jacobo escribía que "todos nosotros pecamos mucho" (Jac. 3:2), y el apóstol San Paulo confirmaba que el señor vino para salvar a los pecadores, entre los cuales él se consideraba el primero: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (Tim. 1:15). El apóstol San Juan en las siguientes palabras reprimía a aquellos que se consideraban sin pecados: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8). Naturalmente, que la persona que con todas sus fuerzas se preocupa por su salvación, no prestará atención a los pecados de sus prójimos, y aun menos encontrará placer, divulgándolas a los demás.

Sin embargo, la gente que conoce superficialmente la enseñanza evangélica, y no vive de acuerdo como corresponde a un cristiano, frecuentemente vigilan las faltas de los demás y reciben gran placer, hablando mal de ellos. Juzgar a los prójimos, es la primer señal de que la persona carece de una verdadera vida espiritual. Peor es, cuando el negligente pecador, en su ceguera espiritual, comienza a sermonear a los demás. El Señor pregunta al hipócrita: "O como dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?" (Mat. 7:4). Debajo de la palabra "viga," se puede entender la falta en el que juzga, de una sensibilidad espiritual, - su endurecimiento moral. Si esta persona se hubiese preocupado por la purificación espiritual, y por experiencia comprendería todas las dificultades para llevar una vida virtuosa, jamás osaría de ofrecer sus pobres consejos. Es como un enfermo que trata de curar a los demás!

Según las palabras del Señor, la falta de una sensibilidad espiritual, es peor entre las otras faltas, así como la viga es más pesada que la paja. Esta ceguera espiritual semejante, se manifiesta entre los líderes del tiempo de la vida del Salvador en la tierra — los escribas y fariseos. Sin piedad juzgando a todos, ellos se consideraban los únicos virtuosos. Hasta en Jesucristo, ellos encontraban faltas y públicamente lo reprimían por eso, que según ellos, Él, violaba el Sábado, comiendo con los publicanos y los pecadores! Ellos no entendían que Jesucristo hacía todo esto para la salvación de la gente. Los escribas y los fariseos, escrupulosamente se preocupaban de los detalles de los ritos — observando las formalidades, cómo se deben lavar los platos y limpiar los muebles, sobre el pago de la décima parte de la mente y del anís, y al mismo tiempo, sin ningún remordimiento de conciencia, ofendían a la gente (vean Mat. Capítulo 23). Llegando al límite del ofuscamiento, ellos condenaron al Salvador del mundo a la muerte en la cruz, y luego delante de la gente, difamaron Su resurrección de la muerte. Y encima de todo esto, seguían yendo al templo y rezaban por mucho tiempo, para exhibirse delante de la gente. No es sorprendente, que ahora como en aquellos tiempos, existen semejantes hipócritas muy contentos de sí mismos, que encuentran excusas para juzgar a los demás.

El apóstol Jacobo explica, que el derecho de juzgar, pertenece únicamente a Dios. Él es el único legislador y juez. Toda la gente sin excepción, pecando de una u otra forma, son Sus procesados. Por esta razón, el hombre que juzga a sus prójimos, se atribuye el título de juez y con esto, peca de una forma muy grave (Jac. 4:11). El Señor dice, que cuanto más severo es el juicio de la gente, más severamente será juzgada por Dios.

La costumbre de juzgar a los demás, dejó crecer una raíz muy grande en nuestra sociedad. A menudo, en la conversación más simple entre los devotos de la iglesia, se vuelve en la acusación de los conocidos. Se debe recordar, que el pecado es un veneno espiritual. Así como la gente a veces tiene que tratar con el veneno, estando siempre en peligro de envenenarse si descuidadamente lo tocan o aspiran su vapor, de la misma forma la gente que le gusta hablar de las faltas de sus conocidos, se rozan con el veneno espiritual y se envenenan. No es sorprendente, por esta razón, que poco a poco se contagian con la misma maldad, de la cual acusaban a los demás. San Marcos el asceta, decía lo siguiente: "No desees saber las iniquidades de los demás, porque describiéndolas, se graban en tí." Para aquellos que se encuentran en un alto nivel espiritual, San Marco les aconsejaba ser piadosos con aquella gente, que aun no han conseguido ese nivel. Esta piedad y comprensión, según sus palabras, son indispensables, para conservar la integridad de su propia formación espiritual: "El que posee algún talento espiritual y compasión con respecto a los que carecen de esta espiritualidad, con esta compasión, conserva su propio talento (Amor a la bondad, volumen primero). El gran santo ruso, reverendísimo Serafín de Sarov, a todos aquellos que venían a visitarlo, les decía: "Mi júbilo!" Pero él, se llamaba "Serafín, el de la apariencia lamentable." Así debe ser el sentimiento de un verdadero cristiano!

Prohibiendo juzgar, el Señor continúa explicando, que cuando no se juzga, no significa ser indiferente con respecto al mal y todo aquello que rodea al hombre. El Señor no quiere, que nosotros con indiferencia dejemos que existan las malas costumbres en la sociedad, o que dejemos a los pecadores acercarse a las cosas sagradas y a los virtuosos. El Señor dice: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen" (Mat. 7:6). En este caso, el Señor usa los términos perros y cerdos para aquella gente que moralmente está en un nivel muy bajo, transformándose en una persona trivial e inepta para un mejoramiento. El cristiano no debe contactarse con este tipo de gente: no divulgarles la profunda verdad de la fe cristiana, no dejarlos acercarse a los sacramentos de la Iglesia. Porque de lo contrario, ellos osarán profanar este lugar santo. No debemos intercambiar opiniones con respecto a nuestros sentimientos y experiencias propias, con la gente cínica, abrirles nuestra alma, para que ellos, según las palabras de Jesucristo: "No lo pisoteen y se vuelvan y os despedacen" (Mat. 7:6). De esta forma, en esta parte del Sermón de la Montaña, el Señor nos previene sobre dos extremos: indiferencia hacia el mal y juzgar al prójimo.

Sobre la constancia y esperanza en Dios.

"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mat. 7:7-11).

Este sermón habla sobre la constancia en la oración y en las buenas acciones. Aveces la persona tiene buenas intenciones, pero puede suceder que de un extremo, salte al otro: primero, con gran fervor comienza hacer alguna obra buena, luego, tropieza con las dificultades, deja su obra buena y no hace más nada. La razón de esta inconstancia, es la inexperiencia y la presunción.

La mayoría de la gente, en diferentes formas, son débiles e inexpertos en la vida virtuosa. Pero es igualmente malo el no hacer nada, así como hacer obras que sobrepasan nuestras fuerzas o habilidades. Para eludir estos extremos, hay que pedirle a Dios, en primer lugar, que nos ilumine, y luego — ayuda, y tener fe, que "Pedid, y se os dará; buscad, y hallareis; llamad, y se os abrirá" (Lucas 11:9).

Para fortalecer nuestra fe en recibir lo que pedimos, Dios nos trae el ejemplo de nuestra relación con los hijos: "Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? O si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre celestial dará El Espíritu Santo, a los que se lo pidan? (Lucas 11: 11-13).

El Evangelista San Lucas, dando este ejemplo del Salvador sobre la constancia en la oración, en lugar de la palabra "dádiva," usa las palabras "Espíritu Santo." Posiblemente, que el Señor más tarde en la misma conversación, aclara que la gracia de Dios se manifiesta a aquellos como una gran bendición, la cual se debe pedir. Realmente, todo lo que es elevado y bueno, tiene como su fuente la gracia del Espíritu Santo, por ejemplo: conciencia limpia, mente clara, fe sólida, una meta clara en la vida, vigor, paz espiritual, una felicidad que no es terrenal, y en especial, santidad, que es el tesoro más grande del alma.

También podemos pedir ayuda a Dios en todo lo que tiene que ver con los bienes materiales y progresos cotidianos que tratamos de alcanzar en la vida. Pero se debe recordar, que ellos son secundarios y tienen un sentido temporal. Luego el Señor nos aconseja, que debemos enfocarnos, no a lo que nos place, sino, a todo aquello que nos lleva a la salvación: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta , y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mat. 7:13-14). El camino ancho — es la vida, dirigida hacia las riquezas y placeres físicos. El camino angosto — es la vida, dirigida hacia el arreglo de nuestro corazón y hacia las acciones buenas.

Al final de esta parte del Sermón de la Montaña, el Señor nos da un mandamiento maravilloso por su brevedad y claridad, el cual abarca toda la escala de la relación entre la gente: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas" (Mat. 7:12).

De esta forma, en esta parte del sermón, el Señor nos enseña a escoger el camino angosto de la vida, tratando de hacer acciones buenas a cada persona, constantemente pedir a Dios que nos ilumine, ayude y dé talentos espirituales. Dios infaliblemente nos ayudará, porque Él es una interminable fuente de todo el bien y nuestro Padre, que nos quiere.

Sobre los profetas falsos.

Al final de Su sermón, el Señor previene a los fieles, contra los falsos profetas, asemejándolos a los lobos escondidos bajo la piel de oveja. "Perros" y "cerdos," de los cuales el Señor acaba de hablar, no son tan peligrosos para los fieles, como los falsos profetas, porque sus vidas corruptas son obvias y pueden únicamente rechazar de sí la gente. Los maestros falsos, pasan la mentira por la verdad y sus reglas de la vida, por las reglas de Dios. Se debe ser muy sensible y tener mucha sabiduría para ver qué peligro espiritual ellos representan.

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de maldad" (Mat. 7:15-23).

Esta comparación de los profetas falsos con los lobos, que fingen ser ovejas, convencía muy bien a los hebreos, que escuchaban a Jesucristo, porque a lo largo de muchos siglos de la historia, esta gente aguantó muchas desgracias de parte de los profetas falsos.

Sobre el tono de los profetas falsos, la virtud de los verdaderos profetas, era muy obvia. Los verdaderos profetas, se distinguían por su desinterés al dinero, obediencia a Dios, por su intrepidez en desenmascarar los pecados de la gente, por su humildad, amor, rigurosidad con respecto a sí mismo y una vida pura. La meta de ellos, era guiar a la gente al Reino de Dios y representaban aquel principio que unificaba y construía la vida de la gente. A pesar de que frecuentemente los profetas eran rechazados por la masa de aquella época y eran perseguidos por cierta gente que encabezaba el poder, sus actividades traía una salud a la sociedad, inspiraba a una vida virtuosa y enseñaban lo que es el sacrificio a los mejores hijos de la gente hebrea. En una palabra, llevaban a la gloria de Dios. Estos eran los frutos buenos que traía la actividad de los verdaderos profetas, de la cual se maravillaban los sucesivos descendientes de los hebreos. Con agradecimiento se acordaban de los profetas Moisés, Samuel, David, Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Daniel y otros.

Totalmente diferente era la meta y forma de actividad que perseguían los profetas impostores, los cuales no eran pocos. Tratando de no desenmascarar los pecados de la gente, ellos con gran astucia la lisonjeaban, y de esta forma se aseguraban el éxito entre la masa, más la benevolencia de parte de las personas que tenían mucho poder. Con promesas de prosperidad, ellos adormecían la conciencia de la gente, lo que consecuentemente llevaba a la perversión moral de la sociedad. Al mismo tiempo que los verdaderos profetas hacían todo lo posible para el bien de la gente, los falsos profetas buscaban su gloria personal y prosperidad. Ellos no tenían ninguna aprehensión con respecto a las calumnias contra los verdaderos profetas y los perseguían. Al fin y al cabo, sus actividades facilitaban la ruina de la nación. Estos eran los frutos espirituales y sociales de las actividades de los profetas falsos. Pero la gloria precoz de ellos, más rápido se reducía a cenizas, que sus cuerpos perecederos, y los hebreos de las futuras descendencias, con vergüenza se acordaban que sus antecesores se dejaban caer en la tentación (el profeta Jeremías, en su "Lamento," con amargura se queja contra los falsos profetas, los que arruinaron la gente hebrea. Mirar Jeremías 4:13).

Durante el período de la caída espiritual, cuando Dios mandaba a los verdaderos profetas, para guiar a los hebreos al camino correcto, al mismo tiempo aparecía entre ellos una gran cantidad de profetas impostores, especialmente muchos de ellos predicaban del octavo al sexto siglo, antes del nacimiento de Cristo, cuando perecieron los reinos Israelita y Judeo, y luego, entes de la destrucción de Jerusalén, en el año setenta de nuestra era. De acuerdo a la predicción del Salvador a los apóstoles, muchos profetas falsos llegarán antes del fin del mundo, entre los cuales habrá algunos que harán milagros sorprendentes y señales en la naturaleza (lógico que serán señales falsas), (Mat. 24:11-24; 2 Pedro 2:11; Tesalon. 2:9; Apoc. 19:20). Así como en el tiempo del Antiguo Testamento, así en el Nuevo, los falsos profetas ocasionan mucho daño a la Iglesia. En el tiempo del Antiguo Testamento, adormeciendo la conciencia de la gente, aceleraban el proceso de perversión moral. En el Nuevo período, divergiendo la gente de la verdad e implantando herejías, arrancan las ramas del árbol del Reino de Dios. En el presente, la vasta cantidad de diversas especies de sectas y "denominaciones," indudablemente es el fruto de las actividades de los profetas falsos contemporáneos. Todas las sectas, tarde o temprano desaparecen, y en su lugar, vegetan nuevas. Unicamente la verdadera Iglesia de Cristo, existirá hasta el final. Sobre el destino de las enseñanzas falsas, el Señor dijo: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada" (Mat. 15:13).

Es necesario aclarar, que los pastores contemporáneos y todos aquellos que no son ortodoxos, insisten exageradamente en la idea, que todos los demás, exceptuando ellos, son profetas falsos. Indudablemente, que dentro de las religiones ajenas y diferentes sectas, entre aquellos que trabajan muy activamente, existen personas que son muy sinceras con respecto a su fe, muy honestas y sacrificadas. Ellos pertenecen a una u otra secta, no por su selección objetiva, sino por herencia. Los falsos profetas son aquellos que fundaron enseñanzas erróneas anti-ortodoxas. Pueden ser llamados falsos profetas aquellos "milagreros" enfrente de las cámaras de televisión, exaltación de hechizos satánicos, pastores ególatras, que se presentan como elegidos de Dios, y todos aquellos que convirtieron la religión en un instrumento de negocio.

En el Sermón de la Montaña, nuestro Señor previene a Sus seguidores sobre los profetas falsos y les enseña a no tenerle confianza a su atracción superficial y elocuencia, pero prestar atención a los "frutos" de sus acciones: "No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos" (Mat.7:18). En las palabras malos "frutos" o acciones, no se deben entender únicamente los pecados o acciones abominables, que los falsos profetas muy bien esconden. Los malos frutos de las actividades de los profetas falsos, para todos ellos en general, son el orgullo y el hecho de que ellos arrebatan de la gente el Reino de Dios.

No puede un falso profeta esconder su orgullo de un corazón sensible y fiel a Dios. Un santo dijo que el diablo puede fingir cualquier tipo de virtud, menos una cosa — la humildad. Como los dientes de un lobo escondidos en una oveja, así el orgullo se da a conocer por medio de las palabras, gestos y mirada del falso profeta. Los maestros falsos que buscan su popularidad, aman exhibirse delante de un auditorio grande, "curando" y haciendo "exorcismos" del diablo, sorprender a los oyentes con ideas audaces, y motivar en ellos, un sentimiento de éxtasis. Su aparición en la escena, culmina con la colección muy grande de dinero. Que lejos que se encuentra este aplomo y énfasis barata, de la humilde y dulce imagen del Salvador y Sus apóstoles!

El Señor presenta alegaciones sobre los milagros de los profetas falsos: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" (Mat. 7:22). De qué milagros hablaban ellos? Acaso puede un falso profeta hacer milagros? No! Pero Dios manda Su ayuda al que le ruega por su fe, y no por los méritos de la persona que se hace pasar por milagrosa. Los profetas falsos se atribuyeron las obras que hacía el Señor por Su compasión hacia la gente. Posiblemente que los profetas falsos en su obcecación, se creían que hacían milagros. De cualquier forma, el Señor en Su juicio universal los rechazará, diciendo: "Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad" (Mat. 7:23).

Así es, aunque los profetas falsos debilitan la Iglesia, apartando de ella las ovejas que se descuidan, los hijos fieles de la Iglesia no se deben sentir turbados por la poca cantidad de gente en ella, como si fuese una debilidad en la verdadera Iglesia, porque Dios da Su preferencia a un pequeño grupo de gente que cuida la verdad, que a la muchedumbre que está equivocada: "No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino! " (Luc. 12:32), y promete a los fieles Su Divina defensa de los lobos espirituales, con las siguientes palabras: "Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Juan 10:28).

Cómo ser firme durante la prueba.

El Señor finaliza Su Sermón, comparando la vida con la construcción de una casa y nos muestra, cómo la vida virtuosa hace a la persona firme contra todo tipo de pruebas inevitables, o al contrario, cómo una forma de vida despreocupada, debilita las fuerzas espirituales de la persona, convirtiéndola en una presa fácil para las tentaciones.

"Cualquiera, pues, que me oye, estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mat. 7:24-29).

La comparación aquí presentada de la manera de vivir del hombre con la construcción de la casa, era muy comprensible para los habitantes de la Tierra Santa. Este país, por lo general es montañoso. Las tormentas repentinas llenan los arroyos y ríos de las montañas, que generalmente están secas, con un torrente que se dirige hacia las estepas, arrastrando con ella, todo lo que se le presenta en el camino. En esos casos, ningún edificio que está en el camino de esta corriente de agua, puede mantenerse por la presión del agua, especialmente, si el cimiento es hecho de arena. Por esta razón, la gente prudente, siempre construye sus casas sobre cimientos de piedra y en un nivel suficientemente alto de las correntadas de lluvia.

Las tormentas son inevitables en la vida del hombre. Por medio de ellas se debe entender: incendios, temblores, guerras, persecuciones, enfermedades incurables, muerte de una persona querida, y semejantes desgracias que inesperadamente estremecen todo el cimiento de la vida del hombre. En un instante se puede perder la salud, familia, felicidad, riquezas, y el equilibrio espiritual — todo. En esta tormenta de caídas para el hombre, se puede perder la fe, o en desesperación, acusar a Dios.

Para una persona, las conmociones interiores son inevitables, y a veces pueden ser más peligrosas que las tormentas físicas, por ejemplo: descontrol de los vicios, grandes tentaciones, martirizarse a causa de las dudas en la fe, ataques de ira, celos, envidia, miedo, etc. En este caso, la caída de la persona, sería renunciar a Dios, caer en la tentación, abjurar la fe, de una u otra forma tratar de ahogar la voz de la conciencia. Estas conmociones, no sólo son el resultado de circunstancias deplorables de la vida, sino, resultado de las acciones y obras de gente malvada y también del diablo, el cual por las palabras del apóstol: "Sed templados, y velad; porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 Pedro 5:8).

(Es inminente para la persona en el día de su muerte, ser sometida a las últimas pruebas. Así como se describe en algunos libros sobre los santos, cuando el alma abandona el cuerpo, delante de su rostro se abre el mundo del más allá, y comienza a ver a los ángeles y a los diablos. Los diablos tratan de disturbar el alma de la persona, mostrándole todos los pecados cometidos durante su vida en el cuerpo, queriendo convencerla de que no es digna de la salvación. Con este método, los diablos quieren confundir el alma de tal forma, para que ellos puedan llevársela hacia el abismo. En este momento el ángel guardián trata de defender el alma de los demonios y trata de animarla esperanzándola en la misericordia de Dios. Si la persona vivía como un pecador y no tenía fe en Dios, en ese caso los diablos pueden llevarse el alma. Esta transición del alma del cuerpo hacia el trono de Dios se denomina "pasaje de tormentos." Quizás, sobre estas pruebas escribe el apóstol San Pablo, cuando aconseja a los cristianos: (Eph:6:12): Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, "contra malicias espirituales en los aires" (Eph. 6:13): Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo." "Armadura de Dios," de acuerdo a los santos padres, es el conjunto de las virtudes de la persona, y "día malo," los momentos de grandes tentaciones después de la separación del alma del cuerpo. Siendo expulsados del cielo, los espíritus malos vagabundean en la región entre el cielo y la tierra, creando grandes problemas a la gente en el camino hacia el Reino de los Cielos. Unicamente, después del Gran Juicio, los demonios estarán encerrados en el abismo para toda la eternidad).

Quién puede estar tranquilo y feliz, en estas condiciones y acciones terrenales tan inestables? Unicamente, aquel que está con Jesucristo y en Jesucristo. Los que viven de acuerdo a la ley de Cristo, están parados firmes sobre una roca sólida y son protegidos de las tormentas. Poseyendo una fe y amor hacia Dios, ellos no deben temer a los demonios, porque el Señor no permitirá caer a la persona fiel, en tentaciones más fuertes que ella pueda aguantar: "No os ha tomado tentación, sino humana: mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar (1 Cor. 10:13). Pero la persona que no cumple con los mandamientos de Dios, no puede aguantar cuando se levantan sobre ella, pruebas y tentaciones grandes. Por lo general, esta gente cae en un estado de desesperación, y la caída de ellos es muy trágica y muy precautoria para los demás. Observando estas situaciones, una persona con mucha sabiduría dijo: "Como pasa el torbellino, así el malo no permanece: Mas el justo, fundado para siempre" (Prov. 10-25).

La pena, los santos padres la asemejaban, al fuego. El mismo fuego convierte la paja en cenizas, y purifica el oro de todo tipo de impurezas. Para aquellos que viven virtuosamente, el Señor anima con estas palabras: "Pues que a sus ángeles mandará acerca de ti, Que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, Porque tu pie no tropiece en piedra. Sobre el león y el basilisco pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón" (Salm. 91:11-13).

Así es que en el Sermón de la Montaña, el Salvador nos ofrece unos consejos vividos y universales, cómo ser virtuosos y cómo construir este edificio bien alineado y armonioso que es la perfecta espiritualidad donde mora el Espíritu Santo.

Resumiendo los consejos con respecto a Dios, el Salvador nos enseña a poner Su voluntad en primer lugar, dirigir nuestras acciones hacia la gloria de Dios, tratando de asemejarse a Dios en Su perfección, sólidamente creer de que Él nos ama y constantemente se preocupa por nosotros.

Con respecto a los prójimos, el Señor nos aconseja a no ser vengativos, perdonar a los que nos ofenden, ser misericordioso, piadoso y ser amante de la paz; no condenar, tratar la gente de la misma forma, como nosotros queremos que nos traten; amar a todos, hasta a los enemigos, pero al mismo tiempo tener cuidado de los "perros" y especialmente a los profetas y maestros falsos.

Con respecto a nuestras aspiraciones interiores, el Señor nos enseña a ser humildes y pacíficos; eludir la falsedad y doble apariencia, desarrollar nuestras habilidades positivas; enfocarse hacia la virtud, ser constante en las buenas acciones, querer el trabajo, tener paciencia y coraje, conservar el corazón puro, felizmente aguantar los sufrimientos en nombre de Cristo y Su verdad. Todos los sacrificios espirituales del hombre no son en vano: ellos hacen a la persona fuerte e inquebrantable durante las tormentas de la vida, y en el Paraíso, le preparan una recompensa eterna.

 

La Epístola a los Romanos.

 

Nociones preliminares.

Entre los Libros Sagrados del Nuevo Testamento la Epístola del Apóstol Pablo a los Romanos ocupa un lugar especial: ningún libro de las Sagradas Escrituras discute tan profunda y sólidamente el cristianismo como lo hace esta epístola.

El Apóstol Pablo reúne una serie de dones valiosos que hacen de esta obra, un inapreciable documento de la enseñanza cristiana. Esos dones incluyen un conocimiento profundo de la Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, una cultura polifacética, una gran experiencia en la prédica y un talento literario. Por eso la Epístola a los Romanos despertaba una atención especial tanto en creyentes como en pensadores-filósofos, recibiendo desde antiguo el nombre honorífico de "Segundo Evangelio." Por todo esto, se piensa que esta Epístola se ubica entre las primeras obras del Apóstol.

Como se ve en el contenido de dicha esta Epístola, el Apóstol Pablo intentó varias veces predicar la fe de Cristo en la capital del glorioso y poderoso Imperio Romano, pero siempre encontraba diferentes obstáculos. En aquel tiempo ya existía en Roma una importante comunidad cristiana, formada por judíos conversos como también por creyentes romanos. Las circunstancias de la aparición de la comunidad cristiana allí no están muy claras. Se sabe que ya antes del Nacimiento de Cristo en Roma vivían muchos judíos y que algunos de ellos peregrinaban a Jerusalén para las grandes festividades. Después de haber visitado Jerusalén en tiempos de Cristo ellos no podían desconocer sus grandes milagros ni sus inspiradoras enseñanzas. Por eso es posible que las primeras semillas del cristianismo llegaran a Roma en vida de Jesucristo.

El libro de Hechos de los Santos Apóstoles relata que en la festividad de Pentecostés en el año 33 d.C., entre los testigos del descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles había numerosos peregrinos de distintos países, entre ellos también gente de Roma (Hch 2:10). Bajo la impresión del gran milagro del descenso del Espíritu Santo y la encendida prédica del Apóstol Pedro, ese día se bautizaron cerca de 3000 personas y los días siguientes otros 5000. Así la difusión del cristianismo tomó gran envergadura desde el principio. La fe cristiana comenzó a echar raíces en los países limítrofes: Siria, Asia Menor, Chipre, Grecia, Egipto etc. Y esto resultó no sólo por la prédica de los Apóstoles sino también gracias a los recién bautizados en Jerusalén, quienes al volver a sus casas después de sus peregrinaciones, contaban sobre la extraordinaria nueva fe. De esta forma la religión cristiana llegó a Antioquia, como nos indica libro de los Hechos de los Santos Apóstoles (Hch 11:26). Es muy posible que ella penetrara a la ciudad de Roma por ese mismo camino. De los saludos del final de la Epístola a los Romanos, leemos que el Apóstol Pablo conocía personalmente a muchos cristianos romanos, con los cuáles tomó contacto seguramente en Jerusalén, adonde iba a menudo.

Al principio del primer siglo d., en Roma vivían cerca de 50000 hebreos y había 11 sinagogas. Primeramente la comunidad cristiana en Roma estaba formada casi exclusivamente por judíos. Sin embargo, poco después empezó a ser ampliada por los nuevos creyentes romanos, de manera tal que en varios decenios la cantidad de los romanos bautizados comenzó a prevalecer sobre los judíos bautizados. Al principio ambos vivían bastante unidos, oraban y comulgaban juntos. Pero ya en la mitad del primer siglo surgieron fricciones por causas étnicas. Estas discordias las fomentaban los judíos no creyentes, que envidiaban el éxito del cristianismo y comenzaron a incitar a sus hermanos bautizados a no tener contacto con cristianos provenientes de los gentiles, pues los consideraban impuros e indignos de compartir las bondades prometidas a sus ancestros. Estas acciones no fueron vanas y ya en la mitad del s. I en Roma surgieron grandes enfrentamientos religiosos entre los judíos, que el emperador Claudio calmó expulsando a muchos judíos de la capital (años 41 - 54). Sin embargo en la Epístola a los Romanos sentimos una gran preocupación por parte del Apóstol Pablo, por el problema judeocristiano. El Apóstol Pablo, conocedor brillante las Escrituras del Antiguo Testamento, ayuda al lector a ver las raíces del cristianismo y demuestra que para Dios es importante no el origen biológico sino la fe sincera.

La Epístola fue escrita en la ciudad de Corinto, donde el Apóstol se encontraba durante su tercer viaje misionero, cerca del año 59 d.C. San Pablo esperaba, luego de su peregrinaje a Jerusalén poder visitar Roma y colaborar en la fortificación de su comunidad cristiana. En realidad, el Apóstol Pablo pudo finalmente visitar Roma durante el verano del año 61 d.C. pero recién después de haber sorteado grandes obstáculos en Jerusalén, como lo relata el libro de Hechos de los Santos Apóstoles (Hch 21 a 28). El Apóstol Pedro también visitó Roma, pero aparentemente después del Apóstol Pablo. Algunos años más tarde ambos Apóstoles visitaron Roma nuevamente (cerca del año 67 d.C.) y murieron martirizados por orden del emperador Nerón (años 54-68).

El pensamiento básico de la Epístola a los Romanos, es que el Señor Jesucristo es el único Salvador de la humanidad pecadora. Ni la voz de la conciencia, ni el miedo al castigo eterno, ni las excelentes enseñanzas de los profetas inspirados por Dios pueden realmente liberar al hombre de su mal principal "el pecado." El pecado trajo una dualidad en nuestra naturaleza. Teniendo el alma semejante a Dios, cada hombre tiende instintivamente hacia Dios, pero el pecado nos esclaviza y nos obliga a hacer lo que no queremos. La pecaminosidad de nuestra naturaleza es la causa de la muerte de todos los hombres, incluso la de los jóvenes y los niños inocentes. En realidad, el paraíso y la vida eterna en Dios son inalcanzables, no sólo para los paganos sino también para los judíos que tratan de vivir según la ley de Moisés. Pero Dios misericordioso encontró el camino de salvación para los hombres, envió al mundo a Su Hijo Unigénito nuestro Señor Jesucristo, Quién con Su muerte redimió los pecados de los hombres y con Su Resurrección nos abrió el camino al Reino de los Cielos. Ahora cada hombre, judío o pagano, recibe el perdón de sus pecados y auxilio espiritual no por sus méritos sino exclusivamente por su fe en el Señor Jesucristo. El punto de inflexión del pecado a la vida justa es el Bautismo. En este Sacramento el creyente se limpia del pecado, se libera de la esclavitud de las pasiones y recibe fuerzas espirituales. De un pecador culpable se torna hijo de Dios por la Gracia y heredero del Reino de la Gloria. Esta obra de salvación es tan grande y extraordinaria que todo el resto son pequeñeces.

La segunda parte de la Epístola (Cap. 12-15) está dedicada a la exposición de la esencia de la vida cristiana. El Apóstol llama a los cristianos a encarnar en su vida el alto ideal de la fe cristiana y aplicar los dones espirituales para el bien común.

El capítulo cuarto muestra el ejemplo de la fe de Abraham, y del 9° al 11°, el Apóstol discute el problema espiritual del Israel no creyente en Jesucristo, perdiendo parcialmente su actualidad. Sin embargo estos capítulos son importantes ya que ayudan a entender mejor las bases de la fe cristiana, cuyas raíces nacen en las mismas Escrituras del Antiguo Testamento.

En la Epístola los Romanos el lector encontrará pensamientos particularmente profundos sobre una serie de cuestiones espirituales que no están explicadas tan detalladamente en ninguna otra parte de las Sagradas Escrituras, como por ejemplo sobre el pecado original y la vulnerabilidad moral en la naturaleza humana, la voz de la conciencia, la importancia de la fe en la salvación, la cualidad regeneradora del Bautismo, la fuerza de la Gracia Divina de Cristo, la renovación de toda la naturaleza, la importancia de Israel en la historia de la humanidad y otras.

En esta Epístola el lector encontrará algunas partes difíciles de entender. Esta dificultad proviene de la profundidad del tema tratado, la forma resumida de la exposición y la riqueza de la lengua griega. Ya el Apóstol Pedro llamó la atención sobre cierta "dificultad de entendimiento" de las epístolas del Apóstol Pablo" (2 P 3:16). No existe traducción alguna que pueda cumplir simultáneamente con las exigencias de la exactitud y la facilidad de la lectura. La traducción al eslavo antiguo (la lengua litúrgica de la Iglesia) p. Ej. es muy exacta pero es difícil de entender. La traducción en el idioma ruso se lee más fácilmente pero en partes no es tan exacta.

Para ayudar al lector a comprender mejor esta Epístola la versión en ruso de este artículo se acerca la traducción de la epístola en el idioma ruso actual. Además del original griego y la traducción del Sínodo ruso fueron consultadas algunas traducciones inglesas, la obra magna del obispo Teófano el Recluso sobre esta epístola (que incluye además las opiniones de los Santos Padres de la Iglesia), la "Biblia explícita" del profesor Lopujín y colaboradores como así también algunas investigaciones contemporáneas sobre esta epístola.

Explicación de la Epístola. Introducción (Rom 1:1-17).

El Apóstol Pablo escribió su apelación en la forma establecida de aquél entonces, según la cual el autor debía hablar brevemente de sí mismo y sobre la esencia de su carta:

Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo (1:1-7).

Para calmar a los judíos de Roma sobre la verdad de la enseñanza ofrecida el Apóstol Pablo explica que no les predica una enseñanza nueva, sino que revela más claramente lo que escribieron los antiguos profetas.

Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí. Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma (1:8-15).

Como Roma era el centro legislativo y administrativo del amplio y poderoso Imperio, la presencia allí de una comunidad cristiana era extremadamente importante para el éxito del cristianismo. Por esto el Apóstol Pablo tenía un ardiente deseo de ayudar por todos los medios al fortalecimiento de la fe cristiana en Roma. Sin tener la posibilidad de ir a Roma en ese momento el Apóstol Pablo quería reforzar, epistolarmente, la fe cristiana.

 

Esencia de la prédica Evangélica (1:16-17).

No me avergüenzo del Evangelio (de Cristo), porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego, porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Ha 2:4; Rm 1:16-17).

A pesar de que Roma se jactaba de su poder político, fuerza militar y bienes terrenales, el Apóstol Pablo no se avergonzaba de su humilde prédica sobre Jesús crucificado. Todas las ventajas materiales del mundo pagano son fantasmales e ínfimas: no existe fuerza física que puede librar al hombre de la esclavitud del pecado y de la condena a la muerte. Sólo la prédica Evangélica trae a los hombres la invencible fuerza Divina, que regenera moralmente al hombre y lo eleva a la vida eterna en el Reino del Cielo.

Luego el Apóstol pasa a exponer la enseñanza Evangélica en el orden siguiente: a) Todos los hombres son pecadores y por eso merecen el juicio Divino y están condenados a morir (1:18; 3:30). b) La salvación viene solo a través de la fe en Jesucristo (3:21; 5:21). c) La fe abre el acceso a la ayuda y a la vida justa (6:1; 8:39). Después de un amplio apartado, donde se aborda el problema de la falta de fe en Israel (9:1; 11:36), el Apóstol termina su epístola con una exposición de la esencia de la vida cristiana (Cap. 12-16).

 

Exposición de la fe cristiana (1:18-11-36).

El lector de la Sagradas Escrituras debe acostumbrarse a la forma bíblica de la exposición. El hombre contemporáneo está adaptado al llamado "método científico," en el que los temas se exponen en una determinada secuencia lógica. Se termina un tema y comienza otro relacionado con él. En la literatura científica el pensamiento debe fluir en línea recta. Este método es árido, carente de vida y poco útil para la exposición de profundos temas religiosos- sicológicos, en los que cada fenómeno está íntimamente ligado con una serie de otros fenómenos y donde lo importante no es la demostración científica (que no es alcanzable), sino la percepción espiritual directa. Aquí una exacta clasificación "por estantes" no es posible ni necesaria. A menudo en la Biblia y en particular, en los escritos del Apóstol Pablo en particular, se desarrollan simultáneamente varios temas vinculados internamente entre sí. El escritor explica la interrelación entre los fenómenos espirituales desde diferentes puntos de vista, pasando de un nivel a otro. No avanza por rieles tendidos sino que hace subir al lector por una escalera en espiral.

Antes de proponerle al lector una curación espiritual, el Apóstol le diagnostica su enfermedad moral, común a todos los hombres.

Todos los hombres son pecadores y son pasibles del juicio Divino (1:8-3:20).

El pecado no es simplemente un tropiezo de la voluntad, un error o una debilidad temporal, es una terrible enfermedad moral que envenenó nuestra naturaleza humana. Del pecado viene todo el mal al mundo: la pérdida de libertad moral y la alegría del contacto con Dios. Del pecado provienen las diferentes dolencias físicas y del alma, la inclinación hacia el mal y la poca aptitud para el bien. El pecado vulneró la armonía entre las fuerzas físicas y espirituales del hombre, lo que tuvo como resultados la desorganización de la vida familiar y social, las injusticias, la mutua opresión, el engaño, los crímenes, la violencia, las guerras que trajeron la indigencia y el hambre... ¡Justamente el pecado es la primera causa del máximo desastre, la muerte, que destruye inevitablemente todas las alegres esperanzas y las buenas previsiones de los hombres!

El Apóstol Pablo comienza su epístola con la descripción de la corrupción moral del hombre. Demuestra que todos sin excepción somos pecadores. Ni la voz de la conciencia, ni la hermosa organización de la naturaleza que da testimonio del Creador, ni la ley escrita dada por Dios al profeta Moisés, ni en general nada, pudo regenerar espiritualmente a la humanidad. Todos, judíos y paganos, están sumergidos en el pecado pecados y por eso están ajenos a Dios y condenados a la perdición.

La pecaminosidad de los paganos (1:18-32).

El Apóstol explica que en principio cada hombre, incluso el no preparado especialmente en la ley Divina, tiene instintivamente la conciencia que Dios existe, que hay un mundo espiritual, que algunas acciones son correctas y otras pecaminosas. Esta religiosidad innata, tiene su origen en que Dios inscribió Su ley en el alma de cada hombre y en que se manifiesta a través de la voz de su conciencia. Según el plan del Creador todos los hombres deberían tender naturalmente hacia el bien. Sin embargo en la práctica sucede que la mayoría de los hombres pecan, ignorando la voz de la conciencia. Dándole la espalda a su Creador, los hombres se perdieron entre distintas supersticiones y se dedicaron a buscar bajos placeres.

Por eso:

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. (1:18-25).

Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia (1:26-31).

Ellos habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican (1:32).

En principio todos los hombres son capaces de conocer al Creador y creer correctamente en Él. Observando la maravillosa organización, la grandeza, la armonía y la belleza de la naturaleza todos podrían llegar a concluir sobre la omnipotencia, sabiduría y generosidad de su Creador. Pues también en la vida cotidiana los hombres juzgan el arte de un maestro por la calidad de sus obras. Pero los paganos, en lugar de tratar de conocer a Dios y agradecerle, se dedicaron a la vanidad. Persiguiendo sólo las metas terrenales y los placeres físicos llegaron a la insensatez de comenzar a deificar a las fuerzas de la naturaleza y a diferentes monstruos en lugar de reconocer al Creador. Del oscurecimiento mental se hundieron más profundamente en la descomposición moral.

Como un ejemplo de la extrema depravación de los paganos el Apóstol señala el pecado de la homosexualidad. El Apóstol explica que este pecado es particularmente repelente ya que es antinatural y es el resultado de una extrema disolución sexual. Profanando a sus cuerpos, los homosexuales cosechan castigos por su pasión, remordimientos, confusión interna e irritación. Esta condena del Apóstol a la homosexualidad es muy importante en la actualidad cuando algunos tratan de justificarla y de legalizarla, y los medios de información masiva le enseñan a la juventud a verla como algo completamente normal. Está mal cuando los hombres pecan pero es peor cuando tratan de justificar a su pecado. Entonces "se abre la ira de Dios desde el cielo, sobre toda indecencia y falsedad de los hombres, que inhiben a la verdad con la mentira."

Si de acuerdo al pensamiento recién mencionado del Apóstol Pablo, el modo de pensar incorrecto, empuja al hombre hacia las acciones pecaminosas, ¿no es consecuencia de este hecho, que el conocimiento de Dios y pensamientos buenos fomentan la salud moral? Por eso es tan importante ocuparse seriamente de la auto educación espiritual. Entonces la luz interior comenzará a iluminar nuestro camino a la vida y todo a nuestro alrededor (Mt 5: 14-16).

 

Dios es justo (2:1-16).

Habiendo mostrado lo pecaminoso de la sociedad pagana, el Apóstol se apresura en prevenir a los judíos de la tentación de juzgar. Él demuestra que el nivel de la culpa ante Dios de tal o cual hombre se mide no sólo por sus acciones sino también por las ventajas que le fueron otorgadas. En general los judíos conocían mejor los mandamientos Divinos, eran más morales que los paganos y esto les daba la ocasión de mirar a éstos últimos con desprecio. El Apóstol le dice a los judíos que las exigencias hacia ellos son más severas ya que Dios los acercó a Él, les dio Su Ley Divina, el templo, los servicios religiosos y las festividades, les envió a los profetas y hacía todo lo necesario para su perfeccionamiento moral. Los paganos, en cambio, quedaban dejados a sí mismos y no tenían ningún estímulo externo para llevar una vida justa. Sin embargo algunos paganos actuaban más moralmente que los judíos. Sin la ley externa se guiaban por la ley interna, la voz de la conciencia.

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia (2:1-8).

Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados (2:9-13).

Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio (2:14-16).

Al crear al hombre, Dios inscribió en su corazón la ley moral, que a través de la voz de la conciencia le dice lo que es el bien y lo que es el mal. Si el hombre se quedara en su primitivo estado de inocencia, esta ley moral interna sería suficiente para guiar su vida. Pero al haber sido vulnerada por el pecado la conciencia moral de los hombres se oscureció. Entonces fue necesario para los hombres agregarle una ley escrita, a la ley interna, que les enseñara a actuar correctamente en forma más clara y concreta. Con ese fin Dios les dio a los hebreos los mandamientos escritos en las Sagradas Escrituras. En esencia estos mandamientos revelados por Dios le enseñan al hombre lo mismo que le induce la voz interior de la conciencia. Sin embargo, como los mandamientos expresan la voluntad Divina con mayor claridad, y muy concretamente, su incumplimiento es una vulneración imperdonable de la voluntad del Creador. Por eso a los judíos que no cumplían conscientemente la voluntad Divina les correspondía un castigo mayor que a los que pecaban por no saber.

Por otro lado los mandamientos Divinos les exigían mayor perfección moral y por consiguiente mayores esfuerzos a los judíos que progresaban en la vida justa, correspondiéndoles un premio mayor que el que deberían recibir los paganos que vivían según las tendencias del corazón, las cuales eran menos exigentes y más primitivas.

Tanto las recompensas como los castigos pueden ser internos como externos. Haciendo el bien o cumpliendo con su deber moral, el hombre siente una satisfacción interior, un particular apaciguamiento y alegría. Esta es su recompensa interior y la antesala a la vida bienaventurada que recibirá en el Reino del Cielo. De igual modo el hombre cosecha su castigo por el pecado primero en su interior, en el remordimiento de la conciencia y en el sentimiento de pesadez, confusión y congoja que acompañan toda violación a las normas establecidas por Dios. La violación voluntaria de los mandamientos escritos es un pecado mayor que el incumplimiento de los dictados de la conciencia y por eso conlleva un sufrimiento interior mayor. El pecador recibirá el castigo completo por sus pecados después del Juicio Final de Dios. Si en esta vida temporal la justicia es vulnerada a menudo, en la vida futura triunfará plenamente y cada uno recibirá según sus acciones. El Apóstol expresa esta idea con las palabras que repite varias veces: "Dios no tiene parcialidad..."

En el capítulo 2° de la epístola que estamos considerando encontramos pensamientos muy valiosos sobre la salvación. Algunos hombres piensan que se salvarán sólo los que pertenecen a su fe, y todos los restantes, errados, irán a la perdición. Por ejemplo los católicos piensan que sólo se salvarán católicos, los bautistas que sólo los bautistas... Para entender esa cuestión, hay que tomar en cuenta que la salvación comprendida como la liberación de la condena eterna, no es lo mismo que los grados de bienaventuranza en el Paraíso. La fe correcta y los dones de gracia otorgados en la Iglesia verdadera le dan la posibilidad al cristiano de alcanzar una alta perfección espiritual y por eso mismo una mayor cercanía a Dios, y por consiguiente, un mayor gozo. En lo que se refiere a la salvación, como la liberación de los sufrimientos en el infierno, vemos en la enseñanza del Apóstol Pablo que pueden ser salvados incluso los paganos, que a pesar de no poseer una clara comprensión de Dios, actuaban como les dictaba la conciencia "Cuando los paganos, que no tienen la ley, naturalmente actúan legalmente, entonces no teniendo la ley, ellos son la ley para si mismos: ellos muestran que la ley está escrita en sus corazones. Sobre todo esto atestigua la conciencia y los pensamientos, que acusan ó absuelven una a otros" (2:14-15).

Cuando el hombre actúa correctamente la voz de la conciencia y sus pensamientos lo aprueban. Cuando en cambio el hombre actúa incorrectamente su conciencia lo recrimina. Y todos los esfuerzos de justificarse por las circunstancias, la lógica de la acción o la debilidad no pueden convencer a su conciencia u obligar a callarla. Es verdad que cuando los pecados se repiten la conciencia del hombre se torna más obtusa y se calla. Por eso puede parecer que algunos criminales carecen de conciencia, mas en realidad la tienen, pero en un estado muy apagado.

En el Juicio Final, cuando Dios haga visible el estado interno de todos los hombres, la conciencia liberada de cada uno reprochará con nueva fuerza por los siglos de los siglos. Aparentemente el Apóstol Pablo tiene en cuenta esta revelación de la conciencia en el Juicio Final cuando dice: "esto será el día cuando... Dios juzgará las acciones secretas de los hombres" (2: 16).

 

El pecado de los judíos (2:17-3:8).

En sus epístolas el Apóstol Pablo divide la humanidad en judíos y helenos, bajo cuyo nombre reúne a todos los no judíos. Esta subdivisión de la humanidad en dos categorías se justifica por la situación especial del pueblo hebreo entre los otros pueblos en los tiempos del Antiguo Testamento. Así como los hombres difieren uno del otro por sus cualidades específicas y sus talentos también los pueblos se diferencian entre sí por sus particularidades nacionales. Unos, p. Ej. se destacan por su disciplina y marcialidad, otros por su bondad y su hospitalidad, unos terceros por su amor a la música y su romanticismo, otros por su inclinación a la filosofía y a las ciencias exactas etc. Algunos pueblos formaban imperios e incidían en los destinos de los pueblos vecinos, otros en cambio pasaron por la historia imperceptiblemente y desaparecieron sin dejar rastro.

El pueblo hebreo desde siempre se distinguía por su particular religiosidad. Posiblemente a causa de su especial e innata sensibilidad espiritual, el Señor destacó a ese pueblo y lo predestinó a ser el instrumento de la salvación de otros pueblos. Mientras los pueblos vecinos paganos mencionados en el Génesis y en otros libros históricos de la Biblia se hundían en supersticiones y diferentes indecencias, los hebreos veneraban a un único y verdadero Dios, Creador del cielo y de la tierra. Del pueblo hebreo salieron grandes hombres justos del Antiguo Testamento como Abraham, el profeta Moisés, el rey David y los profetas Elías, Isaías y Daniel. Precisamente estos justos prepararon el medio espiritual para la llegada de Cristo Salvador al mundo. De en medio de pueblo hebreo provinieron también la Madre de Cristo, la Santísima Virgen María, el profeta Juan el Bautista, los Apóstoles, los primeros predicadores del Evangelio, los primeros Mártires y los primeros Santos. No hay duda que Dios le encomendó al pueblo hebreo la misión de regenerar moralmente la humanidad.

Pero por supuesto, cada hombre representa un mundo propio y a veces uno muy complejo. Cada hombre es libre de dirigir sus talentos hacia el bien o hacia el mal, desarrollarlos o "enterrarlos." En una misma familia un hijo puede resultar un científico genial y su hermano un inútil holgazán. Así también en el pueblo hebreo, al lado de grandes justos, había hipócritas, criminales e incluso los que luchaban contra Dios. A lo largo de toda la historia los profetas les recordaban incansablemente a sus conciudadanos su alto llamado espiritual y les exigían que vivieran en forma justa. Pero muchos hebreos tomaron su misión como una elección incondicional, ignorando sus obligaciones morales y su responsabilidad ante Dios. De ahí en muchos de ellos surgió una ensalzada opinión sobre sí mismos y un desprecio hacia otros pueblos "impuros." El Apóstol Pablo expresa varias veces el pensamiento (en ésta y otras epístolas) que cuando la fe y la vida justa están ausentes, las ventajas externas no sólo no aseguran la recompensa de Dios sino que, por el contrario, atraen Su justa ira. El Apóstol escribe:

He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros (Is 52:5; Rm. 2:17-24; Ez 36:20).

Acusar tan severamente a los judíos, sólo podía ser por alguien, que por ser judío entendiera perfectamente sus puntos de vista y sus costumbres. En general los hebreos eran más moralistas que otros pueblos de aquel tiempo. No se permitían llegar a la depravación sexual que alcanzaban los romanos paganos, pero veían con indulgencia algunas fallas morales como la avaricia, la codicia, la presunción, la hipocresía y el orgullo, justificándose con su cumplimiento estricto de las ceremonias indicadas por la ley. Nuestro Señor Jesucristo condenó severamente la presunción de los líderes del pueblo hebreo en Su sermón citado por el Evangelista Mateo en el capítulo 23 de su Evangelio. El signo externo de la pertenencia a la religión judía era la circuncisión. El Apóstol escribe:

Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres trasgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser in circuncisión. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su in circuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres trasgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios (2:25-29).

La circuncisión, la eliminación en los niños varones de la porción extrema de su órgano masculino, se practicaba en la antigüedad en varios pueblos. Se sabe que le practicaban los egipcios antiguos, algunos pueblos semíticos (los árabes hasta el tiempo de Mahoma y otros) y también algunas tribus africanas. Unos explicaban la utilidad de la circuncisión por razones de higiene y otros para aumentar la fertilidad o simplemente por tradición. Entre los hebreos la circuncisión recibió un carácter religioso y comenzó en los tiempos de Abraham (2000 a.C., Gn 17:9-27). Desde el punto de vista formal la circuncisión servía como testimonio o signo de unión con Dios. Pero los profetas explicaban que la unión con Dios está condicionada no solo por la eliminación de una porción del cuerpo sino también por la "circuncisión" del corazón o sea, por la inhibición en el corazón de los deseos pecaminosos (Ez 44:7). Como el Sacramento del Bautismo sustituyó la circuncisión, los Apóstoles en el Concilio de Jerusalén aceptaron como no obligatoria la circuncisión para los cristianos (Hch 15:28-19; Ga 5:6 ; 6:15; Col 2:11). Sin embargo, los cristianos de origen hebreo, en su deseo de conservar sus antiguas costumbres, seguían circuncidando a los varones recién nacidos. El Apóstol Pablo les recuerda que la ceremonia es inútil cuando se vulnera lo que ella simboliza.

Más adelante el Apóstol aclara que al condenar las faltas de los hebreos él no trata de rebajar la religión que les fue dada por Dios. Las Sagradas Escrituras enseñaban a los hebreos a creer correctamente y a vivir en forma justa y con eso les daban ventajas sobre los otros pueblos que permanecían en la oscuridad de la ignorancia. Pero la mayoría de los hebreos no supieron aprovechar la predilección de la que fueron objeto.

¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les (a los judíos) ha sido confiada la palabra de Dios. ¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre (puede ser) mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado (Sal 50:6). Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (hablo como hombre.) En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo? Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? ¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirma que nosotros decimos): ¿Hagamos males para que vengan bienes? (3:1- 8).

El pensamiento básico de este texto es que Dios no reniega de Sus promesas. A pesar de que los hebreos quebraron su unión con Dios y no justificaron su misión, el Omnisapiente Señor encontró otro camino para salvar a la humanidad. A pesar de que la intervención divina da buenos resultados, esto no libera a los pecadores de su responsabilidad por la terquedad y la mala voluntad. El buen resultado se dio no gracias a ellos, sino a pesar de ellos.

Conclusión: todos son culpables (3:9-20).

Flagelando la presunción de los judíos el Apóstol escribe:

¿Qué, pues? ¿Somos nosotros (judios) mejores que ellos (gentiles)? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno (Sal 14:1-3; 53:1-3), no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios (Sal 5: 9; 140:3); Su boca está llena de maldición y de amargura (Sal 10:7). Sus pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz (Proverb. 1:16; Is. 59:7-8). No hay temor de Dios delante de sus ojos (Sal 36:1). Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Rm 3:9-20).

Los hebreos relacionaban estas acusaciones no a sí mismos sino a los paganos. Ellos se consideraban justos por provenir de Abraham y cumplir con las ceremonias de la ley. El Apóstol les demuestra a los hebreos, que ellos también son pecadores porque los profetas no recriminaban a los paganos sino precisamente a ellos, a los judíos. Los mandamientos Divinos son hermosos cuando el hombre se guía por ellos. Pero cuando alguien los vulnera conscientemente, el conocimiento solo aumenta su responsabilidad.

La salvación sólo en Cristo (3:21-5:21).

Habiendo demostrado que todos los hombres son pecadores y que ni la pertenencia al pueblo hebreo, ni el conocimiento de la ley, ni el cumplimiento de las ceremonias pueden justificar al pecador ante Dios, el Apóstol Pablo pasa al tema más importante de su epístola: la salvación se puede obtener sólo en nuestro Señor Jesucristo.

Lo imprescindible de la fe (3:21-31).

En la exposición de la enseñanza cristiana sobre la salvación de los hombres el Apóstol Pablo usa los conceptos y la terminología acostumbrada de sus contemporáneos. En aquellos tiempos tanto entre los judíos como entre los romanos se formaron nítidos conceptos jurídicos. Términos tales como: ley, verdad, culpabilidad, rescate, absolución y otros semejantes, eran comprensibles y habituales para todos. Desde el punto de vista jurídico – formal -, todos los hombres, en la medida en que vulneraron la ley Divina, eran culpables y les correspondía un castigo... Los paganos vulneraban la ley innata y los hebreos además, la ley escrita y revelada por Dios.

Pero, ¿cómo justificarse ante Dios cuando ni el parentesco con Abraham, ni la circuncisión, ni siquiera el cumplimiento de la ley ayudan? El Apóstol explica que el Señor misericordioso, viendo a los hombres sin ayuda, se apiadó de ellos y en forma inesperada y milagrosa les dio la salvación en Cristo. El Apóstol dedica la mayor parte de su epístola a la explicación de esa tesis principal. El Apóstol denomina a la salvación que el Señor le propuso a los hombres como la verdad o la justificación, cercanas a los conceptos fijados en la sociedad en aquel entonces. El Apóstol escribe:

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados (ahora) gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (3:21-26).

¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la in circuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley (3:27-31).

En otras palabras, la justicia exigía que Dios, como un Juez justo, castigue a todos los pecadores. Pero Dios, viendo que los hombres estaban indefensos moralmente, durante todo el período precristiano, contenía Su justa ira y les preparaba a los hombres, la salvación a través de Su Hijo Unigénito. Los profetas del Antiguo Testamento con sus profecías sobre el Mesías - Redentor, colocaban la base en el pueblo hebreo para la fe en Él. Como los hombres no eran capaces de redimir su culpa ante Dios, el Hijo de Dios voluntariamente tomó sobre Si la culpa de toda la humanidad pecadora y Se entregó como víctima, alejando de los hombres el castigo merecido. A este inconcebible misterio de la justicia Divina e infinita misericordia, el Apóstol lo explica en términos algo formales y jurídicos. Aquí hay que tomar en cuenta que la esencia del sacrificio redentor de Cristo es un misterio incomprensible, incluso para los Ángeles (1 P 1:12; Ap 5:5). Por tal razón no hay terminología que pueda explicarla totalmente. Este misterio se percibe más desde el corazón que a través de la mente.

Por cuanto la redención cumplida por el Señor Jesucristo fue plena y completa, Dios no exige de los pecadores para su absolución, ningún trabajo externo y formal. La única condición para la absolución es que el hombre crea en Cristo, como Salvador enviado por Dios. La fe es la condición mínima y al mismo tiempo es absolutamente necesaria para la absolución de los pecados.

Nota: Hablando de la necesidad de la fe, el Apóstol Pablo entiende bajo ese término no solamente un reconocimiento abstracto y teórico de determinadas verdades de la religión sino el consentimiento voluntario de someterse a Dios. En otras palabras, la fe contiene un elemento activo de determinadas actividades positivas, y en todas aquellas partes de las Sagradas Escrituras, en las que se habla de la fe salvadora, siempre encontramos determinados actos. Aún en nuestra vida cotidiana, los ingenieros no son apreciados tanto por sus conocimientos teóricos como por su capacidad de aplicar esos conocimientos en la práctica. De igual manera Dios espera de nosotros no una fe abstracta sino una fe viva y activa. Es interesante notar que el mero conocimiento de la verdad religiosa sin un modo de vida consecuente no solamente no beneficia al hombre sino que le infiere una condenación aún mayor; como dijo Cristo, "Ese siervo que conocía la voluntad de su señor, y no se preparó, ni obró de acuerdo con su voluntad, será golpeado con muchos látigos" (Lc 12:47; Cf. Rm 2:13).

Los hebreos en vano se preciaban de sus ventajas externas y acciones ceremoniales de la ley. En realidad ellos, por ser incumplidores conscientes de los mandamientos Divinos, necesitaban mucho más de la misericordia Divina y del perdón que a los paganos que desprecian. Y como todos los hombres sin excepción son culpables, después de la hazaña en la cruz del Señor Jesucristo, Dios salva a todos los pecadores con un único medio: la fe. El Apóstol explica que la fe no anula la parte religioso-moral de las Sagradas Escrituras. La ley Divina sigue siendo necesaria ya que enseña la vida piadosa y la devoción, pero la ley sola es fría y formal, guía pero no fortalece al caminante. En cambio la fe enciende y da fuerzas.

 

Nota 1. La palabra redención usada en las Sagradas Escrituras está vinculada con una serie de conceptos: el pago de la deuda, rescate de un cautivo o la adquisición de algo con ciertas condiciones. En el sentido espiritual la palabra redención es cercana por su sentido a la palabra salvación. En el tiempo del profeta Moisés, Dios redimió (o liberó) al pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Siendo liberados de sus anteriores cautivadores, desde entonces los hebreos se convirtieron en propiedad de Dios — su Salvador (Ex. 12:27; 14:13; Is 63:9). El precio simbólico del rescate de los hebreos de la esclavitud era la sangre del cordero sacrificado, con la que los hebreos debían pintar los dinteles de sus puertas. Así se originó la festividad de Pascua del en el Antiguo Testamento, en la cual los hebreos debían cada año sacrificar a Dios un cordero puro. Este cordero pascual era la protoimagen de nuestro Señor Jesucristo, Cordero de Dios, Quién vertió Su Purísima Sangre en la cruz. Con esto nos salvó de la esclavitud del diablo y nos adquirió para Dios pero no como esclavos sino como hijos por la Gracia Divina. Los hebreos del Antiguo Testamento tomaron firmemente el concepto de la necesidad de la redención para quitarse la culpa. Las Sagradas Escrituras enseñaban que todo pecado debe ser redimido por un sacrificio sangriento. Para purificarse de sus pecados ellos sacrificaban a Dios distintos animales. Como explica el Apóstol Pablo en su epístola a los hebreos, estos sacrificios por si solos no tenían ninguna fuerza purificadora, que efectivamente recibirían por el futuro Sacrificio del Señor Jesucristo. Así los sacrificios del Antiguo Testamento servían para los hebreos como protoimagen (símbolo)de los sufrimientos en la cruz del Salvador del mundo. Sobre el valor redentor del sacrificio universal del Mesías que predijo el profeta Isaías, se encuentra en el capítulo 53 de su libro.

Nota 2. Bajo la palabra ley, el Apóstol Pablo entiende la Torá. O sea los 5 primeros libros de la Biblia escritos por el profeta Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Desde el principio la Torá fue el código cívico - religioso del pueblo hebreo. Esta ley contiene, junto con las normas morales (los mandamientos de Dios), una gran cantidad de reglas prácticas, que ordenan la vida civil y familiar. Comprende las reglas sobre distintas ceremonias, la observación del sábado y de las festividades, decisiones sobre los sacrificios, la comida pura e impura, leyes de matrimonio y divorcio, reglas de higiene etc. Con el tiempo a estas reglas se le adicionaron indicaciones complementarias que también recibieron el status de obligatorias. Estas indicaciones externas, que dificultaban ver la parte moral y espiritual de la ley, resultaron un peso excesivo para el pueblo hebreo que no podía cumplirlas exactamente (Mat 23:4; Hch 15:2; Ga 2:4). Los letrados eruditos judíos elaboraron una original casuística, con cuya ayuda se podía obviar fácilmente las exigencias de las leyes, y no sólo las reglas ceremoniales sino también las morales. El Apóstol Pablo les demuestra aquí a los judíos que su esperanza de justificarse con ceremonias externas es solo un autoengaño. Ante el juicio Divino ellos son más pecadores que los paganos porque conscientemente no cumplen los mandamientos de Dios.

El lector debe entender claramente que cuando el Apóstol Pablo habla de supresión de las obras de la ley o simplemente de la ley tiene en cuenta su parte ceremonial y formal y no a los mandamientos Divinos. Estos no solo no se suprimen en el cristianismo sino que se elevan a una mayor altura. En general la palabra acción necesita aclaración. Hay p. Ej. acciones malas, acciones de la ley y acciones buenas, y todos estos son conceptos diferentes. Las acciones buenas es la exteriorización natural de la fe y el amor. Un cristiano sin acciones buenas es lo mismo que un árbol sin frutos.

Nota 3. Como se ve en el contexto de su prédica, el Apóstol Pablo bajo el término fe entiende no una aceptación mental de ciertas verdades religiosas conocidas, sino un completo viraje hacia Dios. La fe verdadera debe ser viva y activa. Una fe así debe incluir un sentimiento de culpabilidad ante Dios, un profundo arrepentimiento, un deseo sincero de vivir de ahora en adelante para la gloria Divina y el bien común. Una fe con estas características se encuentra unida con profundas modificaciones internas. Para los hebreos, que crecieron en la atmósfera legalista de la ley del Antiguo Testamento, la importancia de la fe les era incomprensible. Ellos se acostumbraron a ver la religión muy formalmente: si provienes de Abraham y estás circunciso significa que fuiste elegido y automáticamente estás justificado ante Dios. Cuántas más acciones de la ley realices, más bienes recibirás de Dios. Su mentalidad era casi mercantil. El Apóstol demuestra que un concepto tal de la religión no tiene sostén en las Sagradas Escrituras. El hombre recibe la absolución de Dios no por las obras de la ley, no por causas externas y formales sino por la misericordia Divina. La fe hace real este cambio interior tan necesario que coloca al hombre en el camino correcto. La fe hace al hombre obediente a Dios y sensible a los dones Divinos.

Para convencer a los hebreos de la ventaja de la fe sobre las obras de la ley el Apóstol Pablo dedica el capítulo 4° de su Epístola a los romanos poniendo como ejemplo la fe de Abraham.

Abraham, el progenitor de linaje de los creyentes (4:1-25).

Abraham, el progenitor de los hebreos, árabes y algunos otros pueblos semíticos, es uno de los grandes justos de los tiempos del Antiguo Testamento. Vivió 2000 años a.C., en tiempos que la mayoría de los pueblos comenzó a olvidar al Dios verdadero y venerar a distintos falsos dioses. La idolatría se puso "de moda" y comenzó a enriquecerse con suntuosos rituales, entrando cada vez más profundamente en la vida privada y social del Oriente Medio. La tentación de la idolatría era tan fuerte que hasta los parientes de Abraham, que en aquel tiempo vivían en Ur de Caldea (entrada del Golfo Pérsico) comenzaron a inclinarse hacia ella. Para conservar en la humanidad la fe verdadera, aunque sea en un único pueblo, Dios se le aparece a Abraham y le ordena dejar a su tribu y mudarse a un país completamente extraño para él — la tierra de Canaán (futuro Israel).

Abraham, ya en edad madura, obedeció a Dios y dejando a sus parientes y bienes, se mudó junto con su esposa Sara y su sobrino Lot a Canaán, donde comenzó a llevar una vida nómada. La vida y hazañas de Abraham están descritas en Génesis (11:27; 25:11). Los que tuvieron que dejar a su patria y vivir como refugiados en distintos países son capaces de entender las dificultades que tuvo que sufrir Abraham. Su hazaña fue particularmente grande ya que en aquel tiempo no existían caminos, hoteles, restaurantes, leyes civiles, ni los defensores del orden ni las sociedades humanitarias. Lo único que aseguraba cierto orden y bienestar era que los hombres vivieran en grandes familias, en las que cada miembro sostenía y defendía al otro. Separarse de su familia y caer entre extranjeros era muy arriesgado. Con su total obediencia a Dios Abraham mostró una gran fe.

La vida de Abraham en el país extraño, entre gente de lengua desconocida, extrañas costumbres y modos de ser, era muy difícil y triste. Algunas tribus cananeas como p. Ej. los habitantes de Sodoma y Gomorra, mostraban tal descomposición moral, que el Señor los destruyó con el fuego. Varias veces príncipes paganos aprovechaban la falta de defensa de Abraham para sacarle su bella esposa Sara. Numerosas veces la vida de Abraham estuvo en peligro. Pero en los momentos más difíciles Dios ayudaba a Abraham y todo terminaba bien. Así Dios cumplió Su promesa de ayudar en todo a Abraham.

Pero Dios demoraba con Su principal promesa, la de darle un hijo heredero a Abraham. Ya había pasado un cuarto de siglo desde que Abraham se había establecido en Canaán pero Sara no había podido concebir porque por naturaleza era infértil. Durante ese tiempo Abraham acumuló grandes rebaños de ovejas y otros animales, teniendo importantes bienes los cuales podían pasar a manos extrañas. Abraham ya tenía 75 años cuando una noche muy apesadumbrado salió a caminar. Inesperadamente se le apareció Dios y le dijo "Mira el cielo y cuenta las estrellas... Tantos descendientes tendrás." Y a continuación el libro de Génesis cita estas destacadas palabras como ejemplo para los hebreos: "Abraham creyó al Señor y Él valoró esto como una virtud" (Gn 15:5-6). Según la lógica humana era completamente imposible que la estéril Sara tuviera un hijo. Si no pudo concebir en su juventud, menos aún podría en la vejez. Pero Abraham no dudó ante esta promesa y Dios lo valoró como un mérito.

Sin embargo Dios siguió probando la fe de Abraham un cuarto de siglo más y no le mandaba hijos a Sara. Abraham ya tenía 99 años cuando Dios se le presentó en la forma de tres Ángeles (o peregrinos, Gn 17) y reafirmó Su promesa acerca del nacimiento del hijo de Sara. Aquí el Señor hizo un pacto (unión) con Abraham y en señal de ese pacto ordenó que todos sus descendientes sean circuncidados. En efecto, pronto y contra todas las leyes de la maternidad Sara concibió y en tiempo señalado dio a luz a un hijo, que llamaron Isaac. La alegría era indescriptible: ¡la fe venció a las leyes naturales!

El Apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos pasa por alto muchos detalles de este aconteci miento bien conocido por los hebreos y se detiene en la explicación de la cuestión principal: Abraham se demostró virtuoso no por la circuncisión o el cumplimiento de las ceremonias sino por su fe.

¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (Gn 15:6). Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado (Sal 32:1-2). ¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la in circuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia (Rm 4:1-9).

¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la in circuncisión? No en la circuncisión, sino en la in circuncisión. Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe (Gn 15:6; 17:4). Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay trasgresión (Rm 4:10-15).

Los hebreos veían su ventaja en la descendencia y origen de Abraham. El Apóstol Pablo explica que además de un parentesco físico hay uno espiritual, que es más importante. A los hombres, los acercan más las cualidades espirituales que las físicas. A pesar de que los hebreos tenían su origen en Abraham, muchos de ellos estaban completamente apartados de él espiritualmente ya que se negaban a tener fe y hasta eran contrarios a Dios. En cambio los paganos sin vínculos de parentesco con Abraham, se tornaban sus herederos espirituales gracias a la fe. En esto se cumple plenamente la promesa Divina: que de Abraham se iban a originar muchos pueblos. Estos no serán tanto los descendientes físicos como los espirituales (ver el mismo pensamiento en Gal. 3:7). A este parentesco espiritual se refería el Señor Jesucristo cuando le dijo a los hebreos respecto a la fe del centurión romano: "Muchos vendrán del este y oeste y se recostarán con Abraham, Isaac y Jacobo en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino (hebreos — los descendientes físicos), serán echados a las tinieblas externas. Allí habrá lágrimas y rechinar de los dientes" (Mt. 8:11-12).

El Apóstol Pablo menciona más adelante un ejemplo todavía más extraordinario de la fe de Abraham, cuando Dios le exigió que sacrificara a su hijo Isaac. Este emocionante caso está descrito en el capítulo 22 del Génesis. Isaac tenía entonces unos 12 años. Los sacrificios humanos no se conocían en la religión hebrea. Los realizaban algunos pueblos paganos sólo en los períodos de mayor decadencia de sus creencias religiosas. Sin tomar en cuenta la terrible extrañeza y la tragedia personal de esta orden, Abraham obedeció a Dios. Le hizo llevar a su hijo un atado de leña para el sacrificio y comenzó a subir a la cima de la colina de Mória. Según la tradición en ese mismo lugar crucificaron más tarde al Señor Jesucristo. Cuando alcanzaron la cima Isaac, que no sospechaba nada, le preguntó a su padre: "He aquí el fuego y la leña, ¿dónde está, el cordero para el sacrificio?" Conteniendo las lágrimas, Abraham contestó: "Dios encontrará para Sí, el cordero para el sacrificio, hijo mío." Recién cuando Abraham levanta el cuchillo para matar a Isaac, Dios a través de Su Ángel retuvo a Abraham de sacrificar a quien tan ardientemente amaba y por el que pidió tantos años. Y entonces el Señor le dijo a Abraham: "Juro por Mí, — dijo el Señor — que como tú hiciste eso, y no escatimaste a tú único hijo, Yo bendiciéndote, bendeciré, y multiplicando, multiplicaré a tu semilla como estrellas en el cielo y arena en el borde del mar y serán bendecidos de tu Semilla (tu Descendiente, o sea Cristo, Ga 3:16) todos los pueblos de la tierra, porque tu obedeciste a Mi voz." De este acontecimiento, el apóstol saca la conclusión:

Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes /Gn 17:5/) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia (Rm 4:16-18; Gn 15:5).

Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia (4:19-22).

Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (4:23-25).

Aquí el Apóstol explica que preparándose a cumplir la orden Divina, Abraham creía que Dios cumpliría Su promesa sobre la descendencia y haría resucitar de los muertos a Isaac. Aquella era una fe tan fuerte que incluso puede servir de ejemplo en tiempos de Nuevo Testamento.

El Apóstol aclara que escribe todo esto con el fin de que nosotros, los cristianos, creamos en la fuerza de la muerte redentora de Cristo, Quien resucitó para absolvernos y hacernos herederos de las promesas dadas a Abraham.

El Apóstol Pablo vuelve al ejemplo de la fe de Abraham en las epístolas a los Gálatas (Cap. 3) y a los Hebreos (Cap. 11). El Apóstol Pablo usa a Abraham justamente como ejemplo de fe viviente — fe que se manifiesta en obras de bien: Abraham obedecía activamente a la orden Divina (St 2:20-23). Los protestantes, que contraponen la fe a las obras, tratan de debilitar el argumento usado por el Apóstol Pablo. M. Lutero, fundador del protestantismo, incluso negaba la autenticidad de la epístola conciliar al Apóstol Pablo. Con el argumento que en esta epístola se subraya la necesidad de las obras de bien, que según Lutero contradice a la fe justificadora.

Aquí, sin duda, se muestra su total incomprensión del pensamiento principal del Apóstol Pablo sobre la fe y las obras. Al hablar de la inutilidad de las obras de la ley el Apóstol no niega las obras de bien sino la utilidad de las ceremonias. En el contexto de todo lo dicho sobre la fe de Abraham, se ve que toda su fuerza y su grandeza fueron demostradas justamente en las acciones de Abraham. No era ésta una fe teórica, sino una fe viva. Él derrota sobre si, durante más de 50 años, las dudas en la veracidad de la promesa Divina sobre el heredero. No se permitió murmurar contra Dios ni siquiera cuando Dios le exigió sacrificar a su hijo tan largamente esperado, sino que obedeció humildemente la voluntad Divina. Abraham mostró su fe en Dios con una total obediencia y entrega a Él. Dios espera de nosotros no un reconocimiento fríamente mental, ni un momentáneo vuelo de inspiración, sino un total viraje hacia Él, como guía de nuestros pensamientos, deseos y acciones. Hay que tender a una armonía entre las convicciones internas y la actividad exterior. La fe verdadera siempre actúa con amor (Gl 5: 6). No se la puede contraponer a las obras de bien ya que ambas constituyen una unidad, como el alma y el cuerpo constituyen al hombre vivo.

La justificación con la Sangre de Cristo (Rm. 5:1-11).

El Apóstol, después de haber aclarado la necesidad de la fe, vuelve a su tema principal, los frutos de la obra redentora de Cristo. Con Su muerte en la cruz, nuestro Señor Jesucristo no sólo nos liberó de la condena sino que nos dejó grandes bienes: la reconciliación con Dios, el acceso a la Gracia del Espíritu Santo y la eterna felicidad en el Reino de los Cielos. La Gracia Divina llena el corazón del creyente con una paz inexpresable y un sentimiento de amor hacia Dios, nos otorga fuerzas espirituales para superar las pruebas de la vida. El Apóstol lo expresa así:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza (participación) de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (5:1-5).

Al hombre todavía inmaduro espiritualmente se le hace difícil aceptar sus congojas "lo confunde el pensamiento:"Si Dios efectivamente me ama y se preocupa por mí, ¿por qué permitió que me ocurriera esta desgracia? El Apóstol explica que las penas son necesarias para nuestro crecimiento espiritual y por eso entran en el plan Divino de nuestra salvación. En primer término con las congojas se desarrolla la paciencia. El cristiano se hace más constante, firme y valiente. Paralelamente se enriquece con la experiencia espiritual y se torna más apto para la vida espiritual. Al crecer espiritualmente comienza a percibir más claramente la cercanía de Dios y Su amor reconfortante. Como respuesta a estas percepciones en su alma nace un sentimiento, de ardiente amor a Dios: el hombre se hace más apaciguado e iluminado. Ahora aquellos tesoros espirituales, que él conocía solo teóricamente o a través de la palabra de otros, se tornan una propiedad personal perceptible. Sin penas él habría quedado inexperto, un niño espiritual. Los Apóstoles Pablo (1:2-4) y Pedro (1 P 1:7; 2 P 1:6) hablan también sobre la necesidad de las penas para el crecimiento espiritual del cristiano. Al hablar de dicho crecimiento, el Apóstol Pablo menciona el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo:

Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo (determinado por Dios) murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación (5:6-11).

Más adelante el Apóstol vuelve sobre el problema del pecado pero ya no desde el punto de vista de un incumplimiento personal de la voluntad Divina sino desde la perspectiva de su fuerza destructora, que penetró en la profundidad de la naturaleza humana y la descompone desde el interior.

Por Adán — la muerte, Por Cristo — la vida (5:12-21).

El Apóstol explica que la causa primaria de nuestra mortalidad no son nuestros pecados personales sino la moral vulnerable que hemos heredado de Adán. El Apóstol lo explica así:

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre (Adán), y por el pecado la muerte, así la muerte (de uno) pasó a todos los hombres, por cuanto todos (en Adán) pecaron. Pues antes de la ley (de Moisés), había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la trasgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Adán — Cristo; 5:12-14).

Los hebreos suponían que los hombres morían porque vulneraban los mandamientos Divinos. El Apóstol replica a esto diciendo que antes del Profeta Moisés no había ley y por consiguiente nada que vulnerar. Por otro lado el incumplimiento de la ley no escrita, la de la conciencia, en muchos casos no era tan seria como para castigar con la muerte. Sin embargo todos, sin excepción, morían tarde o temprano, inclusive los niños. Por esto la causa de la muerte de los hombres no debe estar en los pecados personales sino por el hecho de que todos nacen con una naturaleza mortal. Esta mortalidad es la herencia de Adán.

La relación entre la muerte del hombre y el pecado fue establecida ya en el Paraíso. Creando a Adán y ubicándolo en el Paraíso, Dios le ordenó: "De todo árbol del jardín, podrás comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás; porque el día que comerás de él, morirás." (Gn 2:16-17). Es verdad que la muerte como destrucción biológica existía en el mundo vegetal y animal antes de la aparición del primer hombre y por consiguiente antes del pecado. Se puede pensar que el hombre, teniendo mucho en común con el mundo animal, también estaba sujeto a la ley de la muerte física. Pero en la Biblia se lee, que al crear al hombre a Su imagen y semejanza, Dios pensaba liberarlo de la ley común de la destrucción física y por eso creó en el Paraíso el árbol de la vida. Aparentemente, los frutos de ese misterioso árbol tenían la cualidad de renovar el organismo humano de manera tal que eliminaban o compensaban el proceso natural de envejecimiento celular. Aquí hay que mencionar que la biología contemporánea sabe que no todas las células orgánicas están sujetas al proceso común de envejecimiento y muerte. Así por ejemplo, mientras las células normales del cuerpo, con cada nueva división y multiplicación envejecen hasta que después de unos 60 ciclos aproximadamente se tornan inútiles para el organismo, en cambio las células cancerosas pueden dividirse y multiplicarse en cantidades aparentemente ilimitada. Es posible que comer el fruto prohibido haya contribuido en algo a que el cuerpo humano acelerara el proceso de envejecimiento celular. De todos modos, del libro de Génesis se puede concluir que después de no cumplir la orden de Dios, Adán tenía todavía la posibilidad de alargar su vida física comiendo los frutos del árbol de la vida. Pero Dios no lo permitió (Gn 3:24) — "para no hacer el pecado inmortal" como lo explica San Gregorio el Teólogo. Con la muerte física del hombre muere también el pecado que vive en él. De manera tal que por una misteriosa disposición del Creador el castigo se torna un remedio, aunque sólo parcial. La plena sanación de nuestra naturaleza tiene como condición la resurrección de Cristo.

El problema de la herencia es muy complejo y la biología recién ahora comienza a penetrar en algunos de sus secretos. El pecado original vulneró al hombre no sólo físicamente sino también (y sobre todo) espiritualmente. Así, después de la trasgresión del mandamiento, el alma le cedió a la carne la posición dominante. Y como consecuencia de esto el hombre se hizo espiritualmente débil, cediendo fácilmente a sus desordenadas tendencias carnales. Sólo raros héroes de espíritu, como Abraham, Moisés, el profeta Elías y otros semejantes, lograban elevarse por encima del nivel moral del medio que los rodeaba. Pero ni siquiera estos justos eran totalmente irreprochables, como lo sabemos en la Biblia. Sin Cristo toda la humanidad habría quedado condenada a la esclavitud del pecado y de la muerte.

Pero como existe la herencia física también está la herencia espiritual. Cristo se hizo el Progenitor de un hombre nuevo y renovado. Y la Gracia del renacimiento es más fuerte que la opresión del pecado. El Apóstol escribe:

Pero el don no fue como la trasgresión; porque si por la transgresión de aquel uno (Adán) murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Y con el don (de la Gracia) no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino (para los descendientes) a causa de un solo pecado (de Adán) para condenación, pero el don (de Gracia) vino a causa de muchas transgresiones para justificación. Pues si por la transgresión de uno solo (hombre) reinó la muerte, mucho más reinarán en vida (eterna) por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia (5:15-17).

En otras palabras, la Gracia Divina y regeneradora de Cristo muestra su superioridad sobre el pecado en el hecho de liberar al hombre no sólo del pecado original, que fue recibido como herencia sino también de todos los pecados personales y de sanar todas las dolencias del alma. De lo dicho el Apóstol saca la siguiente conclusión:

Así que, como por la trasgresión de uno (hombre) vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno (Cristo) vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre (Adán) los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno (Cristo), los muchos serán constituidos justos. Pero la ley (de Moisés) se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro (5:18-21).

En los tiempos de Moisés el nivel de moralidad cayó al punto que los hombres dejaron de discernir claramente entre lo correcto y lo incorrecto. La finalidad de los mandamientos dados por Dios al profeta Moisés era la de ayudar a los hombres a analizar los problemas morales y comenzar a vivir en forma justa. Pero los mandamientos sólo podían enseñar y aconsejar, pero no podían darle al hombre las fuerzas morales para luchar contra las tentaciones. A su vez el pecado actuaba en la naturaleza misma y obligaba al hombre a actuar contra los mandamientos, es decir a pecar conscientemente. Por eso la situación moral de la humanidad después del profeta Moisés empeoró aún más y el pecado, en lugar de debilitarse, se potenció.

¡Pero todo esto es pasado! En el Nuevo Testamento la Gracia del renacimiento supera a todo pecado y a toda pasión: el antiguo Adán cede su lugar al nuevo Adán: Cristo. Antes los hombres vivían según las leyes de la herencia física, eran cautivos morales del pecado y estaban condenados a morir. Del Nuevo Adán nacen hombres espiritualmente renovados, liberados de los lazos del pecado, llenos de fuerza bienhechora para la vida virtuosa. El Apóstol explica más adelante el camino por el que el hombre se une con la Gracia de Cristo.

 

La fuerza de la Gracia de Cristo (6:1- 8:39).

Desde el capítulo 6 hasta el capítulo 8 de la Epístola, el Apóstol San Pablo describe detalladamente los cambios profundos que se producen en el fiel bajo la acción del Espíritu Santo. Comenzando por el Bautismo, Dios introduce al cristiano en una nueva y por entonces desconocida esfera de la existencia, donde no actúa la formalidad de la ley sino Su fuerza vivificadora. La Gracia Divina ilumina la mente del cristiano con pensamientos claros, alegra su corazón con pensamientos puros y elevados, inspira su voluntad hacia las obras de amor. Como punto de inflexión de lo antiguo a lo nuevo sirve el Sacramento de Bautismo.

La fuerza regeneradora del Bautismo (6:1-14).

Para refutar una posible conclusión errónea de los judíos de que el cristianismo debilita las normas morales al prometer la libertad, el Apóstol explica que para el cristiano pecar es una total contradicción con su Bautismo, en el que la persona murió para el pecado y nació para la vida santa.

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (6:1-4).

Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (6:5-11).

Adán pecó y por eso murió. Nosotros heredamos de él su naturaleza pecadora y naturalmente también debemos morir. Pero Cristo no dependía de la ley de la muerte por ser ajeno al pecado y por eso podía vivir eternamente en Su cuerpo humano. Pero Él murió voluntariamente por nosotros. Su muerte no era consecuencia del pecado personal sino una obra de amor máxima, para liberar a otros de los pecados. Por eso, al morir en la cruz Cristo le dio un nuevo sentido a la muerte, donde esta dejaba de ser el castigo por el pecado para ser la abolición del pecado. En el primer Adán el pecado y la muerte eran amistosos acompañantes en el camino, en el segundo Adán — Cristo, el pecado y la muerte se hicieron enemigos irreconciliables. Al sumergirse en el agua bautismal el hombre creyente comulga con la muerte redentora de Cristo y muere para el pecado.

De esta manera el Bautismo tiene dos facetas: la exterior, simbólica y la interior, espiritual. La triple inmersión simboliza la sepultura con Cristo y la salida del agua la resurrección con Él. Simultáneamente con estas acciones externas en el Bautismo actúa la invisible fuerza Divina regeneradora, que purifica al hombre de toda polución moral, vierte en él nuevas fuerzas espirituales y hace al recién bautizado, hijo de Dios por la Gracia y miembro del Reino de Dios. Aquí el fiel cambia internamente para realmente mejorar y no sólo simbólicamente. Desde ese momento, comienza a sentir la necesidad del contacto con Dios, las ganas de hacer el bien y tiene sed de virtud. Recibe un flujo de energía espiritual, que lo lleva hacia lo celestial. Es por eso que es tan importante para los hombres que se preparan para el bautismo tratando con todo respeto a este gran Sacramento y, una vez bautizados, tratar de vencer las costumbres pecaminosas y tratar de retener por más tiempo y fijar las fuerzas de gracia recibidas. El Apóstol escribe:

No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia (6:12-14).

Aquí el sentido es que todas las acciones del hombre dejan una cierta impronta sobre su carácter. Las acciones buenas crean buenas costumbres, las acciones pecaminosas engendran los vicios. El Bautismo, al limpiar la polución moral y sanar las úlceras del pecado, cura pero no inmediatamente las cicatrices de las costumbres pecaminosas de muchos años. Esto se debe a que estas costumbres se unieron a nuestro carácter y se entretejieron con nuestra voluntad. Por eso las costumbres malas pueden empujar al hombre a sus pecados anteriores pero no pueden forzarlo. La Gracia del Bautismo le otorga al cristiano las fuerzas espirituales para vencer los malos hábitos, pero exige su personal esfuerzo de voluntad y también la constancia para destruir en el alma todos las síntomas de las pasiones pasadas. Dios le propone al enfermo el remedio; es necesario usarlo para recibir provecho de él.

De la esclavitud a la nueva vida (6:15-7:12).

El Apóstol Pablo llama más adelante a los recién bautizados a cambiar sus anteriores malas costumbres por otras buenas. La naturaleza del pecado es la de esclavizar al hombre. Antes del Bautismo el pecador, a pesar de sufrir y saber que actúa mal, no encuentra fuerzas en si para liberarse de la pasión que lo esclaviza. El Apóstol llama a los fieles que vacilan a transformarse de esclavos del pecado en esclavos de la virtud. Ahí mismo explica que la obediencia a la virtud no es esclavitud, sino la máxima libertad interna.

¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como (antes) para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia (6:15-19).

Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (6:20-23).

El pensamiento básico del Apóstol es que para el cristiano esclavizarse por las pasiones del pasado es una insensatez. Considerando la cuestión del bien y del mal en forma abstracta no hay duda que es necesario elegir. Pero lo malo es que el diablo es un hábil hipnotizador, que esconde lo mortal del pecado bajo una atrayente envoltura del placer. Sugiere al hombre que esta pequeña debilidad no es nada terrible, que Dios es misericordioso y al final todo estará bien. Pero cuando logra apresar al hombre, el diablo no lo suelta más y lo atrae hacia pecados cada vez más graves, insinuando que el hombre es demasiado débil para luchar contra su propia naturaleza. Así el cristiano, por su propia ligereza, puede caer de nuevo en las redes del pecado.

Los judíos no podían no estar de acuerdo con las deducciones del Apóstol Pablo sobre lo pernicioso del pecado. Sin embargo no les quedaba demasiado claro en qué consiste precisamente la ventaja del cristianismo sobre la ley de Moisés. Pues la ley también condena al pecado y llama a la vida justa. ¿Para qué bautizarse si la ley de Moisés puede llevar a los mismos resultados? Ellos veían las normas de la ley de Moisés como conceptos eternos y al cristianismo como una enseñanza nueva y todavía no verificada.

El Apóstol explica que la ley de Moisés podía tener la significación obligatoria sólo hasta la llegada de Cristo. La ley tuvo bastante tiempo para ayudar a los hombres de renovarse moralmente. Pero como resultó ineficaz al hacerlo, Dios decidió anularla y ahora le propone a los hombres un camino nuevo de salvación. El Apóstol ilustra su pensamiento con el ejemplo de la ley de matrimonio:

¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera (7:1-3).

Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley (de Moisés), por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (7:4-6).

En otras palabras, Cristo nos libero tanto de la esclavitud del pecado como de los lazos de la ley de Moisés. Ahora podemos servir a Dios con el alma renovada y no con un ciego cumplimiento de reglas antiguas y obsoletas.

El Apóstol previene de la conclusión falsa de que en la ley estaba la causa del pecado: como si de no haber ley no hubiese habido pecado. No, la causa del pecado está en el hombre mismo. La ley, por si misma, es santa y sus mandamientos son santos, justos y conducen al bien.

¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás (Ex. 20:16-17). Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto (7:7-9).

Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno (7:9-12).

Como vemos el Apóstol vuelve al problema del pecado. En el principio de su Epístola, (Rm 1:18; 3:20) constató la pecaminosidad de los hombres. En la segunda parte (Rm 5:12-21) explicó que todos los hombres nacieron con la naturaleza vulnerada por el pecado. Ahora explica muy convincentemente que nadie puede librarse del pecado y de su acción destructiva únicamente con sus propias fuerzas naturales.

El conflicto interno (7:13-25).

El Apóstol señala una clara contradicción: cuando Dios le dio a los hombres Sus Santos mandamientos los pecados de los hombres no sólo no disminuyeron sino que, por el contrario, incluso aumentaron. La causa fue que el pecado se había apoderado de nuestra naturaleza.

¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado (por naturaleza), produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (7:13).

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido (como esclavo) al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. (7:14-18).

Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero (esto significa), ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí (7:19-20).

Este es uno de los pocos lugares de las Sagradas Escrituras donde con toda nitidez y tragedia se muestra la indefensión moral del hombre antes de que viniera el Salvador, nuestro Señor Jesucristo.

Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta (siguiente) ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros (7:21-23).

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (7:24-25).

La última frase aquí mencionada saca la conclusión de todo lo dicho arriba: el hombre está moralmente dividido en dos, su naturaleza física lo obliga a pecar, el alma trata de dirigirlo al bien pero no le alcanzan las fuerzas para vencer a la carne. Así en siete capítulos completos el Apóstol mostró con gran solidez toda la fuerza y la agresividad del pecado para convencer al lector de la necesidad de buscar ayuda sobrenatural para la lucha contra el mal dentro de uno mismo. Ni la voz interior de la conciencia, ni las indicaciones directas de la ley, ni el miedo del castigo eterno han podido contener al hombre de los actos del pecado. Esto lo puede hacer sólo la fuerza Divina, que llega al hombre a través de la fe en Cristo Salvador.

Es necesario hacer notar aquí que las enseñanzas mencionadas por Apóstol no son menos actuales ahora que 2000 años atrás. La sociedad humana sigue sufriendo sus problemas morales: injusticias, engaños, violencias, guerras y diversos crímenes. Los dirigentes sociales no entienden que la causa principal de todos estos desastres está en la vulnerabilidad moral en la naturaleza humana. Se pueden redactar cualquier cantidad de hermosas leyes y crear organizaciones para la lucha contra la criminalidad y otros desórdenes sociales. Pero estas medidas humanas son iguales a las compresas frías en la lucha contra el cáncer. Es necesario un potente remedio para destruir las raíces mismas del mal en el hombre. Ese remedio lo da nuestro Señor Jesucristo. En esencia se repite el error de los antiguos seguidores de la ley de Moisés, quienes sin aceptar la ayuda del Señor; con sus propias fuerzas trataban de llegar a la virtud. En su autoengaño se hicieron tan crueles que rechazaron y condenaron a muerte al máximo Justo de todos los justos.

Sanar nuestro corazón espiritual sólo lo puede Aquel que lo creó. El Señor Jesucristo destruye en nosotros las raíces mismas del mal y nos da fuerzas para vivir en forma virtuosa. Un gran obstáculo para resolver los problemas sociales son las enseñanzas seudo científicas y religioso-filosóficas que rechazan la misma existencia del pecado y enseñan que todos nuestros deseos son naturales y normales. Estas enseñanzas están de moda. Si alguien se equivoca en algo o hace algo en forma incorrecta, se dice que es por su inmadurez e ignorancia. Esperemos un poco y él mismo entenderá como corregirse. ¡Justamente una situación así, en la que todos piensen que el mal es una ilusión o un desvío temporal en el camino de la evolución espiritual es muy propicio para el diablo! Sin la comprensión del problema del pecado y sin una penitente apelación a Cristo todos quedarán esclavos de diablo, condenados a la perdición. ¡Sin Dios se producirá la degeneración y no la evolución!

En el capítulo siguiente el Apóstol habla más detalladamente sobre la Gracia Divina y la vida espiritual.

La vida en Espíritu Santo (8:1-11).

Habiendo aclarado la grandeza de la hazaña redentora de Cristo el Salvador, el Apóstol convence a los cristianos de vivir con aspiraciones espirituales, con la ayuda de la Gracia de Cristo. Él escribe:

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida (que da) en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley (de Moisés), por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (8:1-8).

Este párrafo se puede parafrasear así. Hasta la llegada de Cristo el diablo se sentía en su derecho de dominar el cuerpo humano ya que el hombre al pecar voluntariamente se subyugó a él. El diablo tomó para sí el papel de verdugo de los culpables y desde el punto de vista formal tenia razón: él condenaba a la perdición a lo que era digno de ella. Pero he aquí apareció Cristo encarnado. En lugar de replegarse ante la Santidad de Cristo, el diablo se armó contra Él con todo su terrible odio y al fin, a través de sus esclavos-pecadores, logró la muerte de Cristo, Quien al no-tener pecado no dependía de su poder ni de la ley de la muerte. Al sobrepasar claramente sus derechos el diablo rompió con toda la justicia. Por ello fue privado por la justicia Divina de su anterior dominio sobre el cuerpo humano, que se unió con Cristo en el Sacramento del Bautismo. De esta manera el diablo fue vencido justamente por el cuerpo de Cristo. Precisamente debido a la resurrección de Jesucristo los hombres se liberaron de la violencia del diablo y recibieron el acceso al modo espiritual de la vida. El Apóstol escribe:

Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (8:9-11).

La alegría de ser hijos de Dios (8:12-17).

Conducidos por el Espíritu Santo nosotros somos hijos de Dios y por eso herederos de Su gloria, a condición de que no reneguemos a participar de Sus sufrimientos.

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y sí hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (8:12-17).

La gloria venidera (8:18-30).

Así como es más fácil resbalar sobre una superficie inclinada, que subir a una montaña, también es más fácil ser vicioso que virtuoso. Por nuestra experiencia sabemos que para lograr algo bueno son necesarios el trabajo y la constancia. Por eso no hay que temer a las dificultades y a las pruebas, como hechos anormales, y es mejor aceptarlas como peldaños por los cuales subimos al Reino de los Cielos. El Apóstol explica eso en el contexto de la renovación de toda la naturaleza:

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del (Dios) que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos (8:17-25).

En otras palabras, toda la creación, todo el mundo vegetal y animal siente el peso de la vanidad actual y espera la renovación. Por supuesto esa espera no es consciente pero es posible que algunos animales más desarrollados tengan una tendencia vaga hacia una vida más perfecta. El pensamiento básico del Apóstol es que toda la naturaleza fue creada por Dios imperfecta, porque el hombre, esa corona de la creación, debe lograr todavía la perfección por el camino del esfuerzo personal. Cuando la parte fiel de la humanidad alcance esta meta con la ayuda de Dios, todo el mundo físico será renovado y transfigurado en una nueva tierra y nuevo cielo (ver 2 P 3:13). Ante la total resurrección de los muertos, toda la naturaleza será renovada y las criaturas, junto con el hombre, serán liberadas de las leyes actuales de envejecimiento y destrucción. ¿Qué aspecto tendrá la naturaleza? ¿Estarán en ella los animales y las plantas que conocemos? El Apóstol no responde estas preguntas. En la Biblia hay insinuaciones de que en el nuevo mundo habrá algo parecido a lo que vemos aquí (Ex. 11:6-9; Is 65:17-25; Ap 21; 22). Pero todo esto son sólo presunciones ya que en aquel mundo espiritual el tiempo, el espacio y todas las leyes de la naturaleza tomarán un contenido completamente nuevo.

A cada paso en nuestra ascensión hacia Dios el Espíritu Santo nos acompaña y nos ayuda. Él nos enseña hacia donde ir, qué desear y qué pedirle a Dios y también lleva nuestra oración al Altar de Dios.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (8:26-27).

El Apóstol nos hace recordar que desde la eternidad Dios tuvo el designio de salvarnos, se preocupa continuamente por nosotros y todo es dirigido para nuestro provecho y nos conduce hacía la salvación, tanto lo agradable como las amarguras.

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (8:28-30).

Aquí se tiene en vista no una predestinación incondicional, como enseñan algunas sectas, sino una predestinación basada en la omnisapiencia Divina. Dios no predestinó espontáneamente, por azar y contra la voluntad de los hombres, a unos a la salvación y otros a la perdición sino que sabía por Su omnisapiencia como usará cada persona la libertad que se le otorga.

El amor de Dios es todo para nosotros (8:31-39).

Como conclusión de la enseñanza de la justificación por la Gracia de Cristo, el Apóstol eleva los pensamientos y los sentidos de lectores a la percepción del omnipotente amor Divino, en la forma de un himno victorioso:

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (8:31-34).

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero (Rm 8:35-36; Sal 43:23).

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm 8:37-39).

 

El llamado a Israel (9:1-11:36).

Por amar fuertemente a su pueblo el Apóstol Pablo sufría en el alma que muchos de sus conciudadanos no aceptaran la prédica Evangélica. Aquí el Apóstol veía una contradicción trágica entre lo que debía pasar de acuerdo a las promesas de los profetas y lo que resultaba en la práctica. Preparando a los hebreos a la llegada del Mesías, Dios les otorgo el honor de ser los primeros ciudadanos del Reino de Dios y los predicadores de la fe verdadera entre los otros pueblos. En realidad el Apóstol se convencía cotidianamente de que sus conciudadanos no se portaban como los elegidos de Dios sino más bien como apostatas. En cambio los paganos, que hasta entonces estaban muy lejos de todo lo Divino, resultaban ahora muy buenos receptores del Evangelio.

El Apóstol Pablo era torturado por un pensamiento: ¿no podía ser que el Señor llamará en vano al pueblo hebreo y le prometiera grandes bienes? El Apóstol encuentra la respuesta en el hecho que existen dos categorías de israelitas: los israelitas étnicos y los de espíritu. Todos los que reciben la práctica Evangélica, tanto los hebreos como los paganos, son los verdaderos israelitas e hijos de Abraham. Justamente la fe acerca a hombres de distintas nacionalidades y los une en un pueblo elegido que se llama Israel. Los hebreos sin fe en Jesucristo por su espíritu son completamente ajenos tanto a Abraham, como al mismo Señor Dios. Pero a pesar del endurecimiento de la mayoría, el Apóstol ve que en el pueblo hebreo se conserva una rama viva, capaz de convertirse a Cristo. Esto sucederá cerca del final de los tiempos.

En los capítulos siguientes de su Epístola a los romanos (Cap. 9;11) el Apóstol Pablo discute en detalle esta cuestión que lo inquieta. Esta parte de la Epístola representa una investigación independiente y completa que descubre la providencia Divina en los destinos de los pueblos. El Apóstol apoya sus conclusiones con numerosas citas de las Sagradas Escrituras, particularmente del profeta Isaías.

La providencia Divina en los destinos de los pueblos (9:1-33).

El Apóstol está triste por su pueblo al que trató de convertir a Cristo durante tantos años:

Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén (9:1-5).

¿Cómo entender que aquel pueblo que el Señor distinguió y al que quiso dar tantos bienes Le dio la espalda? El Apóstol busca la respuesta en la Biblia y llega a la conclusión que la elección Divina se determina no por las cualidades físicas sino por las espirituales. El Apóstol escribe:

(Ellos se pierden) No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia (Gn 21:12). Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es ésta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo (Gn 18:10). Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor (Gn 25:23;) Como está escrito: "Y a Jacobo amé y a Esaú aborrecí" (Rm 9:6-13; Mal 1:2).

Aquí el pensamiento básico es que Dios no elige al hombre por sus cualidades externas sino por las internas. Para afirmar esto, el Apóstol da el ejemplo de Abraham, quien tenía otros hijos además de Isaac (entre ellos a Ismael de la sirvienta Agar). El Apóstol dice que la bendición Divina pasó por alto a otro hijo de Abraham y recayó sólo sobre uno de ellos, Isaac. De manera semejante en la generación siguiente, de los hijos de Isaac el Señor bendijo al menor Jacobo y rechazó al mayor Esaú, a quien le correspondía la primogenitura.

El Apóstol toma como ejemplo también de elección "negativa" que el Señor use la furia de una persona para mostrar Su Omnipotencia para provecho espiritual de otros. Así por ejemplo en el tiempo del profeta Moisés, el Señor le permitió al orgulloso faraón no obedecer Su orden de liberar al pueblo judío de la esclavitud. Como resultado de esta desobediencia Dios castigo a Egipto con terribles catástrofes y mostró Su superioridad sobre los dioses paganos, que no pudieron defender a los egipcios. Todos estos acontecimientos milagrosos descritos en el libro de Éxodo (Cap. 7 a 14), tenían como fin convencer no sólo a los hebreos, sino también a los egipcios y todos los restantes pueblos de que existe un solo Dios verdadero y omnipotente, Creador del cielo y la tierra. Dios pudo haber destruido instantáneamente al faraón con su séquito y con eso liberar a los judíos, pero eligió un camino más lento para darle a los hombres más provecho espiritual.

Según la expresión de las Sagradas Escrituras, el Señor "hizo cruel" al corazón del faraón, o sea, como que lo tornó terco y cruel cuando en realidad Dios sólo le permitió al faraón desobedecer Su voluntad. Pero los profetas antiguos no hacían diferencia entre las voluntades activa y permisiva: permitir era igual a hacer algo uno mismo. Esta terminología la usa también el Apóstol Pablo:

¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia (la absolución) del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca (Ex. 33:19). Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra (Ex. 9:16). De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece (9:14-18).

El Señor, siendo Rey soberano, decide a quien perdonar y a quien castigar. En su mano se encuentran los destinos tanto de cada hombre como de pueblos enteros. Y Él no le tiene que rendir cuentas ante nadie. Sin embargo el Señor, extraordinariamente Justo, le manda a cada hombre exactamente lo que merece. El Apóstol explica esto así:

Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, Y a la no amada, amada (Os 2:23). Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, Allí serán llamados hijos del Dios viviente (Os 1:10). También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo; porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud (Is 10:22-23). Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, Como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes (Rm 9:19-29; Is 1:9).

Las citas aquí mencionadas predicen por un lado la conversión a la fe de los pueblos paganos y por otro, el rechazo del pueblo hebreo por su falta de fe. De ahí la conclusión de que las promesas Divinas están condicionadas a la conducta humana posterior. Aquellos hebreos que creyeron en el Salvador recibirán lo prometido, en cambio los que se negaron a creer serán rechazados. Sin embargo Dios conserva en el pueblo hebreo un "resto" o una minoría que no perdió la capacidad de creer. Realmente durante todo el tiempo de la existencia del cristianismo hubo hebreos aislados que se convirtieron a la fe y se unían a la Iglesia a pesar de la oposición de sus parientes y conocidos. En el capítulo 11 de su epístola el Apóstol predice una masiva conversión de hebreos a Cristo hacia el fin del tiempo.

El Apóstol ve la causa del endurecimiento de los hebreos, en que ellos insisten en su virtuosidad en los ritos y no quieren someterse a la virtud que proviene de la fe en Jesucristo.

¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito: He aquí pongo en Sión piedra de tropiezo y roca de caída; Y el que creyere en él, no será avergonzado (Rm 9:30-33; Is 28:16; 8:14).

Según el plan divino los creyentes de todos los pueblos deben confluir en una familia espiritual, el Reino de Mesías. Los profetas asemejaban a este Reino a un majestuoso edificio que se elevaba en la cima del Sión (Sión es la colina donde se encontraban el Templo de Jerusalén y el palacio real) y el Mesías, como fundador del Reino de Dios, a "la Piedra angular." El Apóstol cita aquí una de estas profecías que subraya la importancia de la fe "el que cree en Él no será avergonzado" (Isaías 28:16). El salmo 118:22 habla así de esta maravillosa Piedra-Cristo: "La piedra que rechazaron los constructores se hizo la piedra angular. Esto es del Señor y es admirable en nuestros ojos." O sea que a pesar de que los líderes espirituales y políticos del pueblo hebreo, que debían tomar la parte más activa en la construcción del Reino de Dios, rechazaron al Fundador de ese Reino, Dios igual Lo hizo la Piedra angular.

Luego el Apóstol pasa a analizar la crisis espiritual del pueblo hebreo.

El mal de Israel es su falta de fe (10:1-21).

El fin de la ley de Moisés fue preparar al pueblo hebreo para recibir al Mesías. Según la idea, las ceremonias, las festividades y los servicios religiosos debían servir solo cómo un revestimiento externo para guardar y asimilar mejor a la esencia espiritual de la Ley. Pero los hebreos se aficionaron tanto a lo externo que perdieron el sentido de lo espiritual y cuando por fin llegó el Mesías no reconocieron en Él al Salvador prometido. Mientras Cristo los llamaba a la fe y al renacimiento moral ellos insistían en el cumplimiento estricto de todas las tradiciones establecidas. El Apóstol lo expone así:

Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley (de Moisés) es Cristo, para justicia a todo aquel que cree (10:1-4).

Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas (Lv 18:5). Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (Esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos (10:5-9, Dt 30:12-14).

Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado (Is. 28:16). Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Rm10:5; Jl 2:32).

La enseñanza de Cristo les parecía nueva y extraña a los hebreos. Sin embargo debería haberles resultado cercana y emparentada a su alma porque procedía de Dios, Quien creó el alma a Su imagen y semejanza. Las palabras del Deuteronomio: "No hables en tu corazón…" — indican lo innato del sentimiento religioso. El hombre que verdaderamente tiende a ser justo no puede estar satisfecho solo con ceremonias externas, tiene sed de un contacto vivo con Dios. En principio un hombre de cualquier nacionalidad es capaz de creer y amar a Dios. Por eso en el Reino del Mesías todas las diferencias raciales, sociales, culturales y otras, pierden su significado y todos los fieles confluyen en un único pueblo de Dios — el nuevo Israel. Justamente a ese Israel están dirigidas todas las promesas de los profetas.

Para creer en las enseñanzas de Cristo es necesario escucharlas y para escucharlas son necesarios los predicadores. El Apóstol menciona citas de las Escrituras que predicen una prédica evangélica mundial. Los hebreos no se apartaron de la fe por no escuchar sobre Cristo sino porque se negaron a creer y por eso son culpables ante Dios. En cambio los paganos, que no tenían los prejuicios acerca de las ceremonias de la ley, resultaron más receptivos al cristianismo.

¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Is 52:7). Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? (Is 53:1). Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Rm 10:14-17).

Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, Y hasta los fines de la tierra sus palabras (Sal 19:4). También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; Con pueblo insensato os provocaré a ira (Dt. 32:21). E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; Me manifesté a los que no preguntaban por mí (Is. 65:1). Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor (Rm 10:18-21; Is 65:2).

Todas estas citas de las Escrituras del Antiguo Testamento confirman la conclusión del Apóstol de que los hebreos mismos son culpables de su alejamiento de Dios.

La conversión futura del Israel (11:1-36).

Como un águila que planea alto en el cielo, el Apóstol Pablo con su mirada profética observa los destinos futuros de la humanidad. Él ve que en el camino histórico del pueblo hebreo se producirá una pronunciada vuelta hacia la fe en Cristo.

Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? (1 R 19:14). Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal (3 R 19:18). Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra (11:1-6).

¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos; como está escrito: Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy. (Is 29:10; Dt. 29:4). Y David dice: Sea vuelto su convite en trampa y en red, En tropezadero y en retribución. Sean oscurecidos sus ojos para que no vean. Y agóbiales la espalda para siempre. (Rm 11:7-10; Sal 68:23-24).

La terca incredulidad de los hebreos obligó a los Apóstoles a dirigirse a los paganos. Pero quedó en el pueblo hebreo una rama viva, invisible para el ojo físico, que a su tiempo echará unos brotes frescos. El Apóstol recuerda que una oscuridad espiritual semejante aconteció en los tiempos del profeta Elías, 700 años a.C., cuando la aplastante masa de los israelíes se rindió a la tentación de adorar los dioses paganos de moda. La impura Izevel**, esposa del rey Ajab, comenzó a perseguir a los creyentes en el Dios verdadero y exterminar a sus profetas. El profeta Elías, para salvar su vida, se escondió en un infranqueable desierto y en un estado muy deprimido se quejaba a Dios de su pueblo. A él le parecía que todo había terminado y que desde entonces en Israel iba a reinar el falso dios de Sidón Baal. Pero Dios consuela a Elías y le revela que conservó entre el pueblo israelita "siete mil hombres que no adoraron a Baal." Así como en la historia pasada de Israel había períodos de decadencia espiritual y luego un renacimiento de la fe, de igual manera el Apóstol prevé que en el futuro, el pueblo hebreo tendrá un retorno a Dios.

Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su trasgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si su trasgresión es la riqueza del mundo, y su defección — la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más (la conversión a Cristo será) su plena restauración (en la fe)? (11:11-12).

La resistencia de los hebreos al cristianismo llevó a los Apóstoles y misioneros subsiguientes a dirigir toda su energía de predicadores a la conversión a Cristo de los pueblos paganos. Esta prédica tuvo un gran éxito y cristianos de los gentiles entraron en las filas del Nuevo Israel. Usando una metáfora, el Apóstol asemeja al pueblo de Dios, al verdadero Israel, al noble olivo, que durante siglos le da a Dios buenos frutos. Al principio éste buen árbol consistía exclusivamente de los justos del Antiguo Testamento, descendientes de Abraham y en cambio los pueblos paganos eran estériles, como el olivo silvestre. Luego muchas ramas del olivo silvestre, al creer en Cristo, se "injertaron" al noble olivo existente y los hebreos sin fe, como ramas secas, se separaron del árbol.

Pero los paganos creyentes no deben vanagloriarse ante los hebreos sin fe ya que la separación de éstos no es definitiva. Además nadie se encuentra asegurado contra la incredulidad ni contra el pecado.

Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas (11:13-16).

Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará (11:17-21).

Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? (11:22-24).

El Apóstol predice que vendrá un tiempo cuando muchos hebreos se convertirán a Cristo y entonces Dios los injertará, revividos espiritualmente, al olivo bueno, al que pertenecieron sus justos ancestros. Para confirmar lo dicho, el Apóstol Pablo cita las profecías del profeta Isaías. Desgraciadamente las condiciones y detalles de los futuros cambios históricos no quedan poco claros. Aparentemente ésta conversión a Cristo se va a producir poco antes de la segunda venida de Cristo. Entonces los hebreos que crean en Jesucristo van a sustituir a los que se van a apartar de Cristo. El Apóstol predice la apostasía masiva del cristianismo de diferentes pueblos en Su epístola a los Tesalonicenses (2 Ts 2:3).

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será mi pacto con ellos, Cuando yo quite sus pecados (Is 59:20-21; 27:9). Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos (11:25-32).

Las palabras: "todo Israel se salvará" se refiere a los hijos de Abraham, o sea a los hebreos que heredaron de Abraham sus altas cualidades espirituales. Las palabras: "De Sión (o a Sión, según el texto hebreo) llegará el liberador " no están claras. Algunos suponen que bajo el liberador, se sobreentiende al profeta Elías, quién llegará antes de la segunda venida de Cristo "y arreglará todo" (Mt 17: 11).

En estos significativos acontecimientos mundiales — la apostasía del Israel y la conversión a la fe de los pueblos paganos y luego la vuelta a la fe de los hebreos — el Apóstol ve una gran sabiduría de Dios, Quién con destinos inescrutables lleva a la salvación a todos los que son capaces de salvarse.

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (Is 40:13). ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? (Is 40:13-14). Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén (Rm 11:33-36).

Nota 4. El problema de Israel es el problema de hombres dotados espiritualmente. La aptitud y los talentos son fuerzas espirituales que necesitan una correcta dirección. Un auto con potente motor pero sin volante es algo muy peligroso. Cuando el hombre dirige a su energía interna hacia Dios puede ser capaz de traer mucho bien y elevarse a una gran altura espiritual. Cuando, en cambio le da la espalda a Dios cae bajo la influencia del ángel caído, que es un espíritu más fuerte que él. El diablo, que antes era un ángel muy capaz, cayó al abismo del mal porque quería ponerse más alto que Dios. Desde el momento de su caída dirige todas sus fuerzas para llevar a otros al camino de la lucha contra Dios. Y seduce con la misma cualidad que lo hizo caer: el orgullo. Él sabe que los hombres más capaces tienen más causas para caer en su tentación.

Entre los falsos profetas de la Biblia no todos eran charlatanes. Entre ellos había no pocos hombres muy capaces que siguieron un camino falso. El profeta Balaam, p. Ej. se tentó de sacar un provecho material de su don profético (Nm 22; 24). De igual manera no fue por casualidad que Judas el Iscariote formó parte de los doce apóstoles. Él hacía milagros y expulsaba a los demonios junto con los demás Apóstoles pero luego en algún momento de su actividad apostólica, se separó de la fe viva y el diablo se apoderó de su alma.

Una tragedia semejante de perversión espiritual pasó con el pueblo ruso que era llamado, no sin razón, "el pueblo portador de Dios." Se enfrió en su fe y en los años de la revolución comenzó a destruir con una desesperada crueldad todo lo que antes santamente veneraba. Su natural espiritualidad se tornó anti-espiritualidad, su humildad en orgullo, su misericordia en odio. Así el diablo se vengó, en el pueblo ruso, por todas las derrotas que sufrió por parte de los santos rusos. En este plano pienso que se puede entender la tragedia del elegido pueblo Israelí. Al separarse de la fe viva cayó bajo la influencia del príncipe de las tinieblas y luchó contra Dios. Así todo clérigo que no sirve a Dios con todo su corazón se encuentra en el peligro de caer bajo la seducción diabólica ("ilusión" en lenguaje eclesiástico). Falsos profetas, falsos "staretz" y falsos obispos son hombres capaces, que van en una dirección falsa y por eso son peligrosos y cuánto más capaces tanto más peligrosos son.

La apostasía de Israel no es sólo la tragedia de un pueblo, sino la de toda la humanidad. Sin embargo hay que alegrarse que ésta no es la última palabra de su historia y que su conversión a Cristo, por lo visto, ya comenzó.

Nota 5. Vivimos en un tiempo señalado, en el que comenzó a producirse lo profetizado por el Apóstol Pablo: proceso de conversión a Cristo del pueblo hebreo. El primer empujón a ese movimiento lo dio un abogado hebreo de Kishinev, José Rabinovich, en la mitad del siglo XIX. Tras visitar la Tierra Santa con el fin de colaborar con la vuelta de los hebreos a la tierra de sus padres, comenzó a buscar los lugares históricos del Israel antiguo con la ayuda de los libros del Nuevo Testamento. Este estudio de los Evangelios y de las epístolas apostólicas lo llevó paulatinamente a la convicción de que Jesucristo era el Mesías, prometido por los profetas y no reconocido por sus ancestros. Al volver a Besarabia comenzó a predicar a Cristo de palabra y por escrito a sus conciudadanos. Sus esfuerzos tuvieron éxito y después de varios años en Besarabia surgió la Sociedad de Hebreos Mesiánicos, que extendía su influencia desde el Imperio Austro-Húngaro hasta Siberia. Así, cerca del fin del siglo XIX y a pesar de la activa oposición de los hebreos no cristianos, el número de hebreos bautizados comenzó a aumentar constantemente en Europa Central y Oriental.

Ya en el año 1866 se formó la Unión Cristiana Hebrea de Gran Bretaña, casi simultáneamente con el movimiento sionista. La Unión Americana Cristiana Hebrea apareció en el año 1915 y la Unión Cristiana Hebrea Mundial surgió en el año 1925. Aproximadamente en el mismo tiempo aparecieron algunas comunidades cristianas hebreas en Europa y en USA y la primera sinagoga Mesiánica en Besarabia. A fines del año 1970 la cantidad de comunidades hebreas cristianas en América de Norte llegó a 30. En la mitad de los años 1980 su número creció hasta 100. En los principios de los años 1990 ya eran más de 150. También aparecen continuamente nuevas comunidades hebreas cristianas en distintas partes del mundo.

Algunas comunidades hebreas surgieron como resultado de una misión especial de las parroquias cristianas protestantes, pero la mayoría nacieron por sí mismas en medios hebreo – ortodoxos, que estudiaban la Biblia. A pesar de que entre las comunidades hebreas existentes se notan algunas diferencias dogmáticas y de costumbres, todas ellas coinciden en su fe en el Señor Jesucristo como Hijo de Dios y el prometido Mesías. Todos creen en la Santísima Trinidad, aceptan la inspiración Divina de la Biblia y el Sacramento del Bautismo y creen en la vida después de la muerte.

Actualmente en todo el mundo se cuentan cerca de 200 comunidades de hebreos mesiánicos, o sea, hebreos cristianos, que cumplen con sus tradiciones nacionales. En las guías telefónicas de USA figuran como Jewish Messianic. Existen las siguientes sociedades judías cristianas: Unión of Messianic Jewish Congregations; The Fellowship of Messianic Congregations; International Alliance of Messianic Congregations and Synagogues; Messianic Jewish Alliance of America; Jews for Jesus; The Chosen People; American Board of Missions to the Jews y otros. Los miembros de estas comunidades aceptan los más importantes dogmas cristianos y tratan de conservar su identidad nacional y continúan celebrando las antiguas festividades y costumbres judías, como p. Ej. el sabath, la circuncisión, la Pascua y otras.

Se puede encontrar datos complementarios sobre el movimiento Mesiánico en los libros: "Return of the Remnan"t, Dr. Michael Shiffman, Lederer Publication, Baltimore, Maryland 1992 y "Messianic Jews," John Fieldsend, Marc Oliver Press, Monarch Publication 1993. Algunas sociedades mesiánicas editan activamente revistas y libros, en los cuáles les demuestran convincentemente a sus hermanos hebreos, que el Señor Jesucristo es el Mesías prometido, sobre la base de las profecías del Antiguo Testamento. Esta literatura se puede obtener p. Ej. en la editorial "Jews for Jesus," 60 Haight St. San Francisco, CA 94102, TE (415) 864-2600.

 

La esencia de la vida cristiana (12:1-15:13).

El Apóstol Pablo, tras haber expuesto las más importantes verdades de la fe cristiana, en la segunda parte de su epístola pasa a exponer la ética cristiana. El Apóstol convence a los cristianos a vivir para Dios, para el bien de los prójimos y a tender con fervor al Reino de los Cielos. Llama a los cristianos a imitar a su Salvador en Su contención, Su desinterés por lo material, Su humildad, Su paciencia y a alcanzar Sus otras virtudes. Lo más importante a que debe tender el cristiano es a amar a todos, así como Cristo nos amó.

En esta vida temporal las tentaciones, obstáculos y dudas son inevitables. Para no debilitarnos en el esfuerzo cristiano es necesario prepararse desde el principio para la hazaña espiritual. Los escollos pueden ser internos y externos. Los internos provienen de la debilidad, del amor propio y de los deseos pecaminosos. Los externos — del diablo, de las malas circunstancias, de las condiciones y de la gente. El Apóstol resume así sus enseñanzas sobre la vida cristiana:

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (12:1-2).

El Apóstol en la mitad de su epístola, convencía a los cristianos de "considerarse muertos para el pecado, vivos para Dios" y con "el espíritu matar las obras de la carne," o sea a no rendirse a los deseos pecaminosos. Ahora lo repite con otras palabras y pide que ellos "presenten sus cuerpos, como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios" Con esto, el Apóstol quiere decir que la fe cristiana inevitablemente incluye la hazaña activa de la contención, una vida limpia y casta, desinteresada en lo material, constante en la oración, cumplimiento todas las obligaciones familiares y sociales, y una activa manifestación de amor al prójimo. El Apóstol aconseja también estar atentos a que nuestro esfuerzo o servicio a Dios sea racional, o sea, que coincida con Su voluntad, con nuestras fuerzas y con las condiciones externas, porque un esfuerzo ciego y desubicado puede traer más daño que utilidad.

La comunidad cristiana de Roma en aquellos tiempos, como la mayoría de las comunidades cristianas en otras ciudades, no era homogénea. Consistía de gente de diferentes orígenes nacionales y sociales y de diferentes niveles culturales. Es normal que cuando un hombre de edad madura se hace cristiano conserve en cierto modo su anterior visión del mundo y no pueda liberarse de golpe de las costumbres y métodos adquiridos. A menudo mucho de este "bagaje" intelectual y práctico, heredado de un medio dado, es ajeno a la enseñanza cristiana y debe ser corregido y limpiado. Por eso el Apóstol invita a los cristianos a renovarse mentalmente, a liberarse de los anteriores puntos de vista no cristianos, de los prejuicios judíos y paganos y a adquirir un modo de pensar limpio, cristiano o, en otras palabras, adquirir la "mente de Cristo" (1 Cor. 2: 16). El Apóstol dice que cuanto más avanza el cristiano en esta renovación interna tanto más se hace receptivo a lo que le inspira el Señor y de ese manera se convierte en un conductor de la voluntad Divina.

Como veremos más adelante el Apóstol vuelve varias veces al tema del amor en sus expresiones sobre la vida cristiana explicando sus cualidades y manifestaciones. Según el Apóstol nuestras acciones reciben su precio justamente del grado del sentimiento de nuestro amor. Sin amor hasta las hazañas más grandes son nada (para más detalles sobre esto ver 1 Cor. Cap 13).

Aplicación de los dones espirituales (12:1-21).

Si el amor es la virtud máxima, la humildad es la base de todas las virtudes. La humildad es la opinión modesta sobre sí mismo: el reconocimiento de la propia debilidad moral, la desconfianza en sus virtudes sumada a la esperanza en la ayuda Divina y a la disposición para obedecer en todo a Su Santa voluntad. Si la presunción destruye todo lo bueno en el hombre, la humildad ayuda al crecimiento espiritual. Es por eso que el Señor Jesucristo puso como primera bienaventuranza a la pobreza espiritual, o sea a la humildad. Cuánto más profundos sean los cimientos, tanto mayor es el edificio que se podrá construir sobre ellos. Y cuánto más profunda es la humildad, tanto más alto puede elevarse el hombre. Es por eso que el Apóstol Pablo comenzó sus enseñanzas sobre la vida cristiana por la humildad.

Por la Gracia que me fue otorgada, les digo a cada uno de vosotros: no penséis en si más de lo que se debe pensar; pero pensad modestamente, a la medida de la fe, que a cada uno distribuyó Dios. Así como en un cuerpo hay muchos miembros pero que no todos tienen el mismo destino, también todos nosotros en conjunto constituimos un cuerpo en Cristo, mientras que cada uno por separado es un miembro.

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría (12:3-8).

Aquí están contenidos dos pensamientos importantes. El primero es que a cada creyente Dios le da un cierto don y el segundo es que el don recibido debe ser aplicado justamente para provecho común. En la epístola a los Corintios (1 Co 12) el Apóstol Pablo desarrolla más ampliamente ese tema. En ambos pasajes compara a la Iglesia de Cristo con un cuerpo, donde cada miembro tiene su función definida. Así como en el cuerpo no hay miembros vanos y todos son necesarios y se complementan entre sí, también debe ser así en la Iglesia de Cristo: cada fiel está llamado a servir para el bien de toda la comunidad.

A pesar de que a cada creyente le es dado un particular don espiritual de acuerdo a su servicio en la Iglesia, a todos sin excepción les es dado un don común y grande de amor. He aquí las características y los indicios de este don celestial:

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; Sean

En el amor fraterno — tiernos,

En cortesía — serviciales,

En la dedicación — sin debilitamiento,

Con el espíritu — ardientes,

Al Señor — servidores,

En la esperanza — alegres,

En la congoja — pacientes,

En la oración — constantes,

En las necesidades de los santos — generosos,

En la hospitalidad — dedicados (12:9-13).

El Apóstol convence a los cristianos que perdonen a los que les ofenden, quién quiera que sean, porque el amor cura las úlceras espirituales, tanto las propias como las ajenas.

Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor (Dt. 32:35). Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza (Proverb. 25:21-22). No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal (12:14-21).

Si hubo un conflicto con alguien es importante no ceder a los sentimientos del mal y de la venganza. A pesar de que nuestra primera reacción sea el deseo de darle una merecida repulsa al ofensor ("para que aprenda"), es necesario recordarnos que nuestro principal peligro no es él sino nuestros propios sentimientos malos y vengativos. Si les permitimos a estos sentimientos enraizarse en nosotros, estos nos comenzaran a destruir desde el interior y podemos perder todos los tesoros espirituales que Dios nos dio . Es posible que exteriormente venzamos a nuestro enemigo pero interiormente sufriremos una gran derrota. ¡Por eso Dios nos dio una única arma contra el mal: el bien! "No seas vencido por el mal, sino vence al mal con el bien." Este arma es muy potente a pesar de que a veces exige tiempo para los resultados deseados. Si nuestro enemigo siguiera hostigándonos, según el Apóstol, el mismo Juez justo nos vengará.

La obediencia a las autoridades (13:1-7).

Toda sociedad, sea una familia, una empresa comercial, una organización o un país, consiste naturalmente de mayores y menores, jefes y subordinados, gobernantes y ciudadanos. Sin esta estructura piramidal no puede existir ninguna sociedad. Por eso los profetas y los Apóstoles nunca rompían las estructuras sociales existentes y, por el contrario, condenaban a la anarquía y la subversión.

El Apóstol escribe aquí sobre la obediencia a los poderes sociales porque los hebreos de su tiempo sentían ese problema muy dolorosamente por la pérdida de su independencia nacional. Se sabe que los gobernantes romanos abusaban a menudo de su poder sobre los hebreos y, sin especial necesidad, herían sus sentimientos religiosos y nacionales. Ante un nítido contraste entre la enseñanza cristiana y la vida disipada de la clase gobernante, indudablemente no sólo a los hebreos sino también a los cristianos de todas las nacionalidades podría inquietarles la pregunta sobre si no era una traición a Dios la obediencia a quienes no reconocen Su autoridad y legalizan las impuras costumbres paganas. El Apóstol Pablo explica en su Epístola a los Romanos que el principio mismo del poder es establecido por Dios y por eso hay que someterse a los gobernantes civiles incluso si éstos son paganos.

Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra (13:1-7).

Una instrucción semejante encontramos en el Apóstol Pedro, quién escribe: "Seáis sumisos a todo poder humano para el Señor: al rey, como poder supremo, a los gobernantes, como puestos por él, para el castigo de los criminales y encomio para los que hacen el bien. Ya que esta es la voluntad Divina" (1 Ped 2:13-15). Por supuesto lo que aquí escriben los Apóstoles expresa más bien un ideal del poder civil que su realización práctica. Pero no es menos conocido que todas las legislaciones, tanto las antiguas como las actuales, tratan de basarse en los principios de la igualdad, la justicia y necesidad de preocuparse por el bien de los ciudadanos. Desgraciadamente esto está expresado, a menudo, mejor en los principios generales que en las leyes de aplicación concreta. Pero el sistema de jurisprudencia romana de los tiempos del Apóstol Pablo era el más perfecto de todos los existentes en ese entonces. El mal radicaba no tanto en las leyes como en los mismos gobernantes, quienes, abusando de su poder, vulnerando a la justicia y anteponiendo su propio bien al bien de sus súbditos.

Cuando fue escrita la Epístola que estamos considerando, en Roma reinaba el Emperador Nerón, quién algunos años más tarde organizó una feroz persecución contra los cristianos. Como resultado de esta persecución en Roma y sus alrededores, murieron miles de creyentes, entre ellos los Apóstoles Pedro y Pablo. Es difícil ver en un gobernante tan sanguinario y corrupto como Nerón a un justo servidor Divino, que premia a los buenos y castiga a los malos. Y a pesar de eso, según la enseñanza cristiana en las cuestiones de vida, no relativas a lo espiritual, hay que obedecer a todos los jefes legales, incluso a los que son contrarios a la fe cristiana. Hay que tomar en cuenta que el Señor Jesucristo y Sus Apóstoles enseñaban esto no sólo de palabra, sino con su propio ejemplo. Cuando Poncio Pilatos se jactó ante del Salvador de tener el poder de elegir crucificarlo o liberarlo, Cristo le respondió mansamente: "Tú no tendrías ningún poder sobre Mí, si éste no te fuese dado de arriba" — o sea que en este momento Dios te dejó gobernar Mi destino, y enseguida agregó: "que sepas, hay más pecado sobre él que Me entrego a ti" (Jn 19:10-11). Los jefes judíos son más culpables que tú porque obran el mal conscientemente. Pero tú también responderás ante Dios por abusar del poder que te es dado.

Para no tener confusión con respecto a la necesidad de obedecer a los poderes injustos tenemos que recordar que somos ciudadanos del Rey del Cielo. La vida terrenal es sólo el camino al Reino de los Cielos. Aquí somos pasajeros temporales y allí seremos ciudadanos eternos. En ese plano son comprensibles las palabras del Apóstol "Pido realizar oraciones, pedidos, ruegos, beneficencia por todos los hombres, por los reyes, por todos los gobernantes, para pasar la vida tranquila, pacífica, en toda piedad y pureza" (1 Tm 2:1-2; Tt 3:1). O sea lo único que es importante ahora es acercarnos sin obstáculos a nuestra meta final. Por eso pidámosle a Dios que ilumine a las autoridades para que mantengan el orden necesario y la legalidad en la sociedad.

Sólo cuando surge un conflicto religioso, o sea cuando las exigencias del poder civil contradicen las enseñanzas de la fe, le es permitido al cristiano la desobediencia. Así, p. ej. cuando los miembros del Sanedrín le exigieron a los Apóstoles que dejen de predicar al Señor Jesucristo, el Apóstol Pedro les contestó valientemente "Se debe obedecer a Dios, más que a los hombres" (Hch 5: 29). En los casos de conflicto religioso el cristiano debe permanecer fiel a Dios, incluso dando su vida, como el Señor enseñaba "No teman a los que matan al cuerpo y no pueden matar el alma, teman más a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10: 28). Así la regla general es: "Dar a Dios, lo que es de Dios y al cesar lo que es del cesar" (Mc 12:17).

El Apóstol termina estas enseñanzas con un llamado a respetar a cada hombre de acuerdo a su posición, cargo y edad y a tener en cuenta las leyes y los órdenes sociales existentes.

El amor es lo más importante (13:8-14).

No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv. 19:18). El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor (13:8-10).

El Señor Jesucristo le explicó a los escribas judíos que sobre los mandamientos de amor a Dios y de amor al prójimo "se basa toda la ley y los profetas" (Mt 22:40). En otras palabras, toda la enseñanza de las Sagradas Escrituras se resume en que hay que amar a Dios y a los prójimos. Quién ama cumple con todas las exigencias de la ley Divina; en cambio los esfuerzos de alguien que hace algo sin el sentimiento del amor es vano.

Más adelante el Apóstol le recuerda a los cristianos que ellos salieron de la esfera de las tinieblas y entraron en la esfera de la luz. Por eso toda su vida debe reflejar los altos principios cristianos (Mt 5:14-16) para que las preocupaciones por las necesidades naturales no se conviertan en excesos y perversiones pecaminosas.

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestios del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne (13:11-14).

El Apóstol decía más arriba, que en el bautismo el hombre resucitó con Cristo y ahora convence a los bautizados a revestirse de Cristo, o sea parecerse a Él en las cualidades del alma. En su Epístola a los Romanos el Apóstol Pablo habla en particular de aquellas más necesarias para la comunidad cristiana: las de perdonar todo, no acusar, tener concordia recíproca, ser condescendientes con las debilidades de otros y preocuparse por la salvación de los prójimos.

La vida en concordia (14:1-23).

La comunidad cristiana en Roma representaba una amalgama étnica y social bastante abigarrada. P. Ej. los judíos distinguían escrupulosamente la comida pura (kosher) de la impura (Tref). Ellos conservaban las antiguas tradiciones judías y cumplían las festividades bíblicas. Algunos de ellos hacían ayuno en ciertos días de la semana. Los cristianos de origen pagano eran más liberales. Algunos de ellos, como por ejemplo los ex -órficos y los ex -pitagóricos, eran vegetarianos y no tomaban vino; los que habían sido estoicos seguían una dieta muy especial.

La religión cristiana liberaba a los fieles de una ciega sumisión a las reglas dietéticas y diferentes reglas de vida. El cristianismo enseñaba que toda comida es en principio pura porque fue creada por Dios, más aún si se bendice con la oración (Col 2:21; 1 Co 10:23-33). Asimilando la libertad de los condicionamientos humanos algunos cristianos se inclinaban a mirar con altanería a los que continuaban con los antiguos prejuicios. A su vez los otros (a los que el Apóstol llama débiles en la fe) juzgaban a los que no cumplían con las reglas establecidas y los consideraban reformadores que pisoteaban todo lo sagrado.

El Apóstol llama a los cristianos a vivir en paz entre ellos y a no pelearse por cuestiones secundarias. En realidad no es tan importante lo que el hombre come o las costumbres que cumple sino el fin con el que lo hace. Si sus acciones no perjudican a los otros, que siga haciendo lo que está acostumbrado.

A veces detrás de las obras más hermosas pueden esconderse motivaciones impuras y en cambio a veces una ocupación aparentemente inútil y bizarra puede expresar un deseo sincero de hacer algo bueno. Dios acepta nuestros trabajos no sólo por su utilidad sino especialmente tomando en cuenta nuestras intenciones. Por eso:

Recibid al (hombre) débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme (14:1-4).

Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, Y toda lengua confesará a Dios.

De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es. Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió. No sea, pues, vituperado vuestro bien; porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite (Rm 14:5-21; Is 45:23).

¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado (14:23).

Hay que tratar que nuestras acciones no sólo sean objetivamente correctas sino que no le hagan daño a nadie. El Apóstol Pablo expresa esta regla más ampliamente en su Epístola a los Corintios (1 Co 10:29-33). Algunos cristianos en Corinto tras haber comprendido que los ídolos eran insignificantes, miraban los sacrificios paganos como una superstición vacía e inocua de la multitud ignorante. Algunos de estos "racionales" incluso se permitían visitar los templos paganos y comer la comida de los sacrificios. Esta conducta inquietaba mucho a los más débiles de los creyentes recién convertidos, que veían en eso una traición a la fe cristiana y un reconocimiento abierto de los dioses paganos. El Apóstol les explica a los corintios que el mal no reside en la comida misma si se come con oración, sino en la tentación que produce semejante conducta. La regla general debe ser: "Si comen, ó beben, ó algo otro hacen, todo lo hagan para la gloria de Dios. No den tentación a nadie, ni a los judíos, ni a los helenos, ni a la Iglesia de Dios. Así como yo complazco a todos en todo, buscando no mi utilidad, sino la utilidad de muchos, para que se salven."

Cristo, el ejemplo de larga paciencia (15:1-13).

El Apóstol Pablo al final de sus instrucciones llama a los cristianos espiritualmente maduros ("fuertes en la fe"), a considerar con paciencia a los hermanos débiles en la fe. Como ejemplo de gran paciencia menciona a Cristo:

Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre Mí (Sal 69:9). Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (15:1-6).

Aquí el Apóstol cita una parte del Salmo 69 (68), donde se predicen las humillaciones y los sufrimientos del Mesías. La predicción del versículo 9 de ese salmo: "Celo por Tu casa me consume y maledicencia de los que Te maldicen, cae sobre Mí," se cumplió cuando Nuestro Señor Jesucristo en el comienzo mismo de Su servicio social visitó Jerusalén. Viendo que en el Templo se producía un ávido comercio se indignó de espíritu, hizo un látigo de cuerdas y expulsó del Templo a todos los comerciantes y cambiadores de dinero, diciéndoles: "Mi casa se llamará la Casa de la oración, y vosotros la transformasteis en un centro de bandidos" (Jn 2:16). Con esta acción Cristo vulneró los intereses materiales tanto de los comerciantes como de los líderes judíos, quienes se armaron contra Cristo y Lo denigraron a los ojos del pueblo.

Desde ese día los líderes judíos odiaron a Cristo y no perdían ocasión para intentar reducir Su autoridad en el pueblo. Ellos Le recordaron aquel hecho en el juicio de Caífas. De esta manera Cristo por haber defendido la santidad del Templo, se expuso a la humillación de parte de quienes profanaban el templo y deshonraban a Quien le pertenecía. El Apóstol Pablo cita ese caso como un ejemplo para que los cristianos, imitando a su Salvador, no eviten humillaciones y congojas cuando la defensa de la Gloria Divina y el provecho espiritual de los prójimos lo exijan.

El Apóstol Pablo vuelve varias veces en su Epístola al ejemplo del Salvador, Quién por Su misericordia hacia nosotros dejó Su Gloria Celestial y bajó a nuestro mundo ensombrecido por el mal. Los judíos consideraban tener derecho a ser ciudadanos del futuro Reino del Mesías. Pero el Apóstol, tras demostrar que los judíos no son menos pecadores que los paganos, explica ahora que Dios extiende Su bondad a todos los pueblos sin excluir a nadie de Su Reino. Como confirmación de esta trascendental verdad del Nuevo Testamento el Apóstol cita los testimonios de los antiguos profetas:

Por tanto, recibios los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios. Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre (Sal 18:40). Y otra vez dice: Alegraos, gentiles, con su pueblo (Dt 32:43). Y otra vez: Alabad al Señor todos los gentiles, Y magnificadle todos los pueblos (Sal 117:1). Y otra vez dice Isaías: Estará la raíz de Isaí, Y el que se levantará a regir los gentiles; Los gentiles esperarán en él (Is 11:10). Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo (15:7-13).

Nota: Isaí era el padre del rey David. La expresión "La raíz de Isaí" significa el Mesías.

 

Deseos y saludos (15:14-16:24).

El Apóstol termina su epístola con algunos pensamientos complementarios y saludos. Esta parte de la epístola está clara y no necesita explicación.

Pero estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros. Mas os he escrito, hermanos, en parte con atrevimiento, como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo. Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere. Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán (Rm 15:14-21; Is 52:1-5).

Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros. Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros, cuando vaya a España, iré a vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con vosotros. Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. Porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales. Así que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España. Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo (15:22-29).

Desde el primer año del surgimiento del cristianismo, Jerusalén se transformó en centro del judaísmo militante, donde los cristianos sufrían épocas de crueles persecuciones (Hch. 8:1). Aprovechando la situación desprotegida de los cristianos, los judíos mas agresivos robaban sus posesiones impunemente (Hb 10:34). Como resultado la Iglesia de Jerusalén era muy pobre y necesitaba ayuda externa. El Apóstol Pablo, mientras predicaba la fe cristiana en distintos países, no se olvidaba de su Iglesia Madre y de vez en cuando recolectaba para ella la ayuda económica (1 Co 16:1-4; 2 Co 8; 9). San Pablo menciona aquí una de esas ayudas que se proponía llevar personalmente a Jerusalén.

Con relación a su visita a Jerusalén, el Apóstol presiente que puede sufrir persecuciones y no se equivoca. Como sabemos del libro de los Hechos de los Santos Apóstoles (Hch. 22:27; 24:1), una exaltada y cruel multitud de judíos fanáticos por poco matan al Apóstol Pablo durante su visita a Jerusalén. Después lo arrestaron y querían juzgarlo en Cesárea. Pero el Apóstol, como ciudadano romano, exigió ser juzgado ante el Emperador Romano. Así el Apóstol Pablo después de muchas peripecias llegó finalmente a Roma. Pero nos estamos adelantando. El Apóstol escribe:

Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros. Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén (15:30-33).

 

Hay que guardar la pureza de la fe (16:17-20).

Ya durante la vida de los Apóstoles distintos herejes comenzaron a deformar la fe cristiana. Movidos por fines de lucro los falsos maestros usaban la terminología cristina para obtener mejores resultados y con diversos métodos retóricos atraían a los incautos a sus sectas herejes. Preocupados por la pureza de la fe, los Apóstoles convencían de palabra y por escrito a los cristianos a no escuchar los falsos maestros. Ver sobre este tema: Hch 20:28-31; Jac 3:1; 2 P 2:1; 1 Jn 4:1; 2 Jn 1:9-11; 2 Co 2:17; 2 Co 11:13-15; Ga 1:8-9; Col 2:8; Fil 3:2; 2 Ts 2:10-12; 1 Tm 1:5-7 ; 4:1-2; 2 Tm 2:16-19 ; 4:3-4; Tt 1:9-11; 3:10; Hb 13:19

Viendo el constante peligro de los falsos maestros, el Apóstol Pablo ruega a los cristianos romanos no tentarse por su elocuencia y sofismas, manteniendo la fe que les fue predicada originariamente y la unidad de la Iglesia. El Apóstol escribe:

Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos. Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal. Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros (16:17-20).

El Apóstol Pablo se levanta más enérgicamente aún en sus otras epístolas contra los falsos maestros y escribe:

"Vean hermanos, que alguien no los atraiga con la filosofía y una seducción vacía, según la tradición humana y los elementos del mundo y no por Cristo" (Col. 2: 8). "El espíritu dice claramente, que en los últimos tiempos, algunos se separarán de la fe, escuchando a los espíritus seductores y enseñanzas demoníacas, a través de la falsedad de los falsos predicadores, quemados en su conciencia" (1 Tm 4:1-2). "Vendrá el tiempo, cuando a la enseñanza sana, no aceptarán y de la verdad separarán su oído y elegirán a maestros que vana adular su oído y de la verdad desviarán su oído y se dirigirán a las fábulas" (2 Tm 4:3-4). "Sí hasta nosotros, ó el Ángel del cielo, comiencen a predicar a vosotros, no lo que predicamos antes, que sea anatema. Como antes dijimos, así ahora os digo, quién les dice no lo que vosotros aceptasteis, que sea anatema" (Ga 1:8-9).

Sin entrar a profundizar en el complejo tema de las herejías, es necesario mencionar una de ellas que es fundamental en las enseñanzas actuales de las sectas que dice al subrayar la importancia de la fe del Apóstol Pablo en su epístola a los Romanos, desechaba la necesidad de buenas acciones.

Como ya hemos mencionado, los judíos de los tiempos apostólicos se negaban a creer en Cristo con el argumento de que ya estaban absueltos por su procedencia de Abraham y el cumplimiento de la ley. Refutando su convicción errónea de la absolución construida sobre argumentos formales, el Apóstol Pablo demuestra que en la base de la absolución siempre estaba la fe y no las acciones externas de la ley. Como ejemplo les muestra la fe de Abraham. Del contexto de su prédica y del ejemplo de Abraham se ve que el Apóstol Pablo entiende como fe absolutoria la fe viva y de acción y no sólo la admisión de que Cristo es el Mesías. Él enseñaba que la fe debe transfigurar toda la vida del cristiano y convertir al pecador presumido en una persona asemejada a Cristo. En seis capítulos completos de su Epístola a los romanos (7-8, 12-15) el Apóstol explica en que consiste la vida de un verdadero fiel cristiano.

Al afirmar que el hombre se salva solo con la fe, independientemente de su modo de vida los sectarios en realidad reintroducen en el cristianismo el viejo formalismo de los judíos, contra el que el Apóstol Pablo luchaba tan enérgicamente. La frase sonora: "cree y estás salvado" transforma la fe en un medio mágico, parecido a las acciones formales de ley. Los judíos se aferraban a lo externo y las sectas a un determinismo intelectual. En cambio la acción de la salvación no puede ser separada de la transfiguración interna del hombre que se produce durante toda la vida con la ayuda de la fe. Dios quiere que el cristiano a partir de un hombre "viejo" (egoísta, presumido, lascivo) se convierta en una "nueva criatura" (contenido, humilde, sacrificado). O sea, el fin es la modificación de la naturaleza moral del hombre (que exige bastante esfuerzo), la hazaña de la destrucción de las pasiones y un activo amor cristiano. El formalismo, tanto el judío antiguo como el contemporáneo de las sectas, no es otra cosa que el intento de dejar de lado el camino angosto de Cristo y automáticamente y sin esfuerzo llegar al Reino de los Cielos.

Jesucristo enseñaba en cambio que el Reino de los Cielos se toma "a la fuerza" (Mt 11:12). Justamente como el camino al Reino de los Cielos es angosto y espinoso, el cristiano necesita la omnipotente ayuda del Espíritu Santo (Rm 8: 11).

Está mal cuando el cristiano vulnera por debilidad los mandamientos Divinos pero es mucho peor cuando por pereza y amor propio desvirtúa la enseñanza de Cristo tomando de las Escrituras lo que le es agradable ó ventajoso y rechazando lo que no le gusta. Esto es un imperdonable pisoteo de la Verdad.

No incluimos aquí los saludos del final del capítulo 16 pues no poseen un carácter dogmático ni instructivo importantes.

 

Conclusión.

Así el encarnado Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, es el único Salvador de la humanidad que perece por los pecados. El Apóstol demostró que ni la voz de la conciencia, ni el temor del castigo eterno, ni las excelentes instrucciones de los profetas inspirados por Dios, tienen la fuerza de salvar al hombre de su principal mal que es el pecado, que esclaviza su voluntad y lo obliga a hacer lo que no quiere. Por eso antes de la llegada de Cristo, el paraíso y la vida eterna eran inalcanzables no sólo para los paganos bien intencionados sino también para los judíos que trataban en todo de actuar según la ley de Moisés. La salvación del pecado y de la violencia del diablo llegó por Cristo.

Bajando a nuestro mundo pecador el Señor Jesucristo no sólo enseño a los hombres como creer correctamente y vivir en forma justa sino también tomó sobre Si los pecados de los hombres y los lavó con Su sangre en la Cruz. Luego con Su resurrección de entre los muertos venció a la muerte y le abrió a los que creen en Él el camino a la vida eterna, en el Reino de los Cielos. Ahora todo hombre, judío o pagano, tiene el acceso a la merced Divina y a la salvación eterna. Y esto no pasa por los méritos personales sino exclusivamente por la misericordia Divina.

El punto de inflexión en la vida de una persona que empezó a creer en Cristo es el Sacramento de Bautismo. Aquí el hombre bautizado muere para el pecado y nace para la vida justa, Dios lo conduce a una esfera de la existencia nueva y hasta ahora desconocida, donde no actúa el formalismo de la ley sino la fuerza vivificadora de Cristo. Esta fuerza, invisible para los ojos pero perceptible interiormente, ilumina la mente del creyente con pensamientos claros, alegra su corazón con sentimientos puros y altos e inspira a la voluntad a las obras de amor.

Del contexto de las instrucciones del Apóstol se ve que la fe debe ser viva y activa. Debe manifestarse inevitablemente en la hazaña de contención, en una vida pura y casta, en la falta de codicia, en la constancia de la oración, en el cumplimiento de las responsabilidades familiares y sociales y en lo más importante, que son las obras de compasión y amor. El Apóstol Pablo en sus instrucciones sobre la vida cristiana vuelve al ejemplo del Salvador y llama a los cristianos a tratar de parecerse en todo a Él.

Debemos alegrarnos y agradecerle sin cesar a nuestro Señor Jesucristo por todo lo que Él hizo y hace para nuestra salvación.

 

 

Cómo Leer la Biblia

(Obispo Kallistos Ware).

Creemos que las escrituras constituyen un todo coherente. Son simultáneamente divinamente inspiradas y humanamente expresadas. Presentan un testimonio definitivo de la revelación de Dios de Él mismo — en la creación, en la Encarnación de la Palabra, y en toda la historia de la salvación. Y como tales expresan la Palabra de Dios en lenguaje humano. Nosotros conocemos, recibimos, e interpretamos las Escrituras a través de la Iglesia y en la Iglesia. Nuestra actitud ante la Biblia es una de obediencia.

Podemos distinguir cuatro cualidades clave que marcan a una lectura Ortodoxa de las Escrituras, señaladamente:

Leyendo la Biblia con Obediencia.

Antes que nada, al leer las Escrituras, hemos de escuchar en un espíritu de obediencia. La Iglesia Ortodoxa cree en la inspiración divina de la Biblia. Las Escrituras son una "carta" de Dios, en donde Cristo mismo está hablando. Las Escrituras son el testimonio definitivo de Dios sobre Él mismo. Expresan la Palabra de Dios en nuestro lenguaje humano. Ya que Dios mismo nos está hablando en la Biblia, nuestra respuesta es justamente una de obediencia, receptividad, y de escuchar. Conforme leemos, esperamos en el Espíritu.

Pero, aun cuando la Biblia está divinamente inspirada, también está humanamente expresada. Es una biblioteca completa de diferentes libros escritos en varias épocas por distintas personas. Cada libro de la Biblia refleja la perspectiva de la época en la que fue escrito y el punto de vista particular del autor. Porque Dios no hace nada de manera aislada, la gracia divina coopera con la libertad humana. Dios no abole nuestra individualidad sino que la mejora. Y así es en la escritura de las inspiradas Escrituras. Los autores no fueron tan solo un instrumento pasivo, ni una máquina de dictado grabando un mensaje. Cada escritor de las Escrituras contribuye con sus dones personales particulares. Junto al aspecto divino, hay también un elemento humano en las Escrituras. Debemos evaluar ambos.

Cada uno de los cuatro Evangelios, por ejemplo, tiene su propio enfoque particular. Mateo presenta más en particular un entendimiento Judío de Cristo, con un énfasis en el reino del cielo. Marco contiene detalles específicos y pintorescos del ministerio de Cristo, que no se dan en ningún otro lugar. Lucas expresa la universalidad del amor de Cristo, Su compasión que lo abarca todo y que se extiende de igual manera al Judío y al Gentil. En Juan existe un enfoque más interno y más místico de Cristo, con un énfasis en la luz divina y morada interna. Debemos disfrutar y explorar de lleno esta variedad vivificante en la Biblia.

Debido a que las Escrituras son de este modo la Palabra de Dios expresada en lenguaje humano, hay lugar para una indagación honesta y exigente al estudiar la Biblia. Al explorar el aspecto humano de la Biblia, hemos de utilizar al máximo nuestra razón humana otorgada por Dios. La Iglesia Ortodoxa no excluye la investigación académica del origen, fechas, y paternidad literaria de los libros de la Biblia.

Junto a este elemento humano, de cualquier modo, siempre vemos el elemento divino. Estos no son simplemente libros escritos por escritores humanos individuales. En las Escrituras escuchamos no tan solo palabras humanas, marcadas por una mayor o menor habilidad y perceptibilidad, sino la eterna, increada Palabra de Dios mismo, la Palabra divina de salvación. Cuando nos acercamos a la Biblia, entonces, no lo hacemos simplemente por curiosidad, para obtener información. Nos acercamos a la Biblia con una pregunta específica, una pregunta personal sobre nosotros mismos: "¿Cómo puedo ser salvado?"

Como divina palabra de Dios de salvación en lenguaje humano, las Escrituras deben evocar en nosotros una sensación de asombro. ¿Alguna vez ha sentido, al leer o escuchar, que todo se ha tornado demasiado familiar? ¿Se ha vuelto la Biblia mas bien aburrida? Necesitamos limpiar continuamente las ventanas de nuestra percepción y ver con asombro con nuevos ojos lo que el Señor pone ante nosotros.

Hemos de sentir hacia la Biblia una sensación de asombro, de expectación y sorpresa. Hay tantos lugares en las Escrituras en los que aun debemos entrar. Hay tanta profundidad y majestuosidad para descubrir. Si la obediencia significa asombro, también significa escuchar.

Somos mejores al hablar que al escuchar. Escuchamos el sonido de nuestra propia voz, pero con frecuencia no hacemos una pausa para escuchar la voz de la otra persona que nos está hablando. Así es que el primer requisito, cuando leemos las Escrituras, es dejar de hablar y escuchar — escuchar con obediencia.

Cuando entramos a una Iglesia Ortodoxa, decorada de manera tradicional, y miramos hacia arriba del santuario en el extremo este, vemos ahí, en el ápside, un icono de la Virgen María con sus manos alzadas al cielo — la manera escriptural antigua de orar que muchos aún utilizan hoy en día. Este icono simboliza la actitud que debemos asumir al leer las Escrituras — una actitud de receptibilidad, de manos invisiblemente levantadas al cielo. Al leer la Biblia, debemos modelarnos en la Bendita Virgen María, porque ella es supremamente la que escucha. En la Anunciación ella escucha con obediencia y le responde al ángel, "Que sea a mí de acuerdo a vuestra palabra" (Lucas 1:38). No hubiera podido llevar la Palabra de Dios en su cuerpo si no hubiera primero escuchado la Palabra de Dios en su corazón. Después de que los pastores adoraran al neonato Cristo, se dice de ella: "María guardó todas estas cosas y las ponderó en su corazón" (Lucas 2:19). Nuevamente, cuando María encuentra a Jesús en el templo, nos es dicho: "Su madre guardó todas estas cosas en su corazón" (Lucas 2:5l). La misma necesidad de escuchar es enfatizada en las últimas palabras atribuidas a la Madre de Dios en las Escrituras, en el banquete nupcial en Caná de Galilea: "Todo cuanto Él os diga, hacedlo" (Juan 2:5), ella les dice a los sirvientes — y a todos nosotros.

En todo esto la Bendita Virgen María sirve como un espejo, como un icono viviente del Cristiano Bíblico. Hemos de ser como ella al escuchar la Palabra de Dios: ponderando, guardando todas estas cosas en nuestros corazones, haciendo todo lo que Él nos diga. Debemos escuchar en obediencia cuando Dios habla.

Comprendiendo la Biblia a través de la Iglesia.

En segundo lugar, hemos de recibir e interpretar las Escrituras a través de la Iglesia y en la Iglesia. Nuestra actitud ante la Biblia no es solamente obediente sino eclesiástica.

Es la Iglesia la que nos dice lo que son las Escrituras. Un libro no es parte de las Escrituras no debido a cualquier teoría en particular acerca de su antigüedad y paternidad literaria. Aunque se pudiera comprobar, por ejemplo, que el cuarto Evangelio no fue de hecho escrito por Juan, el amado discípulo de Cristo, esto no alteraría el hecho de que nosotros los Ortodoxos aceptamos al Cuarto Evangelio como Santa Escritura. ¿Porqué? Debido a que el Evangelio de Juan es aceptado por la Iglesia y en la Iglesia.

Es la Iglesia quien nos dice que es Escritura, y también es la Iglesia quien nos dice como se debe de entender la Escritura. Al encontrarse con el Etíope mientras él leía el Antiguo Testamento en su carro de dos ruedas, Felipe el Apóstol le preguntó, "¿Entendéis lo que leéis?" y el etíope respondió, "¿Como puedo, al menos que algún hombre me guíe?" (Actos 8:30-31). Estamos todos en la posición del Etíope. Las palabras de las Escrituras no son siempre auto explicativas. Dios le habla directamente al corazón de cada uno de nosotros mientras leemos la Biblia. La lectura de las Escrituras es un diálogo personal entre cada uno de nosotros y Cristo — pero también necesitamos una guía. Y nuestra guía es la Iglesia. Hacemos pleno uso de nuestro entendimiento personal propio, auxiliados por el Espíritu, hacemos pleno uso de los descubrimientos de la investigación Bíblica moderna, pero siempre sometemos la opinión privada — ya sea la nuestra o la de los eruditos — a la experiencia total de la Iglesia a través de los siglos.

El punto de vista Ortodoxo se sintetiza aquí con la pregunta que se le hace a un converso el servicio de recepción utilizado por la Iglesia Rusa: "¿Reconoces que las Santas Escrituras deben aceptarse e interpretarse de acuerdo a la creencia que ha sido transmitida por los Santos Padres, y la que la Santa Iglesia Ortodoxa, nuestra Madre, siempre ha conservado y aún conserva?"

Leemos la Biblia personalmente, pero no como individuos aislados. Leemos como miembros de una familia, la familia de la Iglesia Católica Ortodoxa. Al leer las Escrituras, no decimos "Yo" sino "Nosotros." Leemos en comunión con todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo, en todas las partes del mundo y en todas las generaciones del tiempo. La prueba decisiva y el criterio para nuestro entendimiento del significado de las Santas Escrituras es la mente de la Iglesia. La Biblia es el libro de la Iglesia.

Para descubrir esta "mente de la Iglesia," ¿dónde comenzamos? Nuestro primer paso es ver como las Escrituras son utilizadas en el culto. ¿Cómo, en particular, se seleccionan las lecciones Bíblicas para su lectura en las diferentes festividades? También debemos consultar los escritos de los Padres de la Iglesia, y reflexionar sobre su manera de interpretar la Biblia. Nuestra manera Ortodoxa de leer las Escrituras es de este modo tanto litúrgica como patrística. Y esto, como todos nos percatamos, está lejos de ser fácil en la práctica, debido a que tenemos a nuestro alcance tan pocos comentarios Ortodoxos sobre las Escrituras disponibles en español, y la mayoría de los comentarios occidentales no emplean este enfoque litúrgico y patrístico.

Como un ejemplo de lo que significa el interpretar las Escrituras de manera litúrgica, guiándose por el uso que se les dan en las Festividades de la Iglesia, veamos las lecciones del Antiguo Testamento asignadas para las Vísperas en la Festividad de la Anunciación. Son tres en número: Génesis 28:10-17; el sueño de Jacobo de la escalera puesta de la tierra al cielo; Ezequiel 43:27-44:4; la visión del profeta del santuario de Jerusalén, con la puerta cerrada a través de la cual nadie mas que el Príncipe puede pasar; Proverbios 9:1-11:uno de los grandes pasajes Sofiánicos en el Antiguo Testamento, que comienza así: "La Sabiduría ha construido su casa."

Estos textos en el Antiguo Testamento, entonces, como su selección para la festividad de la Virgen María lo indica, se deben entender todos como profecías acerca de la Encarnación de la Virgen. María es la escalera de Jacobo, proveyendo la carne que Dios encarnado toma al entrar a nuestro mundo humano. María es la puerta cerrada quien es la única entre las mujeres que engendró un hijo aún permaneciendo inviolada. María provee la casa que Cristo la Sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24) toma como su morada. Explorando de este modo la selección de las lecciones para las diferentes festividades, descubrimos niveles de interpretación Bíblica que de ningún modo son obvias en una primera lectura.

Tome como otro ejemplo las Vísperas en Sábado Santo, la primer parte de la antigua Vigilia Pascual. Aquí tenemos no menos de quince lecciones del Antiguo Testamento. Esta secuencia de lecciones nos presenta todo el esquema de la historia sagrada, y al mismo tiempo subraya el significado más profundo de la resurrección de Cristo. La primera de las lecciones es el Génesis 1:1-13, el relato de la Creación: La Resurrección de Cristo es una nueva Creación. La cuarta lección es el libro de Jonás completo, con los tres días del profeta en el estómago de la ballena prefigurando la Resurrección de Cristo después de tres días en la tumba (cf. Mateo 12:40). La sexta lección narra el cruce del Mar Rojo por los Israelitas (Éxodo 13:20-15:19), que anticipa la nueva Pascua de Pascua por medio de la cual Cristo pasa de la muerte a la vida (cf. 1 Corintios 5:7; 10:1-4). La lección final es la historia de los tres Santos Niños en el ardiente horno (Daniel 3), una vez mas una "especie" o profecía de la Resurrección de Cristo desde la tumba.

Tal es el efecto de leer las Escrituras eclesiásticamente, en la Iglesia y con la Iglesia. Al estudiar el Antiguo Testamento de esta manera litúrgica y utilizando a los Padres para ayudarnos, en todas partes destapamos señales que apuntan hacia el misterio de Cristo y su Madre. Al leer el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, y el Nuevo a la luz del Antiguo — como el calendario de la Iglesia nos insta hacer — descubrimos la unidad de las Santas Escrituras. Uno de las mejores maneras de identificar las correspondencias entre el Antiguo y Nuevo Testamento es el uso de una buena concordancia Bíblica. Esto a menudo nos puede decir más acerca del significado de las Santas Escrituras que cualquier comentario.

En los grupos de estudio de la Biblia en nuestras parroquias, es útil el darle a una persona la tarea especial de señalar cuando un pasaje particular del Antiguo o Nuevo Testamento es utilizado para una festividad o día de un santo. Podemos entonces discutir juntos las razones por las cuales cada pasaje específico fue elegido. A otros del grupo se les puede asignar tareas para casa entre los Padres, usando por ejemplo las homilías Bíblicas de San Juan Crisóstomo (que han sido traducidas al Inglés). Los Cristianos necesitan adquirir una mente patrística.

Cristo, el corazón de la Biblia.

El tercer elemento en nuestra lectura de las Escrituras es que ésta debe Centrarse en Cristo. Las escrituras constituyen un todo coherente porque todas están centradas en Cristo. La salvación a través del Mesías es su tema central y unificador. Él es como un "hilo" que corre a través de todas las Santas Escrituras, desde la primer oración hasta la última. Ya hemos mencionado la manera en la que Cristo puede verse prefigurado en las páginas del Antiguo Testamento.

Mucho del estudio crítico moderno de las Escrituras en el Occidente ha adoptado una enfoque analítico, dispersando a cada libro en diferentes fuentes. Los nexos conectivos se desmenuzan, y la Biblia se reduce a una serie de simples unidades primarias. Ciertamente hay valor en esto. Pero necesitamos ver tanto la unidad como la diversidad de las Santas Escrituras, el final que todo lo abarca al igual que los comienzos dispersos. La Ortodoxia prefiere en el todo un enfoque sintético en lugar de un enfoque analítico, viendo a las Escrituras como un todo integrado, con Cristo en todas partes como el lazo de unión.

Siempre buscamos el punto de convergencia entre el Antiguo y Nuevo Testamento, y lo encontramos en Jesús Cristo. La Ortodoxia le confiere un significado particular al método de interpretación "tipológico," en donde los "tipos" de Cristo, señales y símbolos de su trabajo, son identificados a través del Antiguo Testamento. Un ejemplo notable de esto es Melquizedek, el rey-sacerdote de Salem, quien le ofreció pan y vino a Abraham (Génesis 14:18), y quien es visto como un tipo de Cristo no solo por los Padres sino también en el Nuevo Testamento (Hebreos 5:6; 7:l). Otro ejemplo es la manera en que, como hemos visto, la Antigua Pascua prefigura a la Nueva; La liberación de Israel del Faraón en el Mar Rojo anticipa nuestra liberación del pecado a través de la muerte y Resurrección del Salvador. Este método de interpretación debemos aplicar a lo largo de la Biblia. ¿Por qué, por ejemplo, en la segunda mitad de la Cuaresma las lecturas del Génesis del Antiguo Testamento están dominadas por la figura de José? ¿Por qué en la Santa Semana leemos el libro de Job? Porque José y Job son personas que sufrieron inocentemente, y como tales son tipos o prefiguraciones de Jesús Cristo, cuyo sufrimiento inocente sobre la Cruz la Iglesia está a punto de celebrar. Todo se relaciona entre sí.

Un Cristiano Bíblico es aquel quien, dondequiera que ve, en cada página de las Escrituras, encuentra a Cristo en todas partes.

La Biblia como guía Personal.

En las palabras del temprano escritor asceta en el Oriente Cristiano, San Marco el Monje: "El que es humilde en sus pensamientos y está ocupado en su labor espiritual, cuando lee las Santas Escrituras, aplicará todo a sí mismo y no a su semejante." Como Cristianos Ortodoxos debemos buscar en todas partes de las Escrituras una aplicación personal. No solamente debemos preguntar "¿Qué significa eso?" sino "¿Qué significa para mi?" Las Escrituras son un diálogo personal entre el Salvador y yo — Cristo me está hablando, y yo estoy respondiendo. Ese es el cuarto criterio en nuestra lectura de la Biblia.

He de ver todas las historias en las Escrituras como parte de mi propia historia personal. ¿Quién es Adán? El nombre Adán significa "hombre," "humano," y de este modo el relato del Génesis sobre la caída de Adán es también la historia acerca de mí. Soy Adán. Es a mí a quien Dios habla cuando le dice a Adán, "¿Dónde estáis?" (Génesis 3:9). "¿Dónde está Dios?" preguntamos con frecuencia. Pero la verdadera pregunta es lo que Dios pregunta al Adán en cada uno de nosotros: "¿Dónde estáis?"

Cuando, en la historia de Caín y Abel, leemos las palabra de Dios a Caín, "Dónde está Abel vuestro hermano?" (Génesis 4:9), estas palabras, también, están dirigidas a cada uno de nosotros. ¿Quién es Caín? El es yo mismo. Y Dios le pregunta al Caín en cada uno de nosotros, "¿Dónde está vuestro hermano?" El camino hacia Dios radica en el amor hacia otras personas, y no hay otro camino. Al repudiar a mi hermano, reemplazo la imagen de Dios con la marca de Caín, y niego mi propia humanidad vital.

Al leer las Escrituras, podemos tomar tres pasos. Primero, lo que tenemos en las Escrituras es historia sagrada: la historia del mundo desde la Creación, la historia de la gente elegida, la historia de Dios Encarnado en Palestina, y las "portentosas obras" después de Pentecostés. El Cristianismo que encontramos en la Biblia no es una ideología, ni una teoría filosófica, sino fe histórica.

Entonces debemos tomar un segundo paso. La historia que se presenta en la Biblia es una historia personal. Vemos a Dios interviniendo en momentos y lugares específicos, a medida que entra en diálogo con personas individuales. Él se dirige a cada uno por nombre. Vemos que se nos presentan llamadas específicas emitidas por Dios a Abraham, Moisés y David, a Rebeca y Ruth, a Isaías y los profetas, y luego a María y los Apóstoles. Vemos la selectividad de la acción divina en la historia, no como un escándalo sino como una bendición. El amor de Dios es universal en su campo de acción, pero Él elige encarnarse en un rincón de la tierra en particular, en un tiempo en particular y de una Madre en particular. Hemos de este modo saborear toda la singularidad de la acción de Dios como está registrada en las Escrituras. La persona que ama a la Biblia ama los detalles de fechado y geografía. La Ortodoxia le tiene una intensa devoción a la Tierra Santa, a los lugares preciso donde Cristo vivió y enseñó, murió y resucitó. Una manera excelente de adentrarse más a fondo en nuestra lectura Escriptural es hacer un peregrinaje a Jerusalén y Galilea. Caminar donde Cristo caminó. Ir al Mar Muerto, y sentarse solitariamente sobre la piedras, sentirse como se sintió Cristo durante los cuarenta días de su tentación en el desierto. Beber del pozo en donde le habló a la mujer Samaritana. Ir durante la noche al Jardín de Getsemaní, sentarse en la obscuridad bajo los antiguos olivos y mirar a través del valle hasta las luces de la ciudad. Experimenta plenamente la realidad del escenario histórico, y lleva esa experiencia contigo de regreso a tu lectura Escriptural diaria.

Entonces hemos de tomar un tercer paso. Revivir la historia Bíblica en toda su particularidad, hemos de aplicarla directamente a nosotros. Hemos de decirnos a nosotros mismos, "Todos estos lugares y acontecimientos no están tan solo lejos en tiempo y espacio, sino que también son parte de mi propio encuentro personal con Cristo. Las historias me incluyen."

La traición, por ejemplo, es parte de la historia personal de todos. ¿A caso no hemos traicionado a otros en algún momento de nuestras vidas, y a caso no hemos sabido lo que es ser traicionado, y a caso no deja el recuerdo de esos momentos cicatrices constantes en nuestra psique? Entonces, al leer el relato de la traición de San Pedro a Cristo y de su restauración después de la Resurrección, nos podemos ver como protagonistas en la historia. Imaginando lo que tanto Pedro como Jesús debieron haber experimentado en el momento inmediatamente después de la traición, penetramos en sus sentimientos y los hacemos propios. Soy Pedro; en esta situación ¿puedo también ser Cristo? Al reflexionar de igual manera sobre el proceso de reconciliación — viendo como el Cristo Resucitado con un amor completamente libre de sentimentalismo restauró al Pedro caído a la cofraternidad, al ver como Pedro de su parte tuvo el valor de aceptar esta restauración — nos preguntamos a nosotros mismos: ¿Que tan parecido a Cristo soy ante los que me han traicionado? Y, después de mis propios actos de traición, ¿soy capaz de aceptar el perdón de otros? — ¿soy capaz de perdonarme a mi mismo? O soy tímido, tibio, desidioso, nunca listo para entregarme por completo a nada, ni bueno ni malo? Como dicen los Padres del Desierto, "Es mejor alguien quien ha pecado, si sabe que ha pecado y se arrepiente, que una persona que no ha pecado y se cree recto."

¿He adquirido el arrojo de Santa María Magdalena, su constancia y lealtad, cuando fue a ungir al cuerpo de Cristo en la tumba (Juan 20:l)? ¿Escucho al Salvador Resurrecto llamarme por mi nombre, como la llamó a ella, y respondo Rabboní (Maestro) con su sencillez y plenitud (Juan 20:16)?

Al leer las Escrituras de este modo — en obediencia, como miembro de la Iglesia, encontrando a Cristo en todas partes, viendo todo como parte de mi historia personal — sentiremos algo de la variedad y profundidad que se han de encontrar en la Biblia. Aunque siempre hemos de sentir que en nuestra exploración Bíblica tan solo estamos en el mero comienzo. Somos como alguien que sarpa en un pequeño bote a un océano ilimitado.

"Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino" (Salmo 118 [119]:105).

 

CE, 2005.